Los orbes purpuras de un niño, yacían posicionados sobre el encantador peluche de felpa que el mismo traía en brazos. Ese chiquillo de cabellos morados movía las manitas de aquel muñeco, riendo, disfrutando del momento a solas que tenía con su preciado compañero.
Teddy, ese era el nombre del peluche, y Kanato; así se llamaba el que lo portaba en brazos.
— Teddy, ¿no te parece que la luna es tan grande, rellenita y redonda como el tamaño de tu cabeza?... ¿Sí lo crees? Es igual a un dulce. — Reía constantemente a medida que le hablaba al peluche. — Un delicioso dulce. — Decía. — Una apetitosa golosina. — Repetía.
Se oían las llamas de la chimenea. El viento frío zumbaba, la lluvia caía. Era una noche escalofriante en la mansión, sólo la luna llena iluminaba la oscurecida habitación desde la ventana.
¿A ti también te agrada la lluvia? Apreciar las gotas que salpican en esta noche tan lúgubre, es bastante confortable. ¿No lo crees así? Teddy ~. —
En eso un cierto bostezo molesto se oyó en la desolada sala, muy cerca del pequeño peli-violeta. La lúcida sonrisa que se dibujaba entre las comisuras de los labios del chiquillo, desapareció al oírlo. Sabía perfectamente quién era. Se había interpuesto en su tranquila velada.
Shu… ¿Quién te ha dado el permiso de estar aquí? — Se dirigió con seriedad al entrometido joven, manteniendo su mirada entrecerrada sin voltearla. Aunque le daba la espalda, sabía exactamente dónde estaba, recostado sobre el sofá que se encontraba en frente de la chimenea. Yacía allí, haciéndose el dormido. — Te pido que por favor te retires de este lugar. —
Silencio… — Dijo aquel joven mayor. Acomodó sus mechones rubios entre sus orejas, para así poder colocarse los audífonos, prender su reproductor, y no escuchar lo que el pequeño gritaría a continuación.
¡¿ACASO ME HAS PEDIDO QUE ME CALLE?! ¡TE DIGO QUE TE VAYAS! —
Por suerte el de cabellos amarillentos ya se encontraba perdido en la música de sus auriculares. Percibía una calidez satisfactoria, gracias a que estaba descansando sobre aquel sofá. Se encontraba a oídos sordos de aquellos escandalosos chillidos.
Teddy, ¿no te parece de mala educación el que personas como esta escoria, interrumpan los momentos placenteros de los demás? Y más aún… ¡Que no te estén escuchando cuando TÚ ESTÁS HABLANDO! —
Fue en ese entonces cuando Kanato decidió levantarse de su lugar, ir hasta donde estaba Shu, y desplegarle los audífonos con brusquedad. El rubio al recibir esa acción, miró con una seria indiferencia al menor, se podía notar la molestia que eso le provocó.
Cállate Kanato… Tus gritos son tan molestos. Si no quieres despertar a los demás, entonces deja de chillar… — Le indicó, acomodándose en su lugar. Colocó sus dos brazos sobre su propia nuca, en forma de almohada, para luego cerrar sus ojos.
¡Yo no recibo órdenes de nadie! ¡No te atrevas a darme órdenes! —
¿O sino qué? —
Kanato chasqueó sus dientes, exasperado. Cualquier cosa que estuviera en frente de él, deseaba utilizarla para agredir al rubio. Algún cuchillo, la propia chimenea, le era mejor que aquel joven perezoso se pudriera en el fuego.
Sería divertido ver, cómo tu cuerpo inútil es calcinado lentamente por el fuego. — Rió. — ¿Tú qué crees, Teddy? — Iba a reír nuevamente, hacer prolongada su sonrisa burlesca, hasta que se dio cuenta que el peluche había desaparecido de sus brazos. — ¿T-Teddy? — Sus pupilas dilataron, no vio a su amigo por ningún lado. Comenzó a sollozar, ya iba a empezar a llorar. Hasta que notó que quién lo había raptado de su cuerpo había sido aquel joven de cabellos amarillos, que ahora abrazaba al muñeco como si le perteneciera.
¡BASTARDO! ¡Teddy está en tus brazos! ¡Deja de abrazarlo con tanta confianza! ¡Devuélvemelo! ¡Teddy sólo me necesita a mí para sentir afecto! — Le gritó desde ahí todo aquello.
Por otra parte Shu decidió reincorporarse para acostarse de lado, quedar con el rosto escondido en el respaldo del sofá, mientras que le ofrecía la espalda a Kanato y continuaba abrazando al osito.
El peli-morado volvió a chasquear sus dientes, y como pudo agredió la piel del mayor, golpeándolo con toda su fuerza. Rasgó un poco su vestimenta, el suéter que cargaba se dañó, y logró rasguñar algunas partes de su piel. El rubio gruñía un poco por el ardor que aquello le hacía sentir, le estaba fastidiando la actitud de Kanato.
