Ruedas de Carruajes es uno de los fanfics de los que me siento más orgullosa. Ayer decidí reeler todo lo que había escrito y descubrí que la narración podía mejorarse considerablemente, así que decidí actualizarlo y volver a subirlo poco a poco. De esta forma, revitalizaré el fic y con un poco de suerte podrá llegar a nuevos lectores. Agradezco mucho a todos aquellos que leyeron Ruedas de Carruaje y que me dejaron tantos mensajes y tantas peticiones para que publicara el siguiente episodio. Afortunadamente, como ya están todos escritos y sólo necesitan un rápido lavado de cara, en esta ocasión las publicaciones serán bastante rápidas.

A los nuevos lectores (en caso de haberlos) les aconsejo que no lean los reviews que me han dejado antiguos lectores, por el riesgo de que leáis spoilers. Toda historia es mejor si no sabes con antelación qué va a ocurrir.

Sin más dilación, aquí tenéis RUEDAS DE CARRUAJES, desde el principio, otra vez.

RUEDAS DE CARRUAJE

CAPÍTULO I

Elizabeth Bennet contuvo un estornudo para no interrumpir el emocionante relato que habían traído sus hermanas a los pies de su cama. Un resfriado mal curado la había obligado a mantenerse en cama mientras se celebraba uno de los acontecimientos más esperados en Hertfordshire: la fiesta en la que iban a ser presentadas al Sr. Bingley. Los nervios de su madre habían empeorado en cuanto los primeros síntomas del resfriado se hicieron visibles en Elizabeth. La Sra. Bennet se quejaba de que su hija hubiera elegido un momento tan inoportuno para enfermar, como si Lizzy hubiera preferido padecer un resfriado antes que acudir a los bailes en los que tanto disfrutaba. Un panorama tan poco prometedor no podía ser más que cosas de la providencia y la Sra. Bennet lamentaba que esta situación estaba destinada a ternimar de forma pésima: o la muerte se llevaba a una de sus hijas más bellas o, a causa de perderse esta primera fiesta, el Señor Bingley sentiría una irreparable indiferencia por ella, puesto que a pesar de que ofrecieran sus excusas, Lizzy sería recordada siempre por el Sr. Bingley como una dama de salud frágil.

Por estas razones, la emoción evidente en el rostro de sus hermanas (excepto de Mary cuya expresión era tan austera como de costumbre) alivió a Lizzy, si el baile hubiera resultado un fracaso ninguna de sus hermanas estaría tan ansiosa por enumarar las veces que habían bailado y, sin ninguna duda, la Sra. Bennet jamás habría perdonado a Elizabeth el dejarse atrapar por las garras del resfriado. Lydia, la más pequeña de las hermanas, movías las manos con brusquedad mientras contaba con quién había bailado y Kitty, con los mismos gestos nerviosos, describía los vestidos de las hermanas del Sr. Bingley. Ambas hablaban al mismo tiempo y Lizzy era incapaz de seguir el hilo de sus comentarios.

- ¡Lydia, Kitty… una a una, por favor!- pidió Lizzy, enviándole una divertida mirada a su hermana Jane que, en silencio, sonreía ilusionada. Mary, sin embargo, miraba a sus hermanas pequeñas con una mezcla de reproche y aburrimiento.

Las pisadas de la Sra. Bennet alertaron a sus hijas de su presencia antes de que abriera la puerta, sin llamar y con las mejillas rosadas de felicidad. Llevaba una bandeja del desayuno para su hija resfriada, la cual depositó sobre la cama de Elizabeth para poder hablar con sus habituales aspavientos.

- Elizabeth ¿Es qué acaso no nos vas a preguntar sobre la gran fiesta de anoche? ¿Cómo puedes estar tan desinteresada por un asunto de tanta importancia? ¡Oh, Lizzy, cinco mil libras al año! - exclamó la Sra. Bennet haciendo referencia a la fortuna del Sr. Bingley.

- Ante tal desmesurada alegría no puedo más que suponer que el Sr. Bingley encontró satisfacción en la compañía de alguna de vosotras- dijo Elizabeth, sonriente.

- ¡Jane! ¡Bailó con ella dos veces! También bailó con Charlotte, pero tuvo que resultarle mucho más agradable la compañía de Jane porque se apresuró a pedirle un segundo baile.

