Hola ¿Cómo están? Espero que bien. Aquí he vuelto con la cuarta parte de esta saga. He llegado muy lejos y aún no puedo creerlo. Espero que ésta nueva parte les guste tanto como las anteriores.

Para aquellos que no lo sepan, éste fic es la continuación de otros tres. Todos poseen la misma temática pero los personajes van evolucionando. Si están interesados, les recomiendo leer los anteriores. ¡Les prometo que no se aburrirán! Claro que si no tienen ganas y prefieren empezar desde aquí, está más que perfecto. Si ese es el caso, tengan en cuenta que habrá algunas referencias a los fics anteriores, pero basta con dejar un comentario o un mensaje privado con su duda, y yo les responderé.

Declaimer: Los personajes de One Piece no me pertenecen.

Sin más que decir, aquí se los dejo:


- Y finalmente está el delincuente pasional - Agregó Nami mientras escribía el nombre sobre la pizarra - Es el cual comete un delito teniendo como sustrato la dolencia de alguna pasión - Se giró hacía los pocos alumnos que habían ingresado ese año en la academia - ¿Alguna pregunta? -

Al notar el mórbido silencio, soltó un suspiro. Pese a llevar cinco meses dando clases para la academia de criminología de Nueva York, no se acostumbraba a que varios pares de ojos la contemplaran por dos horas sin siquiera acotar palabra. Se acercó a la mesa y dejó caer el marcador, acto seguido se apoyó contra el pupitre.

- Pueden irse, pero recuerden que el Jueves es el examen -

Se giró hacía su escritorio en el momento que los alumnos comenzaron a abandonar el aula. Era agotador y todavía le faltaba acostumbrarse a ciertas cosas. Pero le agradaba. Ver a esos chicos le recordaba a cuando ella se inscribió por primera vez en la academia de Nuevo México. Guardó los exámenes que habían rendido los alumnos de Victimología en su maletín y sonrió. Su madre le había dicho una y otra vez que había cometido un error, que debía replantearse su carrera. Sin embargo, nunca la escuchó. Desde pequeña había visto todos los programas de casos en la televisión. Jamás la habían podido convencer de otra cosa. Se colgó el bolso al hombro y abandonó la academia.

El edificio era mucho más grande que la pequeña escuela a la que ella había asistido en Nuevo México, hasta era más grande que el propio departamento de policías de Albuquerque. Posó los ojos en Nueva York, la bella Nueva York. Desde pequeña esa ciudad había sido su sueño, su objetivo. Poder vivir allí era estar viviendo su sueño día tras día. Cuando atravesó el Central Park, respiró varias veces. El otoño había llegado y los árboles habían perdido varias hojas. Las pocas que aun colgaban de sus ramas habían tomado un color naranja, rojo, amarillo y marrón. ¿Quién hubiese creído que esa época fuese tan hermosa?

Hacía apenas un año desde que se habían mudado a la ciudad que nunca duerme, pero Nami ya había visitado cada lugar, cada rincón. El Empire State, la Estatua de la Libertad, el monumento a las Torres Gemelas, todo. Conocía las calles de la ciudad como si se hubiese criado allí. Cuando salió del gran parque, cruzó varias calles hasta poder llegar al departamento que compartían. Cruzó la calle atestada de vehículos. Lo único que extrañaba de Nuevo México era la paz de las ciudades. Metió la mano en su bolsillo y, mientras escuchaba como unos pequeños gritaban de la emoción al ver una paleta dulce, sacó la llave. Abrió la puerta y caminó hasta el ascensor. Piso 15, apretó el botón y cuando las puertas se cerraron, se apoyó sobre la pared más cercana. Desde que habían llegado al corazón comercial del país, las cosas habían ido bastante bien. Habían tenido que vender o regalar todos los muebles de Chicago, era demasiado caro traerlos. Pero habían encontrado establecerse en diferentes trabajos relacionados con la seguridad y continuar con sus vidas.

