- Renuncio, - anunció Cameron respaldándose en su asiento, su mirada clavada en la de House.

- ¡Oh, vamos! - se quejó el nefrólogo. - ¡Es demasiado pronto para que renuncies!

- No puedo sentarme a discutir contigo toda la vida, House, - argumentó. Miró a sus compañeros y suspiró profundamente. - Además, los chicos tendrán mejores oportunidades si yo me hago a un lado.

- No digas idioteces, - se ofuscó Foreman. - El autosacrificio no te servirá esta vez. Te necesitamos tanto como tú a nosotros. No puedes renunciar ahora.

- Tiene razón, - acordó Wilson, entrando en la conversación. No renuncies. Tú quieres renunciar y él quiere que sigas... Proponle un trato, - sugirió. House se volvió hacia él y le sonrió sarcástico.

- Gracias. Con amigos como tú no necesito enemigos...

- Los tienes.

- Sí, por supuesto, pero no los necesito. - Se volvió otra vez hacia la inmunóloga: - ¿Qué propones?

Cameron sonrió. Los hombres en la oficina observaron divertidos el intercambio.

- ¿Le pedirás una cita otra vez? - tentó Chase.

- No... Que sea él quien haga ofertas para que yo no renuncie...

Se hizo silencio. Casi un minuto en el que House suspiró como tres veces, Chase y Foreman se preocuparon por su futuro unas cinco veces, y Wilson y Cameron intercambiaron miradas sonrientes y triunfantes al menos en dos ocasiones.

- De acuerdo, - anunció por fin el diagnosticador. - Te perdono tu alquiler en mi Hotel de súper lujo en el Paseo Tablado si me das la tarjeta de salida libre de la cárcel para que la use en este próximo turno.

- Acepto... Y no renuncio, - dijo Cameron, y estrechó la mano que House le ofrecía.

- ¡¿Qué sucede aquí?! - La voz de Cuddy desde la puerta resonó en toda la oficina. - Ustedes cuatro deberían estar con un paciente... Y tú, pasando consultas, - acusó señalando primero a House y los suyos y luego a Wilson.

- Resolvimos lo nuestro hace dos horas, - se excusó Chase. - Yo mismo firmé el alta del paciente.

- Y yo sólo tenía una hora de consultas. El resto se las pasé a Foreman con una apuesta, - lo imitó el oncólogo.

La expresión de Cuddy tornó de severa a incrédula.

- ¿Y se pusieron a jugar?

- Sip. Monopoly de a cuatro. Wilson llegó tarde y lo incluimos de banquero, - relató House. - Eso significa que tú no puedes entrar en el juego... Y si lo hicieras, te exprimiría como a estos papanatas... Por cierto, es mi turno, - anunció, volviéndose a Cameron. - Dame los dados, hago uso de MI tarjeta de salida libre de la cárcel.

House tiró los dados y sacó nueve. Contó los casilleros con su ficha en forma de zapato y fue a parar a la Avenida Nueva York bajo la sonriente mirada de la inmunóloga.

- Y yo que iba a renunciar, - rió. - Me debes mil dólares, -reclamó, extendiendo la palma.

El nefrólogo sonrió divertido y tomó dos billetes marrones de 500 para entregárselos.

- ¿Ya ves? Aprende del maestro...

- No eres maestro de nada. Cameron te la ha jugado bien, - le restó importancia Wilson. - Lisa usa esa misma jugada conmigo cada vez que vienen sus hermanos a jugar a casa.

Cameron miró triunfante a su marido y éste le dio un golpecito en el hombro con su bastón, fingiéndose ofendido. Ya arreglarían cuentas esa noche en su habitación...

FIN