COSAS (IN) NECESARIAS
Notas previas:
Aquí estoy yo otra vez, con un proyecto bastante loco.
"Cosas (In) Necesarias" es un crossover entre "Yami no Matsuei" (aka "Descendant of Darkness") de Matsushita Yoko, "Pet Shop of Horrors", de Matsuri Akino, "Conde Caín", de Kaori Yuki, y "Needful Things" ("Cosas necesarias", también conocido –en la traducción al español- como "La tienda de los deseos malignos"), de Stephen King. Como podrás darte cuenta desde los títulos y sus autores, hay un poquitín de terror en todo esto. ¿Qué puedo decir? Los libros de terror son unos de mis vicios ;D
El fic pretende (intenta con todas sus fuerzas) ser serio e inicia luego del final de los mangas y el libro. Diez años después de Pet Shop y, digamos, tal vez un año después de Yami.
¿Advertencias para el lector?
Bueno... Creo que hasta ahora no he escrito una verdadera historia de terror (¿cuenta "Lo fatal"?), así que no sé hasta qué punto se pondrán graves las cosas, pero no creo que llegue a haber mucha sangre, y en cuanto al angst... todavía estoy lejos de alcanzar el nivel de King-sama, así que no creo que haya mucho de qué preocuparse.
Sí habrá algunas referencias shonen ai en la relación de León con D (pueden culpar a Matsuri-sama, eso forma parte del manga) y en la relación entre Tatsumi y Watari (de eso sí pueden echarme la culpa a mí), pero no habrá nada gráfico.
Y, por supuesto, "caveat emptor"... o, mejor dicho "caveat lector".
uno
Es un trato
Museo de Arte, Tokio
La oscuridad en aquel rincón del sótano del museo era casi total.
A diferencia del resto del sótano, donde todos y cada uno de los objetos estaban cuidadosamente embalados y etiquetados esperando el momento de salir a la luz para ser exhibidos o al menos investigados, aquella habitación contenía cosas inclasificables que esperarían durante años, quizá siglos, antes de que un estudioso realmente obsesivo se aventurara con ellas.
Él estaba ahí, como lo había estado durante los últimos treinta años. Guardando silencio, permaneciendo inmóvil hasta que el último de los trabajadores del museo hubiera abandonado el sótano. Sólo entonces se permitía salir de su prisión para caminar un poco.
A veces subía las escaleras y recorría las salas del museo. Era entretenido, por lo menos más que permanecer inmóvil y olvidado. Claro que tenía sus riesgos: a lo largo de los años varios guardias habían llegado a verlo en más de una ocasión y por eso existían rumores sobre un fantasma rondando las salas, en especial las dedicadas al arte antiguo. Era una suerte que no lo hubieran atrapado hasta ese momento, ya habría sido realmente difícil explicar su presencia ahí. Nadie le habría creído que era parte de las propiedades del museo.
Pero esa noche él no salió a recorrer el museo. Simplemente salió de su prisión y se sentó en el suelo, abrazando sus rodillas, acurrucándose, y empezó a llorar.
Hacía mucho tiempo que no lloraba. Los primeros días, los primeros meses... casi durante los dos primeros años que había pasado en el sótano, había llorado todas las noches. Luego el llanto había ido disminuyendo, gracias a la rutina, pero el dolor permanecía ahí, tan intenso como el primer día.
Sin embargo, el que esa noche en particular sintiera la necesidad de buscar alivio en las lágrimas lo sorprendió bastante. ¿Por qué sería? Tiempo después de esa noche, a unos instantes de su muerte, se preguntó si habría sido una casualidad, el destino... o tal vez algo que el comerciante había planeado desde un inicio.
Porque el comerciante estaba ahí, cuando no debería haber nadie en el sótano y sólo los guardias nocturnos tenían permiso de moverse por el museo. Estaba ahí sin que él lo hubiera notado mientras salía de su prisión y se acurrucaba en el suelo para dar rienda suelta a las lágrimas. Y permaneció ahí, frente a él pero sin ser percibido, hasta que el llanto se debilitó lo suficiente como para transformarse en unos pocos sollozos.
