¡Hola! Sé que el mes del ichiruki comenzó hace tres días, pero quise participar de todas formas, y para no estar constantemente atrasada, decidí unir el día 1 y el 2 en un solo capítulo, mezclando un mundo de fantasía con un crossover.
Como podrán suponer por el título, el crossover es con el señor de los anillos, específicamente en el libro la comunidad del anillo.
Espero que les guste, y que en este mes podamos demostrar que el ichiruki está vivito y coleando, aunque no seamos canon.
Hice detener la marcha de mi grupo con un gesto de la mano.
Habíamos llegado a Rivendell, y debíamos esperar a que Lord Elrond nos recibiera para poder darle las noticias.
Hacía un día habíamos visto orcos en las cercanías del paso secreto de Rivendell, y decidimos desviar nuestro camino hacia el Bosque Negro para avisarle a los elfos.
El medioelfo apareció, elegante, bajando por las escaleras. Me miró, intrigado, y llevó la mano a su pecho para hacer el saludo élfico en nuestra dirección. Yo le respondí de la misma forma.
Caminé hacia él y comencé a explicar la situación que nos había llevado hacia las criaturas inmortales.
-Lord Elrond, disculpe por no avisar nuestra llegada, íbamos de camino al Bosque Negro para comerciar con los silvanos, pero nos encontramos con un grupo de orcos cerca de la entrada secreta a su reino. Matamos a los que pudimos, y decidimos venir a avisarle para que tengan cuidado. Si siguen así, podrían descubrir el camino a Rivendell, mi señor.
EL bello rostro del elfo mostraba preocupación, y me miró largo rato antes de decir:
-Agradezco tu consideración, Ichigo. Aprovechando tu llegada y las noticias que traes, nos agradaría que participaras en un concilio que estoy convocando. Han habido grandes movimientos de orcos en Mordor, Sauron parece estar buscando el anillo.
-Pero... después de Isildur, el anillo se perdió, ¿no?
Elrond se removió, inquieto.
-Me temo que no. Estuvo siglos en las profundidades de un lago, luego muchos años con la criatura Gollum, pero hace un tiempo pasó a manos de un hobbit, y hoy se encuentra acá.
Abrí mucho los ojos, sorprendido.
-¿En Rivendell?
El elfo suspiró con pesadez.
-Sí.
-Que los Valar nos protejan -murmuré.
-¿Asistirás al concilio? Nos serviría tener de primera mano tu información... y tu presencia -dijo esto último un poco más bajo y dirigiéndome una mirada de circunstancias.
No lo tuve que pensar mucho rato.
-Sí, iré -volteé a mis espaldas-. ¡Adentro muchachos! Nos quedaremos unos días.
Al día siguiente, el concilio tuvo lugar.
Casi como por obra de Ilúvatar, diversas razas de la Tierra Media habían llegado a Rivendell, siendo invitadas a formar parte de la reunión.
De todos, sin embargo, me llamaron la atención los elfos llegados del Bosque Negro, específicamente una silvana de corto cabello negro y atrapantes ojos amatistas, sentada al lado del heredero del pasado Bosque Verde, con semblante p{alido y serio.
La elfa se percató de mi insistente mirada, y volteó su rostro para unir violeta con marrón.
Ese encuentro me provocó un escalofrío que me recorrió hasta la punta de los dedos de los pies.
Volví a la realidad cuando Frodo, un hobbit de nerviosos ojos azules, se levantó temeroso y dejó el Anillo Único en el centro del círculo.
Me estremecí al verlo. Captaba la atención de todos los presentes, dejando el lugar en un profundo silencio.
Y luego, como en toda ocasión en la que ese objeto maldito se encuentra presente, estalló el caos.
Boromir, el hombre de Gondor, sugirió usarlo en favor de la Tierra Media. Gandalf el Gris recalcó que había que destruirlo en el fuego del Monte del Destino, y después, sin mayor motivo aparente, elfos y enanos comenzaban a discutir, gritándose con odio.
La elfa pelinegra miraba con preocupación al príncipe silvano, quien tenía una expresión fastidiada en el rostro.
Mithandir acabó por terminar el conflicto rápidamente, y para evitar más embrollos, se decidió prontamente quienes llevarían el anillo hasta Mordor para destruirlo.
Sonriendo aún por la sorpresa de los tres hobbits espiando el concilio, dije:
-Compartimos camino por un par de millas, los puedo acompañar y prestarles el servicio de mi espada.
Gandalf asintió, reflexivo, y acabé formando parte de la comunidad del anillo.
Partimos unos días después.
