No sé, tío. Otro AU. Perdón por las posibles faltas de ortografía.


Sherlock Holmes entró con un amplio movimiento en la sala de arte que, por supuestísimo, estaba vacía. Como previsto. Se sintió enseguida observado por las al menos veinte esculturas de tamaños diferentes (algunas de ellas alarmantemente feas) que intentaba, sin duda, intimidarle, desde diferentes mesas, estanterías y prácticamente cualquier espacio estable. No malgastó más de dos segundos en realizar un barrido rápido con la mirada de la sala, bufando. Basura. Son todas horribles, ¿cómo pueden ser tan horribles?, pensó, mientras cerraba la puerta con otro amplio movimiento (hacía muchas cosas con amplios movimientos, le añadía un dramatismo a la situación totalmente necesario) y se frotaba las manos. Hora de empezar.

Eran las seis de la mañana, es decir, que tenía con exactitud una hora y media antes de que empezase a rondar por ahí el primer alumno. Y media hora más antes de que apareciese el profesor. Pero no le hacía falta más. Sonrió, seguro de sí mismo, acercándose a la mesa, donde se alzaba un… grotesco… ¿montón de mierda? Aquello no podía ser una escultura de un cuerpo humano, de ningún modo, así que sin miramientos ni pensárselo dos veces cogió la cosa (porque no hay otra palabra para designarlo) y la tiró a la basura, sabiendo que en el fondo le hacía un favor al mundo: nadie merecía ver aquello. Esta se rompió con un golpe seco, fracturándose en muchos cachitos de diferentes tamaños, y Sherlock no tardó en olvidarse de ella y centrarse en su trabajo. Llevaba ya la mitad del torso cuando la puerta se abrió de repente…, asomándose una cabellera rubia.

John corrió por los pasillos, esperando no encontrarse a nadie; no estaba permitido entrar en el recinto antes del comienzo de las clases, y lo sabía, pero era o eso o tener una nota nefasta en Arte. No se podía permitir una nota nefasta; ni de coña. Había dejado el día anterior una de las ventanas del baño entreabierta, esperando que la señora de la limpieza no se diese cuenta (gracias a dios, no lo hizo). Casi se rompe la cara contra el lavabo al tropezar con el propio alféizar, pero no pasa nada: está dentro. Sonríe, triunfal, y borrando su sonrisa al mirar la hora y percatarse de que apenas tenía dos horas antes de que empezasen a aparecer más alumnos empieza a correr. Se apresuró, encontrando el aula de arte y asomando la cabeza, y todo habría ido de perlas si no fuese porque ya había alguien ahí.

-¿Hola? ¿Tú quién eres? No se puede estar aquí –dijo, dando un par de pasos e intentando aparentar algo de autoridad. El desconocido ni se dio la vuelta para mirarle, y John carraspeó, algo exasperado. Nada. Se acercó a él, carraspeando algo más cerca. Si esta vez no le oía, es que estaba sordo. Pero Sherlock Holmes oía perfectamente.

-No se puede est…

-Por dios, no lo repitas de nuevo, ya sé que no se puede estar aquí. Por eso justamente deberías irte; fus, fuera de aquí, "date el piro", "ábrete", o lo que quiera que acostumbréis a decir –dijo Sherlock, molesto por tener que levantar la vista de su trabajo. John abrió la boca, entre indignado y sorprendido. Al cabo de unos segundos la cerró, dándose cuenta de la apariencia ligeramente estúpida que debía estar dando.

-¿Pero de qué vas? Soy alumno de arte y vengo a terminar mi trabajo.

-Yo también.

-Pues no te he visto nunca.

-No es mi problema –y el menor de los Holmes se encogió de hombros, decidido a ignorarle.

-Voy a llamar al conserje.

-Lo primero, está durmiendo. Segundo, ¿te delatarías a ti mismo? Fascinante –mierda, eso no es ignorar. En serio, ignórale-.

John bufó, poniendo los ojos en blanco. Nuevo e imbécil. Después frunció el ceño, mirando a su alrededor.

-¿Dónde está mi escultura?

Silencio.

-Eh, ¿la has visto? (…) Oye, te estoy hablando. En serio, responde. Tú. Oye. Mi escultura. En serio. ¡Que no me ign..!

-¡POR DIOS, cállate! ¿No puedes ignorarme y proseguir con tu existencia? Como si no estuviese aquí. Nos harías un enorme favor a ambos.

-¡No! Mi escultura, ¡que me digas dónde está! Ayer estaba aquí, así que sólo la puedes haber cogido tú –dijo John, hartándose de que no le hiciese caso. Le cogió del hombro, obligándole a plantarle cara y lanzándole una mirada furibunda. Y el otro seguía ahí, con un aire de pasotismo total, y sin embargo John juraría que le vio lucir sorprendido durante un instante.

-En la mesa sólo había una horrible cosa que aún no tengo muy claro cómo definir y que apenas se tenía en pie. Pensé que era basura, así que la tiré. Lo siento –dijo, esbozando la sonrisa más grande y falsa del mundo, y oh, por favor, como siga sonriendo así le voy a dar un puñetazo. Pero estaba demasiado ocupado acumulando odio.

