Capítulo 1.


"Los monstruos no se quedan con la princesa"


Vegeta era considerado un hombre astuto. No obstante, él no podía creer lo mismo de aquella afirmación. Pues bien, una vez, hubo intercambiado un vehículo modelo treinta y nueve, perteneciente a su padre, para quedarse con nada más que una chatarra. Lógicamente, al descubrirse toda aquella mentira, el hombre que le crío por más de diecisiete años, le golpeó tan fuerte, que escuchó cómo se rompían todos sus huesos. E historias como aquella existían variadas, tanto así como la respuesta a todas sus preguntas. No era inteligente cómo hubiera querido ser, pero si lograba convencer a las personas de ello, ciertamente, estaría haciendo un cambio drástico en su vida.

Aquella introducción no era nada más que pequeñas reflexiones en las que se sumergía en sus largos viajes. Ese día nublado, se encontraba sentado en la cómoda silla de un taxi, con el motor más ruidoso que podía existir. De esta forma, incluso se le hacía imposible recordar la figura de su padre; aquel hombre con un humor difícil de llevar, además de que se asimilaba a lo que él era por esos días. Cuánto hubiera querido que le observara triunfando, cómo un día le ordenó que lo hiciera. No obstante, por más que se lamentara por las drásticas cuestiones en las que terminaron su relación, no lo extrañaba para nada. ¡Era dueño de su vida! No nadie molestándole, inquiriendo en la forma en la que se vestía o bien, negociaba. Y nunca fue bueno para ello.

Aunque conocía otros métodos para cerrar un negocio.

Inclinó la mirada. Descansando las palmas sobre sus rodillas, pudo observar con cuidado el hecho de que sus nudillos se encontraban deshechos. La piel rojiza, inflamada, terriblemente adolorida, pero su orgullo era el suficiente como para admitirlo. Recordar cómo se las había hecho le desviaba a una situación realmente divertida, y es que golpeó a un tendero que cierto día le engañó vendiéndole un automóvil chatarra. Tuvo que viajar por cuestión de "negocios" a Nápoles, tierra que le vio crecer cómo el hombre más tenebroso jamás visto, y que luego viajó a América, para hacerse con los más poderosos. No fue sorpresa que todos le hubieran recibido en Italia cómo a un rey. Pero terminó por espantar a un pueblo. Aquello era lo que hacían los monstruos.

― Aquí ―Pidió con frialdad. Al momento de que el taxista frenara en seco frente a un edificio de al menos cinco plantas, él sacó unos cuantos billetes de su bolsillo. No era demasiado detalle afirmar que el roce con su ropa, le obligó a recordar las heridas que mantenía.

Tomó su equipaje de la silla trasera. Se bajó sin más detalle, agarrando de que sombrero no se fuera volando con el viento. Observó a ambos extremos, verificando que todo estuviera bien. Nadie le perseguía, pero con el tiempo, adquirió paranoia. Temor a todos, temor a que le persiguieran, temor a que le recordaran las hazañas bárbaras que cometía todo el tiempo, sin que le doliera en demasía. Sólo su interior albergaba algo de humanidad en él.

El taxista despegó, dejando una nube de polvo. Pensó en la cantidad de tiempo que le tardó encontrar aquella dirección, ocasionándole algo muy similar a los deseos de convertirse en homicida. Pero recordó las reglas especiales para quedarse en aquella pintoresca ciudad bien poblada: Nada de asesinatos no autorizados.

Se introdujo sin más al edificio. Los pasillos eran oscuros, realmente deplorables con aquellas paredes grisáceas, como si no hubiera existido otro color más deprimente que aquel. Las escaleras le llevaron a una buena cantidad de pisos. Después del tercero olvidó la cuenta, tomándose un buen momento para respirar. La falta de ventilación hacía un papel importante en su agotamiento, lo que le llevó a retirarse el sombrero, para otorgarle una buena respiración a su cabello en remolino.

Si no se equivocaba, su camino debía terminar en el quinto piso. Si lo hacía, de todas formas era el último que quedaba. Frenó frente a la única puerta de madera que había en el lugar. Procedió a buscar el timbre, pero como su suerte consistía, estaba claro que no poseía. Soltó un gruñido, que bien, lo pudo haber escuchado todo el edificio, detalle que no le interesaba en demasía, o al menos no tanto, como lo era el hecho de tener que utilizar la punta de sus mocasines, para poder llamar la atención de los que se encontraban en el interior. Tuvo que suspirar después, tomando alientos, además de maldiciéndose por haber molido de forma agresiva el rostro de ese sujeto en Nápoles.

