Adivinanza: ¿Qué hacen las autoras que se atoran en una de sus historias y no saben ni cómo continuarla y sienten la lenta pero segura presión social para actualizar?
Respuesta: Se van y se crean otro fic para ver si así la perdonan.
Pues eso. Prometo fehacientemente que Libros Viejos va a tener un final. Pero tenía ganas de escribir algo más ligero y alegrecillo. Que no prometo nada porque yo y la felicidad en los fics no somos uno mismo, pero algo podré hacer (?)
Agradezco a cualquier persona que se pare a leer por aquí y ojalá sea de su agrado :)
SKIN THE RABBIT / HIGH
(Dispatch & Sir Sly)
[Desuella al conejo]
—Estás borracho.
Reunir las circunstancias necesarias para meter esas palabras a los labios del sargento Levi Ackerman no es proeza fácil, y hay que reconocer el logro.
Hay que reconocer también que no cualquiera tendría el valor de seguir ahí parado como si nada después de escuchar semejante acusación hacia su persona dicha por uno de los hombres más peligrosos que pululan en el interior de los muros.
Pero Armin Arlert, quizá porque efectivamente está borracho… no se inmuta.
Demasiado.
Tiene los ojos cansados, un poquito enrojecidos, diría él por el sueño y no por otras cosas. La cara de Levi es un poema que habla de desaprobación y desagrado. De un cuasi asco que se infiltra en su nariz arrugada, que se frunce como si estuviese oliendo al escuadrón 104 entero después de ejercitarse.
Armin no puede evitar preguntarse si es que huele mal y se resiste al impulso de olfatearse de cualquier manera, porque eso tan sólo reforzaría su imagen de borracho indecente. ¿Quién va por la vida oliéndose a sí mismo como un animal?
Tiene la camisa mojada. De sudor. Es que hace mucho calor y estaba con los chicos en un espacio reducido, además de que se han puesto a beber un montón de vino y eso calienta la sangre. La mente. Las mejillas. Las manos.
Lo tiene todo caliente. Y si hace una semana hubiese sabido que iba a terminar en esta situación…
Quizá habría ido a asegurarse de que un titán se lo devorara. Porque esto era vergonzoso y el sargento Levi Ackerman no iba a hacer el más mínimo intento por mitigar el sentimiento de culpa y vergüenza que estaba metiéndose como lombrices podridas a su pecho y a su estómago.
Sin embargo, todavía tiene un poco de dignidad.
—No lo estoy, sargento —niega. Y Levi deja de arrugar la nariz para arquear una ceja. Se le ve todo lo muerto de aburrido que está. Está negro alrededor de sus ojos, como si de verdad le faltara el sueño. Armin desconoce por completo sus hábitos de descanso, y se ve tentado a puntualizar que quizá el sargento debería estar durmiendo en su habitación en lugar de invadir la biblioteca –que es su territorio, suyo y de Hanji, y Levi no tiene por qué estar ahí…–, a deshoras, encontrándose entonces con escenas que no son de su agrado, como la actual.
Como la de Armin caminando sudado y cansado y borracho hacia ella para intentar ahogar el mareo de su cabeza entre las páginas de algunos libros.
Armin le observa con sus grandes ojos azules. Y el sargento Levi Ackerman lo desuella vivo.
—Ah —musita, irónico—. Así que no estás borracho. Interesante. Toma asiento —indica, señalando una silla cualquiera de las que él no ocupa. Levi está sentado sobre un diván desgastado de color granate. Piernas delgadas y firmes flexionadas, dedos estilizados sobre una taza de porcelana que todavía humea y huele dulzón. Armin obedece porque de momento no le parece que tenga nada ni mejor ni más razonable para hacer. Así que elige la silla que le ha parecido que el sargento indicó y la ocupa. Siente el calor de las velas encendidas inundándole la piel y la camisa se le pega en la espalda y sobre las clavículas. Quisiera darse un baño. Quisiera no estar sudando. Quisiera no estar borracho. Y no haber acabado de mentir. Lo peor es que sabe perfectamente bien que el sargento no se ha tragado su mentirota, y sabe también que Levi sabe que él lo sabe.
Es ridículo. Es terriblemente embarazoso.
—Así que estás perfectamente sobrio, Arlert —suelta el hombre con una burla escondida, con cara de que no le importa nada, sin mirarlo siquiera. Hunde sus ojos de ópalo en un libro que está abierto sobre sus muslos—. Entonces ha de ser que el aroma a Tequián es tu perfume natural.