-Llevas mucho tiempo aquí.
Él sintió terror al escuchar tan cerca esa voz desconocida. ¡Lo habían descubierto! Finalmente alguien lo había encontrado. ¿Y ahora, qué? ¿Lo echarían a la calle? ¿Lo enviarían a la cárcel? ¿A un asilo? Tal vez a un asilo, porque cuando lo obligaran a contar su historia, sin duda creerían que estaba loco.
-Sí... señor –murmuró, todavía con la cara escondida contra las rodillas flexionadas-. Treinta años.
Sabía la edad que aparentaba. Diciendo aquello daba la impresión de que había estado en el museo durante toda su existencia.
El comerciante chasqueó la lengua.
-Es mucho tiempo, una verdadera lástima... Dime, pequeño, ¿qué darías a cambio de recuperar a tu familia, o al menos una parte de ella?
Él levantó la mirada y el comerciante pudo estudiarlo por primera vez. Los rasgos finos, el largo cabello de un rubio intenso a pocos tonos de ser rojo, los extraordinarios ojos color miel. Definitivamente, ese artículo sería una excelente compra.
-¿Dar... algo a cambio? -¿estaba diciéndole que podía comprar a su familia? Pero... toda su familia había muerto...-. No... no tengo dinero. No poseo nada.
-¿Nada, mi estimable amigo? –el comerciante permitió que su voz se escuchara ligeramente divertida-. ¿Ni siquiera esos hermosos ojos dorados?
Uno de los dedos del comerciante, largo, pálido, casi esquelético, acarició su mejilla siguiendo el rastro de las lágrimas. Él echó la cabeza hacia atrás con brusquedad. El comerciante notó de inmediato la expresión de asco repentino en sus ojos. Era más sensitivo de lo que había esperado... un detalle que podía resultar peligroso más adelante.
-No –declaró él-, no puedo disponer de mis ojos. No soy dueño de mi persona: pertenezco al museo.
-¿Oh, sí? Me parece recordar que tu creador te dijo alguna vez que no eres un objeto sino una persona.
-¿Cómo sabe eso?
-Sé muchas cosas sobre ti y tu creador.
-Usted... no se parece a ninguno de sus amigos.
-Eso no significa nada. Sé cómo puedes reunirte con tu creador y puedo ayudarte a hacerlo. Lamentablemente, no puedo hacerlo gratis... pero sé que tienes con qué pagarme.
Él se esforzó en pensar qué podía ofrecerle como pago. Sólo tenía lo que llevaba puesto... y en los bolsillos de su holgado abrigo reposaban tres pinceles y una cajita de madera con doce tubos de pintura al óleo. ¿Eso, tal vez?
Todos los tubos estaban usados, algunos casi vacíos... y ni siquiera eran los tubos originales. Su creador conservaba la cajita porque había sido su primera caja de pinturas "profesionales" y reemplazaba los tubos conforme se iban gastando. Se la había dado a guardar a él junto con los pinceles... y por eso no podía desprenderse de ellos, eso sería traicionar la confianza depositada en él. Bajó la cabeza, sintiéndose derrotado.
-No tengo nada.
-Hum, es una lástima... Pero tal vez podrías trabajar para pagarme.
Él levantó la mirada de nuevo, sus ojos iluminados con esperanza.
-¿En verdad? ¿Trabajar en qué...? Oh, no importa, ¡haré lo que sea!... Si no es algo malo –añadió de inmediato, recordando lo que solía decir su creador acerca de las ofertas demasiado buenas.
El comerciante sonrió con aire benévolo.
-Por supuesto que no harás nada malo. Sólo seguirás mis indicaciones al pie de la letra durante unos días y eso será el justo pago por reunirte con tu creador.
-Entonces, haré lo que usted me diga.
-No te entusiasmes tanto... Caveat emptor, ¿estás total y completamente seguro de que deseas volver con tu creador y que estás dispuesto a pagar el precio?
