Aclaración: Este es un Omegaverse de Saint Seiya: The Lost Canvas que ocurre de forma posterior a la Guerra Santa. Para efectos de la historia, pues, los personajes se mantienen con vida; aparte de lo mencionado, el contexto de Saint Seiya se mantiene prácticamente intacto. Aparte, debido a influencias ancestrales hetalianas, en mi cabeza, Radamanthys y Dégel se llevan horrible. Además, el Wyvern le atravesó el pecho a Unity en la historia original, vamos, no te puede agradar de buenas a primeras alguien así. La franquicia no me pertenece, blablablá.
Gracias especiales a Midou de la serie Rewrite. Ese hermoso pedazo de cielo me dio lo que me faltaba para empezar a escribir de esta ship.
La Guerra Santa había concluido con Atenea victoriosa y Hades derrotado. Al acabar la feroz disputa, el rey del Inframundo había regresado con sus tropas a las profundidades y la Tierra había vuelto a librarse de una de las amenazas más grandes. Sin embargo, eso no quería decir que la paz fuera absoluta. Con la retirada de Hades, varias fuerzas antagonistas habían aprovechado la oportunidad para alzarse y por ende el trabajo de los caballeros de oro estaba lejos de acabar.
Ese era el motivo por el cual Dégel, a un año de la victoria contra los espectros, preparaba sus cosas para el próximo viaje.
—Llegaste hace apenas una semana y ¿ya te vas de nuevo? ¿No están abusando de ti? —
Quien preguntó fue el santo dorado de Escorpio, la molestia en su voz era evidente y ni siquiera la manzana a medio comer en su boca bastaba para ocultarlo. Ante sus palabras, el peliverde acomodó sus gafas y terminó de guardar una pequeña caja en el contenedor de su armadura.
—No soy el único, Kardia. Ya has escuchado las noticias: últimamente nos llegan muchas solicitudes de ayuda debido a ataques misteriosos y todos empiezan a tener rasgos similares. Tal vez nos estamos enfrentando a una nueva amenaza y por eso Atenea está movilizando a todos los caballeros.— Repitió la historia por tercera vez en aquella semana, apenas dándose el tiempo para dirigir miradas fugaces a su amigo en lo que iba y venía asegurándose de que no le faltara nada.
—Pues podrían mandarme a mí en tu lugar ¿sabes? — Protestó el griego de todas formas, rumiando con mala cara lo que quedaba de su fruta.
—Si no te han enviado fuera del Santuario nuevamente es porque tuviste una crisis muy fuerte y la señorita Sasha se preocupa mucho por ti. Y es el motivo de que me haya quedado más tiempo del necesario. Ya te encuentras lo bastante estable como para dejarte solo en observación en la Fuente de Atenea, por lo que me concierne cumplir esta misión por nosotros dos.— Luego de confirmar una tercera vez su equipaje, Dégel se dignó a acompañar al escorpión sentándose a su lado un momento.
—Maldita sea, ya, lo entiendo. Pero en serio… ¿tiene que ser justo esta semana? — Por primera vez en un buen rato, la mirada y la voz de Kardia adquirieron el matiz de seriedad que la conversación requería.
Ante esa expresión ceñuda que denotaba preocupación, Dégel se mantuvo en silencio unos segundos y luego se permitió sonreír con tranquilidad, poco antes de ponerse de pie.
—Estaré bien. No es la primera vez que salgo en esta fecha. Sé cómo cuidarme. Todo ha salido de acuerdo al plan hasta ahora ¿no es verdad?
—¿Llevas medicina suficiente?
—Suficiente para estar un mes lejos del Santuario, tal y como lo sugeriste.
—¿Seguro que estarás bien?
—Ha muerto gente, Kardia. No puedo solo cuidar de mí en esta situación.—El paladín de Acuario le dirigió una mirada paternal y suspiró con cierta resignación. Luego, levantó su caja de Pandora y la cargó en su espalda.—Confía en mí, pase lo que pase, estaré de regreso en dos semanas. Si algo llega a sucederme, serás el primero en saber.
