Recordar. Del latín recordari.
re- (volver)
cordis- (al corazón)
CAPÍTULO 1.
— ¡Mamá! ¡Hugo ha vuelto a encerrarse en el baño!
Hermione suspira por quinta vez en lo que va de mañana. Tan sólo eran las ocho y ya tenía los nervios crispados. Como siempre, alza la cabeza hacia lo alto de la escalera donde su hija Rose está asomada con gesto teatral. Tiene el pelo rojo encrespado, los ojos azules todavía adormilados, y las mejillas coloradas por el inminente enfado. Lleva un gracioso pijama con pequeños unicornios estampados por todas partes.
La niña hace un gesto con la mano, señalando la puerta que hay detrás de ella, y luego levanta una ceja como si así pudiera ordenar mentalmente a su madre que impartiera la justicia que se merecía.
Hermione sonríe sin que su hija pueda verla. Sin duda el físico era Weasley, pero aquella personalidad exigente y perfeccionista, lo había heredado ella.
Dejó la espátula con la que estaba revolviendo los huevos en la sartén, limpia sus manos en el trapo de la cocina antes de subir por las escaleras dispuesta a poner algo de orden allí arriba. Miró de reojo los dos enormes baúles de Hogwarts que había justo al lado de la puerta de la entrada de la casa.
Una mezcla entre emoción y nostalgia la invadió. Lo echaba tanto de menos...
Pero no era el día para dejarse llevarse por sentimentalismo. Hermione resopló por el esfuerzo cuando llegó a lo alto de la escaleras. Ya no era la joven de antes, pensó con amargura. En ese momento Rose se aparta de la barandilla y corre hacia ella como si fuera un bote salvavidas en medio de una tempestad. Se agarra a su cintura con fuerza y entierra la diminuta carita en su vientre.
Hermione acaricia los hombros de su pequeña criatura de trece años intentando que se calmara de alguna forma.
— ¡Lleva una hora encerrado ahí dentro! —exclama la niña furiosa y para nada tranquila.
Su madre la aparta con un suave empujón y Rose sonríe cuando la ve acercase a la puerta del baño. Hermione sabe que tiene que ser firme si no quiere que estalle una guerra entre los hermanos Granger-Weasley. Y ya había sobrevivido a tantas que no quería que se repitiera una nueva. Con un gesto rápido da dos golpes en la puerta que resuenan por todo el pasillo.
Ni uno más, ni uno menos.
—Hugo, cariño...—comienza Hermione con tanta dulzura en la voz que Rose suelta un bufido exasperado.
Bueno, tal vez no tuviera tanta autoridad después de todo. Hermione se gira para mirar a su hija por encima del hombro. Rose tiene las manos en el aire y señala la puerta con aspavientos silenciosos, instándole a añadir algo más que consiguiera aplacar su ira.
Hermione alzó la mirada al techo como si buscara ahí arriba la paciencia que necesitaba.
—Está bien. Tú ganas. —Hermione vuelve a tocar la puerta, esta vez con más insistencia que antes. — ¡Hugo, es el turno de tu hermana! ¡Sal del baño ahora mismo!
De manera inmediata, se oyen varios ruiditos del interior del baño y para sorpresa de ambas la puerta se abre de golpe. Al otro lado, un niño pelirrojo de preciosos ojos castaños y dientes mellados, les recibe con el ceño fruncido.
— ¡No es mi culpa que tardes dos milenios en ducharte! —grita señalando a su hermana claramente molesto— ¡Casi me hago pis encima!
Rose se adelanta varios pasos en su dirección y Hermione, que conoce a la perfección su naturaleza impulsiva, estira un brazo de forma mecánica y la frena de golpe.
— ¡Soy una chica! —le responde ella, como si eso lo justificara todo. — ¡Necesito más tiempo para arreglarme!
Hugo suelta una carcajada demasiado sarcástica para un niño de diez años.
—Sí, bueno, como si la fealdad pudiera arreglarse de alguna forma.
"Allá vamos", piensa Hermione. Y entonces se desata el caos.
Rose suelta un gritito de enfado y con una habilidad sorprendente, sortea el brazo estirado de su madre y se lanza contra la puerta del baño. Hugo a su vez sale disparado esquivando las manos de Rose que se estiran en un vano intento por atraparle. El niño se sitúa detrás de su madre, usándola como un escudo humano y agarrándola tan fuerte que casi consigue tirarla al suelo.