Armin frunce el ceño. No se resiste y levanta un brazo para olisquear. Sí, efectivamente despide un olor desagradable a alcohol destilado. Le parece que alguien ha debido dejarlo caer sobre él, quizá Jean, o Eren, Connie… en realidad todos estaban tan mal que pudo haber sido cualquiera. Exhala, bajando la mano. Tal vez sea hora de admitir su derrota.
Sin embargo, el sargento Levi no ha hecho más que perseguir su derrota desde que le vio entrenar por primera vez hace un par de semanas, y si Armin cede, aunque sólo sea un poco… el sargento Levi Ackerman no tiene compasión. Por nadie y por nada. Armin no quiere terminar como una víctima mortal más del soldado más fuerte de la humanidad.
—Se me cayó encima. No implica que haya bebido.
Debería darse un premio por ser capaz de sonar tan convencido y racional aún en su estado. Debería. O debería, por el contrario, tomarse una pastilla de amoníaco, porque, en serio, aquí está mintiéndole descaradamente a su superior, y lo peor es que lo sigue haciendo aunque sabe que el hombre no está más cerca de tragárselo que lo que está de abrazarlo.
–La mera idea es risible. Desvaría un poco, preguntándose si el sargento Levi Ackerman siquiera ha abrazado a alguien alguna vez en su vida–.
–Él–.
–Si es que no tiene sentimientos–.
—Vaya —esta vez, Armin tiene que admitirlo (aunque quizá sea una alucinación producida por el alcohol), Levi le ha aventado una mirada que ha parecido tener un poco de…
Respeto. O admiración. O algo así. Como vaya, por una vez en la vida muestras firmeza en algo y no te vuelves de gelatina con tan sólo estar en mi presencia.
VAYA.
—Vaya —repite y bebe un sorbo de té, sin quitarle los ojos de encima. Después deposita la taza en una mesita, hace el libro a un lado, se levanta y va a sentarse en la silla que está frente a Armin, aún sin remover sus pupilas de gato de él. Armin traga saliva, mirándole de vuelta también.
Espera pacientemente al momento en el que al sargento Levi Ackerman se le agote la paciencia y buena voluntad y lo agarre a patadas muy al estilo de como se lo hizo a Eren. Casi se masajea la barbilla, temiendo por los dientes que podría perder. Él no tiene el poder de regeneración de un titán, así que no es una perspectiva deseable.
—¿Podría no golpearme? —suelta. Y suena terriblemente estúpido cuando lo dice. Su mano está en su barbilla. Ah, sí se la terminó masajeando después de todo. Levi le mira impasible, monocromático, en pausa, en espera.
Se desliza una media sonrisa por los labios del sargento. Armin no sabe si le teme más a esto o a… o a… o a ver a un titán devorándose bebés.
Es prácticamente lo mismo.
—¿Golpearte? ¿Acaso he dado señal alguna de que pretenda hacer eso? —remueve los labios—. Aunque debería. Tú y tus amiguitos no me han dejado estar en paz en mi habitación. He tenido que venir hasta aquí a perder el tiempo en lo que terminaban con su ridícula celebración.
Armin le mira analíticamente.
—Usted pudo haber ido a detenernos, si es que le estábamos molestando.
La sonrisa de Levi se borra y vuelve a arquear una ceja.
Armin parpadea.
No sabe si es por el alcohol, pero casi le parece que el sargento Levi ha tenido consideración con ellos.
Estaban celebrando el cumpleaños de Bertholdt. El sargento les ha dejado proseguir en paz a pesar de que perturbaron sus horas de descanso. Es algo inaudito.
—¿Cuántos cumpleaños más pretendes celebrar, Arlert?
Levi mira molesto hacia la mesita donde ha dejado el té, como si se cuestionara porque fue tan tonto como para dejarlo ahí y no traerlo consigo a la mesa. Reconociendo el gesto, Armin se pone de pie, ligeramente tambaleante, y se encamina hacia la mesita. Se ha arrepentido al instante porque la cabeza le da vueltas, pero igual toma la taza del asadero y va a entregársela a su sargento, quien la recibe complacido, aunque ciertamente no encantado con que un joven cadete sudado y lleno de alcohol derramado toque su taza.
Armin vuelve a sentarse.
