Antes de nada, gracias por leer mis historias. Siempre es un placer ver que hay gente a la que le gusta.
En segundo lugar, me gustaría animaros a comentarlas y a ponerlas en vuestros favoritos. Aunque estén acabadas, sienta bien ver que las historias aún siguen vivas.
Y en tercero y último lugar, espero que os gusten tanto como me gustaron a mí.
A leer...
Argumento:
Rukia ha renunciado a su antigua vida para proteger a Ichigo y a su secreto; pero pronto se dará cuenta de que el pasado la persigue y de que no puede huir para siempre… Hay lugares de los que es imposible huir, hay huellas que perduran para siempre.
Rukia vive en Londres con una nueva identidad. Ha renunciado a su antigua vida, a su padre, a la Dehesa, para proteger el secreto de Ichigo. Ahora debe aprender a vivir sin él. Aunque al principio le parece imposible, poco a poco va acostumbrándose a la ciudad, a las clases y a sus nuevos amigos, y empieza a sentirse una chica normal. Sin embargo, de cuando en cuando un extraño presentimiento le recorre el espinazo y pone en alerta todos sus sentidos, como si su cuerpo fuese capaz de detectar el peligro, como si su corazón no la dejase olvidar y la empujase a volver.
Aunque le duela, sabe bien que olvidarse de su antigua vida es el único modo de mantener a salvo a sus seres queridos y a ella misma. Poco a poco se ha acostumbrado a su nueva identidad, cuando inesperadamente un día escucha una melodía demasiado familiar que tan solo conocían ella, Senna e Ichigo. Un pedazo de su pasado que ella creía haber olvidado.
Desde ese preciso instante, Rukia comprende que por mucho que cambie de nombre, de aspecto, de amigos o de país… el pasado la persigue y no puede cambiarlo.
Hay lugares de los que es imposible escapar. Hay huellas que perduran para siempre.
EL JARDÍN DE LAS HADAS SIN SUEÑO
Dicen que el asesino siempre regresa al lugar del crimen. Yo no había matado a nadie, pero estaba dispuesta a morir por alguien muy especial. Una persona cuyo corazón había despertado el otoño pasado y cuya huella en el mío jamás se borraría.
Hacía meses que soñaba con volver al bosque.
Una luz primaveral se filtraba entre los árboles descubriéndome infinitas tonalidades verdes. Podía sentir el zumbido de las abejas revoloteando entre las flores silvestres, el murmullo del viento entre los pinos y el rumor del río resbalando impetuoso por las rocas…
Pero aquel lugar ya no era el mismo. Su belleza me resultaba siniestra e insoportable sin Ichigo.
Estaba aterrada. Deseé con todas mis fuerzas que mi ángel acudiera a mi encuentro, conmovido por el olor de mi miedo. Pero aquello era imposible y yo lo sabía.
El sonido de unas pisadas cercanas me recordó que no podía bajar la guardia. El pulso me latía en los oídos y me hormigueaba en la nuca.
Una corriente en la espalda, similar a un suave latigazo, me alertó de que algo terrible estaba a punto de ocurrir.
Alicia
Mi vida en Londres era un reflejo exacto de lo que siempre había soñado.
Vivía en Kensington, un elegante barrio Victoriano con tiendecitas pintorescas y hermosos museos y parques. Estudiaba en la City, el centro financiero de la ciudad. Mis días transcurrían entre el ajetreo de las clases y el ambiente juvenil de la residencia donde me alojaba.
Cualquier chica de mi edad —incluida yo misma un año atrás— se habría pellizcado sorprendida de su suerte.
Pero yo ya no era Rukia. Ahora me llamaba Alicia. Y aquella vida había dejado de interesarme.
Solo la tranquilidad de Holland Park, en las inmediaciones de mi nuevo hogar, apaciguaba un poco mi alma convulsa. Me gustaba perderme entre sus jardines de árboles milenarios y pisar descalza la tupida alfombra de césped. Por sus dimensiones, me resultaba fácil encontrar un lugar aislado, junto al estanque, y hacerme la ilusión de que me encontraba allí sola o, mejor aún, en otro lugar.