Los ojos dorados sostuvieron la mirada del comerciante. Perfectas ventanas del alma, sólo podía leerse en ellos esperanza y una confianza firme, en una medida que sólo resulta posible encontrar en los niños.
-Con todo mi corazón.
-Entonces, es un trato.
El comerciante extendió una mano y él comprendió que quería sellar el negocio con un apretón de manos. La madre de su creador le había contado alguna vez que esa era una costumbre occidental. Luego de dudar un poco, adelantó su propia mano hasta casi tocar la del comerciante, que permaneció inmóvil. Era él quien tenía que estrechar la mano que se le ofrecía y no al revés... eso, de alguna manera, de pronto parecía ser muy importante... apretando los labios, finalmente estrechó la mano del comerciante y sintió que los dedos de éste (fríos, húmedos, de uñas extrañamente largas...) se cerraban sobre su mano, atrapándolo. Reprimiendo el asco a duras penas, trató de sonreír, porque así lo exigía la buena educación, como le había enseñado el padre de su creador.
Además, ya era tarde para echarse atrás. .. y él lo sabía.
El Barrio Chino
Era una espléndida mañana en el Barrio Chino cuando un joven rubio se detuvo frente a una pequeña tienda y contempló la puerta como si quisiera grabársela en la memoria.
La puerta se abrió y uno de los dueños de la tienda saludó a su visitante con una sonrisa ligeramente irritada.
-Llegas tarde, agente. ¿Y por qué te quedas ahí parado? El té se enfría.
Chris Orcot parpadeó, sorprendido. Sus visitas a la tienda de mascotas se habían vuelto regulares desde un par de meses atrás, cuando la investigación de una muerte misteriosa lo había llevado de vuelta al lugar donde había pasado algunos de los mejores momentos de su infancia.
Había confundido a su actual anfitrión con el anterior durante... unos ocho segundos. Su nuevo amigo tenía ambos ojos del mismo color y un carácter muy diferente al de su antiguo amigo.
-Lo siento, Junior, estaba pensando.
Jr hizo un puchero. Le molestaba profundamente el apodo que le había puesto Chris para diferenciarlo del resto de su familia, y lo peor del asunto era que ahora cuando dicha familia le hablaba en otro idioma que no fuera chino se dirigían a él usando precisamente ese apodo en lugar de su nombre correcto, pero no había habido forma de impedir que esa mala costumbre se enraizara en todos sus conocidos. Chris definitivamente era una mala influencia, al igual que su hermano mayor.
-León envía esto, con sus saludos –dijo Chris, ofreciéndole una bolsa de papel.
El puchero desapareció, reemplazado por una brillante sonrisa.
-¿León hizo galletas? ¿Para mí?
Chris respiró aliviado mientras se servía él mismo el té aprovechando que Jr se había olvidado por completo de él para investigar a fondo el contenido de la bolsa. Las visitas de León a la tienda eran menos frecuentes que las de Chris (aunque sí más largas), pero siempre se aseguraba de que Chris llevara algún dulce para los D, y Jr había acabado por desarrollar una muy seria adicción a las galletas caseras.
-¡Chris! ¡Se supone que yo debía servir el té!
-Bueno, por esta vez lo he servido yo.
-Argh, no tienes modales. Eso debe hacerlo el anfitrión. Si mi abuelo estuviera aquí ya te habría echado.
-No me echó cuando vivía aquí, ya perdió su oportunidad.
-Hum.
-¿Seguro que Sofu D es tu abuelo? León siempre se refiere a él como tu padre.
Jr se encogió de hombros.
-Tu hermano se confunde. Yo no soy quien solía ser.
-Pero recuerdas haber sido Papá D.
-Sí, ¿y? También Aniki debería recordar... oh, no, él no lo recuerda.
Chris se mordió ligeramente el labio inferior. No le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación. Ni a los D ni a León les gustaba hablar sobre el "nacimiento" de Jr... o la muerte de Papá D, que venía siendo lo mismo. Ni sobre lo ocurrido durante los diez años que la tienda había estado ausente del Barrio Chino como si no hubiera existido nunca para luego reaparecer de la noche a la mañana, como si jamás hubiera desaparecido.