Elizabeth no reprimió su sonrisa y dirigió su mirada a su tímida hermana, que intentaba esconder su alegría.

- ¿Y cómo es el Sr. Bingley?¿Es agradable, guapo?

La Sra. Bennet abrió la boca para responder pero Jane se adelantó.

- No podía ser más agradable y alegre, Lizzy.

- ¡Y rico!- incluyó su madre- Aunque más grande es la fortuna del amigo que lo acompañaba; El Sr. Darcy , creo que se llamaba, aunque se mostró arrogante y mal educado durante toda la noche.

- Era un hombre tímido, sin embargo, aunque no lo consideré tan arrogante como dices, mamá- le defendió Jane con su natural bondad. Frunció las cejas levemene antes de añadir- Aunque me sorprende que alguien tan alegre como el Sr. Bingley tenga como confidente a un hombre con una personalidad tan seria como el Señor Darcy.

- ¡Oh, Jane! Si tú misma lo criticas que nunca te atreves a decir nada contra nadie... Ese tal Sr. Darcy debe ser realmente un hombre horrible.

- No me mal interpretes, Lizzy. A pesar de ser un hombre extremadamente serio seguro que tiene otras cualidades que no hemos sido capaces de identificar.

- Era muy apuesto- se metió Lydia en la conversación, que lejos de permanecer en silencio había seguido enumerando los encantos de la fiesta a la vez que saltaba cogida de las manos con Catherine.

- No era tan apuesto- murmuró la Sra. Bennet - Lo atractivo que puede resultar al principio desaparece cuando conoces su mal carácter. ¿Puedes creer, querida Lizzy, que no bailó con ninguna joven a pesar de que escaseaban los hombres en la fiesta?

- ¿No le gustaba bailar? ¿Qué hizo entonces durante toda la fiesta?- quiso saber Lizzy.

- Se paseó intimidando a todos con su porte. Nos miraba orgulloso de poseer grandes cantidades de dinero y seguramente casas de incontables habitaciones...¡Engreído!- profirió la Sra. Bennet con mal humor.

Repentinamente, la puerta de la habitación volvió a abrirse a pesar de que en la pequeña habitación que Elizabeth y Jane compartían ya no había espacio para ningún alma más. El Señor Bennet, con una pipa entre los labios, miró a sus hijas y a su esposa con una ceja alzada.

- ¿Qué hacen aquí todas mis damiselas? La planta de abajo está desierta y creo que las criadas están comenzando a servir el desayuno a las sillas vacías- dijo el Sr. Bennet, apartándose de la boca la pipa. El ruido que solían hacer los gritos de su ruidosa familia le había advertido del lugar donde se encontraban.

- No te impacientes, Sr. Bennet, que sólo le contábamos a Lizzy sobre la fiesta de anoche y la suerte que tuvo Jane al recibir tanta atención del señor Bingley.

- ¿Cómo te encuentras, Lizzy?- se interesó su devoto padre.

- Ya casi recuperada, padre. Aunque aún se escapa algún estornudo… -reconoció Elizabeth.

- Unos días más de cama te harán bien- dijo el Sr. Bennet.

Elizabeth puso los ojos en blanco. Ya hacía días que deseaba disfrutar de sus largos paseos por los campos, ni la lectura de sus libros preferidos le aliviaba el agobio de permanecer tanto tiempo encerrada en su habitación.

- Pero papá...¡Ya casi no siento los pies! - se quejó.

- ¡Oh, que hija más ingeniosa tengo! – se burló el señor Bennet- Si para mañana sigues estando recuperada, ya podrás hacer tus largos paseos.

Elizabeth dio las gracias a su padre y se despidió de ellos cuando éstos bajaron a desayunar. Miró a su plato con hambre y comenzó a comer mientras imaginaba los aspectos del Sr. Bingley, sus hermanas y el enigmático Sr. Darcy.


