¿Capitán?
Bones corría por los pasillos de la Enterprise cómo alma que llevaba el diablo. A su paso todos se apartaban conscientes de que el jefe médico de la nave se dirigía hacia la sala de transporte, a recibir al equipo diplomático, así que algo había salido mal y seguramente la vida del capitán estaba en peligro.
Y eso era lo que Bones creía pues apenas dos minutos atrás había recibido la comunicación de Spock informándole de que regresaban, pero instándole a acudir a la sala de transporte ya que habían sufrido un "inesperado incidente".
–¿¡Qué ha pasado!?– gritó el médico entrando en la sala.
La primera persona que vio fue Scotty, el jefe de ingeniería estaba detrás de los controles observando perplejo a los recién llegados en la plataforma. El médico dirigió hacia allí su mirada: Sulu y Giotto escoltaban a un tenso Spock y a una pálida Uhura. No había rastro de Jim, Bones creyó enloquecer, pero entonces reparó en que Uhura portaba algo dorado entre sus brazos. Lentamente se acercó, haciéndose a la idea de que lo que la mujer protegía era la camisa de comandos de su capitán. Y entonces se movió.
Bones se detuvo y asistió estupefacto a la salida, entre las ropas de Jim, de un pequeño rostro. El médico sólo necesito de un segundo para relacionar los grandes ojos azules y los rizos rubios del niño con su capitán.
–Oh dios mío– susurró Bones.
Iba a comenzar a cuestionar al grupo que había pasado cuando el niño se removió entre los brazos de Uhura. Intuyendo que el pequeño se encontraba incómodo con la forma en la que Uhura le sostenía, Bones se acercó a la plataforma.
–Hola Jim– le saludó el médico con afabilidad–. Mi nombre es Leonard. Soy médico y me gustaría echarte un vistazo para saber que estás bien. ¿Quieres venir conmigo?
La ansiedad se reflejó en el rostro del niño que, lentamente, asintió.
Con cuidado Bones tomó al niño notando inmediatamente el alivio en Uhura. Acomodando su valiosa carga contra la cadera, Bones miró a Spock.
–Despejen nuestro camino hasta la enfermería. Lo último que necesitamos es convertir esto en un circo.
Obedeciendo de inmediato, Spock ordenó que todos los pasillos hasta los dominios de McCoy quedasen libres de todo personal. Durante el camino Bones fue hablándole en voz baja al niño, explicándole que estaban en una nave espacial y que allí nada tenía que temer. Cuando llegaron a la enfermería, y Bones le dejó sobre una biocama, Jim le miró con aprensión.
–Mi mamá no está aquí, ¿verdad?
La voz de Jim era tan tímida y mostraba tanto miedo que el corazón de Bones se retorció bajo su pecho.
–No Jim, me temo que no– dijo Bones mirando hacia el lugar en el que esperaban Uhura y Spock tras Jim, pero ambos parecían incapaces de reaccionar–. Tu madre está en una misión muy lejos de aquí y Sam en la Tierra. Ambos nos han pedido que te cuidemos hasta que regresen.
Si bien los ojos de Jim se llenaron de lágrimas, ni una sola fue vertida.
–¿Tendré que volver con Frank?
Fue inevitable para Bones mostrar una mueca de completo desagrado al ver todo el pesar que un niño tan pequeño podía imprimir en su voz. Recordó lo poco que Jim le había revelado de los años que había pasado con su padrastro y la bilis amenazó con subir por su garganta.
–No Jim, durante los próximos días nosotros te vamos a cuidar. Toda la tripulación quiere conocerte. Estoy seguro que harás muchos amigos, ¿no crees?
El niño sólo asintió.
–¿Está bien si retiro la ropa?– le preguntó el médico.
Instintivamente Jim se aferró a la camisa dorada que le envolvía pero acabó claudicando. Cuando el médico alejó la prenda el menudo cuerpo del niño quedó revelado. Bones pasó el tricorder a su alrededor, pero no necesitaba leer los datos para saber que el cuerpo de Jim había sufrido varios golpes cortesía de su padrastro. El tricorder le confirmó una contusión importante en la parte baja de su espalda y un esguince en su tobillo izquierdo.
–Bien Jim, ¿Cuántos años tienes?– le preguntó Bones comenzando a vendar su pie.
Aunque titubeó, Jim acabó respondiendo.
–Casi cuatro.
"Tres años y diez meses" pensó Bones repasando la fecha actual, y calculando que aún quedaban dos meses para el aniversario del Kelvin.
–Increíble– alabó el médico con admiración–. Eres un niño muy fuerte para tu edad.
El rostro de Jim mostró sorpresa antes de permitirse una sonrisa. Bones asintió complacido a pesar de que sabía que el niño frente a él era demasiado pequeño para su edad, y le faltaban varios kilos. Maldijo a Frank por tratar así a Jim y a Winona por no ser consciente de lo que sucedía durante sus ausencias.