En un acto reflejo, Hermione alza las manos hacia delante para agarrar a Rose de los hombros e intentar así mantenerla alejada de su hermano. En aquella posición formaban un sándwich humano en el que Hermione era un ingrediente no deseado.
Rose estira los brazos e incluso da pequeñas patadas que van a parar todas a la pantorrillas de su madre.
—Chicos...—les reprende Hermione esperando que su tono suave logre calmarlos de alguna forma, pero la sucesión de gritos es tal, que apenas la escuchan.
— ¡Al menos yo sé lo que es la higiene personal! —replica Rose, furiosa. — ¿Sabes que existen los cepillos de dientes?
Hugo se ha puesto tan rojo que Hermione puede sentir el calor de su cara tras la fina tela de su camisa.
—¿Y tú sabes lo que es un cepillo para el pelo? ¡Pareces un nido de pájaros andante!
—¡Hugo!—le reprende Hermione que lucha por intentar mantener a Rose a raya.
—¡Cejijunto!—chilla entonces la niña en defensa.
—¡Rose!—ahora Hermione la reprende a ella.
—¡Mis cejas son especiales!—grita Hugo de vuelta. Y ante eso, Hermione no puede contener una sonrisa. Tiene que recordarle a Molly que no siga diciéndole esas cosas.
—¡Sí, dentro de poco tendrán el súperpoder de hacer desaparecer tu cara!
Ahora la sonrisa de Hermione se apaga. Agarra con más fuerza a Rose por los hombros en clara señal de advertencia.
—¡Rose, no seas cruel con tu hermano! ¡Pídele perdón!
Rose abre los ojos azules como el mar, dolida por la tradición griega de su madre.
—¡Ha empezado él!—se defiende para después acabar señalando a su hermano con el dedo:—¡Y ni se te ocurra ponerte a llorar ahora! ¡Hipócrita!
Pero ya es demasiado tarde. Hugo echa la cabeza hacia atrás y suelta un sonido muy parecido al grito de una banshee. Las lágrimas caen por sus mejillas como pequeñas gotitas de lluvia y Hermione alza la cabeza hacia el techo otra vez.
¿Dónde estaba la paciencia que tanto necesitaba?
—¿Qué diablos está ocurriendo aquí?—pregunta una voz familiar a sus espaldas y Hermione suspira aliviada.
Bien, han llegado los refuerzos.
Rose sustituye el ceño fruncido por una preciosa sonrisa y Hugo, milagrosamente, para de llorar de golpe. Olvidándose de la batalla campal en la que estaban sumidos escasos segundos atrás, los niños se separan de su madre y salen disparados hacia las escaleras.
—¡Tío George!—gritan los dos mientras se lanzan a sus brazos.
George Weasley los recibe como siempre: con los brazos abiertos y con una bolsa llena de lo que Hermione intuye que son una exhaustiva selección de productos de los "Surtidos Saltaclases". Arropa a los niños entre sus largos brazos. Le revuelve al pelo a Rose, que deja feliz que lo haga, y con la otra se las apaña para cargar a Hugo sobre su hombro quien ya anda pidiendo a gritos su atención.
—¡El helicóptero, tío George! —exige con una emoción incontenible. — ¡Hazme el helicóptero!
George mira a Hermione por encima de las cabecitas de sus pequeños vástagos, pidiéndole permiso, y ella la responde encogiéndose de hombros. Sabe que aunque se niegue, lo hará de todas formas.
—Uf, pesas más que un hipogrifo. —se queja cuando acomoda al niño a su espalda, quien se agarra con fuerza a su cuello. Su sonrisa no abandona su rostro cuando comienza a dar vueltas sobre si mismo.
Hugo grita extasiado mientras su tío hace un ruido con la boca similar al despegar de un avión.
—¡Houston, Houston! —grita George bajando las escaleras corriendo con el niño a sus espaldas ante la espantada mirada de Hermione.— ¡Tenemos un problema!
Rose los sigue riéndose y Hermione se une, aunque algo más tranquila. Y así, sin más, con un huracán viene la vuelta a la calma. Cuando llega al salón, que es a la misma vez cocina y comedor, George ya ha bajado a Hugo al suelo y le está entregando entre cuchicheos lo que parece ser un caramelo sangranarices.
Hermione saca la varita del bolsillo trasero de sus vaqueros y la agita, sorprendiéndoles a ambos. El caramelo vuela impulsado por una fuerza invisible hasta donde está Hermione que lo atrapa en el aire con gesto triunfal.