—Esa es una pregunta muy cruel, sargento —dice. Pareciera que ha perdido la capacidad de medir sus palabras. Va a ser que sí está borracho después de todo. Mierda. Levi le mira. Intranscendente. Bebe té. Pareciera que con eso se solucionan los problemas de la humanidad.
Con té.
Y con limpieza.
—Hay una diferencia entre crueldad y realidad, cadete —musita. A Armin se le figura que la voz del sargento tiene un sabor particular. Y aroma. Como a té, pero té muy negro, sin azúcar, amargo e hirviendo. Té derramado, de ese que mancha la ropa blanca y es imposible de quitar, por más que se talle.
Así son sus palabras, introduciéndose a las fibras de su piel, la dejan con borrones de frases que no se quitan.
Que tendría que arrancarse toda la epidermis para deshacerse de ellas.
[Aceite en la arena, una pistola en cada mano. Una pistola en cada mano y morimos]
[He estado fumando de la pipa de la paz. Me he estado preguntando cómo sería la paz]
Eren observa a su sargento, quien está de espaldas, mirando hacia afuera por una de las ventanas de la habitación que están limpiando. Le da curiosidad saber qué es lo que mira, así que hace intentos por ver cuando pasa cerca para barrer –o finge que pasa cerca para barrer–, empujando el polvo en cualquier dirección mientras sus ojos verdes se escabullen por encima de los hombros del sargento.
Ventajas de que sea un hombre tan pequeño.
Pero es atrapado rápidamente en el acto. Cuando se da cuenta, los ojos ópalo de su superior están observándole por encima de su hombro y no lucen complacidos.
—¿Buscas algo, mocoso?
Eren baja la mirada con velocidad y finge que seguía con su tarea, sin responder. Pero luego levanta un poco los ojos. Levi nuevamente está mirando por la ventana, pero ha volteado el cuerpo ligeramente en su dirección. Tras un momento, Levi vuelve a mirarle.
—Háblame de los del 104. Al parecer ellos conforman casi a la totalidad de los nuevos reclutas de las Tropas de Exploración. De ser posible, me gustaría que no se murieran todos en la primera misión fuera de los muros.
Eren no capta nada, ni un solo atisbo de… absolutamente nada. Por lo que no puede adivinar que cuando el sargento Levi Ackerman habla de personas que se mueren en la primera misión fuera de los muros, lo hace con el alma ya marchita agrietándose un poco más, lo hace de forma cercana, lo hace con conocimiento de causa. Lo hace porque sabe.
Sabe perfectamente bien cómo lucen esas muertes.
Eren se limpia el sudor de la frente con la muñeca. Inconsecuente. Se acerca y mira por la ventana a sus compañeros que corren bajo las indicaciones de algún otro de los altos rangos. Mike, le parece que es.
—Mikasa es la más fuerte de todos —dice el castaño con orgullo mirándole entonces con los ojos verdes y grandes como bosques expandiéndose hacia el infinito. Levi le mira con aburrimiento y clava sus ojos del color de las dagas en los patios inferiores.
—Y ese rubio —dice, señalando al soldado que se ha quedado sin aliento demasiado pronto y respira a cuestas con las manos sobre las rodillas, la cara enrojecida bajo el sol, el cuerpo pequeño y de apariencia frágil como si hubiese sido diseñado para hacer a algún grupo de titanes muy feliz—, ese es el más débil de todos —asegura. Eren sigue a su dedo, a su vista, y ve tristemente a su mejor amigo de la infancia que no logra mantener el ritmo de los demás.
Igual que siempre.
—Usted se sorprendería de lo brillante que es —y hay un centelleo especial en sus pedazos de jade cuando le mira de vuelta, como el de un lobo que protege a un miembro herido de su manada, como que va a lanzarle una mordida si se atreve a volver a cuestionar el valor de su amigo.
Levi arquea una ceja.
—No lo suficiente, al parecer —replica—, si siendo tan inadecuado ha decidido unirse a las Tropas de Exploración —vuelve a mirarle—. Ha de tener un fuerte deseo de morir.
Eren no responde y el sargento pasa a su lado, retirándose después. La luz que entra por la ventana es escandalosa. Se estrella contra las partículas de polvo que flotan en el aire y se queda estancada, quieta, inmóvil y amarilla.
Eren suspira y vuelve a empezar a barrer.
Ya verá, se dice.
Ya verá. De lo que Armin es capaz si se lo propone.
