Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.
On the way out.
1. La caja de chocolates.
El pacto había comenzado el día en que Harry Potter cumplió los dieciséis años. Había recibido regalos de parte de Hermione, los Weasley, Sirius y los miembros que quedaban del ED y que lo seguían respetando. Ese verano había intercambiado cartas con todos y recibido muchas peticiones de ir a pasar veranos en otras casas. Pero Harry sabía que Dumbledore no lo aprobaría, y además, por una vez en todos sus veranos, no quería irse.
Ese mismo 31 de Julio que Harry estaba desenvolviendo sus regalos con una sonrisa divertida, Dudley Dursley recibía una caja de chocolates.
Era una caja de chocolates de tamaño extra grande, redonda, con papel plateado y una flor de papel color rosa. Tenía una nota impresa que decía "Para Dudley, con amor". No había firma, pero sí un extraño perfume a violetas revoloteando en el ambiente alrededor de la caja.
Cuando Harry bajó a desayunar sus tíos hablaban, emocionados, de que su Dudley ya tenía admiradoras. Dudley, en particular, se veía entre sonrojado y satisfecho. Había comido ya la mitad de los chocolates y dejó una gran mitad para mostrarle a Harry y contarle con voz socarrona:
—Eh, mira, enfermo. A que en tu escuela de raritos no recibes cosas como esta, ¿verdad?
Harry bebió un sorbo de té y comió lentamente su beicon. Ni a Vernon ni a Petunia parecía molestarle, en esta ocasión, que Dudley haya sacado el tema a cuestión. El chico estaba envalentonado y demasiado seguro de sí mismo; seguramente, pensaba Harry, era la primera cosa que recibía de una chica como para sentirse de otra manera.
Vernon siguió con las burlas y Petunia calló, aunque no los detuvo. Harry terminó su desayuno en silencio, haciendo oídos sordos, mientras Dudley terminaba de comer todos los chocolates que le quedaban, haciendo mucho ruido al masticar y sin siquiera saborear. Comía como un cerdo.
Harry se dirigió a su habitación, cerró la puerta y espero. La carta lo decía… confiaba en lo que iba a suceder incluso más que en cualquier otra cosa. Y finalmente, los gritos comenzaron. Harry podía imaginarse lo que sucedía, pero no podía representarlo en su mente tal cual estaba sucediendo. La tentación fue grande, así que tomó su varita y fingiendo no saber absolutamente nada bajó las escaleras de dos en dos, con los ojos alarmados y los dedos apretados fuertemente en torno a la varita.
Dudley vomitaba sangre. Su cuerpo rechoncho estaba consumido por espasmos feroces. Sangre, también, le caía por la nariz. Sus tíos ni siquiera lo vieron a él ni dijeron nada por su varita: ambos estaban inclinados sobre su hijo, su Dudders, que poco a poco dejaba una gran mancha sanguinolenta en el suelo de la cocina.
—¡Muchacho! —gritó de pronto Vernon, al verlo con la varita en mano, observando con expresión perpleja el vómito de sangre—. ¡Haz algo!
—¿Qué quieres que haga? —casi gritó Harry. Sentía la voz al borde de la histeria, pero no por el sentimiento que todos querrían—. ¡No puedo hacer nada! ¡No puedo hacer… nada fuera del colegio!
—¡HAZ ALGO! —gritó feroz Vernon, adelantándose, pisando el charco de sangre y cayendo sobre su gordo trasero al suelo. Harry no tuvo siquiera ganas de reír. Guardó la varita en el bolsillo de los pantalones y corrió al teléfono. Llamó a emergencias con una voz que pretendía estar asustada y fue a avisar que lo había hecho. Luego, sin decir nada —porque ya había disfrutado del espectáculo— fue a su habitación.
Se quedó allí incluso cuando vino la ambulancia. Ni sus tíos ni nadie fueron a ver qué hacía, o nada. Harry oyó cómo se llevaban a su primo y como sus tíos iban con él. La casa quedó en silencio, vacía, casi hueca.