—Ni se te ocurra darle esas porquerías a mis hijos, George Weasley. No hagas que me arrepienta de haberte dado las llaves de mi casa.—amenaza y se guarda el caramelo en el bolsillo junto a la varita.
—El año que viene será su primera vez en Hogwarts. Alguien tendrá que enseñarle como huir de las clases y salir impune por ello. —responde su cuñado como si aquello fuera algo normal.
—Es un Weasley.—responde Hermione dirigiéndose hacia la cocina. —Acabará averiguándolo por si solo.
Después chista con la lengua para llamar la atención de Rose que está examinando con curiosidad el contenido de la bolsa que le ha regalado su tío. Ella parece darse cuenta porque alza la cabeza en ese momento haciendo que todos sus rizos pelirrojos reboten al compás.
—Arriba. Ahora. Tienes diez minutos para prepararte.—le ordena su madre. Esta vez no hay suavidad ni dudas en su tono de voz. —Vas a perder el tren.
—¡¿Diez minutos?!—exclama la niña con un grito agudo.
—Date prisa si no quieres que sean cinco. Tú también, Hugo.— añade Hermione.
No hace falta decir nada más porque Rose suelta la bolsa en el suelo, que emite un sonido pesado, y sube corriendo por las escaleras como alma que lleva el diablo. Hugo, en cambio, parece satisfecho. Al final ha conseguido que su hermana no pueda arreglarse en condiciones. Pasa de largo por delante de su tío y de su madre con una sonrisa maquiavélica antes de desaparecer también en el piso superior.
Hermione vuelve a suspirar.
Se gira hacia George, que ya se ha acomodado en una de las butacas que hay tras la barra americana que separa la cocina del resto del comedor. Lleva el pelo corto -seguro que Angelina ha tenido algo que ver en eso-, vaqueros y una camiseta de Guns N' Roses.
Es lo que él había denominado su mejor "estilo muggle".
Le sirve café en su taza de siempre, evitando la pregunta que flota silenciosa entre ambos. No quiere formularla, pero sabe que siempre acaba haciéndola. Resignada, se sienta al lado de George mientras le echa dos terrones de azúcar a su té verde.
—¿Cómo está Ronald?—su voz apenas es un murmullo. No puede evitar la punzada de dolor en el pecho cuando dice su nombre. Siempre está ahí, pero cada día se hace más liviano y fácil de llevar.
George da un sorbo corto al café y luego deja la taza encima de la superficie de mármol de manera lenta y casi calculada. Pasa un dedo por el asa, tomándose más tiempo de lo normal.
— Hace días que no hablo con él.—responde al final con la voz tomada por la tristeza.— No se ha presentado al trabajo y tampoco contesta a mis llamadas.
Hermione asiente en silencio. No es algo que le sorprenda. La culpabilidad asoma por una de las esquinitas de su corazón y no puede evitar dejarla salir por un momento. Si se hubiera esforzado más, si hubiera tenido un poco más de entereza... las cosas podían haber sido diferente. A pesar de que llevaba cinco años divorciada de Ronald, seguía pareciendo que fue ayer.
Como siempre, hizo una mirada retrospectiva a aquellos tiempos donde todavía eran felices. A su boda en la casa de los Weasley, a su luna de miel en Cancún, el nacimiento de Rose... Intentó buscar el momento exacto en el que todo se fue a la mierda, pero no era capaz de descubrir cual era.
Lo único que tenía claro es que Ronald Weasley ya no era la persona que ella creía conocer. E intuía, con cierta tristeza y desazón, que aquella persona, el hombre amable, bueno, divertido y cariñoso que fue en antaño, jamás volvería.
Como si estuviera leyéndole el pensamiento, George puso una mano sobre su hombro.
—No te martirices, Hermione. No es culpa tuya.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa bonita. Era el tipo de sonrisa que solo alguien con el corazón roto puede hacer.
—Sí, sí lo es. Tenía que haber visto las señales...
—Ninguno de nosotros las vio. —le interrumpe él.—Mira, algún día tendrás que dejarle ir... Tienes que pasar página.
—¿Tú lo has hecho?—preguntó Hermione, girando la taza de té entre sus dedos.
—No.—respondió George.— Uno nunca pasa página cuando pierde a dos de sus hermanos. Pero he aprendido a vivir con ello.
Hermione carraspeó, como si diera por finalizada aquella conversación tan intensa. Que comparara la situación de Ron con la muerte de Fred era un símil tan horrible que fue como si le diera una bofetada. ¿Y si de verdad era así? ¿Y si Ronald nunca se recuperaba? ¿Podía una persona estar muerta en vida?
