Lily leía Historia de Hogwarts sentada en la mesa de la heladería mientras esperaba a sus amigos. Sus padres la había llevado a Londres temprano aquella mañana para que pudiera comprar las cosas del colegio en el Callejón Diagón. Los cuatro – pues su hermana Petunia también había ido con ellos – habían desayunado juntos, pero después ellos se habían ido a comprar algo al centro de la ciudad mientras ella iba al callejón, donde había quedado con los demás. Aunque, al parecer, se estaban retrasando.

- ¿Todavía no han llegado, señorita Evans?

La pelirroja levantó la cabeza del libro y sonrió al ver al señor Fortescue junto a ella.

- Son unos tardones. – Contestó. – Quedamos hace casi media hora.

- ¿Quieres que te traiga algo para hacer la espera más llevadera?

- Iba a esperarlos, pero creo que voy a empezar sin ellos. – Lanzó una pequeña carcajada. – Así que, un helado mediano de chocolate con nueces, por favor.

- Marchando, señorita.

El hombre se fue y ella retomó su lectura aunque apenas había leído un par de líneas cuando unas manos le taparon los ojos.

- ¿Quién soy? – Preguntó una voz femenina. A pesar de que había intentado poner un tono grave, Lily sabía a quién pertenecía.

- Eres una tardona, Marlene.

- Y tú una aburrida. – Le dio un beso en la mejilla y se sentó en la silla vacía a su lado. – En mi defensa diré que Layla ha pasado una noche horrible y mis padres tuvieron que llevarla a San Mungo, así que he tenido que cuidar de Nick y Kyle hasta que han vuelto.

- Lo siento. – Se mordió el labio, un poco preocupada. – ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo está?

- Ya está mejor, han conseguido bajarle la fiebre. – Se encogió de hombros. – Ya sabes que siempre ha tenido una salud delicada.

- Espero que se recupere pronto.

- Gracias, Lils. – La rubia sonrió.

Marlene McKinnon, a sus 16 años, era la mayor de cuatro hermanos y una segunda madre para todos ellos. Nick tenía 13, iba a empezar tercero aquel año y estaba en Gryffindor como su hermana; Kyle tenía 10 y estaba impaciente por ir a Hogwarts, aunque todavía le quedaba un año; y Layla era una pequeña de 6 años tan rubia como su hermana mayor que se pasaba el día soñando despierta, pero que todos los meses tenía que ir a San Mungo por una u otra enfermedad.

- Buenos días, señorita McKinnon. – Saludó el heladero, dejando la copa de la pelirroja había pedido. – Veo que por fin has llegado, la señorita Evans llevaba un rato esperando.

- Lo sé, señor Fortescue. – Suspiró, pero le dedicó una cálida sonrisa.

- ¿Quieres algo?

- ¿Un helado de nata con trocitos de fresa?

- En seguida lo traigo.

El hombre volvió a irse y las dos chicas empezaron a hablar de los sitios a los que debían ir y las cosas que tenían que comprar. A ambas les extrañaba un poco que Remus no hubiera llegado aún, pero pensaron que a lo mejor le había surgido algo y no podía ir al final. Quizás lo mejor sería esperarlo un rato, pero irse si veían que no aparecía en media hora. Las dos terminaron de tomarse los helados y, justo cuando se estaban levantando para marcharse, vieron al castaño corriendo calle abajo en dirección a la heladería.

- ¡Lo siento muchísimo, chicas! – Se excusó, deteniéndose y tratando de recuperar el aliento. – Y siento mucho también esto.

- ¿A qué te…?

Lily no pudo terminar la frase. Por el mismo lugar por el que había aparecido su amigo venían corriendo dos pelinegros que las dos chicas conocían muy bien. Marlene resopló y se echó el pelo hacia atrás. Lo que le faltaba aquella mañana.