—Más te vale que así sea, carajo.— Gruñó el peliazul, dándose por vencido y listo para acompañar al francés.
—Somos amigos, no te mentiría.—Ante esto, el escorpión dorado le sonrió con la confianza restaurada.
Sin embargo, el octavo caballero se detuvo en la salida del templo y, cuando el guardián correspondiente lo miró con viva curiosidad, mostró ambas manos en señal de rendición.
—Sasha quiere verme para asegurarse de que estoy vivo, entero y que mi falta de fiebre no es fingida.
—Mis saludos para Atenea.
—Nos vemos pronto. Si algo pasa, ya sabes, telepatía. Puedo no tener la mejor concentración de todas, pero sé que tú harás la mayor parte del trabajo.
—Me siento halagado y abusado al mismo tiempo. Nos vemos.
—Hasta pronto.
Tras compartir una sonrisa de despedida, cada uno giró en direcciones opuestas y hacia sus próximos destinos.
No es que Dégel no entendiera las preocupaciones de Kardia. Siempre se procuraba que todo omega permaneciera en el Santuario durante su fecha, pero no podía quitarse la idea de que todos esos ataques eran el preludio de algo malo, de algo que debían detener cuanto antes. No era el momento para velar por sí mismo y por eso en la Fuente de Atenea le habían dado una buena cantidad de inhibidores para que pudiera realizar su misión sin ninguna clase de inconveniente.
Aún así, Kardia estaba insatisfecho. Había desarrollado ese instinto protector el mismo día en que lo conoció, cuando tuvo que ayudarlo a controlar una de sus habituales crisis. Desde entonces, lo celaba, protegía y fastidiaba en partes iguales, especialmente durante la época de celo. De ahí que estuviera tan irritado por no poder evitar que se marchara; era la primera vez que no estaría ahí para vigilarlo.
El paladín de la onceava casa había bajado casi todo el recorrido pensando en aquello, por lo que se dio cuenta de que estaba ya en el tercer templo solo cuando uno de sus guardianes alzó la voz.
—Puedes pasar, adelante.
—No sabía que ya habían regresado. Gracias. ¿Fue una misión difícil?
—¿Lo preguntas por cortesía?
—Lo pregunto por la herida en tu rostro.
Hubo una breve pausa. Dégel levantó una ceja y Aspros no pudo evitar curvar el extremo de su boca en una sonrisa irónica.
—Algo no anda bien, fue una emboscada realmente bien planificada. Antes de que pudiera averiguar algo, ya se habían marchado.
—¿Saldrás nuevamente?
—Por supuesto. Es mi deber corresponder a un desafío. ¿Quieres que te acompañe? No es recomendable que estés allá afuera tú solo precisamente ahora.
—No pierdas el tiempo conmigo, Aspros. Kardia no pudo convencerme de quedarme y, además, tú y Defteros son más útiles aquí. Olvidas que soy un caballero de oro igual que tú.
—En ese caso, solo me queda desearte un buen viaje.
—Estaré de regreso muy pronto.
—Iré a visitarte entonces.
El arconte de la penúltima casa continuó su trayecto después de brindarle al geminiano una última mirada de sentimientos contrapuestos. Aspros era un alfa sensato, pero poseía una sensibilidad demasiado aguda y tendía a reaccionar al celo de cualquier omega con más rapidez que los otros alfas, lo que lo había metido en más de un conflicto. En su caso específico, Aspros había estado a punto de morderlo en una ocasión y Kardia lo había salvado ensartándole tres agujas escarlata al gemelo. Desde entonces, la situación entre Dégel y Aspros se mantenía en límites poco claros y Kardia y el gemelo rara vez cruzaban palabras.
Lo primero que hizo el aguador después del encuentro y antes de salir de las doce casas fue ingerir uno de los inhibidores. Si respetaba los horarios, no tendría dificultades.
Con su próximo objetivo en las tierras del norte de África, Dégel emprendió el viaje hacia el muelle donde aguardaba la embarcación que lo llevaría hasta el otro lado del mar.
.v.v.
°o°o°o°o°o°o°o°o°
.v.v.
Tardó dos días en llegar al otro continente.
