nt: Los personajes no me pertenecen, sino a Haruichi Furudate.
De noches de insomnio a directores de orquesta y respuestas al universo.
La noche se convirtió en calma, mientras que una respiración ajena endulzaba el ambiente. Oikawa suspiró sobre su futón y clavando la mirada hacía adelante, se ahincó un poquito más a su lado; dónde yacía plácida y cómodamente dormido Iwaizumi. Observó con detenimiento las facciones de su amigo de la infancia, como memorizando cada detalle de su tez, desde desde el mentón a las pestañas. Y pensando en cuánto disfrutaba estar así, levantó una mano para posarla directamente sobre la piel, sin embargo se detuvo centímetros de hacer contacto. Acarició el aire y dejó las huellas allí, arrastradas hacía la nada. El castaño retomó la pose inicial, de costado y apoyando un brazo bajo la almohada mientras sostenía su propio vientre con el sobrante.
Un viento frío entró por la ventana, que en algún momento de la tarde olvidó cerrar. Las cortinas se removieron a su paso, invitando a algunas estrellas a acompañarlos. La luna, en cambio, yacía brillando a través de las telas antes de que éstas siquiera se lo permitieran. La noche era oscura pero también brillante y hermosa. Oikawa se vio pequeño ante tanto encanto, de manera que cerró sus ojos negándose a seguir sintiéndose así; como la pieza que no encaja en el rompecabezas. Deseó, a pesar de ello, que Hajime estuviera despierto para notar la belleza del afuera incluso aunque éste estuviera de espaldas al paisaje.
Sus orbes marrones volvieron a abrirse, nuevamente, atraído a la figura del otro joven. Apenas había tenido oportunidad de decirle que descansara cuando el más fornido ya había caído en las redes de los sueños, cuando se acostaron hacía dos horas atrás. Él también intentó descansar, obteniendo a cambio vagos resultados de lo que podría ser un sueño, puesto que jamás logró dormirse por completo, sintiendo que hasta el lejano zumbido de un mosquito podría despertarlo. Entonces se frustró, negándose a dormitar si no fuese porque su cuerpo lo exigiera. Y esta vez no lo hacía.
La armonía aumentó en cuanto divagó en pensamientos, tarareando una canción por lo bajo. No quería despertar al contrario, por ende los susurros eran imperceptibles, teniendo en cuenta algunos sonidos del afuera que perfeccionaban su música imaginaria. Se sentía el director de una orquesta, teniendo a todos bajo su poder y obedeciendo a sus manos que, de alguna manera, tenían todo el control.
Oikawa sonrió.
Los latidos sincronizados de su corazón se acoplaron aumentando los rayos de felicidad que comenzaban a aparecer. Por primera vez en la noche sintió que todo estaba en orden y que él estaba a la cabeza de todos los demás. La música siguió. Entonó, entonces, lo que pudo ser una risa. Prosiguiendo con su otra tarea de no escandalizar, rió entre dientes, conteniéndose y por acto reflejo tapó su boca. Parecía que la falta de sueño estaba haciendo su efecto, pues, pensó que deliraba como un enfermo que cree tener la respuesta al universo y a todas sus preguntas.
Pronto se calmó, regresando al inicio, colocando cada pieza en su lugar, silenciando por completo la habitación. A unos metros divisó el póster de Star Wars sobre la puerta. De memoria sabía que estaba allí y que a un costado cerca del armario se plasmaba el de The x files, manifestando su afán por lo extraño y desconocido. Y Oikawa nuevamente actuó por instinto, por puro impulso adolescente que deseó estar tranquilo en absoluta soledad. Amarrado al anhelo de escaparse por al menos un rato, salió victorioso de la habitación entre movimientos paulatinos que a oscuras ocultaban su torpeza. Al encontrarse con las escaleras se enfrentó a la odisea de bajar con cuidado cada escalón que sus pies tocaban, saltándose algunos con destreza de un digno jugador deportivo. El final estaba a una puerta de distancia, en el Genkan. Calzó las zapatillas viejas que estaban allí, esperándolo. Cuando cerró la superficie de madera mientras le daba la espalda, Tooru sonrió victorioso, era una vez más el ganador. A diferencia de Tobio, él no necesitaba ser un prodigio para cruzar tal reto sin esas innecesarias cualidades, entonces infló su pecho orgulloso a pesar de que el frío lo atacó con un viento veloz que se paseó por su casa y lo abandonó al doblar la esquina.
El castaño rodeó la calle, oyendo sus pasos tétricos sobre el pavimento. Era, por lógica, el único chico andando a las dos de la madrugada, deambulando como un loco que no encuentra el camino correcto. Vestido con su pijama de planetas, metió las manos en los bolsillos del pantalón dónde se encontraba Saturno. El aire ya no se sentía frío y el peso de deseo lo dejó olvidado en alguna casa al andar, despertando la pasión de seguir caminando y recorrer la noche con sus pies. Sin embargo se detuvo a la quinta cuadra, convenciéndose a si mismo de que era suficiente además de podría ser peligroso alejarse a tal hora nocturna. Oikawa no tenía miedo, simplemente no quería preocupar a nadie si algo llegase a pasar. Giró sobre sus talones, y dando media vuelta, regresó por el cemento ya pisado. A diferencia de antes, cada paso que daba era ejecutado con sumo cuidado, como disfrutando los segundos que se formaban al tardar el doble mientras volvía. Las mangas largas de la prenda cubrían sus brazos del frío, dejando pasar solo un poco de aire por el cuello y que éste acariciase su pecho. Pero no le importó, en cambio, su ceño se frunció al llegar a casa que, cruzado de brazos en un gesto que no pudo descifrar, se encontraba Iwaizumi.