Desgraciadamente, el resfriado persistió durante algunos días más, privando a Lizzy de su ansiada libertad. Tanto Jane como su amiga Charlotte la visitaron a menudo, aliviando en parte su aburrimiento. La misma mañana en la que terminó la tercera novela que había comenzado desde los inicios de su resfriado, Jane entró a su habitación con cara de preocupación. Jane no compartió inmediatamente las razones de su entristecido ánimo pero Lizzy, después de insistir, consiguió que su tímida hermana le explicara sus preocupaciones. La Señorita Bingley había invitado a Jane a cenar pero le había informado que su hermano sería incapaz de asistir. La Señora Bennet no estaba dispuesta a que Jane acudiera a Netherfield sin poder ver al Señor Bingley, puesto que difícilmente podría enamorarlo si no se volvían a ver. La Señora Bennet había decidido que Jane acudiría en caballo, a pesar del mal tiempo, y que al llegar a Netherfield estaría tan empapada que la Señorita Bingley no podría más que invitarla a pasar la noche para cambiarse la ropa mojada o recuperare, en caso de que el viaje le hubiera provocado un resfriado.

- Si actúo como mamá pretende, Caroline Bingley me considerará insensata e incluso estúpida, pues ¿Quién decide viajar en caballo bajo unas nubes tan oscuras?

- No dejes que te convenza. Mírame a mí... me consumo de aburrimiento. Además, si es verdad lo que Lydia dice sobre el baile que el Sr. Bingley piensa celebrar, sería una desgracia para mamá y para todas nosotras que tú estuvieras indispuesta como yo lo estuve para la última fiesta.

- Espero que eso sea suficiente para hacerla entrar en razón. No habría cosa que me diera más vergüenza que aparecer completamente mojada en la casa del Sr. Bingley.

- Jane eres tan buena y hermosa que ni incluso mojada el señor Bingley dejaría de sentirse atraído por ti - opinó Lizzy- pero de todas formas, por tu salud, será mejor que lleves un carruaje.

Los argumentos de Jane, Elizabeth y el Sr. Bennet sobre lo horrible que sería tener que tratar un nuevo resfriado fueron suficientes para que la Sra. Bennet desistiera de su absurda intención. El día de la total recuperación de Elizabeth coincidió con la vuelta de Jane, después de haber cenado en Netherfield.

Nada más sentarse a la mesa, La Sra. Bennet exigió a Jane que le contara cada detalle de la velada que había pasado en Netherfield.

- El Sr. Bingley fue muy educado, al igual que sus hermanas y el Sr. Darcy- informó Jane que no podía suprimir su sonrisa- Además la comida era realmente deliciosa, deben de tener unas cocineras estupendas.

- ¿Cómo era la casa?- preguntó la Sra. Bennet- Supongo que tendría sofás muy caros y cuadros con adornos dorados, columnas de mármol y obras de arte.

- La casa era bien hermosa y estaba maravillosamente decorada- fue lo único que Jane dijo- Me alegra muchísimo que te hayas recuperado por fin del resfriado- dijo Jane, dirigiéndose a Elizabeth, con intención de zanjar el tema.

Lizzy asintió con la cabeza y sonrió a su hermana mayor.

- Ha sido una suerte tu rápida recuperación, Elizabeth- dijo su padre y Lizzy dudó de que el adjetivo "rápida" fuera el más adecuado- Porque mañana tendremos un invitado a esta misma mesa.

- ¿Un invitado? ¡No me habías dicho que habías invitado al Sr. Bingley, Jane!- exclamó la Sra. Bennet.

- No es el señor Bingley- dijo su esposo- Se trata de una persona que no he visto en mi vida.

Estas palabras despertaron el asombro general; y él tuvo el placer de ser interrogado por su mujer y sus cinco hijas a la vez.

Después de divertirse un rato, excitando su curiosidad, dijo:

- Hace unos días recibí una carta del Señor Collins- la mención de ese hombre provocó una mueca en el rostro de la Sra. Bennet, sus dos hijas menores pidieron aclaraciones a Elizabeth y a Jane sobre ese nombre y cuando éstas parecían haber comprendido la aflicción de su madre ante tal asunto, el Sr. Bennet continuó- Pero no te alarmes, querida. En la carta no muestra deseo alguno de reabrir antiguas disputas de su padre en cuestión a nuestras propiedades. Sabes que al tener sólo estas cinco hermosas hijas, nuestra casa y demás pertenencias pasarán a sus manos. Quizá sea buen hombre y se apiade del destino de sus primas.

- ¡Ay, señor Bennet, Dios lo quiera!

La expectación que había creado el forastero llegó a su punto más álgido cuando el timbre de la casa sonó, advirtiendo de la llegada del Sr. Collins. Todas las hermanas se colocaron en la puerta, expectantes porque su padre abriera por fin la puerta y diera la bienvenida al invitado.