La naturaleza casi virgen de aquel parque me recordaba en cierta manera a la Sierra de la Demanda. Si cerraba los ojos podía ver a Ichigo bañándose en el lago o paseando por el bosque, con su sonrisa angelical y su mirada ocre.
Al principio, me había sentido más sola en aquella ciudad bulliciosa de lo que jamás había estado en la propia Dehesa. Aunque mi torreón se encontrara en mitad del bosque, a kilómetros de una aldea de doscientos habitantes, allí al menos vivía el recuerdo de mi madre.
Me llevé la mano al corazón y acaricié su colgante. Junto a la llavecita de plata llevaba ahora la abeja de oro de Byakuya. Cuando las fuerzas me fallaban pensaba en él. Conocer a mi padre me había ligado en cierta manera a este mundo. Sentir que alguien de mi sangre se preocupaba por mí alejaba los fantasmas de la locura que tanto temía. La historia de Ichigo era tan fascinante y mi amor por él tan fuerte que, a veces, llegaba a dudar de mi cordura. Pero si mi padre le había dado raíces a mi corazón dormido, Ichigo había conseguido que le salieran alas. Y yo vivía esperando el momento de volar de nuevo junto a mi ermitaño.
Habían pasado cuatro meses desde nuestra separación en Colmenar y aún me costaba pensar en él sin desgarrarme por dentro.
Tal vez por eso, desde mi llegada a Londres, me había ganado fama de rarita. Mi expresión abatida o enfurruñada ahuyentaba a los demás… Excepto a Emma, mi compañera de habitación. Estaba pensando en ella cuando noté unas palmas heladas en las mejillas.
Me quedé sin aliento y mis músculos se tensaron.
—¿Quién soy?
Su acento escocés la delató al instante. Aun así, tardé unos segundos en recuperar la calma. Desde que me escondía en aquella ciudad, cualquier pequeño sobresalto me alteraba. La amenaza de los hombres de negro planeaba sobre mi cabeza como un agorero nubarrón.
—Hola, Momo. —Ni siquiera me esforcé en que mi voz sonara amable.
—¿Te he asustado?
Negué con la cabeza.
Se sentó a mi lado. Solo ella podía haberme encontrado en ese banco escondido de Holland Park. Era la única persona que buscaba mi compañía.
O, mejor dicho, la de Alicia.
—¿Otra vez aburriéndote sola, Alice? —Chasqueó la lengua y movió la cabeza con desaprobación.
Me había costado varias semanas entender su inglés de Escocia y seguir el ritmo de sus conversaciones. Hablaba tan rápido que apenas lograba separar las palabras de su discurso y darles un sentido lógico. Tal vez por eso repitió la pregunta más despacio acompañándola de un suave codazo.
—No me estoy aburriendo…
Observé su reflejo en el estanque.
Las aguas verdosas suavizaban el contraste de su rostro blanco y pecoso con su larga melena teñida de negro, pero apenas simulaban el maquillaje oscuro de sus ojos. Tenía un estilo gótico muy personal, conseguido a base de mezclar piezas de diseño con prendas de segunda mano que compraba en Camden Town y en otros mercadillos de la ciudad. Me fijé en su falda negra de satén con ribetes de pelirroja eran la única nota de color que su aspecto se permitía.
A su lado, mi nueva «yo» se colocaba un mechón dorado tras la oreja. Había estado a punto de cortarme el pelo como un chico, pero luego pensé que si me lo dejaba a la altura del mentón, a Alicia le resultaría más fácil esconder su rostro. El tinte entonaba a la perfección con mi piel clara y los ojos azul violáceos, de tal manera que casi parecía rubia natural. Vestía vaqueros y un abrigo gris con el que podía camuflarme entre cualquier grupo de estudiantes sin llamar la atención.
Comprendí que debía cambiar de identidad nada más aterrizar en el aeropuerto. Grimmjow había volado conmigo hasta Londres. Esquivarlo había resultado tan sencillo que aún no me explicaba cómo había sucedido. Tras bajar del avión, me había seguido hasta la cinta transportadora de equipajes, caminando apresurado a pocos pasos de mi espalda. Casi podía sentir su respiración en la nuca.