En la entrada a Rivendell había un piño de gente despidiéndose de los miembros de la comunidad.
Me fijé en los elfos silvanos, en como Legolas, el príncipe del reino, depositaba un cariñoso beso en la cabeza de la elfa de cabello azabache, con la cual yo había intentado cruzar unas palabras, sin mucho éxito.
Me intrigaba su relación. Sabía que un príncipe no podía mantener una relación con una plebeya, como suponía que era ella, pero se veían muy cercanos.
Volteé hacia mis compañeros, quienes habían decidido quedarse unos días más en Rivendel, recuperando fuerzas, y me despedí afectuosamente de elos.
Después, nos pusimos en marcha.
Llegamos a la linde del bosque al atardecer, y paramos a descansar, armamos una fogata y comimos parte de las provisiones que Elrond nos había entregado.
Luego, dormimos y retomamos la marcha a la mañana siguiente, cuidadosos de no toparnos con orcos.
A pesar de todas las precauciones tomadas por Aragorn, el montaraz, tenía la inexplicable sensación de estar siendo perseguidos por alguien, pero me forcé a relajarme al ver la despreocupación de Gandalf.
Las horas transcurrieron tranquilas, llenas de las risas de los hobbits, los humanos y el enano, quienes constantemente se lanzaban pullas, alegrando al resto de la compañía.
Pero la calma no duró mucho más que eso.
Pasado el mediodía, Aragorn hizo callar a los medianos, a la vez que nos miraba a Boromir y a mí, para que nos acercáramos.
-Orcos -murmuró.
Desenvainamos nuestras espadas, esperando por si el agudo oído del montaraz o los ojos del elfo captaban alguna señal del enemigo.
Detrás nuestro, los hobbits estaban inquietos.
-Ichigo, ¿qué está...?
Pippin no alcanzó a finalizar su pregunta cuando una estampida de pasos se oyó.
Rodeamos a los medianos, intentando protegerlos, pero de la nada, cerca de veinte orcos nos rodeaban, sedientos de sangre.
Legolas había logrado derribar a un buen par con su arco, y nosotros nos preparábamos para blandir nuestras espadas cuando se empezó a escuchar un sonido de metales chocando fuera de la pared de orcos.
Éstos gruñeron, enojados, y acabaron por lanzarse al ataque.
Yo, arrastrado por un aliado de Sauron, terminé alejándome de los hobbits, y, furioso, intentaba acabar con mi enemigo para volver a protegerlos. De repente, una flecha le atravesó la garganta, y cuando cayó pesadamente al suelo, vi a la joven elfa de ojos amatistas luchando contra otra criatura. Me fijé en el arco en su espalda y en su ropa cómoda, adecuada para viajes largos y peleas como esta. Era obvio que no era una simple plebeya como lo pensé en un principio, sino una verdadera guerrera.
Su grito de dolor me sacó de mi ensoñación. Ya sólo quedaban unos cuantos orcos en pie, el resto se encontraban muertos o heridos en el suelo. Me fijé en la pelinegra, y pude ver su pálido rostro surcado por una expresión de dolor. La ropa cerca de su cintura se llenaba rápidamente de sangre. Vi, además, el arma que la bestia llevaba. Era una maza enorme, que blandía con gran habilidad.
Comprendí entonces cómo la había herido, y sabiendo que lo necesitaba, me lancé en su ayuda.
Entre los dos pudimos derrotamos al orco fácilmente, y en cuanto éste puso los ojos en blanco con un gañido de dolor, la elfa se arrodilló en el suelo, sujetándose las costillas.
-Déjame revisar -le dije, agachándome a su lado.
Me miró con seriedad.
-No gracias, sé muy bien que tengo tres costillas rotas y que si me sigo moviendo me van a perforar el pulmón -dijo severamente.
Alcé las manos, rindiéndome, mientras Legolas se acercaba, preocupado.
-Nos seguiste -murmuró acusatoriamente.
Ella lo miró a los ojos.
-No me iba a quedar sentada en Rivendell sabiendo que corrían peligro. Puedo ayudar.
-Eres una niña, Rukia. Deberías disfrutar de tu infancia mientras puedas. La guerra no es un lugar para personas tan jóvenes como tu.
Ella hizo una mueca de desagrado.
-Bonita forma de decir que no soy suficiente como para luchar a tu lado.
-No quise decir eso y lo sabes. Eres una de las mejores luchadoras en el reino y no le tienes miedo a nada, pero tienes que comprender que no puedes arriesgar tu vida tan a la ligera, y mucho menos siendo tan joven. No sería sano que te críes en guerra, nadie sale mentalmente bien de una.