Un hombre abrió la puerta a medias, como si estuviese ocultando algo. No poseía ni un rastro de cabello sobre su cabeza, otorgándole en su lugar un brillo resaltante, que podía usarse como su marca personal. Al momento de observar al de cabellos en remolino, separó los labios con asombro. De inmediato se lanzó sobre él, dándole un abrazo realmente violento. Atrapó cada extremidad al interior de sus brazos fornidos, además de un exagerado tamaño. Su única expresión fue la de inconformidad.

― ¡Ya suéltame, Nappa! ―Gritó furioso. Toda la presión pareció irse a su cabeza, haciendo que su rostro se tornara de un color rojizo. Además poseía una vena palpitante en su sien.

― ¡Perdón, perdón! ―El sujeto, pese a su gran tamaño, además de apariencia terrorífica, sonaba más bien como un sumiso temeroso de su interlocutor. No dudó en soltarlo de inmediato, detallando en la apariencia irrefutable de este ― Hace mucho tiempo no te veía. Creo que creciste un milímetro ―Comentó, reparándolo.

― No me genera nada de gracia, imbécil ―Murmuró furioso. Tuvo que soltar su equipaje, para poder acomodarse el abrigo oscuro, arrugado por el roce ―. ¿Ella está aquí? ―Cuestionó.

― Claro, claro ―Respondió con velocidad. Tomó la delantera, inclinándose por el equipaje sencillo que traía su acompañante. Después ingresó al interior del apartamento.

Vegeta le siguió al instante. Reparó en cada detalle del lugar, comenzando por la carencia de inmuebles con estilo o bien combinados. En primera instancia había una pequeña sala; constaba de dos sofás blanquecinos, con un par de líneas grisáceas atravesándolos. La mesita de café no hacía juego para nada, aunque funcionaba bien para dejar allí vasos o pedazos de comida sin terminar. Su rostro se tornó en inconformidad al observar la falta de limpieza que poseían aquellos ocupantes, siendo él el próximo a serlo. Siguió por un pequeño pasillo, con sus paredes tapizadas con figuras incomprensibles. Después de allí, la parada llegó a una zona designada para la mesa del comedor. Nada sutil, salvo la cantidad de sillas que había rodeando el inmueble de roble oscuro. Y a la izquierda se encontraba otro pequeño pasillo. Justo al frente suyo se encontraba Nappa, caminando con tranquilidad, sólo observando las puertas que había en los costados. Frenó en seco al encontrar la que quería.

― ¿Vas a dormir aquí? ―Cuestionó soltando sin cuidado el equipaje. Vegeta le reprochó con la mirada, realmente furioso.

― No sé Nappa, no sé. Quizá si me dejaras cortarte la cabeza, podría encontrar una habitación realmente vacía en ella.

El contrario se sintió ofendido, aunque sólo soltó una mueca.

― ¿Ella está ahí?

―Tocaré ―Dijo en un susurro ―. A ella no le gusta que nadie entre sin pedir permiso.

― ¿Y quién se cree? ―Arqueó la ceja.

― No lo sé, pero el tema de secuestro parece que la tuviera sin cuidado. Incluso le da órdenes a Yamcha.

― Esa sabandija siempre ha sido estúpido. Claro que se dejará dominar por una fémina.

― ¡Claro! No conoces el detalle máximo ―Se inclinó hacia Vegeta, quien simplemente se mantenía a la espera, con los brazos cruzados ―. Ella es verdaderamente bonita.

― No entiendo para qué me dices ese detalle sin sentido. ¡Ahora quítate de ahí! ―Ordenó sin paciencia. Al momento de observar a Nappa hacerse a un lado, él dio pasos fuertes hasta la puerta. Tomó el pomo dorado con determinación, hasta que lo giró del todo. En un parpadeó se encontró al interior de la habitación, topándose con un rostro realmente competitivo con el suyo. Furia, eso podía observar en aquellos ojos azules que se clavaban en los azabache de él.

― ¡¿Y tú quién demonios eres?! ―Gritó ella ― ¡¿No te han enseñado a tocar?!

Él intentó ocultar su expresión de sorpresa. Realmente aquello era lo último que se esperaba, o al menos al haber escuchado las órdenes de su superior, en lo que se suponía ser un secuestro, imaginaba a la mujer encadenada a la pared, con nada más que agua en un recipiente y pan. No obstante, lo que tenía frente a sus ojos, inyectados de veneno, no era más que a una muchacha pretenciosa, con pijamas e incorporada sobre la cama, la cual, estaba repleta de sábanas, finas a simple vista. Aquello era inesperado, además de insultante.

― Qué mujer tan vulgar ―Señaló de inmediato, con desprecio en sus palabras ― ¿Quién demonios te crees? ―Se cruzó de brazos, mientras la detallaba con cuidado. No parecía sufrir en demasía un posible secuestro. ¡¿Si quiera lo estaba?!