- ¡Remus, pero espéranos! – James Potter sonrió al llegar hasta ellos y le guiñó un ojo a la pelirroja. – Hola, Evans. Estás muy guapa hoy.

- Piérdete, Potter.

- ¿Te has levantado con el pie izquierdo?

- No, la verdad es que estaba teniendo una mañana perfecta hasta que he visto aparecer a un indeseable.

- Sí, la verdad es que Sirius puede ser un poco molesto, pero no podía dejarlo solo en casa. – Contestó el chico cruzándose brazos y dedicándole una media sonrisa que hizo que Lily se estremeciera un poco. – Es como un perrito, tiende a ponerse nervioso si nadie le hace compañía.

- No me refería a él.

- Venga, Cornamenta, déjalo de una vez. – Intervino Sirius. – No vas a conseguir nada con Evans tampoco hoy.

- Algún día.

- Sigue soñando, Potter. – La chica negó con la cabeza.

- Por cierto, hola McKinnon. – El mayor de los Black sonrió a la chica, que puso los ojos en blanco. – ¿Me has echado de menos?

- Cada hora de cada día. – Respondió ella con ironía. – Lástima que te he visto aparecer, ya no podré penar cual enamorada de novela romántica.

- Detecto cierto matiz sarcástico en tu comentario.

- ¿Te ha costado mucho deducir eso?

- Soy una persona muy inteligente, además de perfecta y encantadora.

- Ya, claro, más quisieras.

- Pues eso no era precisamente lo que decías cuando nos estábamos dando el lote el año pasado. – Enarcó una ceja de forma provocativa y ella se sonrojó levemente.

- Estaba borracha y tú también. Todos cometemos errores cuando bebemos de más. – Suspiró y miró a sus dos amigos. – Chicos, lo siento, pero si él viene, yo me vuelvo a casa.

- Tranquila, si Potter se une al plan, yo también paso. – Lily la cogió del brazo y le dedicó una mirada de disculpa a Remus. – Lo siento, Rem, sé que no es tu culpa, pero si ellos vienen, nosotras nos vamos.

- Les dije que ni se les ocurriera, pero me han seguido hasta aquí. Son imposibles. – Puso los ojos en blanco y se giró para mirarlos. – Idos a casa, chicos. Ya os dije que esto no funcionaría y os darían calabazas. Otra vez.

- ¡Eh, espera! – Protestó Sirius. – Fue Cornamenta quien insistió en venir porque quería pedirle salir a Evans otra vez.

- Ahora disimula, Canuto, pero bien que antes dijiste que querías venir a molestar un poco a McKinnon. – Se defendió James.

- Lo que quieren decir es que ambos querían venir a veros, pero que ya se marchan. – Dijo finalmente Remus, negando con la cabeza. – Adiós, chicos.

- Eres un muy mal invitado, Lunático. Le diré a mi madre que no te deje volver a entrar en mi casa. – Potter puso los ojos en blanco. – Anda, vámonos Canuto. Quiero ir a la tienda de escobas antes de ir a ver a tu prima.

- Sí, me parece una buena idea, quiero comprarle algo a la peque. – El otro asintió. – Adiós, McKinnon.

- Adiós, Black.

- Adiós, Evans.

- Piérdete, Potter.

- ¿No puedes ser al menos un poco simpática? – Masculló por lo bajo.

- Contigo no. – Negó con la cabeza y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. – Nos veremos en Hogwarts.

- Conseguiré que salgas conmigo este año, Evans.

Antes de que Lily pudiera reaccionar, James cogió su mano y la besó. Se puso completamente roja mientras él salía corriendo, riendo, seguido de Sirius. Remus le dedicó una pequeña sonrisa de disculpa y Marlene tuvo que reprimir una carcajada. James jamás cambiaría y, lo que era peor, todos sabían que la pelirroja acabaría saliendo con él.

- Lo siento, Lily.

- No… no te preocupes. – Respondió ella tras carraspear un poco. – No sabía que estabais todos en casa de James.