Con la misma pasión que en un principio habían querido conocerlo, las cinco hermanas desearon ahora borrar de sus mentes el petulante rostro del Sr. Collins y sus forzosos gestos educados.

La comida resultó tremendamente aburrida ya que el invitado no paraba de halagar a una tal Lady Catherine y les informaba sobre una rectoría que acababa de adquirir. Lydia ni si quiera se molestaba en fingir que le importaba lo que decía el Sr. Collins y había optado por conversar con su hermana preferida sobre los generales que llegarían a Herthforshire en cuestión de días.

Lizzy se sorprendió incluso deseando que su resfriado hubiera durado dos días más, de ese modo ahora mismo estaría cenando sola en su habitación. Por ello, en cuanto tuvo la menor ocasión, informo a su padre de su intención de ir a dar un paseo.


Se sintió aliviada cuando pudo respirar aire puro, hacía tanto tiempo que no salía a dar sus acostumbrados paseos que se sintió emocionada cuando sus pies rozaron el mullido césped. Comenzó a caminar sin destino fijo, aligerando en ocasiones el paso o parando a respirar con profundidad. Agarró unas piedras del suelo y se puso a jugar con ellas como si fuera una niña de doce años, las lanzaba al aire para atraparlas al vuelo. Caminó tanto que, al llegar a los bordes del camino principal, seguía inmersa en el juego de sus piedrecillas.

Volvió a lanzar las piedras al aire, pero por un tropiezo, éstas cayeron en medio del camino. Lizzy se apresuró a recogerlas sin concentrarse en otro ruido que no fuera el golpe de las piedras contra el albero. Entonces, escuchó el sonido del trote de unos caballos pero estaba tan absorta que creyó que el ruido sonaba más lejano. Cuando miró hacia su derecha, se asustó al ver tan cerca el rostro de los dos caballos y el cochero deteniendo con brusquedad el carruaje; Lizzy perdió el equilibrio y cayó al suelo, sintiendo un puntazo de dolor en uno de los tobillos. El carruaje había parado a poca distancia de ella. Lizzy abrió los ojos, tras intentar contener gemidos de dolor, para mirar al hombre que bajaba del carruaje. Era un caballero muy bien vestido, que la miró preocupado y no dudó en acercarse a ella para cerciorarse de que se encontraba bien.

- ¡Dios mío, Señorita! ¿Se encuentra bien?- dijo el caballero, colocándose a su lado y extendiéndole la mano para ayudarla a incorporarse.

- Creo que sí- murmuró Lizzy, intentando levantarse. Con la ayuda de la mano del caballero, consiguió ponerse en pie pero se mordió el labio de dolor cuando intentó apoyar su pie derecho sobre el suelo.

- ¿Le duele el tobillo? ¿Señorita...?- el joven no supo qué más añadir, al no saber el nombre de Elizabeth.

- Elizabeth Bennet- informó Lizzy- Y sí, me duele un poco el tobillo- reconoció.

- ¿Bennet? ¿Tiene por casualidad algún parentesco con la señorita Jane Bennet?- Elizabeth le miró con curiosidad. ¿Sería aquel caballero el Sr. Bingley?¿O quizá el Sr. Darcy ? Según las descripciones que sus hermanas habían hecho de los habitantes de Netherfield, Lizzy supuso que se encontraba enfrente del Señor Bingley puesto que la simpatía que estaba mostrando en esos instantes no encajaba con el agrio carácter del Señor Darcy.

- Es mi hermana mayor. ¿Es el señor Bingley?

- Así es. Encantado de conocerla- dijo con educación.

- Igualmente. Jane me ha hablado de la agradable atención que usted siempre le dedica. Según ella, es todo un caballero.

- Un caballero que casi le atropella- dijo avergonzado Bingley.

- ¡Oh, fue mi culpa! Me abalancé al camino sin mirar si venía algún carruaje, no puedo creer que no escuchara el trote de los caballos- se excusó Elizabeth.

- Tengo entendido que su casa está bastante lejos; Sería para mí un placer poder llevarla a mi hogar para curar la herida del tobillo cuanto antes.

- Es muy amable, pero debo declinar su oferta. No creo que sea tan grave la herida del tobillo...- Elizabeth se mordió el labio, dudando repentinamente de su rápida declinación- Aunque por otra parte me será complicado volver a casa andando- Elizabeth se lamentó de su mala suerte, tras un largo resfriado ahora se doblaba el tobillo.