Tres minutos más tarde, contados casi exactos, el sargento Levi Ackerman se aparece en medio del entrenamiento de los nuevos soldados. Mike le mira. Levi hace una señal con la cabeza y el hombre, sonriendo simplonamente, se retira.
Levi se queda de pie frente a todos.
Es tan pequeño como decían, piensa Sasha.
Es una pequeña plasta que debe morir, piensa Mikasa.
Levi ojea a todos detenidamente, firme y silencioso. Todos le miran de vuelta, confundidos y exhaustos. Son casi las doce, la hora con el peor sol, y normalmente en media hora más terminarían sus ejercicios y se irían a prepararse para el almuerzo. No volverían a los terrenos de entrenamiento sino hasta media tarde, cuando el sol estuviese más tranquilo.
Pero ah, nadie contaba con que Levi Ackerman decidiera aparecerse ahí ese día.
Nadie.
Erwin se detiene más tarde en uno de los pasillos que rodean al patio, enmarcado por columnas viejas de un estilo arquitectónico aburridamente arcaico. Se detiene a observar la masacre, preguntándose a qué se debe, quién la ha decidido, porque no es él quien la ha programado. Hanji se detiene tras él, voltea a ver, y entonces suelta una risita, una de esas risitas suyas que la hacen parecer una niña pequeña que planea una terrible travesura.
—¿Qué les está haciendo Levi? —inquiere el comandante. Hanji se para derecha con las manos entrelazadas tras su espalda y una sonrisa sabor caramelo.
—¿Intentando hacer que se arrepientan de vivir? —prueba. Erwin suspira.
—Al menos asegúrate de que les permita cenar. Y con este sol… —eleva la mirada justo para mirar al mencionado astro, que destella con ganas, como si quisiera hacer al suplicio de los jóvenes cadetes todavía más miserable. Erwin retoma el camino y se va, seguido de su mano derecha.
Armin cae de rodillas al suelo, sobre las manos pequeñas, que se llenan de tierra al estrellarse contra ésta y se corta en una de las palmas con una piedrita que se le ha incrustado. Hace una mueca y suelta un quejidito que le hace sonar exactamente igual a la cría del animal más estúpidamente indefenso de toda la creación universal.
Quién aceptó a este mocoso bueno para nada aquí.
Levi se le acerca bajo la mirada diabólica y mortalmente atenta de Mikasa. Se le planta enfrente de brazos cruzados. Armin eleva la mirada, y los dos pares de ojos con mil años luz de distancia entre sí se cruzan. Levi le mira con fastidio. Armin con una especie de súplica y vergüenza.
Perdónperdónperdón. Perdón por ser tan débil. Perdón por no poder ponerme de pie en este momento.
—Sar… gento —a duras penas se incorpora y le hace un saludo a medias, sin fuerza, sin el orgullo y entrega que debería caracterizarlo. Está demasiado cansado como para enorgullecerse o entregarse o lo que sea en este preciso instante.
—¿Arrojarse al suelo es una especie de estrategia nueva para completar el entrenamiento? —lo acuchilla con la mirada—. Me dijeron que eras muy inteligente. Estoy esperando a que me sorprendas.
Armin hace una mueca desairada. ¿Quién le dijo al sargento Levi Ackerman que él era inteligente? ¿Acaso tanto le odia ese ser humano como para hacer a su vida más difícil?
—Señor, sólo soy un soldado como cualquier otro.
Le ha dado cuerda. Los ojos del hombre brillan con malicia como si se le acabara de activar un mecanismo de destrucción.
—No. No como cualquier otro. Tú eres especialmente incompetente. Haz otra serie de pruebas de agilidad.
Se da la vuelta. Y Armin siente que se desmorona por dentro. Pero sin replicar ni nada va a hacer lo que se le ha dicho.
El sol quema.
Tras otra hora más, Jean está sudando como si se hubiese convertido en una fuente nueva del patio, hecha de pellejo y huesos en lugar de mármol. Connie siente que no puede dar un paso más, que sus piernas se le van a caer del cuerpo pronto e iniciar una protesta contra la vida. Sasha ha entrado en modo automático mientras su cerebro intenta procesar la ausencia del almuerzo. Incluso Reiner luce acabado. La única que sigue realizando sus ejercicios con moderada gracia es Mikasa. Crista le lanza expresiones admiradas y por eso Ymir, después, la empuja "sin querer" y con cara de estoy vigilándote.