¿Y luego? Con mi enorme mochila a cuestas corrí aterrada a los lavabos y permanecí allí encerrada durante horas.
Después, ya no volví a verle. Me pareció tan sorprendente, que casi tuve la certeza de que me había dejado escapar. Tal vez, simplemente, me estaba vigilando y aquel no era el momento para darme caza… Pero no podía bajar la guardia. Si me había seguido hasta allí, podía volver a dar conmigo en cualquier momento.
Tras reservar un billete a Berlín para despistarlo, estuve una semana escondida en una pensión del Soho. Allí no me costó mucho registrarme con un nombre falso; pero sabía que si quería moverme libremente por la ciudad y seguir con vida, debía procurarme documentación falsa y despedirme de Rukia por una buena temporada.
Las monedas de oro que me había dado Ichigo me ayudaron a conseguirlo. Aunque estaba segura de que el dueño de la casa de empeños me había timado, su valor era muy superior al que yo había calculado. Me bastaron tres para inscribirme en una prestigiosa escuela y pagar cuatro meses por adelantado de la residencia de estudiantes. Y solo una para hacerme con una nueva identidad. El mismo estraperlista al que vendí las monedas se había encargado de proporcionármela.
Después de una larga espera en un café de China Town empecé a temer que me hubiera denunciado a las autoridades. Al fin y al cabo, yo solo era una extranjera menor de edad cometiendo un delito, y quién sabe si para el viejo usurero también una forma de ganarse algún favor de la policía.
Horas más tarde, con mi nuevo DNI en las manos y un año más en mi fecha de nacimiento, me di cuenta de que el dinero es el mejor salvoconducto para viajar sin problemas. No era el primer carné falso que veía. Mi amiga Rangiku había falsificado el suyo años atrás para entrar en las discotecas. Le bastó un escáner, la impresora de su padre y una plastificadora de juguete para conseguir una réplica muy lograda de su DNI. El de Alicia Feliu era una obra de arte de la falsificación.
Había escogido «Alicia» por tres motivos. Primero, porque era el nombre de mi abuela, y eso me mantenía ligada en cierta manera a mi mundo anterior. Segundo, porque era uno de mis personajes literarios favoritos; de niña mi madre solía leerme las aventuras de Alicia en el país de las maravillas antes de irme a dormir. Y tercero, porque después de caer en aquel hoyo y ser rescatada por un ángel, mi mundo se había transformado en un lugar insólito donde todo era posible, incluso la juventud y el amor eternos.
Acostumbrarme a mi nuevo aspecto había sido fácil. Nunca he sido muy amiga de los espejos. Sin embargo, la imagen de aquella chica rubia de mirada dura, en mi nuevo documento de identidad, reflejaba lo mucho que había cambiado.
Nada más atravesar la bruma plateada y brillante que separaba Colmenar de Londres, me había transformado en alguien distinto. Ya no tenía a Ichigo para sacarme de la madriguera cuando volviera a caer. Al otro lado del espejo, yo era una persona de apariencia frágil pero de carácter fuerte, capaz de todo por defender un secreto.
—Date prisa, Alice. -La voz de Momo me devolvió al presente— Izuru y Kenzaki deben de estar a punto de llegar. Hoy es jueves, ¿recuerdas…?
Casi lo había olvidado. Izuru, el novio de Momo, venía una vez por semana a merendar a la residencia. Solían avisarme para que les acompañara y después de charlar un rato salíamos a pasear por Londres. Desde hacía varias semanas, Kenzaki, un amigo de Izuru, se había unido a nuestro ritual del té.
Pero aquel jueves era distinto… Era un día especial. Y yo no lograba recordar el motivo.
Había estado todo el día demasiado preocupada por esa sensación extraña, una especie de latigazo suave en la espalda acompañado de un hormigueo en la nuca que me avisaba de un peligro inminente. En los cuatro meses que llevaba en Londres me había ocurrido en varias ocasiones. La mayoría habían sido avisos leves para que me mantuviera alerta, como cuando me disponía a cruzar la calle olvidando que los coches circulan en sentido contrario o mis pasos me conducían hacia algún callejón oscuro… Tan solo en tres ocasiones había sentido ese instinto de una forma poderosa e inequívoca. La primera había sido en el avión, justo antes de ver a Grimmjow a pocas filas de mi asiento.