Sabía muy poco de cómo se había reunido León con D, pero sí sabía que ellos dos ya habían hablado unas cuantas veces antes de que la tienda regresara... y que esas conversaciones habían sido en Japón. La decisión de regresar a los Estados Unidos había sido repentina y, conociendo a León, innecesaria, pero aún no había podido sacarle a ninguno de ellos una palabra al respecto, aunque no había dejado de intentarlo.
Su mirada se desvió a la "pared de las fotografías", donde ahora además de los retratos de la familia D había también fotografías suyas, de Jill y de León... y el dibujo que había hecho para D cuando aún era un niño.
-¿En qué piensas? –la voz de Jr lo hizo regresar desde muy lejos.
-¿Si te pregunto de nuevo por qué regresó tu familia, me darías una respuesta directa?
Jr entrecerró los ojos.
-¿Podrías sobrevivir a una respuesta directa? No lo creo. Y además, no es de buena educación hacerle preguntas así a tus mayores.
Definitivamente, ese era Jr, que cambiaba de edad a conveniencia: unas veces asegurando que era diez años menor que Chris y otras, asegurando que para calcular su edad debía tomarse en cuenta también los siglos que había vivido Papá D.
Estaba a punto de hacer un comentario al respecto (que habría dado inicio a una pelea) cuando la puerta delantera se abrió. Jr marchó a la parte principal de la tienda de inmediato y Chris lo siguió un poco más despacio, tomándose su tiempo para mordisquear una galleta.
-Bienvenido. ¿En qué puedo...
La voz de Jr murió lentamente, lo que consiguió que Chris apresurara el paso, asegurándose al mismo tiempo de que su arma de reglamento estuviera en su sitio. Aquello era completamente inusual, ¿acaso había entrado un asaltante?
Al llegar al frente encontró a Jr mirando con extraña fijeza (algo incompatible con su estricta educación oriental) a un hombre de cabello gris que aún estaba en el umbral de la puerta.
El recién llegado no parecía un asaltante, vestido como estaba con un caro traje de tres piezas y mostrando una (muy estudiada) sonrisa de dientes blanquísimos, pero Chris no bajó la guardia y decidió catalogarlo como un mensajero de alguna mafia, al menos por el momento, si es que no era algo peor. Sólo así podía explicar la rigidez que podía apreciarse en su amigo, aún cuando sólo podía ver su espalda.
-Leland Gaunt –dijo Jr, despacio, como si aquel nombre le estuviera siendo arrancado a la fuerza.
-Mi muy apreciado Conde D... ¿O es al joven Conde D a quien tengo el honor de dirigirme?
Chris no supo si el acento del hombre desconocido era el de un auténtico inglés o el de un estadounidense tratando de fingirse inglés.
-Soy el cuarto D, pero en una vida anterior se me conoció como el segundo D.
Era la primera vez que Chris escuchaba a Jr prescindir del título (que, siendo estrictos en realidad era el título de Sofu D). Eso no podía ser bueno.
-Oh, ¿y su joven acompañante...?
Por lo visto, Jr no se había dado cuenta de que Chris lo había seguido, porque la tensión que podía leer en su postura se intensificó un poco.
-Christopher Orcot –se presentó él mismo-. Amigo de la familia.
Si Jr no mencionaba su título, quizá sería mejor no mencionar tampoco que él era agente del FBI...
-Ah, es un placer conocerlo, señor Orcot. Como ya ha mencionado el joven D, mi nombre es Leland Gaunt, un ... viejo amigo de la familia, también.
"Apuesto a que es un amigo más viejo que las montañas" decidió Chris "y un viejo amigo que no es bienvenido, además".
-¿A qué ha venido, Gaunt? Los negocios del segundo D con usted finalizaron hace mucho tiempo –declaró Jr.