Aunque todo el mundo se sepa que a Crista le hace falta tener ojos esmeraldas, tendencias suicidas y ser medio titán para que a Mikasa le atraiga.
Terminan hasta las siete, cuando ya oscureció y ninguno puede siquiera recordar su nombre. Y cuando terminan… cuando terminan todos se esperan algo especial. Alguna especie de reconocimiento o alguna explicación de cuál fue la finalidad de semejante tortura, pero en cambio…
En cambio el sargento Levi Ackerman les suelta un "eso es todo" sin ganas, se da la vuelta y desaparece en el interior del castillo.
Todos se quedan atónitos.
—¿Estás… estás jodiéndome? —pregunta Reiner.
Mikasa le lanza una mirada preocupada a Armin, que ha caído muerto al suelo, sobre la espalda, respirando como si de pronto le hiciera falta uno de sus pulmones.
Después devuelve la mirada asesina al lugar en el que el sargento se ha desaparecido.
El enano debe morir, corrobora.
La mañana siguiente, Armin Arlert tiene tanto dolor en los huesos, los músculos y las articulaciones que cree estar afiebrado. Se siente de madera, pesado, crujiente, y lleno de astillas que se clavan todas en sus nervios con el más ínfimo movimiento.
Se va a morir.
Pero se levanta. Sus extremidades de goma gruñen. Sus pies palpitan como si estuviesen todos amoratados por abajo, y por arriba y entre los dedos. ¿Es posible sufrir tanto? Está seguro de que ninguno de los entrenamientos de sus tiempos como estudiante fue tan extenuante y se pregunta si ésta es la realidad de las Tropas de Exploración.
Cuando llega al comedor esa mañana, siente inmediatamente todas las miradas encima de él. Son las miradas de los superiores, los veteranos, los otros soldados, las de sus propios compañeros del 104. Armin nota que probablemente todos estaban preguntándose si alguien del 104 no iba a aparecerse ahí ese día, y él, por lo que se ve, ha sido el último en llegar, con los dedos de las manos agarrotados y el cerebro en modo Frankenstein.
—Armin, viejo, ¿estás bien?
Armin llega a sentarse. Le devuelve la mirada a Jean que le contempla con las cejas levantadas. Armin no se miró en ningún espejo pero está consciente de que se llenó el cuerpo de moretones que se reparten como galaxias sobre su piel blanca, entintándola de morados, verdes y negros venenosos que parecen dispuestos a comerse su pellejo. Sonríe.
—Me apetece una botella entera de Tequián para mí solo, pero fuera de eso, todo bien. Nada se ha roto.
Claro que no va a decirle a nadie que, en realidad, el sargento Levi sí que le rompió un poco el corazón cuando fue a soltarle con toda su falta de delicadeza lo que Armin ya se sabe demasiado bien como para que se lo repitan.
Que es el más incompetente de todos.
Eso le deprime, como si a ratos pudiera mirar la terrible brecha ciclópea e insorteable que se aparece entre él y todos los demás, entre él y su futuro, él y sus sueños.
Es triste. Pero se repite, igual que lo hizo ayer durante todo el entrenamiento y por la noche y después de despertarse, que si lo intenta lo suficiente va a lograrlo. Que tiene que volverse bueno en algún punto. Necesita esforzarse más que los demás, sí, porque ellos tienen una genética mucho más privilegiada, pero tiene que poder.
Es lo único que puede hacer en esta vida. Poder. Porque si no puede, si no puede seguir a Eren y a Mikasa ahí a dónde van, entonces no tiene nada, y para qué vivir. La cosa es que, o lo sigue intentando, o mejor se permite ser devorado en la siguiente misión para terminar con el suplicio de todos.
El suplicio de tener que cuidarle las espaldas al incompetente de Armin Arlert.
Cuando Levi pasa por el lado de su mesa algunos minutos después, su mirada juiciosa y burlona vuelve a toparse con la indefensa de Armin, por medio segundo, medio segundo solo.
Armin rasca la superficie de la mesa con un dedo, como hace a veces, cuando está nervioso, pero el instante se agota y para cuando se da cuenta Levi Ackerman ya se ha ido y Mikasa Ackerman le insta a levantarse e irse a realizar las primeras tareas del día.
El sol arde otra vez desde la media mañana. Desde las diez o diez y media. Se hincha sobre sus pieles, les quema los cabellos maltratados. Les muerde la nuca y las hace sudar como ríos.