La segunda, un mes atrás, en Notting Hill, segundos antes de esquivar por los pelos el desplome de la marquesina de un edificio.
La tercera fue ese jueves.
—Hoy es mi cumpleaños… —dijo Momo tras un silencio—. ¡Lo habías olvidado!
—¡Claro que no!
Pero lo cierto era que sí. Ni siquiera había comprado un regalo para ella.
Momo puso los ojos en blanco y tiró de mí para que me levantara del banco.
—No importa. Me conformo con que esta noche seas amable y me dejes la habitación para mí.
—¿Y dónde se supone que voy a meterme? —pregunté alarmada.
—Puedes montártelo con Kenzaki —respondió con total naturalidad.
—Estás loca.
Momo hizo una mueca de fastidio.
—Pues está buenísimo. De hecho, si yo no estuviera con Izuru… O si Izuru fuera algo más abierto en cuanto a relaciones… —Entornó los párpados imaginando quién sabe qué escena.
—No sabía que te iba el rollo gentleman inglés, chica gótica —bromeé al pensar en el amigo elegante y algo estirado de Izuru.
Aunque su novio era un chico formal de traje y corbata durante el día —trabajaba como becario en Lloyd's, una importante compañía de seguros— por las noches solía adoptar un look siniestro, de riguroso negro, con botas altas y gabardina larga.
—¿Por qué no? ¿Tú no tienes fantasías? ¿No has pensado nunca en liarte con un chico totalmente distinto a ti?
Pensé en Ichigo y tuve que admitir que sí. Mi ermitaño centenario entraba en la categoría de «chico distinto a mí».
—No pienso liarme con Kenzaki.
—¡No seas cría, Alice! Vamos, ¿qué te pasa? Esto es Londres. Somos jóvenes. Y Kenzaki…
—Está muy bueno, sí. Eso ya lo has dicho.
Momo se detuvo repentinamente en mitad de la calle.
—Iba a decir que está loco por ti.
Tras sostenerme la mirada durante un largo rato, tiró de mi brazo y aceleró el paso.
La visión del imponente edificio donde nos alojábamos me hizo recordar el día que aterricé allí. Lakehouse fue la única residencia donde encontré plaza en plenas Navidades.
Mucho más difícil fue que admitieran mi solicitud en un centro de estudios.
Por un lado, hacía tres meses que el curso había empezado y era imposible conseguir la documentación académica que requerían. Por otro, Alicia tenía dieciocho años —uno más que Rukia—, y se suponía que había dejado atrás el instituto.
Finalmente, me matriculé en una carísima academia internacional en la que impartían clases de acceso a la universidad, y en la que el dinero era el único requisito para obtener plaza. Era algo así como un curso puente para extranjeros sin el bachillerato inglés hijos de diplomáticos y de prósperos empresarios en su mayoría.
Yo pertenecía a ese último grupo. Había inventado una historia tan creíble que, cuatro meses después de mi llegada, y a fuerza de repetirla, casi había logrado creérmela. Tras la muerte de su único pariente, un acaudalado directivo catalán, Alicia había heredado toda su fortuna.
Su traslado a Londres estaba motivado por un intento de huir de su desgracia, licenciarse en biología y empezar una nueva vida.
Emma conocía esa historia y supongo que me tenía cariño por eso… Sabía que estaba sola en el mundo. Ella, en cambio, a pesar de su pose excéntrica y solitaria, pertenecía a una tradicional y numerosa familia escocesa.
Mientras el agua bullía en el hervidor y Momo repasaba sus ojos con nuevas capas de maquillaje oscuro, conecté el reproductor de CD.
