Esto ha sido fruto del aburrimiento y es tan terriblemente pequeño que incluso yo me asusto de haber sido capaz de contar algo sin irme por las ramas.Lo único que me queda por pedirte es que lo disfrutes.


Hacía años que el tiempo se retorcía y expandía a su alrededor, sin ser capaz de tomar conciencia de ello. Pocos sabían quién era, aunque la gran mayoría la evitaba. Sus sollozos difícilmente eran escuchados, porque nadie se acercaba ya a esa zona de la segunda planta, más ajada y descuidada que el resto del castillo. Siempre había odiado las telarañas pero sus moradoras se habían convertido en la única compañía a la que podía aspirar.

En uno de sus aburridos viajes por las cañerías había descubierto aquel lugar, muchísimo mejor cuidado que su retrete y con aquella enorme bañera de mármol rodeada de decenas de grifos. Maravillada como estaba, no notó la presencia de alguien más allí hasta que un grácil cuerpo de piel cálida se había deslizado entre la espuma y había permanecido allí durante casi tres horas, sin asomo de pudor. Sin verla. En menos de una semana había memorizado el camino a aquel baño y las horas a las que era utilizado, archivando codiciosamente las imágenes de aquellos chicos en su mente. Algunos llegaban llenos de barro y ni siquiera se molestaban en dejar la escoba en sus dormitorios para ir a ducharse. Otros tenían aspecto estricto y obediente, y doblaban sus uniformes con pulcritud antes de dejarse llevar por la tibieza del agua y sus jabones de colores. Todos eran perfectos, eran suyos. Con más pecas de lo normal o alguna escondida marca que la ropa no mostraba, pero suyos. Les robaba una preciada intimidad que no eran conscientes de ofrecer. Pasaron años de alumnos, años de capitanes de quidditch y prefectos. Pasaron chicos, muchos chicos que nunca podrían alcanzar a imaginar quién sería capaz de observarles cada día, con morbosa atención.

Pasaron chicas, menos, que enseguida abandonaban el lugar cuando las cañerías quedaban repentinamente atascadas o de ellas manaba un pútrido líquido que burbujeaba hasta que la ahogada risa de aquella espontánea espectadora lograba calmarse.

Y entonces llegó aquel niño, de su misma edad al morir. Con un cuerpo tan delicado y resistente como helados y fervientes sus ojos. Tan frágil y vulnerable. Siempre pálido, como ella. Tan rubio y tan extremadamente dulce. Sollozando entre hipidos, como ella. Acudía cada tarde después de comer y le contaba su día, le narraba la desesperación en la que estaba inmerso y de la que nadie podía sacarle.

Siempre triste y siempre suyo.


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Un besorro,

Isi!!