Agua. Armin se mete a los baños al medio día y se tira agua congelante a la cara. Sabe que no es muy bueno, que se puede enfermar, pero es que está hirviendo y necesita apagar el incendio. Se arroja el agua que proviene del subterráneo una y otra vez, y está muy fría, clara y brillante. Luego se enjuaga las manos. Se moja la nuca, debajo del cabello pegajoso. Se mira al espejo y por un momento sopesa la posibilidad de cortárselo. Toma un mechón entre dos dedos. Lo piensa. Pero siempre ha tenido el cabello así. Y como que no sería él mismo sin él. O algo así. Quizá sólo tiene miedo de hacer algo incómodo como cambiarse la apariencia. Así que se olvida de la idea. Se da la vuelta y se dirige hacia la puerta de madera podrida por la humedad para retirarse.
Afuera, en el pasillo de piedra con cubos huecos que hacen las veces de ventanas está un poquito fresco, aunque también se siente la temperatura calcinante que olea afuera, lanzándose a modo de tsunamis hacia adentro. Armin cierra los ojos y suspira. Los abre otra vez y cuando se dispone a dar un paso, una voz gutural que recorre el pasillo tal cual serpiente le sorprende.
—Rubio.
Se sobresalta y mira inmediatamente a sus espaldas. El movimiento le duele, así que frunce un poco el ceño en una mueca de dolor contenida.
—Sargento —hace el saludo militar y le duele también. No le mira a los ojos. Espera que le deje irse ileso.
—No tienes que ser tan formal cada vez que me ves. Relájate.
Armin se deshace un poco y le mira a los ojos, apenado. Baja el brazo. Traga saliva.
—¿Necesitaba algo, señor?
Levi le mira un momento. Después ladea ligeramente la cabeza.
—Ven —dice—. Ven a mi despacho un momento.
Emprende la caminata, pasa junto a Armin y sigue avanzando. El menor le mira las espaldas y tras unos segundos le sigue.
Armin no sabe si está en problemas. O qué. No sabe qué le ha hecho a Levi para que se empeñe tanto en hacerlo miserable. Le sigue en silencio, como un ratón. Levi se desliza por los pasillos como reptil. Sus colores rojos y amarillos que debieran advertir del peligro están ausentes, porque en vez de colores destructivos lo que el sargento tiene es una complexión más bien delgada y un cuerpo grácil y compacto que hacen que pareciera ser fácil de destruir, pero en cambio…
En cambio es el soldado más fuerte de la humanidad. Y ni Eren con todo su titán, ni Mikasa con toda su fuerza, ni Armin con toda su supuesta inteligencia son nada para él.
Son partículas de polvo. Y a Levi el polvo no le gusta. Perfecta analogía.
Ingresan al despacho. Que es un cuarto amplio que huele a una mezcla de flores y azúcares. Como té que flota en el aire. Hay una ventana grande al frente, detrás del escritorio de Levi, que está del lado izquierdo de la habitación. A la derecha hay una pequeña salita acompañada de un librero de madera oscura alto y al fondo, detrás del librero, se alcanza a ver un diminuto cuartillo que ha de ser donde están almacenados los tés y las tazas de porcelana. Armin mira al sitio con curiosidad. Antes de que pueda devolver la mirada a los libros para poder empezar a preguntarse de qué son, Levi le ordena sentarse.
Se sientan los dos. El escritorio de Levi es amplio y elegante, madera lustrosa y bien pulida, curvas sensuales y grabados como tatuajes en su superficie, metiéndose en sus recovecos a modo de ríos de tinta negra. Su silla es de tela azabache. La de Armin es de simple madera. El menor traga saliva. Levi le ojea un momento, como estudiando su derecho a vivir.
—Vas a morirte muy pronto.
Su voz se desliza por el aire como una pluma cayendo al suelo, sin color. Armin parpadea. No está seguro de si es una amenaza y debería ponerse en alerta, o si… o qué es. Se le corta el aire un segundo porque el hombre lo afirma con tanta seguridad que casi le parece escuchar a su propio corazón intentando dejar de latir para corroborar la veracidad de sus palabras.
Porque cómo iba Levi Ackerman a equivocarse.
—¿Señor? —inquiere, suplica. Que por favor cambie su veredicto respecto al tiempo que le queda en esta tierra. Muy pronto no es tiempo suficiente para intentar hacer algo.
Lo que fuera.
Ver el mar. Enamorarse.