¡DEVUÉLVEME A TEDDY AHORA MISMO!... Lo estás asfixiando, Teddy está sufriendo… — Comenzaba a sollozar de nuevo, luego volvía a gritar. — IMBÉCIL, ¡ESCÚCHAME CUANDO TE HABLO! —
Y de repente, el rubio se movió, como auto reflejo, en un acto rápido atrapó a Kanato del brazo, y con la otra mano tomó su cintura para atraerlo hacía sí, colocarlo sobre el sofá debajo de él, quedando Shu encima.
Vaya, sí que eres molesto… Ya deja de vociferar. — Le dijo con desdén, sin interés alguno por tener a Kanato de esa manera. Había logrado atrapar las manos del menor, colocándolas así sobre su cabeza, de esa forma lo tendría inmóvil y sin libertad de escapar.
SUÉLTAME, IDIOTA. — Sus gritos aturdían los oídos de Shu, cada vez se volvían más altos e insoportables.
Kanato le miraba con furia, se mantenía incrédulo ante la situación. Cómo aquel maldito ser lo podía tener de esa forma.
El peli-morado forcejeaba, intentando desatarse del agarre, pero cuando más se resistía, Shu más lo aumentaba. Dolía, ciertamente dolía.
En eso, Shu decidió tirar al peluche a otro sitio.
¡TEDDY…! — El pequeño ya poseía lágrimas. No soportaba ver cómo su preciado amigo era desechado de esa forma, y por otro lado, que el mayor lo mantuviera apresado a él. Jamás, ninguno de los seres de la mansión, a los cual por maldición había tenido que poseerlos de hermanos, lo habían sometido hasta tal manera. — ¡No te deshagas de Teddy tan patéticamente! ¡Mira lo que le has hecho! ES TAN IMPERDONABLE. —
Deberías tener en cuenta que tu débil cuerpo lo estaba aplastando… —
¡¿A quién le estás llamando débil?! — El pequeño frunció el ceño, estaba más que exasperado, la ira lo consumía a flor de piel.
Ya cállate. — Mencionó Shu, también molesto.
Y así fue cómo los propios labios de Kanato fueron amordazados por un pañuelo que el rubio mantenía en los bolsillos de su pantalón, para así lograr silenciar sus gritos; era la única forma por la cual conseguiría callarlo.
A Kanato por supuesto no le gustó, más bien eso hizo que se enojara aún más. Tenía el ceño más que fruncido, y sus muñecas atrapadas por las manos de Shu. ¿Pero qué estaba haciendo aquel idiota? ¿Quién se creía?
Por otra parte, a Shu le parecía excelente tener al pequeño llorón a posta debajo de sí. Lo miró, una expresión ladina surgió en su rostro. Verlo así, aguantando la respiración por la ira, sin poder hablar ni exclamar, le parecía de cierta forma… Incitante a su vista.
¿Por qué? ¿Qué era eso que estaba sintiendo? Nunca había tenido intenciones de hacerle algo así a Kanato, de hecho, no tenía esas extrañas atracciones hacia el peli-morado. ¿Qué sucedía? Tal vez haya sido por el simple impulso de silenciar su voz y no escuchar más sus gritos desesperantes.
Sin embargo, por inercia, su mirada dio a detallar aquel delgado cuello del menor, ciertamente era luna llena, la fecha cuando la sed de sangre de los vampiros enloquecía. Aunque tenían la costumbre de buscar alguna presa por los alrededores de la mansión para saciarse, no beber la sangre de ellos mismos, esta vez era el deseo que conducía a Shu a tener pensamientos extraños hacia Kanato.
Quería beber su sangre, explorarla. Experimentar el sabor que podía contener la sangre de un vampiro. Saborear el líquido rojo de uno de los que vivían con él, ¿y qué mejor que Kanato para complacer esa ansiedad? Aunque no era el pequeño de la familia, por su estatura y su personalidad lo aparentaba. Hasta podría decirse que Kanato parecía una chica. ¿Por qué no intentar?
Bajó la cabeza un poco más hacia el rostro contrario, estaba lleno de lágrimas. El de cabellos morados se alteró al tenerlo tan cerca, y sus piernas movió dando patadas para intentar quitárselo de encima.
Quédate tranquilo, deja de moverte tanto… —
Pero por supuesto, Shu era más grande que él, obviamente su acción fue inútil, sin embargo, el rubio consideraba que aquel pequeño niño tenía bastante fuerza.
Kanato no sabía que mierda tenía planeado hacer Shu.
El rubio se dirigió hasta su cuello, oliendo el aroma que éste emanaba, en verdad por alguna razón su olor le produjo exquisitez. Kanato no pudo evitar temblar un poco al sentir el aliento de Shu pegar contra su piel. ¿Entonces a Kanato le estremecía su respiración? Shu lo notó, y lo mismo le sorprendió.
