Tomé el termómetro mirándolo algo impresionada. Si bien 38.6°C no era para llevar al hospital, la cara demacrada de Alfred me pedía a gritos algo para bajarle la fiebre, pero su voz seguía insistiéndome que jugara con él o que bailáramos juntos.
— Esto no es bueno Alfred. Lo que tienes que hacer es acostarte a descansar y dormir un rato… — Le dije mientras le mostraba el termómetro, al tiempo que ponía una cara de 'te lo dije'. Ya era un adulto y no aprendía a cuidarse un momento, y la cuestión me desesperaba bastante. En su rostro dominaban los ojos hundidos y las mejillas sonrojadas del americano, mi cerdo capitalista.
— Ni en sueños mujer, estás exagerando la situación. De ninguna manera podré dormir tooooodo el día. — Me dijo, tan terco como una mula. Me irrité, tengo que admitirlo, pues no me era concebible que aún estando enfermo siguiera con ese comportamiento de nene consentido. "Es tan molesto…" Me decía contantemente, y él seguía con un palabrerío interminable, claro, siempre dándome la contra.
Tenía que encontrar una manera para callarlo y que hiciera caso. Aplicar algo que pocas veces hacía y que no incluyera el uso de mis cuchillas… Desvié la mirada hacia los orbes ajenos, contagiándome por un momento de ese abrumador sentimiento llamado amor. Pero oh, lo enfadoso no se le podía quitar de encima por más que quisiera. Así que tomé cartas en el asunto con lo primero que me vino en mente.
— Gordo, más idiota no puedes ser. Mira acá… — Le dije sin importarme que me viera con rabia e impotencia unos cuantos segundos, pero como siempre, la curiosidad mata al gato y eso sucedió con el enfermo de mi chico.
— ¿Qué pasa mi brujita? — Para cuando dijo eso yo ya estaba sentada en un lado de la cama y el sentado, completamente erguido. Lo siguiente fue algo intuitivo.
Lo tomé de la camisa con una mano y le tomé del cuello con la otra, atrayéndolo hacia mí hasta besarlo. Su piel estaba hirviendo, y con ese acto tan repentino sentí como si ardieran mil soles sobre nuestros labios. Con ese movimiento calló sus alaridos y yo sonreí internamente.
— Guarda silencio y hazme caso. ¿Sí?
— Si, señora. — Contestó, totalmente sonrojado. Con eso tenía todo, así que me levanté cuanto antes, dándole la espalda mientras daba mis últimas indicaciones.
— Está bien, iré de regreso a mi casa que… — Me tomó de la mano de repente, y viré mi cabeza hasta él de nuevo. Al parecer quería algo más…
— Nat…
— ¿Si?
— Otra vez…
— No.
