Buenas he vuelto pero por poco tiempo por que la uni me tiene liada, esto es una adaptación de un libro de Lorelei James que se titula de la misma forma que el fic.

Intentare subir esta semana unas cuantas veces al dia y ponerme al dia con mi fic que esta estancado. Besitos y gracias por todo chica/o(s).


CAPÍTULO 01

En una borrachera atrevida después de demasiados kamikazes1, Isabella Swan se encontró a si misma de pie sobre la barra de un bar, mientras un camarero llamado Moose rociaba su pecho con cerveza helada.

— ¡Participante número cuatro! ¡Muestra lo que tienes, nena!

Isabella sacó su prominente pecho, pezones endurecido esa la carga. Eclipsó totalmente a las otras participantes. Sonrió coqueta. Era la primera vez desde su decimotercer cumpleaños que no se sentía avergonzada por tener senos grandes.

En medio de silbidos y maullidos lo hizo aún más sexy, sacudiendo sus caderas. Deteniéndose sobre las puntas de sus pies para forzar su camiseta más arriba sobre su vientre plano.

Abriendo un poco sus piernas, giró sobre sus botas, se inclinó, y tocó sus tobillos, sacudiendo su trasero y sus pechos.

La multitud de hombres se volvió absolutamente salvaje.

— ¡Yii-haw! —gritó ella y saltó de la mesa.

Nunca, ni en un millón de años, alguna de las personas que la conocían desde niña creerían que Isabella pudiera entrar a un concurso de camisetas mojadas, mucho menos ganar el primer puesto.

Un pequeño coro de la canción de Toby Keith "¿Qué piensas de mí ahora?" sonó en su cabeza y sonrió.

Después de recibir felicitaciones de algunos vaqueros admiradores y algunos chicos de la fraternidad, vertió un kamikaze fresco en su copa-trofeo.

Brindó con su reflejo en un espejo roto detrás del bar y le gustó mucho lo que vio.

Miró a su alrededor, medio asustada al ver a James acercándose a ella, intentando arruinar su diversión tratando de llevársela a celebrar su victoria en privado. El hombre era realmente antisocial. Y maldición, ella por fin se estaba divirtiendo.

El bar estilo Viejo Oeste estaba a reventar. James odiaba las multitudes, pero también odiaba dejarla en medio de una, especialmente si estaba compuesta por hombres borrachos y cachondos. ¿A dónde podría haberse ido?

¿Y de verdad le importaba?

Un dulce y cálido aliento cosquilleó en su oreja. — ¿Buscando a alguien, preciosa?

Isabella inclinó su cabeza. Edward Cullen, el rey del circuito de rodeo, estaba mirándola fijamente. De lejos parecía guapísimo. De cerca era siempre devastador. Ojos verdes como el bosque, cabello castaño oscuro, tirando a cobrizo, y rasgos marcados que no le hacían parecer el típico vaquero, sino que le recordaban la imagen de un poeta melancólico.

Su tonificado cuerpo hablaba de sus proezas atléticas con caballos y toros; sus brazos fuertemente musculosos y sus grandes manos callosas hablaban de su habilidad con las cuerdas. Mmm. Mmm. Era delicioso y lo sabía. De la misma forma que sabía que la hacía sentir asustadiza como un potrillo.

Ella sacudió su cabello detrás de su hombro, un gesto nervioso que esperaba que él leyera como rechazo. —Hey Edward. ¿Has visto a James?

— Está en el baño, hablando por su teléfono móvil. —El llamativo vaquero sonrió, dejando ver sus hoyuelos.— Lo que te deja desatendida. Lo que es una verdadera lástima. Baila conmigo.

Su estomagó se retorció, una reacción por la que decidió culpar al licor, y no a la intensamente sexy forma en que Edward estaba estudiándola.

Está bien, era una mentira total. Ella siempre actuaba como muda cada vez que estaba tan cerca de Edward, y de su igualmente sexy compañero de viaje, Jasper Whitlock.

James la mantenía alejada, por lo que no había podido confirmar los rumores de que Edward y Jasper eran los chicos malos del circuito. Ella sabía que eran competidores feroces; ellos trabajaban duro y jugaban duro, dentro y fuera de la arena. Había visto fanáticas de las hebillas de todas las edades compitiendo por su atención.

Pero ella, la pequeña tramposa de ciudad don nadie Isabella Swan, había capturado el interés de Edward.