Con delicadeza untó la espalda del pequeño con una pomada para aliviar el golpe que tenía y terminó las curas levantando las mantas de la cama e instando al pequeño a pasar bajo ellas.
–Descansa un rato– le dijo cubriéndole de nuevo y dejando una segunda manta sobre él–. Regresaré dentro de unos minutos, ¿de acuerdo?
Jim sólo asintió envolviéndose más en las mantas.
Haciéndoles un gesto a la pareja, Bones guió a Spock y a Uhura hasta su despacho, y les hizo sentar frente a su escritorio.
–Bien, ahora vais a explicarme que pasó con los Urjos en su planeta para que regresaseis con un mini Jim de tres años de edad.
–La misión fue un éxito– aseguró Spock–. Los nativos del planeta quedaron complacidos con la oportunidad de formar parte de la federación. Nos hicieron partícipes de algunos de sus ritos y, por último, nos acompañaron hasta la zona de transporte. Cuando regresábamos uno de los puentes que tuvimos que atravesar se vino abajo y Jim se precipitó dos metros en el vacío antes de caer sobre un río.
–Se trataba del río sagrado de los Urjos– reveló Uhura–. Un río con el poder de rejuvenecer. El río de la vida.
–¿Río de la vida? ¡Maldita sea Spock! Tú vas a las misiones precisamente para evitar esto ¡la estupidez de nuestro capitán!
–Nadie hubiera podido adivinar que el puente cedería y Jim se precipitaría hacia el agua– dijo Spock–. Cuando logramos sacar al capitán ya tenía la forma y el tamaño actual, los nativos nos dijeron que su condición era reversible, pero que debido al tiempo que había permanecido en el agua tardaría en torno a dieciséis días, o veinte, en volver a su estado normal.
–¿Tres semanas? ¿Vamos a tener durante tres semanas a Jim así?
–Así es– confirmó Spock–. Informaré de inmediato a la flota de que el capitán ha sufrido una complicación médica y que por ello asumiré el mando durante los próximos días.
–Habla con Pike en primer lugar, él se asegurará de que Jim se quedé aquí.
–Pareces muy contrariado, Leonard– le dijo Uhura.
El médico la miró durante varios segundos decidiendo cómo afrontar el complejo problema que, sin saberlo, ahora tenían entre manos.
–Lo que os voy a revelar es confidencial, pero considero que es indispensable que lo sepáis para abordar, de la mejor manera posible, el desarrolló de los próximos días– analizando el gesto grave de Uhura y Spock frente a él, Bones prosiguió su explicación–. Sin entrar en demasiados detalles, debéis saber que la infancia de Jim no fue muy alegre. Durante sus primeros años de vida vivió… algo desatendido. Su madre no estaba en casa y quien debía cuidar de él y de su hermano obvió su tarea. Sólo su hermano se preocupó constantemente de él y, en parte, Jim pudo sobrevivir por sus cuidados. El Jim que está ahora descansando en la cama no es el Jim al que estamos acostumbrados, y tenemos que tratarlo con sumo cuidado.
–Será mejor no dejarle nunca solo– razonó Uhura.
Tanto el médico cómo el primer oficial estuvieron de acuerdo.
–Tendremos que hacer turnos para estar con él– dijo Bones.
–Su trato cómo doctor le convierte a usted en el más propicio, además cuenta con la experiencia previa del cuidado de su propia hija– dijo Spock–. A continuación están las figuras que tanto Uhura cómo yo representamos. Jim estuvo con nosotros en todo momento tras su regresión, podemos ser introducidos por usted cómo miembros de confianza. Luego Uhura y yo nos encargaremos de que Jim se relacione con Sulu, Chekov, y el señor Montgomery. La tripulación alfa es la más cercana a Jim.
–Me parece bien– dijo el médico–. El resto del día de la tarde me quedaré con Jim, trataré de que se familiarice con el entorno, y tal vez mañana podamos llevarle en un paseo hasta el puente.
–Sería una gran idea– dijo Spock.
–¿Y dónde se quedará?– preguntó Uhura.
–Lo mejor es que, aunque esté bajo todos nuestros cuidados, duerma en su propia habitación. Eso facilitará que se vaya acomodando a la nave y a la rutina de la misma.
–Me encargaré de coordinar todos nuestros turnos– dijo Spock.
–Perfecto. Entonces dejo en vuestras manos que habléis con la tripulación alfa, y aviséis al resto de lo sucedido pidiendo que no se acerquen en exceso al pequeño.
–Yo misma haré el anuncio general– se ofreció Uhura antes de mirar con una súplica al médico–. Antes de irnos, ¿podemos volver a ver a Jim?
