Los nervios invadían su cuerpo. ¿Dónde se habría metido? Ese maldito niño le sacaba de quicio con sus salidas nocturnas. ¿Es que a caso no fue lo suficiente clara explicándole sobre los peligros de la calle? ¿O no fue lo suficiente dura con los castigos? El caso es que no paraba de escaparse.
En realidad, estaba preocupada por él, por lo que le podría pasar. Él es todo para ella, si le llegara a pasar algo... Mejor no pensarlo. Todavía recuerda cuando le pidió a Rumplestiltskin que quería un hijo. Él creyó que era con él. Qué irónico. Necesitaba una alegría en su vida. Una nueva sonrisa. Una nueva vida que le trajera de vuelta las ganas de vivir. Y es que su vida no había sido coser y cantar. Cuando salvó la vida de Blancanieves todo se echó a perder. Todavía se pregunta qué hubiera pasado si no hubiera salvado su vida. ¿Ella habría sido feliz? Por lo menos su madre no se habría enterado de su romance con Daniel y él seguiría vivo. Además, ella no se hubiera tenido que casar con aquel viejo insoportable y asqueroso que lo único que quería era tener un varón heredero de la corona.
Miró el reloj. ¿Dónde se habría metido? Es muy tarde para estar por ahí fuera. Se levantó del sillón donde estaba sentada y paseó por la casa. Exasperada se miró en el espejo. Al momento apareció la silueta de un hombre.
-Espejito, espejito. Muéstrame dónde está mi hijo.
-Sí, su Majestad -hizo una leve reverencia con la cabeza y su imagen desapareció del espejo.
En su lugar, la imagen de su hijo agarrado de la mano de una rubia. Y menuda rubia. Chaqueta de cuero roja, vaqueros negros ajustados. Parecía una adolescente enamorada del rock.
Vio cómo se montaron en un escarabajo amarillo y cómo la rubia condujo hasta su puerta.
En cuanto se bajaron, ella abrió la puerta de su casa.
-¿Henry? ¡Henry! –corrió a abrazarle- ¿Estás bien? -preguntó inquieta- ¿Dónde has estado?
-¡He encontrado a mi verdadera madre! –Henry corrió hacia el interior de la casa.
Fuera solo quedaban ella, la rubia y su plan de esta noche: Graham, el sheriff. Había quedado con él para una noche desenfrenada, pero sabía que esto no podría durar mucho tiempo pues Graham estaba hechizado… Aunque ella realmente no le había obligado a hacer nada después de que le embrujara para que se enamorara de ella.
Ahora estaba de pie, delante de esa nerviosa rubia, que la miraba con una mezcla de miedo y curiosidad. Estaba paralizada. Por una parte el comentario de Henry la había dejado de piedra. ¿Su madre biológica? En su cabeza imaginó que esa mujer ahora querría pasar más tiempo con él. No lo iba a conseguir.
Por esta razón ella pidió una adopción cerrada, porque la madre biológica ya no lo quería y no lo volvería a ver.
Por otra parte, se quedó petrificada al contemplar aquellos ojos verdosos y esa media sonrisa.
-¿Tú eres la madre biológica de Henry?
-Hola… -sonrió con una mueca.
Un solo "Hola" había bastado para desarmarla. Su corazón se paró cuando ella habló. Maldita rubia. Quería conocerla mejor, si es que ahora ella iba a estar merodeando por su casa y viendo a su hijo.
Se veía que la rubia estaba nerviosa, pero ¿por qué? Además la miraba con aquellos ojos de perrito abandonado.
¿Se estaba enamorando de ella? ¿Qué tenía aquella rubia que no tuviera Graham? No lo sabía, pero moría por conocerla.
Además era una mujer. Nunca en su vida se había enamorado de una mujer, ni siquiera plantearse que pudiera ser bisexual. Aunque, según estudios, todos nacemos bisexuales. Pero ese nunca había creído que era su caso. A ella le gustaba dominar a un hombre, tanto fuera como dentro de la cama, porque los veía físicamente superiores. A pesar de que ella era más fuerte que ninguno. Siempre podría recurrir a la magia.
Graham puso una excusa para irse y así dejarlas a solas. Parecía que le había leído la mente.
La sonrió tentándola.
-¿Quiere una copa de la mejor sidra que jamás ha probado?
-¿No tiene algo más fuerte? –la respondió la rubia.
Encima va de superior. Notó cómo se encendía su entrepierna. El juego comenzaba.
Regina salió de la cocina con dos copas en la mano. Se movía con una sensualidad que la rubia jamás había observado. Como si fuera de la realeza o educada para tal. Separó sus labios inconsciente. Observó cómo servía la sidra mientras le preguntaba.
-¿Cómo me encontró?
-No tengo ni idea. Cuando lo adopté sólo tenía tres semanas. Los archivos eran herméticos, su madre biológica no quería ningún contacto -notó que la rubia se impacientó.
-Le dijeron lo correcto -respondió seca.
-¿Y el padre?
-Hubo uno.
-¿Debo preocuparme?
A la rubia le extrañó esa pregunta, pero la contestó:
-No, ni siquiera se enteró.