Así que, por alguna razón desconocida, Jasper y Edward la cortejaban descaradamente a cada oportunidad. Algunas veces por separado. Algunas veces trabajando en equipo con fuertes dosis del viejo encanto masculino. La hacía imaginarse cómo sería tenerlos trabajando en equipo en privado.

Woo-ee. ¿Con lo buenos que eran montando sus caballos? probablemente terminarían acabando con la cama. O con ella.

— Vamos Isabella, —Edward trataba de engatusarla.— Una canción.

Llevada por su fantasía de estar en medio de un sándwich de Edward y Jasper, tartamudeó.— Yo…yo estoy toda mojada. Y huelo a cerveza.

La mirada de Edward se enfocó en su pecho.— Y no me estoy quejando.

— Lo harás una vez que esté pegada a ti y te moje.

El se inclinó y murmuró en su oído— Nop, caramelito. Prefiero a mis mujeres mojadas. Realmente mojadas. Me encanta cuando dejan toda esa humedad sobre mí. En mis dedos. En mi cara. En mi…

— ¡Edward Cullen! —Sobrepasada por la imagen de su oscura cabeza enterrada entre sus piernas, su boca brillante con sus jugos, intentó alejarle. Él no se movió. El hombre estaba redefinido en roca sólida. No quedaban dudas del trabajo que tenían esos toros y broncos tratando de derribarle.

— No estás tan indignada como pretendes hacerme creer, Señorita Isabella. De hecho, —mordisqueó su oreja, enviando cosquillas en línea directa a sus pezones,—sospecho que alguien tan fogosa como tú prefiere que le hablen sucio.

El sutil olor a pino de la loción de afeitar de Edward, y el casi imperceptible aroma de macho excitado empapó su piel más exhaustivamente que la cerveza. Un escalofrío puramente sexual se desató desde su cabeza y la recorrió hasta la punta de sus botas de vaquera.

— Ven y baila conmigo. Veamos si podemos expandir esa humedad un poco. —Sin esperar su respuesta, Edward la arrastró hacia la pista de baile.

Honky tonk Badonkadonk2, sonaba desde los altavoces.

Un segundo después de ser engullidos por la masa de cuerpos bailando, Edward la presionó contra su firme cuerpo. Un hombre grande y fornido, su cuerpo era realmente duro, desde su pecho bronceado, hasta sus perfectamente ejercitados muslos. Nada de bailes lentos para ellos. El cubrió su mano derecha con su izquierda, acomodando su palma derecha en la parte baja de su espalda. Ese simple toque quemó su piel como si se tratara de una marca al rojo vivo.

— ¿Estás bien?

Isabella asintió, incluso cuando se sentía mareada con la idea de que el vaquero más caliente del circuito tenía una erección por ella, justo aquí, en medio de reinas del rodeo, contratistas, veteranos y todos los demás.

— ¿Ves? No es tan malo, ¿verdad?

— No, de hecho, esto es bastante bueno, Edward. —Apoyó su mejilla en su pecho y suspiró suavemente.

— ¿Bueno? Voy a aceptar eso, aunque preferiría que fueras traviesa. —La apretó más contra sí mismo.— Sería aún mejor si estuviéramos desnudos, —susurró contra su frente.

Bailar desnudos. Eso podría ser interesante. Le daba un nuevo significado al término libertino.

Las botas vaqueras resonaban sobre la arena. Hombres y mujeres giraban entre destellos de flecos y diamantes de imitación. Finalmente Edward habló de nuevo.

— ¿Puedo preguntarte algo, cariño?

— Supongo.

— ¿Como terminaste con James?

Por qué no te vi a ti primero.

Isabella no le miró directamente; en su lugar estudió los botones perlados de su camisa vaquera a cuadros.— Nos conocimos después de la exhibición de la monta de toros. Hablamos un poco y le conté que quería una aventura. Nos enredamos y aquí estoy. ¿Por qué?

— Así que, ¿No estás tontamente enamorada de él? ¿Esperando que ponga un anillo en tu dedo al final del verano?

— No. —A decir verdad, ella sospechaba que se había equivocado escogiendo a James. Debajo de su encantador acento australiano se escondía un hombre voluble y posesivo lleno de secretos. No tenía idea de que hacer al respecto.— ¿Por qué?

— Esto no parece propio de ti.