Cuando llegó al piso 15, bajó. Comenzó a caminar por el largo pasillo mientras buscaba la pequeña llave. Poco antes de partir de Illinois, Luffy había ascendido a sargento de la policía. Eso le había permitido encontrar un trabajo un poco más burocrático que odiaba. Eso lo mantenía varias horas encerrado en una oficina, realizando papeles y analizando situaciones aburridas. Nami sabía que de vez en cuanto, se escapaba a las calles. Para poder cuidar, poder custodiar a los ciudadanos. Pero al menos estaba tranquila. Luego de las últimas misiones, donde había sido bastante herido, sentía cierta paz. Al menos eso reducía la posibilidad de que lo volvieran a lastimar. ¿Y ella? La pelinaranja había decidido terminar con su carrera en las calles. Luego del caso de las tres niñas y todo lo que había significado a nivel personal y profesional, se propuso dar clases. Quería estar tranquila, quería tener cierta paz. Cuando encontró la llave, la clavó en el picaporte y la hizo girar dos veces. Pero antes de abrir, sonrió. El brillante anillo de oro que decoraba su mano lucía más llamativo que nunca. Habían pasado siete meses desde que se habían casado pero todavía podía sentir como si hubiese sido ayer. Se mordió el labio inferior e ingresó en su casa. Cerró la puerta a sus espaldas y dejó las cosas sobre una silla. Se quitó el abrigo. Al no divisar al morocho, dio varios pasos. El departamento era mucho más grande que el de Chicago. La entrada daba a la una moderna cocina con mesada de granito gris. La mesa de madera tenía un camino blanco donde una jarra de flores descansaba. Las sillas estaban perfectamente acomodadas, se notaba que nadie había almorzado allí. En el mismo ambiente, cerca de las ventanas, estaban los sillones. El sofá tenía forma de L y lo habían comprado por su textura, suave como el pelaje de un animal. Pero Luffy tampoco se encontraba viendo la televisión. Frunció el ceño y se giró hacía la pequeña puerta que daba al baño. Estaba abierta de par en par, por ende no se encontraba allí.

Junto a la entrada, había una pequeñas escaleras de metal que llevaban al cuarto. La cama estaba situada en una especie de balcón interior, junto con el armario y un par de mesas de luz. Subió un par de escalones para ver si se había acostado a dormir. No. La cama estaba hecha, tal y como la había dejado esa mañana. Solo quedaba un lugar. Bajó y se acercó a la puerta de la pequeña sala que compartían, ella para corregir exámenes y él para investigar los casos de la ciudad. Estuvo a punto de ingresar, pero oyó voces y se dignó a tocar la puerta.

- Pasa -

Ingresó lentamente, el morocho se encontraba sentada en una de las sillas junto con Bartolomeo. El morocho le regaló una sonrisa.

- Nami-sempai - Bartolomeo se puso pie.

- Continúen - Sonrió mientras se giraba hacía la entrada - ¿Quieren café? -

- No, de hecho, ya me iba - El hombre se puso de pie y comenzó a guardar todos sus pales y anotaciones.

El morocho se puso de pie y lo acompañó hasta la puerta. La pelinaranja los siguió con la mirada. Cuando Luffy cerró la puerta a sus espaldas, soltó un suspiro. Se giró hacía la mujer y sonrió.

- ¿Cómo va el libro? - Preguntó mientras se dejaba caer en el sillón.

- Estamos por llegar por la parte de Utah - Se acercó dando largos pasos y se sentó a su lado. Luffy estiró su brazo y lo pasó por sobre los hombros de la mujer - Todavía insiste en hablar contigo -

- No voy a contar detalles - Murmuró recordando ciertas cosas, cosas desagradables, vergonzosas y que dañaban su orgullo.

- Yo tampoco dije todo - Jamás había nombrado el papel con los nombres del gobierno que habían encontrado en el departamento de Joker. Esa lista estaba guardada en una caja fuerte dentro de ese departamento, un lugar donde nunca nadie podría encontrar.

Nami se acurrucó contra su pecho, era agradable volver a casa. Eran pequeñas cosas, pequeños momentos que se había propuesto disfrutar. Recordó la operación de riñón. Días después, cuando su estado mejoró, su madre le había confesado que si no fuera por el donante anónimo, ella hubiese muerto. Eso le había llevado a replantearse la vida. Se obligó a superar todo tipo de traumas que perjudicaban su relación con su novio, su familia y sus amigos. Empezó a vivir el ahora. Además... Luffy también había sufrido un montón de heridas. La quemadura, la mano quebrada y se había enterado que también había sido herido en el torso, por eso la gran cicatriz que atravesaba su espalda. Él también estuvo al límite, otra vez. Y no quería volver a vivir con la idea de dejar este mundo sin siquiera haberlo visto una vez más.

- ¿Quieres que prepare la cena? - Preguntó mientras se ponía de pie - Voy a cocinar carne - Le guiñó un ojo en señal cómplice.