Levi le clava esos ojos demoniacos y metálicos y repite sin afectación.
—Vas a morirte muy pronto. Quizá en la próxima misión. No me sorprendería que hasta antes, durante alguno de los entrenamientos, ¿cómo es que has sobrevivido lo suficiente como para llegar hasta aquí?
Teclas. Como un piano que se toca y reproduce una melodía oscura y de muerte, así, sus palabras, tintineándole en los oídos, manchándoselos de petróleo negro.
Armin quiere responderle algo, defenderse, como es lo natural, cuando un depredador intenta matar a una presa y la presa lucha por su vida hasta el fin.
Así, más o menos así, pero, en cambio, deja que lo destrocen.
—¿Para qué te uniste a las Tropas de Exploración?
—Siempre ha sido mi sueño…
—¿Tu sueño? ¿De alguien como tú? ¿Siquiera te conoces?
—No soy tan…
—¿Tan qué? ¿Débil? ¿Incompetente? ¿Inadecuado? ¿Carnada para titanes? Porque a mis ojos eres todo eso. Ha sido una pérdida de recursos traerte hasta aquí. Te vas a morir, rubio. Haz algo al respecto. Lárgate de aquí. Vive. Hazte una vida aburrida y segura aquí adentro y deja que la gente verdaderamente capaz se encargue de lo que hay afuera.
Armin ni siquiera alcanza a procesar en su totalidad todo lo que le ha dicho.
¿Irse? ¿Irse a dónde?
No es nada. No sabe hacer nada. Lo único que le sale bien es pegarse a Eren y Mikasa que son su familia y estar de acuerdo con todas las decisiones de vida que toman y… vivir. Sobrevivir a su lado. No tiene nada más.
¿Una vida segura y a salvo dentro de las paredes?
Si nunca ha habido nada que haya detestado más. Si él le metió esos sueños a Eren en la cabeza, ¿y ahora le piden que los abandone?
No es posible. Está inmerso en su genética.
Busca el exterior y la libertad como las abejas buscan la miel. Por instinto.
—Me quiero quedar, señor —no está seguro de por qué lo dice. Porque, de hecho, lo dice tan suavecito que apenas se escucha, como si no estuviera realmente convencido o temiera el efecto de su voz sonando. Parpadea. No mira a su superior.
—¿Tan fuerte es tu deseo de morir?
Los labios de Armin se entreabren.
No, es que lo verdaderamente mortal sería quedarse aquí adentro y renunciar a todo lo que ha querido en la vida. Eleva la mirada. Ve al soldado más fuerte de la humanidad a los ojos. Hay aire en su boca, en sus pulmones, pero se le olvida cómo convertirlo en palabras.
Finalmente, tras un rato, lo logra.
—Permiso para retirarme, señor.
Lucha por su vida. Por alejarse del depredador antes de que le alcance la yugular y le desangre. Levi le mira intensamente, como un león que quiere abrirle las entrañas.
—Concedido —espeta. Y baja la mirada. Se pone a mirar unos papeles como si Armin no estuviese más ahí.
[Grabado en piedra "Renuente a deshacerse"]
[Hay mucha gente que dice que nos lamentamos por el camino en el que estamos]
Levi chasquea la lengua. Está mirando otra vez a través de la ventana. A su alrededor hay silencio, excepto que ahora que ha chasqueado la lengua, ha llamado la atención del otro ser vivo en el cuarto.
—¿Ocurre algo, Levi? —pregunta Erwin, observándolo.
—Algunos de tus soldados no son buenos elementos —grita, casi, como si estuviese desesperado por hacerse escuchar, volteándose en dirección al hombre rubio. Erwin le contempla con tranquilidad.
—¿Tiene esto algo que ver con el bajo desempeño de Arlert en la nueva rutina que le impusiste?
La mañana siguiente al entrenamiento acuciante de Levi, Mike les informó a los jóvenes soldados que tenían rutinas nuevas. Todas atacaban a sus debilidades y pulían sus fortalezas.
La de Armin era la más salvaje. Y sin embargo el chico se esforzaba, Levi le daría eso. Pero era todo. No bastaba con esforzarse. No para él, al menos, según parecía.
—Va a convertirse en papilla para titán más rápido de lo que a Pixis le toma gastarse una botella de Whisky.
Está enojadísimo. Erwin lo sabe por el leve temblor sulfúrico en su voz de carbón y por como abre y cierra macabramente uno de sus puños. Erwin inhala y exhala intentando imponer el ejemplo de tranquilidad.
