Buenas a todos,

Vuelvo a las andadas con un fic a base de historias independientes entre sí pero con un denominador común: la escatología. En su segunda acepción según la RAE y ampliada a otros ámbitos de excreciones humanas.

En otras palabras, el caca-culo-pedo-pis y otras cochinadas.

Esta colección de historias pueden herir sensibilidades, a pesar de que es algo que absolutamente TODOS pasamos a diario o en algún momento de nuestra vida (salvo los hombres en un caso concreto que ya se verá). Así que, si eres muy finolis respecto al tratamiento de estas historias o directamente te da mucho asco, entonces mejor que no las leas.

**Los personajes que aparecen pertenece a Kurumada y a quienes tengan parte en Saint Seiya**
**Fic sin ánimo de lucro**
**Fic humorístico, los personajes muestran una personalidad alejada del canon**
**Ya he avisado de la temática, si no te agrada, simplemente cierra**


Compendio escatológico

Capítulo 1

Cuidar de un niño pequeño no siempre es una tarea fácil. De hecho, casi nunca es fácil.

No solo porque hay que mantenerles a raya y educarles en sanas y salubres costumbres, sino que además hay que explicarles absolutamente todo.

Eso supone un chorreo constante de preguntas variopintas, algunas fáciles de contestar; otras provocan vergüenza en el adulto que debe responder. O no…

Y aquella mañana, el caballero de Aries estaba un poco cansado como para andar soportando el interrogatorio incesante de Kiki.

De momento, el niño había empezado con preguntas normales, que si "Mu, ¿para qué sirve esto", y el niño recogía una herramienta de su taller. El lemuriano mayor le explicaba para qué se utilizaba y el nene quedaba más o menos satisfecho. O con cara de póker, en plan, "no me he enterado de nada de lo que me has dicho pero vale".

También preguntó cómo se hacían los lapiceros, si es que hacían un agujero en un pedazo de madera y metían la mina o qué. Y Mu, con su casi infinita paciencia, le respondía que no, que simplemente eran dos mitades de madera, en la que en una se pegaba la barra de grafito y luego colocaban la otra mitad.

O qué significaba ser "vegano". Y por qué los viejos tienen arrugas. Y que de qué se moría antes, de sed o de hambre.

Harto de tanta preguntita, Mu decidió sacar al niño a que le diera el aire, ya que prefería que su energía se gastara en corretear por todo el Santuario a que le fundiera con preguntas de todo tipo.

Mientras caminaban uno junto a otro, Kiki observaba todo atentamente, pero su curiosidad insaciable se veía satisfecha con la investigación de aquello que le llamaba la atención.

Corría como una liebre hacia el objeto en cuestión y, resuelta su duda, regresaba dando saltos hasta su maestro.

Despreocupado, notó un picor en la nariz y se rascó varias veces.

— ¿Qué te pasa?— preguntó el caballero de Aries, al percatarse que su alumno no dejaba de mover la naricilla.

—Me pica— respondió el nene, volviendo a menearla, hasta que empezó a frotarse con fuerza—. ¡Jope!— gruñó molesto, al sentir que el picor no cesaba.

Entonces decidió ir más allá y, con el dedo índice, exploró las fosas nasales que tanto le importunaban, en busca de aquello que provocaba el prurito.

Mu abrió los ojos sorprendido y compuso una mueca de disgusto.
—Kiki, ¿no quieres un clínex?— preguntó, al ver que el dedo buscador seguía adelante en la exploración.

— ¿Qué es eso?— respondió el niño, aún con el dedo metido en la nariz.

—Un pañuelo de papel— informó su maestro, buscando en sus bolsillos, pero chasqueando la lengua al notar que no llevaba encima.

—No— dijo Kiki, sacando el dedo de la nariz con un pegotillo verdoso—, ¿para qué?— preguntó, mirando con curiosidad la pelotilla de moco.

—Pues para limpiarte los mocos— respondió maestro, aún más asqueado al ver el dedo de su alumno—. ¡Eh! ¡Ni se te ocurra comértelo!— dijo rápidamente agarrándole de la muñeca, al ver que su alumno se disponía a abrir la boca—. Qué guarrada por favor…¿quién te ha enseñado estas cochinadas?