— ¿Qué? ¿Viajar en el circuito de rodeo?

— Bueno, eso también. Pero más que nada, me refería a una chica de ciudad con clase como tú enredándote con ese patético mentiroso.

Isabella levantó la mirada. En lugar de ponerse rabiosa y a la defensiva, sacudió sus pestañas y endulzó su tono.— Por qué, Edward Cullen, no me había dado cuenta de lo mucho que te preocupa proteger mi inocencia.

— No es tu inocencia lo que me preocupa.

— ¿Entonces qué?

Su mirada hambrienta capturó cada rasgo de su cara, enfocándose principalmente en su boca. El calor de sus ojos recorrió su espalda, concentrándose en sus entrañas. Se sintió más expuesta que si la hubiera desnudado totalmente.

— Jesús. Cada vez que te miro pierdo el maldito rumbo de mis pensamientos.

— ¿Por qué?

— Por qué tienes el dulce rostro de una niña inocente y el cuerpo de una prostituta cara.

Su boca cayó abierta.

Estudiando sus ojos, Edward sonrió diabólicamente e inclinó su cabeza. Aprovechándose de sus labios abiertos, su lengua se introdujo en su boca. No hubo ningún beso fuerte o rápido. Tan solo un fugaz toque de sus suaves labios. Un movimiento persistente de su lengua aterciopelada. Su aliento cálido se mezcló con el suyo y su pulso se aceleró. En todas partes.

Oh. Mientras su talentosa lengua se deslizaba junto a la suya, cualquier pretensión de resistirse se desvaneció. Ella saboreó su gusto; un picante sabor a cerveza, tabaco y crema de dientes. Otro escalofrío la recorrió y gimió suavemente.

— ¿Esto te sorprende, cariño? —murmuró él, contra la esquina de su temblorosa boca.

Isabella forzó sus labios traidores a alejarse de su calmado asalto.— ¿Que si me sorprende que me clasifiques como una puta, igual que esas fanáticas de las hebillas que te siguen por todas partes? No.

Sus ojos se encendieron en fuego verde, como si de alguna forma le hubiera insultado.— Yo nunca te he llamado puta. Tampoco he dicho que seas una inocente, pero me doy cuenta de que decidiste no enfocarte en esa parte de mi frase.

— Entonces explíquese, Señor Cullen.

— Me paso más tiempo pensando en usted del que debería, Señorita Isabella. —Edward no perdió el ritmo por un segundo mientras cuidadosamente introducía un muslo entre los suyos y continuaba bailando con ella.

Desconcertada por la abrasadora fricción de su pierna frotándose contra su entrepierna, ella simplemente dijo,— ¿En qué piensas, cuando estás pensando en mí?

— Bueno, no estoy fantaseando con tomarte de la mano y llevarte a la iglesia el domingo a comprar helado.

— No. ¿De verdad?

— Sí. Aunque mis pensamientos tienden a vagar en cuantas maneras puedo tomarte hasta el domingo.

Un fuerte sonrojo la recorrió desde su cuello.— ¿Por qué haces esto?

— ¿El qué?

— Provocarme todo el tiempo.

— No te estoy provocando. Simplemente estoy dejando claras mis intenciones.

— No, estás hablando de tus fantasías. No de tus intenciones.

— ¿Eso quiere decir que piensas que estoy hablando nada más? Te garantizo que no estoy bromeando, Isabella querida. —Él acarició su frente, dejando suaves y húmedos besos desde su cabello hasta su oreja. Sopló suavemente. Después aspiró el aire de nuevo.

Isabella de verdad sintió la aguda vibración en su vagina. Este hombre salvaje podía dejarla empapada con tan sólo un susurro bien lanzado.

— Un poco travieso, ¿verdad? —Sus dedos se deslizaron por el borde de su camiseta. Las puntas callosas de sus dedos acariciaban lentamente la piel empapada debajo de la cintura de sus jeans en la parte baja de su espalda.— Me gusta tu fuego. Una mujer como tú podría quemar a un hombre. Y yo disfrutaría cada caliente segundo mientras me enciendes en llamas.

Su aliento quedó atrapado por el erotismo de sus simples palabras y su tentador toque.

— ¿Estas tratando de ver que tan lejos puedes presionarme?

— Sospecho que estás demasiado avergonzada para admitir que te gustaría ser presionada por mí. O amarrada, atada, de cualquier manera que yo quiera. A cualquiera de mis perversos caprichos. Y sin duda, cariño, conozco las maneras más perversas.

