Disclaimer: Los personajes de Harry Potter son propiedad de su autora, JK Rowling. A mi sólo me pertenece la idea. Además, tomé prestada la canción de La Sirenita, que tampoco me pertenece, sino es exclusiva de Disney.

Disfruten.-


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Era pleno verano y hacía un calor infernal, cosa extraña en la campiña inglesa, así que yo estaba buscando sombra en el patio para sentarme a leer. Escuchaba a los Weasley discutir dentro de la casa, razón por la que había salido de La Madriguera para leer sin interrumpir o ser interrumpida.

Encontré el lugar perfecto bajo la sombra de una higuera que se alzaba en los límites de la propiedad, así que me acomodé un poco patosamente en un hueco entre sus raíces, acaricié mi vientre – enorme, a mi parecer – bajo es vestido celeste, saqué de mi bolsillo mi reproductor MP3 – un sabio regalo que me dio Harry para mi matrimonio –, me puse audífonos y me acerqué el libro a la nariz para disfrutar su aroma; sonreí enorme y satisfechamente cuando una pequeña patada se sintió en mi interior y comencé la lectura al ritmo de la música de películas Disney.

- Es un ciclo sin fin, que nos mueve a todos... – otro cosquilleo en mi vientre.

- Un mundo ideal...

- Belleza y fealdad juntos hallarán más que una amistad... – una carcajada me sacó de mi ensoñación y los colores se me subieron al rostro al ver que Ginevra Potter estaba delante mío escuchándome cantar.

- ¿Acaso te sientes identificada con "La Bella y la Bestia"? Mira que te casaste con Ron – dijo mi cuñada mientras se sentaba delicadamente frente a mi. Qué bien le quedaba ese vestido amarillo.

- ¿Qué pasaba allá dentro? - le pregunté, evadiendo el tema de la canción.

- Lo típico: hay que cortarle el pelo a Charlie, Victorie se tragó uno de los sangranarices de George, Fleur se puso histérica... Así que prefería arrancar – levantó la nueva edición de Corazón de Bruja y con una sonrisa se estiró en el pasto a leer.

Otro cosquilleo en mi panza me arrebató un suspiro y, levantando la vista de la esbelta figura de Ginny, volví a concentrarme en mi lectura.

- Na na na na na para que bailes en esta fiesta...

- ¡Bajo el maaaaaaaaaaaaaaaaar! - Ginny gritó y yo pegué un salto, por lo que ella comenzó a reír a carcajadas – Lo siento, es que me encanta esa película.

Creo que fueron las hormonas del embarazo, pero me conmovió tanto su actitud relajada y alegre que comencé a reír sin despegar la mirada de su rostro sonrosado. Un nuevo tirón se sintió en mi vientre; sí que andaba revoltoso mi hijo ese día. Finalmente me detuve y levanté el libro que había dejado caer, concentrándome en la nueva canción que había comenzado a sonar en mis oídos.

...Ella está ahí sentada frente a ti...

Instintivamente levanté la vista y vi a Ginny recostada en el pasto leyendo.

...No te ha dicho nada aún pero algo te atrae...

Un rayo de sol se colaba por entre las hojas de la higuera y caía en su cabello desordenado en la hierba, otorgándole un intenso color cobre.

...Sin saber por qué te mueres por tratar

de darle un beso ya...

Ginny levantó la revista y nuestras miradas se encontraron, ante lo que ella levantó una ceja y yo desvié rápidamente la mirada hacia mi libro, sintiendo un ligero rubor en las mejillas.

Si la quieres,

si la quieres mírala,

mírala y ya verás,

no hay que preguntarle...

Cautelosamente volví a levantar mi mirada del libro y recorrí lentamente el contorno del cuerpo de mi mejor amiga, sintiendo un extraño calor en la base del cuello.

...No hay que decir,

no hay nada que decir,

ahora bésala...

Ginny volvió a encontrar sus ojos azules con los míos y levantó la ceja, interrogante; pero luego de unos segundos sonrió y se mordió ligeramente el labio inferior. Ese gesto hizo que mi bajo vientre diera un tirón para nada relacionado con mi embarazo, lo que hizo que me despabilara y ocultara casi la totalidad de mi rostro tras el libro del que ya no recordaba ni de qué trataba.

Shalala no hay por qué temer,

no te va a comer,

ahora bésala...

De pronto sentí que bajaban mi libro y descubrí a Ginny de rodillas frente a mi. Ni siquiera me había percatado que se había levantado. Estaba cerca. Podía contar las pecas de su rostro. Sentía el aroma a fresas de su perfume. Mis latidos empezaron a aumentar y el calor de mi cuello se expandió por toda mi espalda. Ginny sonrió.

...Sin dudar, no lo evites más

ahora bésala...

- Ginny... – dije en voz baja, buscando ser la Hermione racional que siempre he sido, pero me colocó su mano sobre los labios suavemente, como el tacto de una pluma. Estaba más cerca. La mano que había detenido mi racionalidad se movió hacia mi mejilla y yo, sin explicármelo, entreabrí los labios. Ginny cerró los ojos. Podía contar cada una de sus largas pestañas pelirrojas.

...Es mejor que te decidas ya,

ahora bésala...

Lentamente bajé mis párpados. Podía sentir su respiración acompasada sobre la mía. Mi vientre palpitaba.

...Bésala...

Mis audífonos se resbalaron al quedarse atascados en una raíz de la higuera, justo en el momento en que los labios de Ginevra Potter, mi cuñada, mi mejor amiga, rozaban los míos, devolviéndome bruscamente a la realidad. Sentía los gritos de los Weasley dentro de la casa, sentía la brisa que había comenzado a soplar, sentí que Ginny se alejaba y abrí los ojos. Una sonrisa traviesa adornaba su rostro ruborizado; una sonrisa que no tardó en contagiarme. Nos miramos unos minutos y con pude evitar largarme a reír cuando la Señora Weasley comenzó a llamar a Ginny a todo pulmón.

- ¿Ves? Lo típico – dijo ésta levantándose y alisándose el vestido amarillo – Deberíamos entrar.

- Ayúdame a levantarme.

- Y pensar que recién tienes 5 meses – dijo divertida mientras me tendía la mano.

- Estoy enorme.

- Estás hermosa – un nuevo llamado de la Señora Weasley dio final a esa frase, por lo que Ginny se giró bruscamente en dirección a la casa, lanzándome una mirada resignada por sobre el hombro - ¡Que ya voy!

La vi marcharse, mientras un caluroso hormigueo perduraba en mis labios, ahí donde se habían rozado. Miré mi libro y mi reproductor de música abandonados en el piso, pero no hice ni el amago de recogerlos. Suspiré y me volteé hacia la casa, a tiempo para ver a Ronald, mi esposo, asomar por la puerta principal. Me lanzó un beso, como era su costumbre y volvió a entrar.

Suspiré y rocé mis labios. El cosquilleo aún no se iba.

Acaricié mi vientre y pensé que si tuviese una niña, tal vez Ariel no sería un mal nombre.