Había salido a dar una vuelta por el hospital en su descanso. No que el paseo fuese divertido, sino que el encontrar viejos conocidos por todos lados la ayudaba a retomar fuerzas para seguir con la guardia nocturna. Pero ese día sus pies la llevaron al pasillo de las aulas de clase donde, hasta hacía poco, House había llevado a cabo su casting para reemplazarla a ella y a sus dos compañeros. Por alguna razón decidió que quería echar un vistazo por allí, a pesar de saber que a esas horas era probable que todo estuviera desierto.

Le llamó la atención un sonido que provenía precisamente del aula de su antiguo jefe. Un sonido como... ¿música? Paró en la puerta del fondo del salón y miró hacia la zona de los pizarrones, apenas iluminada en una esquina por una lámpara de escritorio. En esa misma esquina estaba el piano, y frente a él, House, tocando una preciosa melodía como si la vida le fuera en ello.

Cameron dio un largo trago al café que llevaba en la mano y entró, sentándose en la última fila para poder ver y escuchar sin ser notada.

House estaba inmerso en la música. No tenía partitura ni la necesitaba. Estaba improvisando, dejando que sus dedos se deslizaran libres por las teclas a su antojo. Una dulce melodía surgía de entre graves poderosos, igual que esa calma en el ojo de la tormenta. Cada nota desesperada iba seguida rítmicamente por otra nota de calma. Tenía los ojos cerrados, el corazón volcado sobre el teclado y la mente totalmente a un lado.

Poco a poco la música fue adquiriendo una tonalidad más suave y calmada. Hasta que, al cabo de unos minutos, un último acorde resonó en el aire dando paso al silencio.

Mientras un par de notas nuevas rompían la recién establecida calma, Cameron apuró el resto del café y se levantó para irse. Nunca había visto a House tan vulnerable como en ese instante. El nefrólogo, quizá creyéndose solo, estaba dejando salir facetas suyas que no siempre mostraba. No quería asustarlo, endurecerlo, así que enfiló hacia la salida. La música se detuvo de repente y la voz del hombre se escuchó fuerte y clara.

- No te vayas.

Cameron se volteó, pero él miraba a las teclas y no a ella.

- Pensé que querrías estar solo.

- No me molesta que tú seas mi público, - se encogió de hombros. Luego señaló una silla al frente. - Siéntate por aquí, te doy permiso para que disfrutes gratis un poco de buena música en vivo y en directo.

Ella sonrió. Bajó lentamente las gradas y se sentó donde él le indicara, cruzada de piernas y con los brazos sobre la mesilla. House volvió a presionar el teclado y una conocida melodía llegó a los oídos de Cameron.

- "Para Elisa"... - murmuró, reconociendo la famosa tonada de las cajitas musicales.

- No, - corrigió él, sin dejar de tocar. - Cuando yo la interpreto es "Para Allison", - explicó serio.

Minutos después, al morir las últimas notas en el silencio del aula, House se levantó y, bastón en mano, se dirigió hacia su ex empleada, que lo miraba aún sonriente.

- Gracias. Fue lindo escucharte.

- Fue mejor tocar para ti, - confesó. Hizo una pausa y señaló con la cabeza hacia la puerta. - Anda, vamos. Es hora de que tú vuelvas a trabajar y que yo vaya a iluminar a mis discípulos con mi enorme sabiduría y conocimiento sobre la gripe común...

La inmunóloga rió con ganas y lo siguió a la salida. Caminaron en silencio hasta la bifurcación del pasillo, donde debían separarse. House tomó la mano de Cameron, la presionó suavemente, y la soltó desganado, volteando para enfilar igual de silencioso hacia su propia oficina.

Cameron captó el mensaje al instante. Ese hombre quizá no pudiera poner lo que sentía en palabras, ¡pero vaya si era claro cuando usaba la música!

- Yo también te quiero, House, - balbuceó. Ya allá al otro lado del pasillo él pareció reconocer sus palabras y le sonrió.

FIN