Algo de esta clara conversación, masculinamente susurrada, la puso salvaje. Y caliente como el infierno.

— Edward…

— Ssh. Cuándo sepas realmente lo que James está haciendo, ven a hablar conmigo antes de hacer algo precipitado, ¿okay?

— Pero…

— Prométemelo, Isabella.

— Bien. ¿Pero por qué…?

— Porque, corazón, me estoy muriendo por mostrarte lo que te has estado perdiendo.

Otra caliente explosión de humedad se hizo presente en sus bragas.

— ¿Y en cuanto a James?

— Sí, en cuanto a mí, ¿qué compañero? —dijo James.

Ella se movió alrededor con aire de culpabilidad. Mierda. James estaba al acecho a menos de dos pies de distancia, sus manos descansaban acusadoramente sobre sus caderas flacas, mientras los miraba airadamente.

Edward la liberó y retrocedió.— Nada. Tú eres un tipo afortunado, eso es todo. —Él inclinó su sombrero a Isabella y la lanzó un guiño.— Gracias por el baile. Nos vemos. Recuerda lo que te dije.

Isabella miró a Edward hasta que él desapareció fuera de la puerta lateral, un depredador caliente de chicas vaqueras con botas.

James enganchó su mano y tiró de ella en un torpe abrazo.— ¿Sobre qué "ladraban" tú y el Rey del Queso?

— Sobre nada realmente.

— Deberías tener cuidado con él y su compinche, Jasper. Son un par repugnante, aquellos dos.

— ¿Qué te hace decir eso?

James piso su pie mientras la hacía girar lateral.— ¿No has visto el modo en que las muchachas se juntan alrededor de ellos? No, que yo envidie a los sujetos por tomar a esas gatitas, pero ¡caramba! ¿Lo que ellos esperan es que lo hagan no con uno, sino con ambos? ¿Al mismo tiempo?

¿Cómo se sentiría eso, retorciéndose entre dos duros cuerpos masculinos? Dos juegos de manos ásperas que la tocaran. Dos bocas calientes, hambrientas, besando, degustando y atormentando cada pulgada de su trémula carne. Dos grandes pollas demandando entrar en su cuerpo.

— ¿Me estas escuchando?

— Así que, ¿cómo es que los ha visto haciendo… cosas con una mujer?

— Bien, sí. Ellos no lo ocultan. Pregúntale a cualquiera sobre lo que hicieron el año pasado detrás de las tolvas en Cheyenne. —Él se inclinó, así que ella escuchó el cuento completo.— Ellos tenían a esa pollita estirada desnuda sobre un montón de sillas. Con las manos atadas detrás de su espalda con una cuerda de amarre. Un pañuelo cubría sus ojos.

— ¿Estaba ella allí de buen grado?

Él resopló.— Aquella clase de mujeres siempre lo está.

— ¿Qué le hacían ellos?

— La utilizaban como un juguete de succión. Ella chupaba la polla de Jasper mientras Edward la clavaba desde atrás. Entonces cambiaban de lugar, como si fueran alguna clase de taladro chino. Se reían, y continuaban. Ellos no tienen ninguna vergüenza, ninguno de ellos. Ningún respeto por las mujeres tampoco, si me preguntas. Entonces bromearon después sobre aquel episodio, sobre la apropiada forma "de hacer puntos sobre una nueva montura". —Su mirada fija se estrechó.—¿Por qué? ¿Acaso ese cabeza de queso te hizo alguna proposición?

Ojala.

— Umm. No.

— Bueno. Mantente lejos de su otro compañero de viaje, Emmett. Algo sobre aquel sujeto me asquea de mala manera.

El asqueroso humor de James requería un abrupto cambio en la marcha de la conversación.— ¿Adivina qué? Gané la competición de camisetas mojadas.

— Como bien debería ser. Tienes un par de tetas fantásticas, amor. —La mano de James reptó por encima de su vientre. Él dio un tirón encima de la camisa húmeda y ahuecó su pecho izquierdo.

Isabella se retorció.

— ¡Hola! Estamos en público.

— ¿Y?

— Y, si quieres manosearme, volvamos a la habitación. —Ella tiró la camisa hacía abajo para cubrir su vientre.