- Eres la mejor - Sonrió y dejó escapar un suspiro cuando notó que su móvil comenzaba a sonar - Será rápido -

Luffy se puso de pie y atendió la llamada, mientras tanto se dirigió escaleras arriba para no molestar a la pelinaranja.

- ¿Sucede algo? - Preguntó algo agotado, acababa de salir de la jefatura.

- Sargento, encontraron un cadáver de un niño cerca del Castillo Belverde, en Central Park -

- ¿Un niño? - Repitió confundido - Bien... Iré para allá -

Cuando el tono se cortó, posó los ojos en la ventana cercana. El sol comenzaba a desaparecer y el viento otoñal soplaba con violencia. Un niño..., pensó para sus adentros. Tenía que apurarse. Caminó hasta el armario y tomó la campera negra que se había comprado para los frescos inviernos en Chicago. Metió la mano en su bolsillo y verificó que estuviera su placa. Respiró profundamente y bajó rápidamente. La pelinaranja estaba revolviendo la salsa dentro de una cacerola. El olor era dulce y agradable. Pero tenía que irse. Se acercó a la mesa ratona y se colocó el cinturón con el arma reglamentaria.

- ¿Vas a algún lado? - Preguntó la dulce voz de la mujer.

- Un cadáver en Central Park - Resumió serio, tomó el teléfono celular y marcó el número de su viajo compañero. Antes de hablar, se acercó a la pelinaranja y le dio un sonoro beso en los labios - ¿Zoro? -

(...)

Zoro se sentó en la cama y se rascó la nuca.

- ¿Ya te vas? -

El peliverde alzó la mirada por encima de su hombro y frunció el ceño.

- Tengo trabajo - Murmuró mientras agarraba el abrigo que descansaba en un pequeño perchero - No se cuando volveré -

En el momento que se cerró la puerta, Robin sonrió. Habían pasado muchas cosas de la primera vez que se habían conocido, y siempre había sido un hombre de pocas palabras. Robin guardó el pavo en la nevera. Otra noche que comería las sobras del almuerzo. Aprovechó para husmear dentro. Había diferentes tipos de bebidas, pero no le apetecía nada con alcohol. Sacó el plato de pasta y lo colocó en el microondas.

Se dejó caer en el pequeño sofá y apoyó los pies en la mesa ratona. Estiró su brazo y tomó el control remoto. Encendió el televisor.

Sería una larga noche.

(...)

Cuando Zoro llegó, Luffy ya estaba rodeado de varios oficiales de la policía. El peliverde se acercó de manera desinteresada. Cuando el morocho lo contempló, se animó a preguntar.

- ¿Y bien? -

- Es un niño de 6 años... - Murmuró algo aturdido - Lo encontró una pareja que caminaba por aquí... Estaba metido en una bolsa y... - No sabía como decirlo - Le sacaron los ojos... -

- ¡¿Le sacaron los ojos?! - Exclamó pasmado.

- Y no solo eso... - El morocho se acercó a la pequeña sábana que cubría el cadáver del niño y la quitó lentamente. Los parpados del niño estaba abiertos pero no tenía ojos, su rostro estaba pálido y su nariz parecía estar manchada con sangre seca - Su cuerpo está... Raro -

Zoro quedó congelado. Su cuerpo presentaba varios golpes y a simple vista se notaba que le habían extraído varios órganos del cuerpo. El niño estaba completamente desnudo y tenía varias cicatrices.

- Solo espero que lo hayan matado antes de hacerle eso - Susurró el peliverde.

- Los forenses nos dirán todo - Luffy volvió a tapar el cuerpo - Me pregunto... Si están ante un tráfico de órganos o simplemente, fue un hecho aislado -

- A estas alturas, no podemos descartar nada -

(...)

La noche fue agitada. Tuvieron que esperar a que los médicos forenses llegaran al lugar y se llevaran el cuerpo. Más tarde tomaron declaraciones a la pareja que había descubierto el cadáver y finalmente hicieron una lista de posibilidades. La primera opción era que el niño había sido secuestrado por traficantes de órganos. La segunda era que había sido matado por un asesino en serie o un psicópata que había robado los órganos para alguna cosa truculenta. Una tercera opción apuntaba a algo parecido, pero esta vez los asesinos podían llegar a ser aquellos gitanos que ofrecían sacrificios humanos en pos de ciertas metas. O quizás había sido asesinado por alguien de su entorno, algún padre, alguna madre o algún hermano celoso. Pero... ¿Quitarle los ojos? Eso era demasiado...

Además había otra incógnita. ¿Quién era el niño?