-Que has… qué –murmuró John, con un tono peligrosamente lento.

-Tirado tu cosa a la basura. En el fondo te he hecho un favor; créeme, no querías presentar eso delante de toda la clase.

-Eres… eres…

-Imbécil –continuó Sherlock, aburrido, con un mohín de indiferencia.

-¡Gilipollas! Yo te mato, en serio, ¿ahora qué mierdas hago?

-¿Una nueva escultura? Aunque viendo la primera no sé si lo querrías volver a intentar.

-¡Queda –John miró el reloj, cabreado- una hora!

-Y media.

-¡Una puta hora y media! ¿¡Cómo quieres que haga mi trabajo de escultura en una hora!?

-Arréglatelas.

No. Definitivamente no. Aquel chico se tenía que estar riendo de él; "¡arréglatelas!" ¿En serio? Aquello era la gota que colmaba el vaso.

-Te voy a arreglar yo a ti la cara de un puñetazo –gruñó, más para sí mismo que otra cosa-. Estoy en esta situación por TU culpa, así que me vas a ayudar, lo quieras-o-no –Sherlock enarcó una ceja con suficiencia, conteniendo una carcajada. No dejaba siquiera que su hermano le diese órdenes y se creía el rubiales que podía venir y usar imperativos delante de su cara como si nada.

-¿Me puedes soltar el abrigo? Me gustaría continuar con mi trabajo, gracias –dijo gélidamente, mirándole a los ojos.

John entreabrió la boca, repentinamente descolocado. ¿Por qué? Por él. Porque ahora le tenía delante, frente a frente, y estaba seguro de que incluso cerrando los ojos le vería ahí, delante de él, esculpido en mármol con todos sus detalles. Porque hasta ahora no se había fijado, no se había parado a observarle detenidamente y ojalá no lo hubiese hecho nunca. Porque los bucles le caían armoniosamente en la cara, negros como el carbón, como la pez, el negro más negro del planeta, pero entonces bajabas y te topabas con sus ojos, y te entraba la duda de si eran azules o verdes. O un poquito de ambos. O tal vez no eran de este mundo. O tal vez cambiaban según el ángulo, la hora del día, el estado de ánimo, la manera en la que le mirase, la luz de la habitación, si hacía frío o calor.

-Por favor, si te vas a quedar así mucho rato gira sesenta grados y ponte de cara al muro, me incomodas.

John parpadeó, como sacando la cabeza de debajo del agua, saliendo de su embotamiento.

-Oh, eh… perdona, sí –reaccionó, sintiendo cómo sus orejas subían al menos dieciséis grados más de su temperatura habitual-. Estaba pensando.

Sherlock le mira de nuevo y John podría jurar que si el escepticismo tuviese cuerpo se materializaría bajo esa exacta forma, sin duda alguna.

-Pensando. Claro. Bueno, pues "piensa" mirando a la pared, si no te importa.

-Pues sí que me importa, ¿podrías dejar de ser tan gilipollas cada vez que abres la boca? –el apelado le miró, esbozando una sonrisa al oír esas palabras. Era la primera vez que le veía sonreír; a decir verdad, le añadía cierto toque siniestro.

A continuación todo pasó muy rápido: pisadas en el pasillo, y John se dio la vuelta como un resorte, alarmado, la puerta se abrió, apareció el profesor y el momento entre ambos se rompió con una facilidad sorprendente.

-¿Qué hace aquí, Sr. Watson?

-Yo… eh… uh, bueno, verá, estaba, hm, terminando mi proyecto.

-¿Su proyecto sabe hablar?

John frunció el ceño, mirando al profesor como si fuese tonto. Vale que tenían que modelar una figura humana, pero de ahí a hacerla hablar había un buen trecho.

-Eh… ¿no?

-¿Entonces?

-¿Entonces qué?

-¿Se dedica a insultar a objetos inanimados?

-¿Eh? No, estaba insultando a… -iba a dar un nombre, pero se percata de que no le había preguntado en ningún momento el nombre a "aquel chico". Bueno, chico, imbécil- ¿cómo te llam…? –se da la vuelta, pero el final de su frase se queda en su garganta porque ya no hay nadie allí. Había desaparecido, se había esfumado, así de repente. Se volvió a su profesor, completamente desconcertado, que le miraba como si tuviese algún tipo de déficit mental- Yo no entiendo nada, de verdad, antes de que entrase usted aquí él estaba conmigo y de repente… y…

-¿Se encuentra bien, Sr. Watson? –el profesor frunció el ceño, y John estaba seguro de que, definitivamente, acababa de confirmar que tenía algún tipo de enfermedad mental.

-… pues no mucho.

-Pues como vuelva a verle aquí antes del comienzo de las clases le sanciono… ahora siéntese.

John obedeció, enterrando la cabeza entre sus manos y sintiéndose morir. Había quedado como un imbécil. Completamente. Y para colmo ni siquiera tenía un trabajo que presentar. Y todo por culpa de él.

Es que si le vuelvo a ver lo mato, lo juro, me lo cargo a manos desnudas.