— Ah. Ya veo. Puedes dirigir tus pechos a la barra entera, pero al minuto que quiero tocarlos, ¿están prohibidos? ¡Caramba!, podría haberme quedado en la parte de atrás y conseguir esa actitud.

Un agudo sentido de inquietud se formó.— ¿Qué pasa contigo esta noche? ¿Te comiste un kiwi malo o algo así?

— No.

— Entonces déjalo ya.

Él se rió severamente. Malévolamente.

— ¿Pequeña señorita Prim and Proper3, lo hacemos ahora, amor?

James exprimió su pezón con suficiente fuerza para llevar lágrimas a sus ojos. Ella le abofeteo la mano.

— No estabas así anoche.

— ¿Cuánto has estado bebiendo?

— Ni de cerca lo suficiente. —Resopló él belicosamente.— Yo debería hacerte esa pregunta a ti.

— ¿Por qué?

— Tú sabes por qué. Un poco de coraje líquido es lo que necesitas.

— ¿Necesitar para qué, James?

James la sujetó por las caderas fuertemente con sus manos, la hizo girar hasta que estuvieron de nuevo de frente y secamente la sujetó.— Unas cervezas te aflojarían. ¿Cuándo me entregaras este apretado culo? Ya ha pasado una semana y estoy malditamente cansado de esperar.

Ignorando la combustión de sus mejillas, Isabella se salió de su asimiento. Ella asió su camisa de poliéster con ambas manos, arrastrándole hasta que ellos quedaron nariz a nariz.— Baja tu voz.

— ¿Esto te molesta? ¿Qué la gente oiga que te gusta hacer cosas repugnantes? ¿O saber que eres es una hipócrita para pedir que yo usara mis dedos en tu pequeño y apretado agujero, y luego fingir que ello te repugna?

Enfurecida, ella liberó sus solapas.— Eso no me repugna. La forma en la que estás actuando me repugna. —No se avergonzaba de ninguna cosa que ellos habían hecho a puertas cerradas. Pero él hablando de ello como si fuera alguna gran broma la hacía sentir usada y barata.

— ¿Qué sucede? ¿La verdad apesta un poco, amor?

Ella lo miró fijamente. ¿Quién era este hombre cruel? Algo lo había hecho saltar esta noche. Antes de que ella pudiera formular una respuesta rápida, Jacob El Gran Cuervo se paseó hasta ellos y le dio un toque a James en el hombro.

Jacob era otro hermoso vaquero rompe corazones del circuito de rodeo. Nativo Americano, bajo y achaparrado, con el pelo negro largo que él llevaba en una trenza, tenía una sonrisa tan amplia como el rebosar de su Stetson4 negro. Jacob era un poco más viejo que los jóvenes del circuito, y con las piernas ligeramente arqueadas debido a años empleados en montar toros, potros, y cualquier cosa que corcoveara.

— Hoka-Hey. Espero no interrumpir una peleíta de amantes.

— Lo haces, —gruñó James.— ¿Qué demonios quieres?

— ¡So!, cálmate, compañero. Solamente quiero devolverle esto a la señora. —Le dio a Isabella su trofeo.— Lo olvidaste sobre la barra. No quería que alguna otra chica lo robara, después de que trabajaras con tanta fuerza para ganarlo. —Él guiñó.

— Gracias, Jacob.

— Ah, y esto. —Jacob ofreció un teléfono móvil plateado a James.— Lo dejaste olvidado en el cubo de la basura.

James se lo arrebató.

— Lo aprecio. Ahora muévete y lárgate de aquí, compañero.

Isabella había aguantado ya bastante de James y estuvo tentada de preguntarle a Jacob si podía llevarla de regreso al motel. Dejaría a James lidiar con su temperamento solo. Ella no era su maldita niñera.

— ¿Qué? ¿Esperando una propina? —exigió James.

— Ya me voy. —Jacob caminó un par de pasos, luego se volvió. Le dio una mirada compasiva a Isabella antes de dirigirse a James.— Tu esposa llamó al teléfono mientras yo estaba en el cuarto de baño, es por eso que lo recogí. Quiere que la llames enseguida.

Silencio sepulcral, feo como las arañas de luces de cuerno de antílope que colgaban encima de ellos.

— ¿Esposa? —Isabella repitió.

Cuando la mirada fija de James pasó de mirarla a revolotear lejos, ella supo la verdad.