–Por supuesto– se acercó a su comunicador–. Darme un minuto, voy a pedir a suministros que traigan algo de ropa para él.
De nuevo junto a la cama de Jim, el trío vio cómo el pequeño permanecía tranquilo bajo las mantas, incluso demasiado para tratarse del siempre inquieto capitán de la Enterprise.
–Hola Jim– saludó McCoy sentándose a su lado–. ¿Cómo te sientes?
–Bien.
–Eso es estupendo Jimmy. Mira, te he traído ropa nueva, ¿te gusta?– aunque se trataba de unos sencillos pantalones de algodón y una camiseta, Jim asintió con premura–. Pues a vestirse.
Si bien la idea de Bones era ayudar al niño con cada prenda, tanto el médico cómo Spock y Uhura que asistían a la escena en un segundo plano, quedaron sorprendidos con la destreza que el pequeño mostró para vestirse a si mismo. Aquel hecho le hizo preguntarse a McCoy cuantas veces habría tenido Jim que valerse por si mismo a tan temprana edad. La única parte en la que el niño necesitó su intervención fue con los cordones de sus pequeñas deportivas, pero Bones los anudó con gusto antes de ayudarle a ponerse una chaqueta de lana.
–Muy bien, esto está– indicó el umbral de la puerta dónde Uhura y Spock seguían esperando–. Ahora quiero presentarte a estas personas. Ella es la señorita Uhura, es la teniente que se encarga de las comunicaciones de la nave.
–Hola Jim, mucho gusto.
Uhura se acercó a la cama y le dedicó a Jim una gran sonrisa.
–Hola señorita Uhura.
–¿Me darías un beso?
El niño no se movió hacia ella, pero asintió.
Con cuidado de no asustarle, Uhura se inclinó hacia él y besó su frente antes de pasar su mano por sus suaves rizos dorados. El niño siguió sus movimientos mirándola con un gesto embelesado.
–Y este, Jim, es el señor Spock, en estos momentos es el capitán de la nave.
–Mucho gusto en conocerte Jim– le dijo el Vulcano acercándose.
–Lo mismo digo, señor.
Por un instante el oficial y el niño se sostuvieron las miradas hasta que el ceño de Jim se frunció.
–¿Eres un vulcano?
Los tres adultos se sorprendieron ante la pregunta pues a pesar de que sabían acerca de la inteligencia de Jim desconocían que desde una edad tan precoz su capitán ya disfrutase de una condición cognitiva tan desarrollada.
–Así es Jim.
El niño se llevó el dedo índice de la mano izquierda a la boca, cómo si su mente estuviese funcionando a toda velocidad elaborando un complejo pensamiento.
–¿Sucede algo?– quiso saber Bones.
–Yo… No– Jim volvió a mirar al Vulcano, y de nuevo al médico que frunció el ceño ante el extraño comportamiento del niño.
–Bueno, ahora la señorita Uhura y el señor Spock van a regresar a su trabajo. Mañana, si quieres, podemos ir a ver dónde trabajan.
–¿El puente de mandos?
Los ojos de Bones brillaron con el orgullo que sentía ante el pequeño.
–Así es Jim.
–Nos encantaría tenerte allí– dijo Uhura.
El niño cabeceó de acuerdo pero no dijo palabra alguna, por lo que Bones supo que ya no sacarían más de él. Despidió a sus compañeros y bajó a Jim de la cama médica.
–¿Quieres ver tu habitación?
–¿Tengo una habitación?
La curiosidad impregnaba la voz y el rostro de Jim haciéndole poner un gesto adorable que hizo sonreír al médico.
–Sí, la tienes– se agachó junto al pequeño y bajó su voz–. Es un secreto– miró a uno y otro lado, cómo si estuviera asegurándose de que no había nadie cerca–. Tu habitación es la más grande de todas.
Jim contuvo el aliento.
–¿De verdad?
–De verdad– Bones se volvió a incorporar y le tendió la mano al niño–. ¿Vamos?
Con menos titubeos, Jim tomó la mano del médico y echó a andar junto a él. El camino hasta los cuartos de Jim fue algo incómodo para el niño ya que todos los miembros de la tripulación con los que se cruzaban se quedaban mirando hacia él. Afortunadamente la mirada airada de Bones era suficiente para evitar que ninguno se acercase. Cuando llegaron ante la puerta de las habitaciones, y el hombre pudo teclear el código de acceso, se sintió aliviado.
Lo primero que Jim hizo al ver la entrada fue soltar una ahogada exclamación al estimar las dimensiones de las habitaciones que se entreveían tras cada umbral. Dejando que el pequeño asimilase su nueva ubicación, Bones fue al despacho, a la biblioteca, y al dormitorio de Jim para retirar los marcos en los que descansaban sus fotografías, media docena de holos en los que iban sucediéndose las imágenes de la familia de Jim y su tripulación. Dejando los marcos en la balda más alta del armario del capitán, Bones regresó junto al niño que ahora examinaba una pila de libros.