- Claro que sí. Por favor, mi casa está mucho más cerca, cuanto antes se limpie esa herida, antes podrá andar con naturalidad...

Elizabeth finalmente accedió y se montó en el carruaje junto al Sr. Bingley. La presencia del joven era más que agradable y Elizabeth se sorprendió al coincidir con los deseos de su madre sobre aquel posible matrimonio. Lizzy siempre se había onorgullecido de que sus primeras impresiones siempre eran certeras y con aquel pequeño viaje a Netherfield, pudo vislumbrar que el buen carácter del Señor Bingley concordaba con la bondad de Jane a la perfección.

- Creo recordar que no pudo asistir a la fiesta por un resfriado- comentó Bingley, cuando aún se encontraba dentro del carruaje, dirigiéndose a Netherfield.

- Sí. Tuve la mala idea de querer dar un paseo bajo un cielo lleno de nubes negras- explicó Elizabeth- Fue para mí todo un pesar perderme la fiesta, no hay nada que me produzca más placer que bailar. Dar paseos, quizás, pero ambos no son ejercicios muy dispares.

- Su hermana sintió también mucho su ausencia.

- Al igual que yo sus cuidados, aunque había criadas, la compañía de mi hermana Jane siempre me hace bien.

- No lo pongo en duda, es una dama muy dulce.

- Estoy de acuerdo- contestó Lizzy, disfrutando de la admiración que con tanta evidencia Bingley mostraba para con su hermana mayor.

Durante todo el trayecto, Elizabeth le habló sobre Jane; y Bingley escuchaba de buena gana, interesado en cada aspecto de Jane y queriendo saber incluso más sobre ella. El carruaje se paró delante de Netherfield y Bingley ayudó a Elizabeth a bajar del carruaje. Las descripciones de las buenas actitudes de Jane fueron el tema central durante todo el viaje y Elizabeth estaba tan ocupada halagando a su hermana que no se percató de la belleza de Netherfield hasta que se vio sola en el gran salón. El Sr. Bingley le había pedido que se acomodara en el salón, como si fuera su casa, mientras él buscaba a algunas criadas que le revisaran la herida o llamaran al médico, en caso de que resultara necesario. Elizabeth, cansada, se dejó caer sobre uno de los sillones de aquella sala. Netherfield era una casa inmensa, el salón igualaría el tamaño de todas las habitaciones de sus hermanas y sus padres juntas. La decoración era simplista pero elegante, sin abusar en absoluto del estilo gótico que tanta moda estaba creando en aquellos momentos. El estilo del salón le recordaba a Elizabeth los bocetos sobre la arquitectura renacentista que alguna vez había ojeado en el estudio de su padre. Lizzy miró su pie con un suspiro de resignación. Al bajar la mirada, descubrió que su vestido estaba sucio y algunos jirones se habían desprendido de los bajos de su falda. Elizabeth siempre había vestido con más sencillez de lo que su madre consideraba adecuado para la hija de un caballero (reservaba sus vestidos más llamativos para los bailes), por aquella razón, en aquel instante su apariencia era tan pobre que Elizabeth se sintió incómoda entre tanto lujo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de unos pasos firmes, casi intimidantes. Elizabeth no necesitó levantar la cabeza para saber que no era el Sr. Bingley. Hubiera sido imposible encontrar a las criadas con tanta rapidez y había algo en el ritmo de sus pasos que le asegura que no se trataba de Charles Bingley, a pesar de que hacía sólo horas que lo conocía. El dueño de aquellos pasos estaba dirigiéndose a ella con determinación. Era un caballero bastante atractivo a pesar de su ceño fruncido y sus finos labios torcidos en una seria mueca. Su cabello era negro y levemente rizado y sus ojos de un brillante azul, escondidos bajo sus gruesas cejas. Elizabeth no tuvo duda alguna de que aquel hombre que se acercaba a ella con tanto impetú era el desagradable Señor Darcy. Su rostro inexpresivo le provocó curiosidad puesto que Elizabeth siempre disfrutaba identificando el carácter de todo el mundo, era una afición que había desarrollado durante los años.