Rukia suspiró, cansada, para luego intentar incorporarse por su propia cuenta. Rechazó la ayuda que le ofrecía Legolas, dio un paso y tropezó.
Compartí una mirada horrorizada con el elfo de ojos grises al escuchar la exclamación de dolor de la chica y el silbido proveniente de su pecho.
Corrí hacia mis pertenencias, tiradas un poco más allá, y cogí una manta limpia. Luego, la tendí cerca del resto de la compañía, a la vez que le pedía athelas a Aragorn. El montaraz, consciente de la situación, llegó inmediatamente con la planta y agua. Legolas recostó cuidadosamente a la chica en la manda, y ambos comenzaron a atenderla.
Me alejé, sabiendo que probablemente sería más un estorbo que una ayuda en el proceso, y ayudé a los hobbits a preparar la comida, sin quitarle el ojo de encima a la pelinegra. Temía que las cosas marcharan mal y que tuviera que cumplir mi verdadera función.
Una hora después me acerqué a la manta para revisar el estado de Rukia y ofrecer algo de comida. Mi pecho se estrujó al ver que la hemorragia no se detenía, y que la chica tosía sangre. La experiencia me decía que la elfa probaría el amargo sabor de la mortalidad.
Ella seguía consciente, asustada, intentando mirar como le estaban curando las heridas, y respirando con gran dificultad.
-Ichigo, ¿puedes ir a buscar más agua, por favor? -me preguntó el elfo. Se mantenía fuerte, sin perder la esperanza.
Asentí y cogí la cantimplora para volver a llenarla. No tuve el corazón de decirle que sus intentos eran en vano. Rukia no sobreviviría.
En el camino al riachuelo que corría cerca, saqué de un saquito de mi cinturón una botellita de vidrio. Debía tenerla a mano antes que lo inevitable sucediera.
Cuando volví corriendo con el agua, el estado de la chica seguía igual. Y así se mantuvo hasta el anochecer. Aragorn y Legolas habían hecho todo lo que pudieron, pero desde ese momento, dependía de la joven la recuperación.
El elfo se mantenía a su lado, sus agudos ojos grises empañados por la preocupación. Apenas había probado bocado durante la tarde, y sus dedos crispados mostraban la desesperación que lo corroía por dentro.
Tan absorto estaba observando la imagen, que me sobresalté cuando Gandalf puso su mano sobre mi hombro.
-Creo, joven Ichigo, que sería bueno que cambies de cuerpo -lo miré, soprendido-. Me encantaría decir que la elfling se recuperará, pero me temo que la gravedad de sus heridas es demasiado para su pequeño cuerpo. Aún así, algo me dice que sus aventuras no terminan acá. Más bien me parece que pronto se hallará luchando codo a codo contigo, protegiéndonos de enemigos invisibles a nuestros ojos vivos.
Con una sonrisa se alejó, dejándome con la boca entreabierta y sin palabras. Suspiré y agité la cabeza.
No es cualquier mago después de todo -pensé-. Es Mithrandir, enviado por el mismísimo Ilúvatar para vigilar la Tierra Media. Sería ridículo que no supiera lo que soy.
Suspirando, saqué el contenido de la botellita de Mandos, y me lo tragué disimuladamente.
En un instante, me hallé fuera de mi falso cuerpo, mientras Kon, el alma modificada entregada por Námo, guardián de la casa de los muertos, ocupaba mi lugar y realizaba tareas cotidianas para evitar sospechas.
Ya en mi forma de shinigami, me acerqué a los elfos, quienes hablaban en murmullos.
- ...no debes rendirte, eres lo suficientemente fuerte como para salir de esta, lo sé.
-Legolas, es en serio...
Él la miró, sin querer aceptar la desgarradora verdad.
-Cuando navegues a Valinor, dile a mi madre que lo siento mucho. Y que la amo...
-Díselo tu misma cuando llegues a las Tierras Imperecederas.
-Basta, Greenleaf -quiso decir algo más, pero un ataque de tos le sacudió el cuerpo y le dejó la mano llena de sangre.
El príncipe tomó un paño que tenía a un costado y le limpió la sangre con cuidado.
Desvié mi atención hacia su rostro ceniciento, y me sorprendí al ver su mirada fija en mí. Di un paso al costado para asegurarme que no se trataba de una coincidencia, pero cuando sus ojos desenfocados me siguieron, comprendí que ya tenía un pie en la plácida muerte.