- Menos Peter que está de vacaciones con su madre. – Lupin se encogió de hombros. – Yo llevo allí un par de días y Sirius, bueno, vive allí ahora.

- Espera, ¿qué? – Marlene lo miró con los ojos muy abiertos.

- Se ha ido de su casa.

- ¿Cuándo? – Insistió. Remus frunció un poco el ceño, pero no comentó nada sobre el repentino interés que la chica tenía por el mayor de los Black.

- El mes pasado. Se peleó con sus padres, cogió sus cosas y se fue. – Explicó. – Lo han desheredado y borrado del árbol familiar.

- Siento oír eso. – Lily sintió una pequeña punzada en su estómago. Ella no podía imaginarse su vida sin su familia y, aunque sabía que Sirius siempre había odiado a sus padres, aquello no debía haber sido fácil para el chico.

- No hablemos de cosas tristes ahora, tenemos mucho que comprar y quiero que me contéis qué tal os ha ido el verano.

Las dos chicas sonrieron y los tres se dirigieron hacia la primera de las tiendas que debían visitar aquella mañana, Flourish y Blotts. La tienda estaba hasta arriba de gente y es que apenas quedaba una semana para volver a Hogwarts.

- ¿Qué libros tenéis que comprar? – Preguntó Lily, sacando la lista de su bolsillo.

- Muchos. – Contestó Marlene, sacando su lista y la de su hermano también. – Y necesito un diccionario de Runas nuevo.

- ¿Qué le ha pasado al viejo, Lene?

- Mis hermanos le ha pasado. – Puso los ojos en blanco. – Cuando vine a darme cuenta estaba empapado y no se leía nada.

- Procura mantener los nuevos alejados de ellos. – Intervino Remus con una sonrisa. Miró su lista y suspiró. – Madre mía, ¿por qué necesitamos tres libros de Encantamientos?

- No tengo ni idea. – La pelirroja suspiró también. – Supongo que deberíamos buscar a algún empleado para que nos lo traiga todo.

- Sí, será lo mejor. – La rubia se puso de puntillas y empezó a mirar entre la gente, buscando algún uniforme. – ¡Creo que ahí hay…! – Estiró el brazo y le dio a alguien, sin querer, en la cabeza. Notó su cara ponerse roja y se apresuró a disculparse. – Perdona, no te había visto.

- Ten más cuidado, McKinnon. – Sus ojos se encontraron con los de Regulus Black, el hermano pequeño de Sirius que le dedicó una mirada de superioridad. Junto a él estaba su madre Walburga, mirándola con desprecio.

- Apártate, niña. – Dijo. – Una mestiza como tú debería dejar paso a sus superiores.

Marlene fue a replicar, pero Remus la agarró del brazo y tiró de ella hacia atrás, al mismo tiempo que también agarraba a Lily y le advertía con la mirada que no dijera nada. Los dos se fueron con un último gesto de superioridad y el chico se relajó. Sabía cómo eran los Black. Sirius le había contado millones de veces que su madre no se andaba con tonterías y que no dudaba en atacar a aquellos que no hacían lo que ella quería, así que era consciente de que, si Marlene le hubiera replicado o Lily hubiera intervenido, la cosa no habría acabado bien.

- Malditos mortífagos. – Masculló Marlene por lo bajo.

- No sabemos si lo son, Lene.

- Remus, por favor, no somos tontas. – Lily suspiró y se cruzó de brazos. Notaba las miradas de muchos fijas en ella y escuchaba cómo murmuraban aquellas dos palabras. Sangre sucia. – Anda, vamos a pedir los libros. Quiero marcharme de aquí cuanto antes.

- Sí, anda. – Remus, que también se había dado cuenta de eso, pasó un brazo sobre el hombro de su amiga, pero ella lo retiró y levantó mucho la cabeza. No pensaba mostrarse débil ante nadie. – Salgamos de aquí rápido.