–¿Te gustan?
–Aha– dijo Jim rozando con cuidado los lomos de los libros–. En el cole casi no tenemos libros de papel.
Sabiendo que los libros eran una de las grandes pasiones de Jim, Bones permitió que siguiera embelesado con ellos.
–¿Ya vas al colegio?
–Sí, desde hace cuatro meses– dijo Jim alzando cuatro de sus pequeños deditos.
–Eres un niño muy listo.
La alabanza de Bones se ganó el interés de Jim, que se volvió hacia él.
–Mamá dice que tengo que aprender mucho si quiero ser cómo Sam, y Sam es muy, muy, inteligente.
–¡Sin duda!– el médico le indicó la biblioteca–. ¿Vemos que más hay en la habitación?
–Sí.
Durante un buen rato la atención de Jim permaneció en el estudio de las estancias de su cuarto cómo adulto, a pesar de que no podía reconocer ninguno de los objetos cómo suyo. Al ver cómo Jim se quedaba parado junto al sofá del dormitorio frunció el ceño.
–¿Estás cansado?– el niño asintió–. Pues entonces tal vez deberíamos tomar una temprana cena antes de ir a dormir, ¿no crees?
Indicándole a Jim que se sentase en una de las sillas del despacho, Bones preparó la mesa para ambos y seleccionó un par de platos en el replicador personal del capitán. Cuando todo estuvo listo lo dispuso en la mesa, dejando el plato de Jim frente al niño, y sentándose junto a él para tomar su propia cena. Iba por el segundo mordisco a su sándwich cuando advirtió que Jim no había tocado su plato.
–¿No te gusta la cena?
Alternativamente, Jim miró al plato y luego a McCoy.
–¿Es… toda esta comida es para mi?
La boca de Bones dejó de masticar y su mandíbula amenazó con desencajarse ante la consternación que la pregunta de Jim le había causado ya que en su plato Bones había puesto sólo una ración de puré, guisantes y carne. El médico tuvo que dejar a un lado el sinfín de pensamientos que ahora cruzaban su mente y asintió.
–Claro Jimmy, y si te quedas con hambre pediremos otro plato.
–Con todo esto es imposible que vuelva a tener hambre por lo menos en un mes– dijo el niño tomando el tenedor con su mano y llenándolo con un montón de puré, pero antes de metérselo en la boca miró al hombre y sonrió mostrando sus pequeños dientes–. Buen provecho doctor Leonard.
La cena fue tranquila. Jim se dedicaba a comer alternando los guisantes con la carne y el puré, y mojando grandes trozos de pan en la salsa mientras Bones se deleitaba con la escena pues el Jim que él conocía nunca disfrutaba de la comida, dura secuela que se había quedado con él tras sobrevivir al holocausto de Tarso IV.
Cuando el niño terminó con su cena Bones retiró los platos y regresó con un vaso de cacao caliente.
–¿Te apetece un poco?– el niño asintió–. Pues toma el vaso, con las dos manos, eso es.
Siguiendo cada movimiento de Jim, Bones se cercioró de que el niño tomaba todo el contenido. Al finalizar el cacao, Jim dejó el vaso sobre la mesa y se echó hacia atrás en su silla, frotándose la barriga y sonriendo con un bigote de cacao sobre su labio superior. La imagen hizo que Bones se sintiese inmensamente feliz.
–¿Estaba buena la comida?
–Mucho, señor.
–Recuerda que me llamo Leonard, pero tú puedes llamarme Bones– la sonrisa de Jim se volvió más real, pero el médico no pudo dejar de ver el cansancio en su rostro–. ¿Tienes sueño?
–Un poco.
–Pues habrá que prepararse para ir a dormir.
–Pero primero hay que lavarse los dientes.
Bones se alegró de que Jim comenzase a hablar libremente, y más para algo tan responsable.
Dedicando los siguientes minutos al aseo, Bones logró que el niño no sólo se lavase los dientes, sino que tu cara y sus orejas sufrieron un buen repaso con el agua y el jabón. Luego supervisó el cambio de ropa por un pijama de algodón en el que habían sido bordadas estrellas y naves espaciales y, finalmente, le indicó la cama.
Jim trepó al colchón y se metió bajo las mantas. Una vez el pequeño estuvo acomodado, Bones procedió a arreglarse él mismo para dormir. Poco después el médico se acostaba junto a su pequeño capitán.
–Luces al veinte por ciento– dijo el médico–. Buenas noches Jim.
–Buenas noches Bones.
Nota: Bueno! Este es el inicio del pequeño fic que he estado haciendo estos días para la Navidad, y que iré subiendo durante estas fechas. Espero mucho que os guste.
Feliz Navidad a todos :)