Observé con tristeza como Legolas intentaba desesperadamente que la chica no se rindiera. Era en momentos como ese en los que no me gustaba ser shinigami, por tener que esperar pacientemente a que la muerte exigiera el alma como su propiedad, y no poder hacer nada para aliviar el dolor de los seres queridos o de la persona en cuestión.
Rukia tomó tanto aire como le dejaron sus colapsados pulmones y susurró sin fuerzas un suave "Gracias" para luego dejarse llevar.
Sus ojos entreabiertos se quedaron inmóviles a la ve que su alma salía de su cuerpo y la cadena que lo unía en vida se cortaba.
El heredero de Thranduil dejó caer los brazos a sus costados y derramó silenciosas lágrimas por su compañera caída. Aragorn, siempre al pendiente de lo que sucedía, se acercó y le rodeó los hombros con un brazo, consoladoramente. Vi como varios metros más allá, Kon y Gandalf mantenían a los hobbits alejados de la escena, para darle privacidad al elfo.
Rukia, por su parte, estaba quieta frente a su cuerpo, sin expresión alguna en el rostro.
Me acerqué cuidadosamente, sin saber como reaccionaría. A algunas almas les afectaba demasiado el saberse muertas.
-Hey -murmuré.
Ella me miró. Su expresión seguía siendo indescifrable.
-Estoy muerta ¿verdad? -preguntó al cabo de un rato.
Asentí lentamente.
Ella suspiró.
-Supongo que me pasa por no seguir las órdenes de mis superiores -murmuró.
Preferí no responder a ese comentario.
Nos quedamos un rato, lado a lado, viendo como tapaban el inerte cuerpo de la joven, y como el montaraz se llevaba al elfo cerca de la fogata.
-Lo voy a extrañar -dijo mirándolo con cariño.
-¿Eran muy cercanos? -me animé a preguntar. Siempre me pareció interesante saber un poco sobre la vida de las almas a las que llevaría a los salones de Mandos.
-No deberíamos serlo -sonrió-. Pero cuando mi padre murió y mi madre, sin aguantar la tristeza, decidió navegar a la Tierras Imperecederas, Legolas se compadeció de mí y me acompañó. Se supone que como príncipe no debería relacionarse con la ciudadanía, pero nunca le importó. Es como un hermano para mí. Y siempre me ha dicho que soy la hermana pequeña que nunca tuvo.
-No pensé que el príncipe del Bosque Negro tuviera un corazón tan bonachón -murmuré.
Ella me miró con gesto ofendido, pero en los ojos una chispa de risa.
-Todos en esta compañía tienen un gran corazón, excepto, tal vez tu, señor extraño. ¿Qué se supone que eres?
Sonreí ante la pregunta.
-Soy un shinigami. Somos almas que Námo en persona escogió para guiar a los muertos hacia sus salones. Y además, protegemos a la Tierra Media de los hollows, las almas corrompidas.
-No te creería si no supiera que estoy muerta -dijo mirando hacia el frente, muy seria-. ¿Cómo se supone que me guías hacia Mandos?
Desenvainé mi espada lentamente para no asustarla.
-Nuestras katanas, o zanpakuto, tienen un sello en el pomo, que nos permite llevarte directamente a los salones.
Rukia miró hacia el resplandor de la fogata de la comunidad. Todo el lugar se encontraba en un silencio sepulcral. Se acercó lentamente al fuego, quedando detrás del elfo. Yo la seguía una par de pasos detrás.
Apoyó una mano en su hombro, sabiendo que no lo sentiría y con una sonrisa triste volvió a decirle:
-Gracias. Por todo.
Luego de eso, se volteó hacia mi, con una mirada segura.
-Estoy lista.
Sonreí.
-Nos volveremos a encontrar, elfa. Gandalf me dijo que tu lugar está entre los shinigamis.
Me miró directo a los ojos.
-Por supuesto que nos volveremos a encontrar, y me dirás todo lo que tengo que hacer para ser una shinigami.
Tomé mi espada y acerqué el pomo a su frente.
-Ah -dijo-. No es elfa. Es Rukia, Rukia Kuchiki.
Y antes de poder responderle, agarró mi mano y presionó el sello contra su piel, desapareciendo al instante.
Sonriendo, miré hacia las estrellas y murmuré:
-Esperaré con ansias el día en que nos volvamos a encontrar, Rukia Kuchiki.
¡Chan!
Primer y segundo reto del mes terminados. Espero no haber confundido tanto con los nombres y lugares de la Tierra Media, sentí que era necesario ser lo más específica posible.
Espero que haya sido de su agrado, cualquier error que hayan podido detectar, no duden en decírmelo para corregirlo lo antes posible.
¡Gracias por leer!
¡Namarië!