La voz ronca del cantante de 69 Eyes hizo que mi amiga saliera del baño, bailando hipnotizada cual rata negra de Hamelín, al ritmo de «Gothic Girl»:
Just like a gothic girl
Lost in the darken world
My Ur gothic girl
Darkerside jewel are your razorcuts for real, baby
You can see
Shé's on her road to ruin
Stigmata from crucifiction
On ber palé white skin
Tribal pagan art
She loves ber tattooed Egyptian mark
And every single day ber love will tear us apart
Sbe's out to look so macabre and alone
Sbe´s close to hook on ber dying (1)
Visualicé a Kenzaki un instante, como puro ejercicio de concentración, para pensar en otra cosa distinta a mi ermitaño y sacármelo de la cabeza antes de que su recuerdo invadiera cada célula de mi ser.
—Háblame de él.
—¿De quién?
—De tu chico. Si no quieres nada con Kenzaki, solo puede ser por un motivo: hay otro… ¿O es otra?
—No te hagas ilusiones. No eres mi tipo —bromeé.
Hablar de Ichigo con Momo era lo último que me apetecía. No solo porque debía proteger su secreto, sino porque pensar en él me deprimía profundamente. El recuerdo de su sonrisa, sus besos, sus caricias… y de todo lo que había vivido a su lado en la cabaña del diablo y en la cueva de la inmortalidad me provocaban un nudo en la garganta tan tenso que tardaba varios días en aflojarse.
Aspiré el aroma intenso a naranja, bergamota y rosas del Lady Gray, mi té inglés favorito. Quería fundirme en ese agradable olor y borrar la mirada ocre borrosa de Ichigo en el momento de nuestra despedida.
Momo tenía razón. Kenzaki era un tipo atractivo, con una elegancia británica muy fresca. Yo nunca había conocido a ningún chico de su edad capaz de llevar un traje oscuro con la misma gracia y naturalidad que unos vaqueros o una sudadera. Su cuerpo era esbelto y su mente ágil e irónica. Estudiaba bellas artes en el Royal College of Arts. Tenía un aire a Orlando Bloom, con los ojos almendrados y claros, enmarcados por unas pestañas tan abundantes que parecían postizas.
—Recházame a mí si quieres, Alice —Momo hizo un mohín melodramático—, pero hazte un favor, ¡y échale un buen vistazo a Kenzaki!
—Está bien, chica gótica —me rendí entre risas—. Pero solo si prometes no ser tan pesada.
—Prometido.
—Por cierto, Momo… ¡Felicidades! —Me abalancé a su cuello y la abracé antes de plantarle un sonoro beso en la mejilla—. Hoy cumples diecinueve y aún no te había felicitado.
A pesar de mi falsa identidad, el cariño que sentía por Momo era auténtico. Ella era la única persona que había rozado mi corazón dormido en aquella ciudad. Su compañía lograba despertarlo un poquito y crear la breve ilusión de que yo era una chica normal que estudiaba y se divertía en un país extranjero.
Alguien llamó a la puerta con los nudillos, rompiendo ese momento mágico entre las dos.
Antes de abrirla, Momo me estrujó un instante y me devolvió el beso. Sentí un ligero estremecimiento que nada tenía que ver con el momento emotivo o con la temperatura de la habitación. Y, a continuación, un suave cosquilleo en la nuca precedido de una débil corriente en la espalda…
Al soltarme, Momo me miró a los ojos y me dijo algo inquietante:
—¿Sabes?, a veces tengo la sensación de que esta vida tan perfecta no puede durar mucho, —Los últimos acordes de «Gothic Girl» acompañaron sus palabras—. Siento muy cerca ese «mundo oscuro» del que habla la canción. Como si el cielo fuera a desplomarse sobre nosotras en cualquier momento.
To Be Continued...
(1) «Como una chica gótica, perdida en el mundo oscuro. Mi pequeña chica gótica. En el lado más oscuro, sus joyas son su navaja, y cortan de verdad, nena. Puedes verla, está en su camino de destrucción. El estigma de la crucifixión sobre su pálida piel. Arte tribal pagano, le encanta su tatuaje, una marca egipcia. Y todos los días su amor nos apartará. Está fuera de alcance. Tan macabra y sola. Próxima a su propia muerte.»