Regina se giró con una sonrisa. Estaba disponible.
-¿Debo preocuparme por usted, Señorita Swan? -cuando le dio su copa, sus dedos se rozaron y Regina pudo notar un chispazo de magia. ¿Esa mujer podía hacer magia? Le faltaban muchas cosas que saber sobre ella.
-Absolutamente no. -dijo la rubia. Se quedaron mirando intentando descubrir algo de la otra.
Hasta que Graham bajó y las interrumpió. Pero Regina no le escuchó y solo se molestó en decir:
-Gracias, sheriff -Esperó hasta que se hubiera ido para dirigir a la rubia al salón. Allí estarían más cómodas- Siento que haya perturbado su vida. No sé que le atacó.
-Está pasando un mal momento, sucede -respondió la rubia. Parecía como si le entendiera. Como si ella hubiera pasado por lo mismo.
-Debe entender... que desde que fui nombrada alcaldesa, me ha sido difícil equilibrar las cosas. -La rubia se sentó, pero Regina se apoyó en la chimenea. ¿La estaba seduciendo? Sí. Y, al parecer, la rubia lo disfrutaba.
-Supongo que tiene un trabajo -preguntó la alcaldesa.
-Me mantengo ocupada, sí.
-Imagine otro trabajo además del que ya tiene. Eso es ser madre soltera -notó cómo la rubia sonrió ligeramente cuando dijo "madre soltera"- Por eso exijo orden. ¿Soy estricta? Supongo. Pero lo hago por su propio bien -parecía que la alcaldesa se estaba disculpando con ella sobre su hijo- quiero que Henry destaque en su vida. No creo que eso me haga malvada, ¿no? -notó cómo la barrera de su corazón se abría ante la rubia. Tantos años siendo ella la mala habían hecho que se creyera que lo fuera. Pero la rubia en seguida lo negó.
-Estoy segura que lo dice por lo de los cuentos de hadas
-¿Qué cuentos de hadas? -la interrumpió Regina nerviosa.
-Ya sabe, su libro. Cree que todos son personajes de cuentos.
-Lo siento, no tengo ni idea de lo que está hablando -la barrera volvió a subir. Se volvió a cubrir de todos los sentimientos. Intentaba no sentir.
La rubia notó cómo se había enfriado.
-¿Sabe? No es nada de mi incumbencia, es su hijo. Y yo debería regresar.
-Por supuesto -Regina se levantó y le abrió la puerta de la habitación.
Emma extrañada se levantó y salió por la puerta, la cual cerró Regina detrás de ella. Andaban por el hall cuando Emma se giró y pilló a Regina mirándole el culo. Ella levantó en seguida la vista y disimuló. Pero la rubia la había visto.
-¿De verdad quiere que me vaya? -se acercó un paso más a la alcaldesa.
-Henry mañana tiene clase y es muy tarde para él. Tengo que acostar... -no pudo terminar la frase porque la rubia le tapó los labios con un dedo.
-Creo que eso no es lo que realmente quieres -levantó una ceja. El corazón de la alcaldesa latía fuertemente. ¿Estaba siendo seducida?
-No -quitó su dedo de su boca- No es lo que realmente quiero -se acercó más a ella. Apenas unos milímetros separaban sus labios- Lo que realmente quiero es que se vaya -sonrió maliciosamente.
La rubia se dio por vencida. Tenía muchísimas ganas de besarla, pero tampoco la iba a obligar.
-Genial -dijo la rubia mientras se separaba.
Regina se quedó quieta mientras la observaba caminando hacia la puerta. ¿Debía besarla? Quería hacerlo. Dios, se moría por ello. Pero no le parecía correcto. ¿Besar a una desconocida que además quería robarle a su hijo? No. Pero, joder, estaba muy buena.
-Emma, espera. -en seguida se arrepintió. Se le encogió el corazón. Emma giró sobre sus talones y se quedó mirándola.- No quería decir eso -la morena se acercaba a ella- No quiero que te vayas. Quiero... que te quedes.
Emma sonrió. Sabía exactamente qué era lo que iba a hacer.
Se acercó a la morena y colocó sus manos en sus mejillas. Las acarició con suavidad. Observó cómo tenía los labios ligeramente abiertos, esperando a los suyos.
-Nunca has estado con una mujer, ¿verdad?
-No -respondió tímida la alcaldesa. Jamás se había entregado tanto a una persona, y ni siquiera la conocía.
La rubia besó sus labios brevemente. No duró ni un segundo. Apenas fue un roce. Pero fue muy suave y dejó a la morena con ganas de más.
-Es tarde. Debo irme -la rubia volvió a girar sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta.
-Emma, ¡espera! -pero la rubia ya estaba muy lejos.
Regina se quedó en el porche observando cómo se marchaba, y siguió ahí de pie incluso cuando el escarabajo amarillo desapareció.
No lo comprendía. ¿Quería estar con ella o no? ¿Y cómo sabía que nunca había estado con una mujer?
Lo que sí entendía era que quería pasar más tiempo con ella. Contarle mil historias y que ella le contara las suyas. Quería que retomasen lo que habían comenzado.
Dios mío, se había enamorado de aquella mujer.