Kiki sacudió el dedo índice con diversión a pesar de la cara de asco de su maestro, quien trataba por todos los medios de esquivarlo.
—Kanon me dijo que eran muy nutritivos— espetó el chaval—. Por eso me los como.

El rostro de Mu empalideció aún más de lo que estaba y masculló una maldición.
—Quién si no te diría algo así…— murmuró cabreado—. ¡Pues es una auténtica marranada, ¿me oyes?!— le reprendió su maestro—. ¡Si te pica la nariz te suenas con un pañuelo y sin hurgar la nariz! Y no quiero volver a verte comiéndotelos.

—Pero no tengo pañuelo a mano, maestro— respondió Kiki—, ¿qué hago con él entonces? ¿Me lo vuelvo a meter?

— ¡No!— exclamó su maestro, soltándole la muñeca, y mirando alrededor—. Necesitamos un pañuelo…o lavarte las manos. Estamos más cerca del templo de Tauro que del nuestro, así que vamos allá y le pedimos a Aldebarán que te deje entrar a limpiarte.

El niño sonrió satisfecho y prosiguieron el camino hacia el segundo templo.

— ¿Y si lo pego por aquí y acabamos antes?— preguntó Kiki, señalando las diversas ruinas que había alrededor—. Nadie se dará cuenta.

Mu lanzó una mirada reprobatoria y sacudió la cabeza.
—Yo sabré que está ahí pegado y esas cosas me dan muchísimo asco— respondió su maestro—. Además, la gente suele utilizar esas ruinas para sentarse, sólo imagínate que…no— dijo rápidamente, sacudiéndose la imagen de la cabeza—, mejor no pensarlo que me dan arcadas…

Siguieron caminando cuando se toparon de frente con el caballero de Tauro, que bajaba las escaleras silbando una canción.

— ¡Buenos días!— saludó efusivamente el brasileño a sus compañeros—. ¿Qué tal estáis?— dijo aupando a Kiki, quien estampó un beso en la mejilla de Aldebarán y enseguida se encaramó a sus hombros.

—Pues precisamente íbamos a pedirte que dejaras entrar a Kiki en el baño de tu templo, que tiene una urgencia y dice que no llega al nuestro— respondió el caballero de Aries—. ¿Serías tan amable de permitirle usar tu cuarto de baño?

El enorme hombre soltó una risotada e hizo bajar a Kiki y le alborotó el cabello cobrizo.
— ¡Vaya!— exclamó el brasileño—. Así que una urgencia, ¿eh, renacuajo? Claro que sí, la puerta está abierta. Si me disculpáis, tengo algo de prisa, ¡nos vemos más tarde!

— ¡Muchas gracias Aldebarán!— exclamó aliviado el lemuriano, alentando a su alumno a subir las escaleras a toda prisa—. Venga, corre…¿y ahora qué pasa?— preguntó al nene, que no se movía.

—Es que…— murmuró inquieto, mirándose las manos—, he perdido el moco.

Mu tragó saliva y volvió a tensionarse.
— ¿Cómo que has perdido el moco?— preguntó aterrado—. Kiki…

El niño sonrió y enseñó sus manitas, completamente limpias a su maestro.
— ¿Ves?— dijo moviéndolas —. No está, ya no hace falta que entremos en el templo de Tauro.

— ¿Y dónde te has limpiado, so marrano?— exclamó el caballero de Aries, revisando bien los dedos y palmas de su alumno.

Sin esperar la respuesta del niño, Mu giró la cabeza por donde Aldebarán se había marchado segundos antes.

Aún pudo distinguirle bajando otro de los tramos de escaleras que conectaban los dos templos. El lemuriano se pasó una mano por la cara y resopló.

— ¿Quieres que se lo diga?—preguntó Kiki—. Igual lo tiene aún.

Mu sacudió la cabeza y se mordió el labio inferior.
—Mejor no le decimos nada— respondió el mayor, visiblemente asqueado—. Mejor que no.