Al parecer, sí.
—Bueno, si lo ves... ¿Puedes recordarle que tiene dos hijos maravillosos que desean pasar tiempo con su padre y que a pesar de todo lo adoran? —Hermione se remueve en la butaca, como si de repente estuviera hecha de lava:— No puedo creer que vaya a perderse de nuevo el primer día de colegio de Rose...
George asiente en silencio, parecía un poco derrotado. Era la única petición que Hermione le hacía sobre ese tema, sobre Ron... Sus hijos no tenían culpa de nada. Ella podía lidiar con su propio corazón roto, pero ver el de sus hijos destrozados era algo que no sería capaz de soportar. Ni tampoco de perdonar.
—Te tienen a ti. Con eso les basta. —añade George mientras sacude las palmas de las manos en los vaqueros.
—Pero no es suficiente, George... Nunca lo es.
Justo en ese momento escucharon una barahúnda de ruidos provenientes de la escalera. De lejos les llegan las fuertes pisadas de Hugo, y la voz fina y suave de Rose. Ambos se pusieron de pie fingiendo una normalidad que no sentían.
—Iré cargando los baúles en el coche.—dice George dirigiéndose hacia la puerta de la entrada.
Hermione hizo un gesto afirmativo con la cabeza y después se dirige hacia sus hijos. Dio un pequeño vistazo por encima para ver si llevaban todo lo necesario. Más bien miró a Rose. Tenía la lista del material escolar de Hogwarts entre sus manos y parecía estar haciendo cálculos mentales sobre algo. Hermione sonrió.
Sí, definitivamente Rose era toda una Granger.
—¿Llevas en la mochila la crema solar, los pañuelos y el almuerzo?—preguntó Hermione.
Rose asintió.
—¿Y todos los pergaminos, las plumas, las tintas y...?
—Qué sí, mamá. Está todo.—Rose la cortó antes de que las preguntas fueran a peor.
Su madre alzó las manos en señal de rendición. Después, se giró hacia Hugo que parecía más apagado de lo habitual. Le hizo un gesto silencioso a Rose para que fuera recogiendo sus cosas y saliera hacia el exterior con su tío. La niña lo hizo sin apenas rechistar.
Cuando estuvieron solos, Hermione se agachó hasta colocarse la altura del niño.
—Eh, cielo...¿Estás bien?
Hugo se encoge de hombros, mirando hacia otro lado. Siempre hacía eso cuando estaba disgustado por algo.
— Papá no va a venir, ¿verdad?—susurró con apenas un hilo de voz.— Me prometió que lo haría.
Hermione se mordió la lengua. Eso era precisamente lo que no era capaz de soportar. La decepción en el rostro de su hijo era tal que el corazón iba a explotarle de dolor en cualquier momento. E hizo lo que siempre hacía: mentir...
Como si las mentiras fueran alguna especie de tirita que curaban las desilusiones.
—No, cielo...Papá está de viaje a Hungría. Con el tío Charlie. —dijo en tono conciliador pero con las lágrimas amenazando con escaparse de sus ojos. Intentó que no se le notara— Pero vendrá muy pronto a verte, ¿vale?
Hugo se volvió a encoger de hombros y miró a su madre, con aquellos impresionantes ojos castaños. Parecía un hombre adulto metido en el cuerpecito de un niño de diez años.
—Mamá... No hace falta que me mientas.—dijo entonces y pasó por su lado hacia la salida de la casa.— No va a venir. Nunca lo hace.
Hermione lo vio salir por la puerta abierta que daba hacia el patio exterior. Y como siempre, fue juntando los pedacitos que habían quedado desperdigados en el suelo hasta recomponerse. Se puso de pie, se limpió las lágrimas que tenía en las mejillas y que tanto se había empeñado en guardar.
Cogió el bolso y las llaves del coche y con un suspiro, cerró la puerta de su hogar.
Se giró, dispuesta a cambiar su actitud. Era el tercer año de Rose en Hogwarts y como una buena madre, haría lo que estuviera en su mano para que fuera épico. Vio a Rose empujando la jaula de su gato persa Missy dentro del maletero, a Hugo dentro del coche con semblante serio y a George junto al coche hablando con dos hombres vestidos con capas negras y sombreros puntiagudos.