Por un instante pensó que al ser descubierto por tal travesura sería golpeado por esos enormes brazos y quedaría inconsciente por quizás tres días. Unos arboles se sacudieron feroces al ritmo de sus cabellos y los de su compañero. Oikawa se preguntó si los pinches en la cabeza de Hajime rasparon más al viento que viceversa. Rió un poco por lo bajo, arrepintiéndose al ver los ojos de su compañero que crispaban furia por donde sea que mirase; Seguramente pensando que se burlaba de él, o que se reía por su propia travesura, cuando en realidad sólo estaba feliz consigo mismo.
Pasó ambas manos por detrás de la nuca, luciendo despreocupado mientras formaba una sonrisa ligera. Algunas hojas volaron frente a sus ojos, siguiendo su camino más adelante, enredándose en alguna cerca o tal vez en otras ramas. Oikawa se había asegurado de cerrar con cuidado las puertas que atravesó e incluso en su habitación procuró actuar como todo un ninja profesional. No obstante, sus ágiles dotes no habían funcionado ante el otro joven que (vestido en un pijama de estrellas suyo que a regañadientes había aceptado a ponerse) ahora susurraba enfurecido.
- ¿Qué hacías allí afuera, idiota? - El castaño sabía, a leguas, que el tono de su compañero ocultaba también preocupación. Que intentaba esconder tras ese semblante serio y aterrador, con algún deje de susto al no verlo en el otro futón ni en otro espacio de la casa. Él se doblegó a la mitad, partiéndose literalmente de la risa.
- ¿De que ríes? Te hice una pregunta, imbécil. - La furia se reflejó con más claridad en la carrasposa voz de Iwaizumi que tembló en sus tímpanos, pero él sólo pudo responder con más incoherencia ¡Estaba feliz!
- Luces adorable así vestido- declaró dichoso, recobrando la postura. E Iwaizumi sabía que Oikawa ocultaba su nerviosismo. Ambos se conocían tan afondo que con el más mínimo movimiento podían auto-delatarse.
El susodicho empezó a sentir con más furor la helada nocturna que poco a poco los atacaba. Entonces se preguntó porqué seguían afuera, pudiendo discutir adentro, aunque apenas habían intercambiado palabras y algunos insultos por parte de contrario. Mientras se abrazaba a si mismo y bajaba la mirada a sus pies oyó la respuesta estrepitosa de Hajime:
- ¡No cambies de tema! - Parecía más a un histerismo vergonzoso que danzó rápidamente en los oídos del castaño, efectuando aún más sus ganas de sonreír. Sin embargo, Oikawa supo que si reía, a cambio, obtendría un derechazo certero en su nariz, desfigurando su belleza natural. Él ignoró que estuvieran a mitad de una charla, adentrándose a su hogar. El otro adolescente lo imitó sin decir nada al respecto. Sólo era el silencio y ellos. Al subir las escaleras volvió a sentir la calma, la calidez del ambiente que antes era frío y desorden, ahora era una cómoda sensación de bienestar.
- Buenas noches - deseó, cuando hubo obtenido su oportunidad. Realmente tenía ganas de decirlo y, finalmente, podía hacerlo de buena manera. No tenía malicia, quería que Iwaizumi durmiera tranquilo sabiendo que él se lo había deseado. Se recostó en el futón correspondiente, observando la ventana, admirando la noche que se burlaba de él por estar allí, adentro, y ella tan allá, lejana. Pero no no le importó. Cerró los ojos pensando en que Hajime dormiría a su lado, pendiente de que descansara.
- ¿Qué te preocupa? - Cuando encontró la paz que necesitaba para sumirse en los sueños y cabalgar hacía la libertar, su compañero apareció interrumpiendo la concentración, como la luz que se corta en una asombrosa película; en la mejor parte.
- Nada en especial, Iwa-chan. Sólo tuve ganas de caminar - confesó, sin ningún trasfondo oculto, admitiendo con abierta verdad lo que quiso llevar acabo, haciéndolo realidad. Porque la necesidad había sido mucho más fuerte que el sentido común. Huir de...algo, algo.
Una brisa pasó por su espalda, removiendo suavemente la tela, antes de taparse con las mantas. Oikawa nuevamente olvidó cerrar la ventana, pero cuando se acordó ya era demasiado tarde. Cayó dormido en segundos, escuchando un suspiro pesado proveniente de Iwaizumi mientras arrastraba los pies hasta las cortinas. Él, con las últimas fuerzas que recogió, casi pudo emitir una sonrisa. Cuando el otro joven se recostó a su lado, sólo quedaba el fantasma de una.
La noche continúo su ritmo armónico hasta que amaneció.
Y la situación se repetía, otra vez era el primero en despertar. Oikawa hizo una mueca al inflar sus mejillas en un cómico e infantil mohín. Pero, de manera inesperada, al regresar la vista a Iwa-chan, increíblemente, él ya lo estaba mirando. Su corazón recitó cantos afinados, acelerándose en cada segundo que pasaba, cuando recibió una sonrisa que no dudó en corresponder.
- Buenos días. - Y su mejilla se derritió al sentir los dedos de Iwaizumi pasearse sobre la piel.