No pudo más y se apartó por un momento, se sentía incómodo. Las muñecas que todavía tenía amenazadas por sus manos, fueron sostenidas tan sólo unos minutos por su mano derecha, después de que dirigiera la que tenía libre, a su propio cuello para así apartarse los auriculares que colocaba alrededor del mismo. Se los quitó y los amarró entre las muñecas de Kanato, haciéndole un fuerte nudo. De esa forma sentía que estaría más cómodo al beber de su sangre.
Y no crean que Kanato se quedó tranquilo, él procuraba zafarse en cualquier momento que veía poder lograrlo; más sin embargo, nunca lo conseguía. Quería gritar, insultarlo, maldecirlo, golpearlo. Matarlo. Pero no podía estando de esa manera.
Shu ahora sí, pudo acercarse nuevamente al cuello de Kanato, y esta vez con más facilidad. Absorbió otro poco del aroma que su piel emanaba, y el peli-morado se estremeció.
No sabía que eras tan sumiso, Kanato… — El rubio le sonrió malicioso, un deje de burla se podía notar en su leve sonrisa. Por otro lado, no apartaba en ningún momento su mirada indiferente.
Se oyó decir algo de parte del peli-morado, pero como tenía el pañuelo entre sus labios, no se entendía nada de lo que pronunciaba.
Tu voz es linda cuando estás así… — Volvió a burlarse del pequeño, y ese chiquillo sólo lo observaba con molestia, intentando nuevamente soltarse.
El nudo que Shu había hecho en sus muñecas con los auriculares realmente era imposible de romper. ¿De qué estaban hechos aquellos cables? ¿De acero?
Shu vio la oportunidad para lamer su pequeño cuello. Kanato no aguantaba la rabia, quería asesinarlo con sus propias manos, ver cómo se pudría en el infierno. ¿Por qué carajos Shu hacía una cosa tan repugnante?
Y así fue cómo el rubio incrustó sus colmillos, haciendo dos agujeros sobre la pálida piel, viendo cómo la misma se volvía rojiza al sangrar de inmediato. Kanato aguantó las ganas de gritar, nunca pensó que eso podía llegar a doler, no se sentía agradable, para nada agradable.
Comenzó a llorar, otra vez. Gemía de dolor. Los colmillos de Shu eran realmente grandes, un cuello delicado como el de Kanato no los podía soportar, añoraba desesperadamente que los sacara.
Shu sorbía la sangre que recorría por las venas del menor, era tan deliciosa, sentía que con tan sólo un sorbo, ya podía acabar con su vida. De todas formas, Shu no era tan ansioso y posesivo como lo era Ayato, sabía cómo controlarse, en ciertas ocasiones. Tal vez ésta la haría una excepción…
Entonces todo ocurrió tan rápido, cuando Shu creyó por fin estar satisfecho; dejando marcas de colmillos por cada parte de Kanato que se cruzaba a su paso, cayó rendido sobre el pecho del mismo, desamparando al pequeño peli-violeta con sus manos aún atadas, su boca vendada, y su ira intacta.
Estaban los dos posicionados sobre el sofá, Kanato debajo, y Shu encima de él; con el rostro recargado sobre su pecho, se había quedado dormido. Por otro lado aunque Kanato todavía se encontraba enojado, no se sentía con las suficientes fuerzas por primera vez para apartarlo y así asesinarlo de inmediato, aprovechando el momento que Shu se había adormecido. Al parecer el mayor había bebido demasiado de él. ¿Qué cosa tan asquerosa había pasado?
A la mañana siguiente Reiji se despertó, había escuchado ruidos extraños por las noches que no lo habían dejado dormir completamente. Estaba seguro que los causantes de aquellos sonidos eran sus hermanos, pero no optó por levantarse de la cama, estaba realmente cansado por todo el ajetreo y oficio que había tenido que hacer por la tarde el día anterior en la mansión. Aunque sabía que hubiera sido lo mejor para ordenarle que se durmieran, para ponerlos en su lugar una vez más, pero prefirió dejarlo pasar. Era incomprensible creer que un tipo como él bajara la guardia.
Se dirigió a la cocina para preparar el desayuno, el que comería él y el que degustarían sus hermanos. Aunque antes, decidió ir hasta la sala para abrir las cortinas. En cuanto llegó, al instante se encontró con una escena bastante fuera de lo normal e indecente.
Vaya, vaya. Pero mira a quienes me encuentro por aquí, y estando de esa forma tan abrazados… Definitivamente no tienen consideración, ¿cuándo aprenderán? Lo más probable es que Laito haya estado detrás de todo esto. — Dijo acomodándose sus anteojos.
Irritado por el paisaje tan deplorable que acababa de ver, se dignó a planear retirarse, pero antes, volteó una vez más para verlos nuevamente en silencio.
Estuvo así unos segundos, hasta que suspiró. Se dirigió hacia ellos y los cubrió con una pequeña manta. Luego salió del lugar, yéndose inmediatamente a la habitación de Laito para así poder castigarlo. Lo más lógico es que aquel peli-naranja con sombrero fuera el culpable de todo eso.
FIN.