- Por fin encuentro a alguien- musitó el joven, plantándose delante de Elizabeth - Quisiera saber si ha llegado una carta de mi primo, el Coronel Fitzwilliam. La Señora Nicholls me dijo que me informaría, pero no he sabido nada en todo el día.

Elizabeth frunció el ceño contrariada, sin saber de qué le hablaba el caballero.

- ¿Quién es la Sra. Nicholls?- se decidió a preguntar.

Esta pregunta hizo que el hombre frunciera aún más el ceño, Elizabeth se sorprendió de que eso fuera posible.

- La ama de llaves. ¿Es que no sabe para quién trabaja? La señora Nicholls dirige a todas las criadas...

Elizabeth alzó el mentón e irguió su espalda al darse cuenta de aquel insultante malentdido. Ella no era una criada y a pesar de que su accidente había empeorado su apariencia, estaba segura de que no llegaba a los extremos de parecer una ayudante de la casa.

- No, yo no soy criada- respondió con todo el orgullo que pudo agrupar.

Los ojos azules del Señor Darcy denotaron sorpresa y el caballero miró de arriba abajo a Lizzy, con la suficiente discrepción como para no parecer grosero aunque Elizabeth no tuvo problemas en adivinar que Darcy estaba juzgando su atuendo.

Elizabeth se levantó nerviosa, sacudió un poco su falda e inclinó la cabeza para presentarse.

- Soy la Señorita Elizabeth Bennet.

- ¿Bennet?

- Así es, hermana de Jane Bennet...

- ¡Oh, veo que has conocido a nuestra invitada!- la voz alegre de Bingley hizo que Darcy se girara hacia su amigo, antes de volver a mirar con desconfianza a Elizabeth- Ha tenido un pequeño accidente, del cual yo soy desafortunadamente culpable.

Darcy continuaba mirando a Lizzy con detenimiento, como si las explicaciones de su amigo no fueran suficiente para convencerle de que alguien como ella pudiera ser algo más que criada. Elizabeth se prometió que no se dejaría intimidar por la profunda mirada del Señor Darcy.

- Este es mi gran amigo, Fitwilliam Darcy- les presentó el Señor Bingley, sin percatarse de la tensión que había provocado el malentendido- Ella es Elizabeth Bennet, una de las hermanas de Jane.

Elizabeth inclinó la cabeza y Darcy le contestó al saludo con sobriedad. Sus ojos aún estaban posados sobre ella. Por fin, miró a su amigo.

- ¿Sabes el paradero de la Señora Nicholls, Bingley? Estoy esperando una carta.

- Creo que está instruyendo a las cocineras... Porque se quedará a cenar ¿verdad, Señorita Bennet?

- Yo no...

- Incluso el gesto de subirse a un carruaje podría afectar a su pobre tobillo, si quiere podemos mandar una carta a su hermana Jane para que venga a hacerle compañía, se quedará al menos hasta mañana, por el bien de su tobillo.

Dándose cuenta del propósito de Bingley, Elizabeth accedió.

- Darcy. ¿Esa carta que espera es de su primo Fitzwilliam? Espero que responda afirmativamente a mi invitación para el baile- quiso saber Bingley.

- Estoy seguro de ello- dijo con simpleza Darcy antes de inclinarse para despedirse de Elizabeth y Bingley con la misma austeridad con la que los había saludado.

Elizabeth observó como el señor Darcy se alejaba de ellos con paso firme, incluso su seriedad se podía adivinar al contemplar sus rígidos hombros y sus sólidos pasos. El Sr. Bingley le hablaba pero Elizabeth no se percató de ello hasta que la figura del arrogante caballero había desaparecido por la puerta del fondo.

- ...ahí está la criada, le dije que no tardaría mucho- dijo Bingley, levantándose para mirar a la criada que entraba por la puerta por donde hacía poco se había marchado Darcy.


En cuestión de segundos la herida de Elizabeth estaba limpia, el dolor había mermado pero aún no podía apoyar el pie. Bingley le hizo compañía toda la tarde, e incluso sus hermanas se acercaron a conocer a la hermana de Jane Bennet. El caballero que por suerte para Elizabeth no se presentó en ningún momento era el Sr. Darcy. Aunque Lizzy no podía negar que le embargaba la curiosidad de saber dónde se encontraba. Tampoco estaba segura si la presencia de Darcy sería más insoportable que la de Caroline Bingley, en apenas media hora Lizzy había conseguido captar su carácter; Caroline Bingley, además de gracia, riqueza y belleza, derramaba una hipocresía que no se molestaba en ocultar y juzgaba a todos con un rápido fruncido de labios. No fue necesario que Caroline dijera nada para que Elizabeth se percatase de que ella y su hermana estaban criticando por lo bajo el aspecto de la joven.