Nappa se asomó curioso por la puerta. Apenas se podía observar su cabeza brillante, la cual reflejaba la luz solar que se filtraba por las cortinas blancas.

― Señorita ―Corrigió fastidiada ―. Soy Bulma Briefs. Creí que lo sabías ―Murmuró con arrogancia. Ella también se cruzó de brazos, tratando de tornarse a la altura de él.

― Se supone que esto era un secuestro, Nappa ―Exasperado, torció la mirada hacia la puerta. Su mirada se clavaba sobre su compañero, como si estuviera realmente confundido ― No un resort para muchachas pretenciosas ―Enfatizó después, fulminándola con aires de victoria.

― Bueno, es que, las órdenes fueron detalladas ―Explicó Nappa, quien ingresó sin remedio a la habitación. Al observar a Bulma, asintió la cabeza, después volvió a su compañero, tragando saliva ―. Ella no puede sentirse para nada incómoda en su estadía en este lugar. Si bien sabemos, nuestra organización no recurre a secuestros, puesto que aquello sería sin un fin lógico. Pero a la vista de los horizontes inciertos que poseemos, ella es la salvación. La retenemos a la fuerza, pero no debe incomodarse.

Vegeta quería sentarse. Tanta información le irritaba.

― Esto es un maldito circo ―Susurró impaciente ―. Pues déjenme decirles una cosa ―Comenzó entonces a dar pasos cortos en el pequeño espacio. Se llevó una mano al mentón, como si estuviera analizando la situación. Después volvió a ellos ―. Los accidentes pueden ocurrir ―Esbozó una sonrisa maliciosa ―. Una desgracia, lo sé ―Desvió la mirada a sus mocasines ― Pero son cosas con las que se tiene que lidiar. Una caída en las escaleras ―Enumeró con sus dedos. Aquellos nudillos raspados eran notables ― O tal vez por la ventana… O mejor ―Frenó en seco. Su expresión neutral resultaba aterradora. Sus interlocutores lo sabían ―Un disparo en la sien ―Sus dedos rozaron cuidadosamente sobre su abrigo, podía apreciarse un pequeño bulto a la altura de su cintura ―. Así que tú, muchacha, deberás comportarte a la altura de un secuestro. Sea o no lo sea. ¿Entendido?

― No me dan miedo esas amenazas ―Dijo sin la voz temblorosa. En realidad, parecía sumergirse a un suicido, en especial cuando cruzaba miradas con aquellos profundos posos azabache. Pero no estaba dispuesta a abandonar tan fácil la contienda ―Si mi padre se enterara de que me maltratan, de seguro comenzará un guerra difícil de llevar.

― Estuve mucho tiempo lidiando con mensajeros que también enviaban las mismas amenazas. No creas que no sé lo que haces. Tienes miedo, lo puedo ver.

Ella soltó un suspiro. Quería continuar hablando, pero estaba segura de que perdería más que la cordura en el acto.

― Qué bueno que nos entendemos. Porque en realidad no me importaría deshacerme de uno más de los caprichos de mi jefe.

― Freezer se enojaría contigo, Vegeta ―Intervino Nappa.

― Cállate.

― Así que turnarás las horas de vigilancia con Yamcha.

― ¡No, él no puede tener mi custodia! Eso sería como un asesinato a la luz del día.

Vegeta esbozó una sonrisa. Estaba seguro de que los deseos no le faltarían.

― Él vino para ello. Se asegurará de protegerte. ―Aseguró el hombre sin cabello.

― ¿De qué?

― Es complicado para una mente tan llena de Channel número cinco ―Intervino Vegeta.

― ¡¿Cómo te atreves?! ―Ella frunció el ceño, además de teñir sus mejillas de un llamativo color rojizo. El de la furia.

― No tengo tiempo de pelear con una pretenciosa niña ricachona ―Confesó con frialdad ―. Necesito ordenar las cosas con mi llegada. Estaré a las siete para comenzar turno ―Volvió a observarla. Aquel rostro enfurecido le ocasionaba una buena sensación ―. No me hagas enojar, mocosa.

― Tú no me hagas enojar.

El gruñó indignado. Avanzó hasta la puerta, con intenciones de partir en definitiva. No obstante, tuvo que frenar en seco.

― Esto no es un hotel, muchacha. Espero que lo recuerdes. Estás contra tu voluntad.

Y al momento de irse, sintió un objeto abollonado golpearse contra su espalda. De inmediato giró sobre sus talones, observando que no se trataba de nada más que una almohada, de cortesía de una furibunda mujer de cabellos azules. Aquella situación había resultado en definitiva, explosiva.

Pero para su mente maquiavélica, existía un sinfín de soluciones, para hacerla temer.

Continuará.