Hermione frunció el ceño cuando los reconoció. Ernest Ross y Hamed Shafiq, jefes del Departamento de Seguridad Mágica del Ministerio. ¿Qué hacían allí, en el jardín de su casa, pisando sus geranios? Fuera lo que fuera, no parecía ser nada bueno.
Cargó con el bolso al hombro y se acercó con rapidez hacia ellos. Puso el semblante serio y profesional que adquiría en aquellas situaciones. George y Ernest alzaron la cabeza cuando la vieron cruzando el césped como si fuera un toro encabritado.
— Espero que sea importante. Es mi día libre.— les dijo a modo de saludo.
Hamed, como de costumbre, le dedicó una mirada helada como un iceberg. El sentimiento era mutuo. A Hermione tampoco le caía bien.
— Créeme que si no fuera necesario, tampoco estaría aquí.— dijo Hamed colocándose los guantes de cuero que cubrían sus manos.
— Como ya sabrá, señora Granger, el Ministro no se encuentra en Inglaterra.— informó Ernest.
Claro que lo sabía, estaba en el Mundial de Quidditch que se celebraba en Japón.
— Y también sabrá que, durante su ausencia, eres la segunda al mando en el Ministerio...—continúo Ernest.
Eso también lo sabía, por supuesto.
Era algo a lo que todavía no estaba acostumbrada. Ministra en funciones... Ella. Era de risa. Por suerte, el Mundial no duraría ni una semana y después Kingsley Shacklebolt regresaría y Hermione volvería a ocupar su puesto de siempre. Así de sencillo. Había pensado que sería una tarea fácil, que el mundo no se acabaría en una semana... Pues parecía que se equivocaba.
A Hermione le repateaba que la trataran como una idiota, como si no supiera ya todos aquellos detalles. Se cruzó de brazos y alzó las cejas, instándole a seguir. No tenía todo el día ni tampoco todo el tiempo del mundo. Rose tenía que llegar a tiempo a King Cross.
Ernets pilló la indirecta al instante.
— Esta madrugada han atentado contra el Departamento de Misterios, señora Granger.
A Hermione se le heló la sangre. Llevaban mucho tiempo -años- luchando contra amenazas de un pequeño sector mágico. La prensa los había llamado terroristas. Pero Hermione sabía, extraoficialmente, que era mucho más que eso. Eran ex-mortífagos y sangrespuras que deseaban volver a los tiempos de antes... A los tiempos de Voldemort.
Se hacían llamar La Resistencia. Y en efecto, lo eran. Un grupo reducido de veinte prófugos de la justicia hambrientos de sed de venganza.
Los ataques solían ser desprevenidos y casi siempre mortíferos, y sus métodos preferidos eran bombas dirigidas casi siempre hacia el Ministerio, pero en más de una ocasión había centrado su atención en la población civil. Sobretodo en los muggles.
Era la tercera vez en lo que llevaban de año que atacaban el Departamento de Misterios. Y habían sacado la conclusión de que eran ataques premeditados. Era obvio que buscaban algo y ese algo estaba ahí dentro.
Cuadró los hombros y miró de reojo a George, que estaba tan pálido como la nieve.
— Bien. ¿Habéis avisado a Kingsley?
— Sí. Está haciendo todo lo posible para regresar cuanto antes sin levantar sospechas. — respondió Hamed.
— Aplicad el protocolo de seguridad. —dijo Hermione con voz autoritaria— Quiero una reunión con los Inefables para las doce y cita al jefe del Departamento de Aurores también. Intentaremos dejar todo solucionado antes de que llegue el Ministro.
Hamed y Ernets intercambiaron una mirada que no vaticinaba nada bueno. Este último dio un paso hacia adelante y se agachó de forma que sólo ella pudiera escucharle.
—Me parece que no ha entendido la gravedad del asunto, señora Granger...—susurró el mago.—Han habido muertos. Los aurores que estaban haciendo guardia esta noche... Volaron por los aires.
—¿Todos?—preguntó con voz queda.
—Todos menos uno. —añadió Hamed, con el semblante serio—Ha sido trasladado a San Mungo en estado crítico. Es la última noticia que tenemos al respecto.
Aquello era espantoso. Claro que siempre había alguna víctima mortal en los atentados, pero nunca habían sido tantos y de una sola vez. Al menos había quince magos patrullando los pasillos del Departamento esa noche... Quince vidas arrebatadas de un plumazo.