- Charles ¿Sabes dónde se encuentra el señor Darcy? Es extraño que no nos acompañe, seguro que tiene tanto interés como nosotras en conocer a la Señorita Bennet- dijo Caroline lanzando una despectiva mirada a Elizabeth.

- En realidad, Darcy ya ha conocido a la Señorita Bennet, pero estoy seguro que desconoce nuestra reunión sino no dudaría en presentarse para unirse a nosotros en nuestra amena conversación y de esa forma, conocer mejor a la Srta. Bennet.

Elizabeth dudo seriamente en las palabras del Sr. Bingley. El Señor Darcy que ella había conocido hace poco no parecía disfrutar de las conversaciones, mucho menos aquellas amenas, y no había mostrado ningún interés por conocerla.

- Oh ¿Y qué le ha parecido el Sr. Darcy?- preguntó Caroline a Elizabeth.

- Un hombre muy cortés- respondió Lizzy, incapaz de encontrar otra impresión positiva en el caballero.

- Absolutamente- dijo Caroline Bingley- Su cortesía y su atractivo son conocidos en toda Inglaterra.

Elizabeth asintió, sin saber qué decir.

- Dígame, Señorita Bennet ¿No le gustan los bailes?- quiso saber la señora Hurst, la otra hermana de Bingley.

- Al contrario, no hay nada que me parezca más gratificante que bailar- dijo Elizabeth- No hay mejor forma de hacer amigos.

- No recuerdo haberla visto en la fiesta donde conocimos a su hermana.

- Un resfriado me lo impidió.

- ¡Oh, Charles, en ese caso tienes que retrasar el baile que piensas organizar hasta que la Señorita Bennet se encuentre en condiciones de asistir!- dijo Caroline en lo que Elizabeth supuso eran falsas muestras de simpatía.

- No querría causar tanta molestia... -comenzó a decir Lizzy.

- Por supuesto que esperaremos a su recuperación- contestó Bingley con un afable asentimiento de cabeza.

- Será para nosotros todo un placer ver sus dotes en la pista de baile. Su hermana era una gran bailarina y estoy segura de que usted no posee menos talento que ella.

- Creo que no, Señorita Bingley- dijo Elizabeth, entonces giró su cabeza para diriguirse al Sr. Bingley- Por cierto ¿Sabe algo de mi hermana Jane?

- No podrá venir hasta mañana porque creo que tienen en su casa una importante visita- dijo el Sr. Bingley- pero se presentará mañana a primera hora del día. Además, el cochero acaba de traer alguna de sus pertenencias para que pueda cambiarse y ponerse ropas más cómodas.

- Muchas gracias- dijo Elizabeth a pesar de que la noción de permanecer tanto tiempo en aquella casa en la que sólo la presencia del Sr. Bingley le reconfortaba resultaba desagradable.

- Si está muy incómoda, la señora Watson la acompañará al piso de arriba, han dejado sus pertenencias en la habitación de invitados...

Elizabeth aprovechó el ofrecimiento del Señor Bingley para huir de la desagradable compañía de Caroline Bingley. A pesar de que Caroline no había dicho nada especialmente insolente, había algo en su forma de hablar y gesticular que provocaba desconfianza. Parecía que la simple presencia de Elizabeth en Netherfield desagradaba y divertía a Caroline al mismo. La hermana de Bingley parecía una experta en manipular conversaciones y Elizabeth se imaginó que más de una víctima habían terminado insultándose a sí mismos al conversar con Caroline, sin percatarse de ello. En cuanto la Señora Watson la ayudó a salir del salón y la acompañó hasta la habitación, Elizabeth no pudo evitar mirar a su alrededor para comprobar si se cruzaba con el Señor Darcy. Sus sentidos estaban alerta como si, en lugar de un caballero excesivamente serio, se tratara de una bestia. Elizabeth no terminaba de comprender porqué la prepotencia del Señor Darcy le resultaba más intimidante que las venenosas palabras de Caroline Bingley.