-Es sólo una vista de cortesía –la sonrisa de Gaunt se hizo más amplia y, por un segundo, Chris tuvo la impresión de que sus dientes eran ligeramente más afilados de lo que le había parecido en un principio-. He decidido trasladar mi pequeño negocio al Barrio Chino y para tal efecto alquilé el local que se encuentra frente a éste, al otro lado de esta calle. Vamos a ser vecinos nuevamente... Oh, pero eso tú ya lo sabías, ¿verdad? –ahora Chris estaba realmente seguro de que los dientes de Gaunt tenían más filo de la cuenta-. ¿No dices nada, mi joven amigo? Bien, supongo que necesitas tiempo para meditar estas cosas. La prudencia de un anciano y la belleza de un joven, maravillosa combinación.
Gaunt retrocedió dos pasos con un movimiento felino y así quedó realmente fuera de la Tienda.
-Estaré esperando su visita, mi estimado Conde... o su invitación a visitar la Tienda, como usted prefiera. Ah... Agente Orcot, usted será bienvenido en mi humilde tienda cuando guste. "Cosas (In) Necesarias" estará siempre a su disposición, lo mismo que este, su servidor.
Gaunt se marchó y la puerta de la Tienda se cerró por sí sola, violentamente. Chris iba a abrir la boca, dispuesto a preguntar qué significaba todo aquello (aunque en realidad no esperaba una respuesta), cuando Jr dio media vuelta y lo sujetó por los hombros, clavándole las uñas a través de la ropa.
-¡Nunca! ¡¿Me oyes? ¡Nunca vayas a esa tienda! ¡Nunca hagas un trato con ese hombre! ¡Nunca le des la mano! ¡Mejor aún, jamás le dirijas la palabra! ¡¿Me has entendido, Chris?
-Sí, hombre, te entiendo… ¡Y suéltame de una buena vez!
Jr aflojó la presión, pero no lo soltó y Chris empezó a sentirse alarmado. Nadie se imaginaría lo fuerte que era Jr en realidad... ni lo afiladas que tenía las uñas.
-¿Qué es lo más valioso para ti en este mundo? –exigió Jr.
-Mi familia.
-Entonces, júrame por tu familia que nunca harás un trato con ese hombre.
Chris parpadeó y miró a Jr de arriba abajo. ¿Era en serio?
-¡Júralo, Christopher!
-Está bien, está bien. Te juro, por mi familia, que no haré ningún trato con ese sujeto. ¿Contento?
-Sí –Jr respiró aliviado.
-Entonces, quítame las garras de encima... A menos que quieras explicarle a mi novia cómo es que obtuve estos arañazos.
Recién entonces fue que Jr se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
-Creo que arruiné tu camisa...
-Sí, creo que me debes una camisa.
-Oh... ¿Puedo escogerte una nueva?
-¡No! Compraré una y te traeré la factura.
Jr hizo un puchero y regresó al interior de la tienda murmurando algo acerca del mal gusto de todos los occidentales.
A la hora de marcharse, Jr acompañó a Chris hasta el exterior de la tienda, cosa que no solía hacer, y Chris no pudo evitar preguntarse si lo hacía para estar seguro de que no se acercaría a la otra tienda. Tan pronto como León volviera a casa del trabajo, se encontraría con un hermano menor muy preocupado y una larga lista de preguntas que, sin duda alguna, León no sabría cómo responder y los D no querrían responder.
-No olvides tu promesa –le dijo Jr desde la puerta de la tienda de mascotas.
Chris sonrió para tranquilizarlo.
-No te preocupes, Jr. Tenemos un trato.
Los ojos de Jr se estrecharon bastante y su expresión se volvió tan fría como en los peores momentos de su vida anterior... y a pesar de eso su voz se escuchó risueña.
-Eso mismo, Chris, tenemos un trato.
No fue la primera vez que Chris emprendió el camino a su casa preguntándose si Jr tendría o no algún tipo de doble personalidad.
Continuará...
Notas:
Caveat emptor: (latín) "cuídese el comprador", con esta frase el vendedor se desliga de toda responsabilidad y es el comprador quien asume los riesgos si el artículo que compra no lo satisface. Quien acepta la advertencia no puede alegar luego que no sabía en qué lío se estaba metiendo.
Aniki: "Hermano mayor".
Sofu: "Abuelo".