— Lo conveniente sería ir inmediatamente al hospital a sacar algo de información al auror antes de que sea demasiado tarde. —continuó Hamed. — Puede ser que haya visto algo que nos sea de utilidad para la investigación.
—¡Mamá! ¡Date prisa!—interrumpió Rose de repente, sacándola de su aletargamiento.
Hermione se llevó una mano al pecho y volvió a mirar a George. No podría ir a la estación. La situación era demasiado crítica como para dejarlo correr. Era la Ministra en funciones... Todo aquello era su responsabilidad hasta que llegara Kingsley.
—No te preocupes, yo llevaré a Rose a la estación.—dijo George tomando el control de la situación. Le quitó las llaves del coche a Hermione de las manos.—Dejaré a Hugo en casa de mi madre, estará bien.
Hermione asintió en silencio. Luego levantó la mano mirando a los dos magos que tenía delante de ella en el gesto universal que decía "dame cinco minutos". Ernest asintió y Hamed no dijo absolutamente nada.
Hermione rodeó el coche hacia donde estaba Rose, que todavía estaba en el maletero tratando de meter la jaula del gato. Su madre se la quitó con suavidad de las manos y la colocó estratégicamente en la zona superior. Después cerro la puerta con fuerza y se giró hacia la niña.
—Rose...—comenzó Hermione y la cogió por los hombros con suavidad. —Este año no voy a poder ir contigo a King Cross. Ha...pasado algo en el Ministerio y tengo que irme. Lo siento mucho, cariño...
Rose abrió los ojos azules durante unos segundos y después agarró las manos de sus madre entre las suyas diminutas. Le dio un ligero apretón antes de soltarlas.
—No pasa nada mamá, ya soy mayor. Te escribiré en cuanto llegue a Hogwarts.
A Hermione se le encogió el corazón y la atrajo hacia ella para darle un corto abrazo que Rose acabó con rapidez. A diferencia de Hugo, Rose no era muy dada a las muestras de afecto. También era testadura y muy independiente. Podría manejar la situación a la perfección. Su madre la vio subirse a la parte trasera del coche sin mirar atrás ni un solo momento.
—¡Pásatelo bien!—gritó Hermione para hacerse oír.—¡Y cuida de tus primos!
Después miró a George, que tenía la puerta del conductor abierta y se disponía a meterse en su interior. Su cuñado le sonrió, mostrando los graciosos hoyuelos que se le formaban en las pecosas mejillas. Sus hijos estaban en buenas manos sin duda alguna. Sin decir nada más, se metió dentro del coche, arrancó y se alejó por la calle principal de la tranquila urbanización.
Hermione respiró profundo antes de girarse hacia los dos magos que la estaban esperando.
—Seguidme. No podemos desaparecernos delante de mis vecinos. —anunció para después hacerles un gesto amenazador con un dedo:—Y ni se os ocurra volver a pisar mis geranios.
Cruzó el jardín con rapidez. No se giró para ver si la seguían porque estaba segurísima de que lo harían. Abrió la puerta principal de la casa y los hizo pasar. Antes de cerrar asomó la cabeza hacia el exterior por última vez para asegurarse de que no hubiera ningún chismoso observando.
Después, ante la atenta mirada de Ernest y Hamed, se dirigió hacia el salón sacando la varita. Ellos la imitaron y cuando llegaron a la estancia se quedaron mirándose unos a los otros sin saber que decir. El nerviosismo flotaba en el aire como si de una nube se tratara.
—Antes de irnos, quiero saber una cosa.—dijo Hermione rompiendo el silencio.—El auror de San Mungo..., ¿le conozco?
No era lo mismo visitar a un desconocido que estaba a punto de morirse que a un amigo. Y conocía a la mayoría de la plantilla de aurores. Muchos de ellos también tenían a sus hijos en Hogwarts y Hermione había compartido trabajo con las mujeres de otros tantos. Necesitaba saber ese dato para prepararse mentalmente. Necesitaba tener controlada la situación para poder actuar bien.
Hamed y Ernest volvieron a intercambiar miradas. Y entonces Hermione sintió un escalofrío en la espalda, como si alguien le acabara de echar un balde de agua fría. Ernest Ross bajó la mirada guardando silencio.
—¿Quién es?—volvió a preguntar, esta vez un poco más desesperada.
Hamed fue el que respondió. Dio un paso adelante, haciendo que su capa de terciopelo negro ondeara a su espalda como una bandera. Después le dedicó la mirada más transparente que Hermione le había visto nunca.
—Es Malfoy, señora... Draco Malfoy.