Que nadie hubiese hecho la denuncia era aún más sospechoso. Esa era la única razón por la que no descartaban el crimen familiar.

Luffy se dejó caer en su escritorio y tomó la taza de café que había preparado en el lobby de la comisaría. Dio un ligero sorbo y contempló por el gran ventanal que se alzaba. Desde allí podía contemplar el inicio del Puente Brooklyn. El sol había comenzado a salir por el este. Soltó un ligero suspiro. El cansancio se había apoderado de su cuerpo. Trabajar en las grandes ciudades era un desgaste muy importante para su cuerpo. No importara cuantos años llevaba viviendo, jamás se terminaría de acostumbrar.

Cerró sus ojos y recordó la lejana granja en la que se había criado junto a sus dos hermanos en Nuevo México. No solamente el estilo de vida era diferente, también el clima. Anhelaba las altas temperaturas, el hecho de poder disfrutar de una piscina sin que nadie lo molestara. Sin saber que el vecino de otro edificio podía estar observándolo.

- ¡Luffy! -

Sus ojos se abrieron de golpe.

- El resultado de la autopsia - Zoro dejó caer un informe de varias hojas frente a su rostro - Es peor de lo que creímos -

El morocho estiró sus brazos y apiló las hojas antes de comenzar a leer. A medida que las palabras se iban uniendo en largos párrafos, sus ojos se iban transformando. Zoro tenía razón. Era peor de lo que imaginaban. El pequeño no solo presentaba signos de violencia y falta órganos. Habían inyectado en su cuerpo varias sustancias. Mercurio, polonio, arsénico, incluso veneno de serpiente. Tragó saliva. Esos componentes habían causa ciertas mutaciones en el cuerpo del niño. Sus huesos se habían ensanchado. Su músculos se habían endurecido. Su piel se había perforado. Y lo que más temían, se había confirmado. Todo eso había sucedido con el cuerpo de un niño VIVO.

- Esto es una locura - Dijo mientras se ponía de pie - Llama a todas las oficinas del Estado, necesitamos encontrar la procedencia de éste chico -

El peliverde asintió y abandonó la habitación. Luffy apoyó las dos manos en su escritorio y contempló las fotografías con ira. Había visto muchas cosas en su vida... Gente destruyendo sus vidas por las drogas y el alcohol, psicópatas que encerraban mujeres para su propia satisfacción... Pero... ¿Quién podía hacer semejante cosa a un niño? No era algo que se podía perdonar. Nunca. Apretó sus puños con fuerza y los golpeo contra el banco. Tenían que ser más ágiles que nunca. Al levantar sus manos, notó que se había lastimado. Un pequeño hilo de sangre corría por sus nudillos. Soltó una maldición.

- ¿Qué haces? - Zoro volvió a aparecer en el umbral - Hice un pedido de informes, lo mejor será que descansemos un poco - Comentó mientras se pasaba la mano por la frente, él también estaba agotado - Volvamos a casa -

(...)

Se sorprendió entrando a su casa con la cabeza gacha. No había dormido, no había comido y encima había tenido que ver el cuerpo de ese niño completamente destrozado. Cerró la puerta con sutileza y se quitó el abrigo. El rostro del pequeño no paraba de rondar su cabeza. ¿Cómo podía haber gente tan macabra? Dejó su placa y su arma reglamentaria sobre la mesa, y caminó escaleras arriba.

El sol apenas ingresaba por la cortina blanca. Soltó un pequeño bostezo cuando pisó el último escalón. Nami se encontraba acostada de costado. La manta café le tapaba de la cadera para abajo. Sus anaranjados cabellos estaban desparramados por toda la almohada. Fue en ese momento que le divisó la gran cicatriz que le había quedado por el trasplante de riñón. Soltó una sonrisa. La primera vez que la mujer había notado semejante corte, se había acomplejado. Había sido él quien la había convencido de que era hermosa igual. Y no mentía. Se sentó en la cama y se quitó las sucias zapatillas. Se quitó la camisa, que estaba completamente sudada y se acomodó a su lado.

Contempló el techo por unos segundos. Dormiría un par de horas y luego volvería a la oficina. Si, eso haría. Se giró hacía la mujer y luego de tapar su cuerpo para que no tuviera frío, pasó su brazo por su cadera.


Bueno... Hasta aquí hemos llegado hoy. ¿Qué les parece? Espero que les haya gustado y estaré ansiosa por leer sus comentarios.

¡Nos leemos pronto!