El bastardo estaba casado. Él la había mentido. La culpa, la vergüenza y la furia surgieron dentro de ella.

James hizo girar a Jacob para regañarlo.

Sin pensar, Isabella a ciegas balanceó el trofeo y golpeó a James detrás de la cabeza.

Él se cayó al piso.

Ella se congeló. Mierda. ¿Qué había hecho? ¿Y si lo había matado? Pasar su vida en una prisión del Sur llevando zapatos de papel color naranja no era parte de su gran aventura.

Agarrando el trofeo como un escudo, se dejó caer de rodillas y por casualidad aplastó el sombrero de James. Tocó su cabeza con cautela. Un gran chichón sobresalía de su nuca. Aunque no había sangre. Era cosa buena que ella golpeara como una niña. Su pecho se elevó y cayó, demostrándola que él no estaba muerto.

Una enferma clase de alivio la hundió.

— ¡Eh!, matadora, ¿estás bien?

Alzó la vista hacía Jacob.— No. Jacob. Por favor. Yo no sabía.

— Supuse que no lo hacías, caramelito. No pareces del tipo que tienen líos con hombres casados.

— No lo soy. —Las nuevas experiencias no incluían convertirse en una rompe hogares. Su estómago se revolvió.— Por favor sácame de aquí. No puedo quedarme con él.

— Bien, él no puede quedarse aquí para ser pisoteado. Agarra sus botas. Vamos a moverlo fuera del camino primero antes de que veamos que hacer contigo.

Después de que ellos hubieran arrastrado a James por el aserrín hacia una esquina oscura, él recobro el conocimiento. Aplastó su sombrero ladeado sobre cara y la apuntó al piso.

Ella dudaba que el idiota sintiera cualquier tipo de vergüenza. Sólo la cólera de haber sido atrapado.

Jacob la llevó aparte.—¿Te quedarás en el Silver Spur esta noche?

Ella asintió y abrazó su trofeo.

—Ve a por tus cosas y dirígete hacia allá. Ponle el doble seguro a la puerta. Me aseguraré de que él no te sigue y causa más problemas. Te llamaré mañana, para comprobar que estas bien.

— Gracias, Jacob.

— Ningún problema, caramelito. Solamente lamento que lo averiguaras de este modo.

Isabella salió del bar sin dirigirse a alguien más del circuito. Descargó sus tres bolsos de equipaje del camión de James, y le quitó su botella de whisky.

Un neón de seis pies formaba una bota de vaquero anunciando el motel Silver Spur, e indicaba -NINGUNA VACANTE-. Por suerte ella ya había reservado una habitación. Arrastró sus pertenencias a través de la carretera y se dirigió a la número 111.

Una vez que hubo cerrado por dentro, entró en pánico. ¿Qué iba a hacer? De ninguna manera iba a regresar corriendo a la vida pesada de la que había escapado.

Servido su derecho para confiar en alguien. Habría sido agradable, por una vez en su vida, no tener que ser tan malditamente independiente. Equivocada otra vez.

Debería marcharse. Enseguida. Esta noche.

Las palabras de Edward surgieron: Ven a hablar conmigo antes de que hacer algo precipitado.

La parte asustada de ella quería correr hacia Edward ahora mismo. Demandando saber por qué él no le había dicho que James estaba casado.

Pero a su propio modo, Edward la había advertido.

Comprobando la realidad: Dudaba que este pueblo tuviera una agencia de coches de alquiler o aún, una parada de autobús. Nada podía hacer sobre su dilema esta noche. Trataría con todo ello mañana.

Una vaporosa ducha caliente y tres generosos tragos de whisky más tarde, Isabella se deslizaba a la deriva en un incomodo sueño.


1 Kamikazes: Cóctel que lleva el nombre de aquellos famosos suicidas japoneses que se sacrificaban junto con sus aviones en la Segunda Guerra Mundial, estrellándose para eliminar los objetivos enemigos. compuesta de vodka, triple seco y limón. (N. de T.)

2 Honky tonk Badonkadonk: Single de música country del artista Trace Adkins, hit del año 2005. (N. de T.)

3 Prim and Proper: Remilgada y mojigata. Término utilizado para describir a alguien que tiene requisitos previos específicos para la masturbación y no pueden alcanzar el orgasmo sin ellos. (N. de T.)

4 Stetson: Tipo de sombrero vaquero. (N. de T.)