Según las instrucciones, debía llegar a un pequeño hostal a pocos minutos del puerto, pues ahí estaría esperándolo la persona que había pedido ayuda al Santuario.
Al bajar de la embarcación, se aseguró de inmediato de ingerir otro de los medicamentos, cuya forma redonda y verdosa lo hacía parecer una simple golosina. Pagó el viaje y agradeció al barquero para luego iniciar el trayecto a pie.
Egipto era tan diferente como podía imaginarse de un país al otro lado del mar. Distintos atuendos, distintos olores, solo el predominante color ocre le recordaba a Grecia. Era su primera vez en aquella ciudad y, a pesar de encontrarse en una misión, esperaba al menos poder contar con algo de tiempo para empaparse de su cultura. Tenía planeado comprar un libro o dos, tal vez un diccionario; el Patriarca le había concedido dos semanas para trabajar solo: debía regresar con el problema resuelto o para solicitar refuerzos. Si todo salía bien, disfrutaría de un par de días extra para aprender más de un páramo tan exótico.
Poco antes de llegar al hostal, un escaparate llamó su atención. La dueña de la tienda ofrecía con gran entusiasmo un telar exquisito con un bordado de los dioses egipcios. Dégel sabía bastante acerca de la mitología de esa cultura y en más de una ocasión se había detenido a pensar en qué dioses corresponderían con los griegos. Como había vuelto a sumirse en la reflexión, no notó que un individuo lo observaba.
—Disculpa ¿eres tú el caballero del Santuario?
La voz hizo que el paladín apartara los ojos del telar y prestara atención al hombre que se aproximaba hacia él luego de haber hablado. El francés se irguió y presentó sus respetos con una corta inclinación.
—En efecto, debo suponer que tú eres quien ha pedido ayuda a la diosa Atenea ¿me equivoco?
—Para nada. Estás en lo correcto. Mi nombre es Amir, agradezco infinitamente que hayan atendido a nuestro llamado.
Tras presentarse, el hombre descubrió su rostro y dejó ver una sonrisa blanca que contrastaba fuertemente con su piel color chocolate. Su negro cabello no pasaba de los hombros y de inmediato le clavó una mirada de oro, idéntica a la de un gato. Dégel no pudo evitar pensar que esos ojos dorados tenían un cierto aire escalofriante, tal vez, provocado por las atrocidades que había visto y que lo habían llevado a pedir ayuda.
—Yo soy Dégel, Dégel de Acuario. Para los caballeros, proteger a las personas es un deber y un honor. Agradecemos a la vez que nos hayan confiado esta situación.— Respondió el ateniense enseñando una sonrisa escueta.
—Si está bien para ti, vayamos de inmediato al refugio. Suponemos que la mejor forma de conseguir información es revisando lo único que hemos podido conservar: a nuestros heridos. Así que… sígueme, por favor.
El paladín de oro solo asintió. Tal y como lo sospechaba, el panorama no era del todo alentador. Sin más excusas, acompañó al moreno hacia el refugio, situado justo en el otro extremo del pueblo.
°O°O°O°
Aunque podría haber tardado mucho menos en cruzar la comunidad, había tenido dos motivos para no hacerlo: no podía forzar el ritmo de un ciudadano normal y… camellos.
Había tenido la valiosa oportunidad de utilizar un camello a modo de transporte y esa era una experiencia que no habría podido rechazar. El animal en cuestión era majestuoso y se había portado excelente, tal vez motivado por el frío que desprendía su cuerpo de manera natural. Había disfrutado del viaje mientras Amir le seguía contando acerca de los extraños sucesos, de los muertos y del temor que poco a poco invadía la ciudad. El único inconveniente fue el dolor de espalda que le quedó de recuerdo al bajar luego de otras dos horas de viaje montando a camello.
Una vez que las criaturas estuvieron atadas a los establos, el ambiente volvió a tornarse serio.
Y en cuanto puso un pie dentro del refugio, la situación fue mucho peor.
Se trataba de un albergue amplio, lleno de lado a lado con personas tendidas y todavía más gente alrededor de estas. Algunas se quejaban, otras apenas podían respirar, otras sangraban y, en los peores casos, había quienes ya tenían el rostro cubierto con inmaculados telares blancos.