Allí, tendido en su cama, con una expresión de éxtasis, se permitió reír a carcajadas. Rió a carcajadas hasta que se quedó sin aire, le dolió el estómago, rodó por la cama y cayó al suelo, pero siguió riendo como si estuviera loco.
Y, tal vez, lo estaba.
El funeral de Dudley fue tres días más tarde. Había estado ingresado en emergencias toda la noche y muerto al alba siguiente, casi veinticuatro horas después de haber ingerido los chocolates. Y eso fue lo que buscaron en su estómago: la sustancia que se encontraba dentro de los dulces. Resultó ser simple y barato veneno para ratas mezclado con insecticida, que era lo que había causado las náuseas. No tenían idea de muchas de las cosas que habían sucedido, ni por qué, pero la policía investigadora fue a la casa a rastrear huellas de la caja de chocolates. Además de las huellas de Dudley y de su madre —que había admitido que había tocado la caja para admirarla cuando llegó y los forenses le creyeron— estaban las huellas de Archivald "Archie" Keyglass, un amigo de Dudley que Petunia sabía que se había peleado con él hace tiempo. Lo había conocido en un torneo de boxeo y se habían llevado bien, pero según Petunia Dursley el chico se había comportado muy violento con su Dudders y éste no había querido ser amigo de semejante tipejo mal parado.
Harry fue al funeral de Dudley con ropas negras que tampoco eran suyas, pero por lo menos no eran de su primo. Había mucho llanto, muchas flores, mucho dolor y mucha pena. A este punto todo el vecindario sabía que Dudley había sido asesinado por un amigo suyo, mayor que él, que en esos momentos estaba siendo interrogado y apresado por la justicia. Harry mantuvo la cabeza gacha y no hizo contacto visual con nadie. Se mostró penoso, triste, pero no se atrevió a llorar por parecer exagerado. Después de todo, su tío tampoco lloraba, si bien lo hacía Petunia.
La casa se mantuvo en silencio cuando volvieron. Petunia se encerró en la habitación de su hijo a llorar rodeada de sus cosas. Los llantos se oían desde la habitación de Harry, que se cubrió la cabeza con la almohada mientras, también, ocultaba las risas.
Finalmente, después de una cena pre-hecha que Petunia le subió al cuarto —y le obsequió un extraño abrazo fortísimo que a Harry le dejó mal sabor en la boca— Harry tomó una pluma, un pergamino y comenzó su carta:
"Tom:
Todo funcionó. A la perfección. Archivald está en prisión y probablemente no salga. Lo han dado en las noticias, aunque supongo que ya lo has visto. Dudley… bueno, esa bola de grasa tal vez tenga el trato que se merece en el Infierno, ese bastardo.
Yo me encuentro bien. Mejor que bien. No tienes idea de lo mucho que me ha costado no comenzar a reír en el funeral. Y pensar, sólo pensar, que el verdadero responsable está tan cerca de ellos que ni se lo esperan… Por una vez los Dursley no me han culpado a mí; creo que no sospechan de quien dejaron encerrado toda la noche. Es decir, ¿cómo podría haber dejado la caja con los chocolates allí? Y el preparado… Dudo mucho que los chocolates se vendan envenenados; los únicos que conozco que venden chocolates con algo incluido son los gemelos. Y ya sabes, también dudo mucho que ellos usen veneno real para alguna de sus bromas.
Me distraigo. Espero que te encuentres bien, realmente. No puedo controlar mi júbilo. Y claro, no tienes que decir nada: nuestra tregua queda completamente pactada.
No tortures a muchos mortífagos. Oh, espera, si son mortífagos tortúralos lo que te plazca.
Buenos deseos,
Harry".
Despertó a Hedwig y le dio la dirección. La lechuza estaba extrañada por la dirección nueva, aunque tampoco pareció protestar: ese verano, Harry la enviaba a muchos lugares nuevos.
La lechuza blanca voló con la carta entre las patas y Harry la observó hasta que se perdió de vista, sonriendo. Y ahora sí que tenía verdaderos motivos para sonreír.
¡Muchas gracias por leer, y por favor dejad comentarios! Me gustaría saber todo lo que opináis del primer capítulo. Sin más, saludos.