Dégel contempló la terrible escena en silencio y Amir aguardó a que digiriera el peso de las circunstancias. Al cabo de unos segundos, lo tomó con gentileza del brazo y volvió a guiarlo.
—Por aquí. Uno de nuestros hombres está lo bastante lúcido como para hablar.—Le dijo y el aguador lo siguió sin poder apartar la vista de los heridos y los muertos.
—Los cuerpos…—Indagó con tanta cautela como pudo.
—Serán momificados si las familias pueden costearlo. De lo contrario, los cremaremos al atardecer. El clima no es lo bastante propicio como para enterrarlos a todos y tampoco podemos mantenerlos más tiempo debido al riesgo de enfermedades.
En lo que Amir le bridaba la pertinente explicación, dieron por fin con el hombre que podría serles de ayuda. Con gran pesar, Dégel notó de inmediato que aquel se trataba de su lecho de muerte. Dado que no había más personas en torno a él, se arrodilló enseguida y puso una mano en su hombro.
—Tú… ¿has venido… a ayudarnos? —Preguntó agotado, pero con una sonrisa de verdadero alivio, y arrastró una mano hasta dejarla sobre la del caballero.
—Efectivamente. Haré lo que esté en mis manos para salvarlos, por eso, por favor, dime todo lo que sepas; necesito de tu ayuda para comenzar a investigar.— Dégel le sonrió y apretó su mano lo más convencido que pudo, aunque sabía que ese individuo ya no tenía posibilidades.— ¿Puedo… puedes mostrarme tus heridas? —
Al escuchar la petición, el otro varón asintió y lentamente llevó las manos hasta el cuello de su larga túnica. Algo en su forma de moverse le provocó angustia a Dégel, pues reflejaba gran incomodidad y un esfuerzo fuera de lo común, como si alguien impidiera sus movimientos. Sin embargo, la angustia se transformó en verdadera preocupación cuando dos finos torrentes de lágrimas humedecieron el rostro cubierto de manchas de tierra y sangre antes de que lograra mostrarle las heridas.
—¿Qué es lo que sucede? ¿El dolor…?
—S-Si de verdad… estás aquí para ayudarnos… por favor… te lo suplico… mi-mientras puedas… huye…
A continuación, Dégel dejó de prestar atención a su entorno y los segundos comenzaron a transcurrir el triple de lento.
Antes de que pudiera asimilar la advertencia, pudo ver claramente cómo el corazón el hombre salía proyectado desde su pecho y lo siguiente que percibió fue la calidez de la sangre salpicada en su rostro.
—Tch, siempre es lo mismo con esta gente, hablando de sobra y luego pidiendo perdón.
Dijo la voz detrás de él, utilizando un tono tan frío y despectivo que al aguador le costó trabajo creer que se trataba del mismo hombre que lo había llevado hasta el albergue.
Le tomó un segundo y medio más comprender que había caído en una trampa.
Al levantar la mirada, se topó con un moreno sonriente, cuyos ojos dorados expresaban gran placer al sostener en su mano el corazón del sujeto que había tratado de advertirle. No solo eso, sino que Amir ya no vestía la túnica; en su lugar resplandecía una vistosa y oscura armadura acompañada de una enorme arpa.
Y no cualquier armadura.
Esa era sin duda una surplice.
—Ni modo, Acuario, por desgracia para ti, tendré que matarte antes de lo esperado.
El azabache levantó su arpa dispuesto a atacar, pero Dégel hizo lo propio y juntó ambas manos en dirección a su nuevo oponente antes de incluso llamar a su armadura dorada.
—Balance of…!
—Diamond…!
Dégel no logró discernir si alguno de los dos había logrado ejecutar su ataque, pues todos los sonidos desaparecieron en favor de un potente y violento estruendo que arrasó con la mitad del refugio. Perdió la imagen de su enemigo y, durante algunos segundos, no pudo ver más que polvo y rocas, estos acompañados de un único rugido sobrecogedor.
—¡PHARAOOOOOH!