—Hanji me dijo que estabas preocupado por él.
—¿Preocupado? —repite ácidamente. Bufa—. No es preocupación. Es que me enoja la falta de practicidad y no hay nada menos práctico que llevar a un soldado incompetente a la guerra.
—Lo entrenaremos.
—No mejorará.
Terco. Cuando Levi quiere cuidar de alguien, es muy abrasivamente terco. Que detrás de esa capa de bestia hay cosas que la gente no conjetura siquiera Erwin se lo sabe de la A a la Z. Por eso confía en él. Es la parte más sincera y real de las Tropas de Exploración. La que no atesora las mentiras y los estratagemas, sino que prefiere arrojarse verídico y palpable a la guerra, donde todo es crudo y directo y no hay espacio para medias verdades y apariencias. A Erwin se le ocurre algo.
—¿Por qué no lo entrenas tú?
—¿Ehhh? —su pregunta suena a todo lo qué mierda estás pensando, qué carajo te pasa y acaso eres imbécil que se puede sonar en una simple sílaba alargada. Hay hasta espacio para unos cuantos insultos más. Levi está que echa humo ante semejante barbaridad de propuesta.
Él entrenar personalmente a alguien.
Ajá.
—Entrénalo, así podrás asegurarte de que mejore y dejarás de temer por él.
Levi entrecierra los ojos. Sabe que Erwin ha usado la palabra temer sólo para molestarlo más. Sabe que este hombre cruel de vez en cuando se divierte a costa de sus subordinados.
Sabe que debería cortarle la lengua pero no lo hace porque con todo sigue siendo Erwin y Erwin es a Levi como Eren a Mikasa pero con un poquito menos de obsesión y amor adolescente.
—Si hago una ridiculez como esa, será bajo mis propios términos —dice después de un momento, con la voz un poco más calma. Ha dejado de cerrar el puño. Como si se le acabase de ocurrir que, de hecho, esto podría funcionar.
—Excelente —dice Erwin, sonriendo victoriosaburlonamente—. Hazlo.
Levi le estudia un momento antes de volver a voltearse y acechar por la ventana. El rubio gigante está ayudando al rubio enano a desenredar una de las cuerdas de metal del equipo de maniobras.
Inútil.
[Aw reconocemos, lo vemos en tus ojos. Vemos en tus ojos todas las mentiras]
[He estado mirando hacia los faros, trágame entero, encontrando mi paz mental]
Otra vez en el despacho de Levi. Armin se rasca la rodilla con un dedo, nervioso. Intenta no tragar saliva.
Levi le ofrece té.
Té.
En una de sus tazas de porcelana. Y esta tiene la orillita con una cinta azul cielo. Y surcos. Huele a noches, a madera y pastos. A praderas después de la lluvia. Todo acumulado. En taza. Virutas de humillo blanco desprendiéndose de su superficie parsimoniosa.
—Gracias, sargento.
Le mira a los ojos. Se pregunta si el hombre va a disculparse o algo así y esta es una especie de ofrenda de paz. Intenta hacer caso omiso a la vocecilla que le dice que el sargento Levi Ackerman disculpándose es una tontería de alucinación, limitada a cuando se ha bebido demasiado Paleador. Parpadea. Lleva una mano nerviosamente a la taza y mete el dedo en el asadero. Levi bebe un poco de la infusión y vuelve a asentar su taza. Los platos blancos contrastan con la madera tostada. Levi suspira.
—Veo que sigues empeñado en permanecer en las Tropas de Exploración —le mira casi acusador, como reclamándole por no hacer caso a sus advertencias. Armin baja la mirada y la pone en el té color miel, que reposa dulce en la taza. Se plantea formas de responderle.
Hay mil maneras.
Pero todas las que se le ocurren suenan insolentes y se auto reprende mentalmente por osar siquiera pensar en desafiar a su superior.
Tiene que jugar la carta correcta. Soldado obediente y bueno. Soldado obediente y bueno.
—¿Y bien?
Eleva los ojos.
¿El sargento de verdad espera una respuesta?
Los labios se le fruncen un poco. Analiza si beberse el té podría comprarle algo de tiempo. Si podría existir alguna especie de sinergia, conexión o entendimiento entre él y el sargento si se bebe el mismo té que él. Empieza a cuestionarse cuáles son las cosas que conforman al hombre. Es decir, está hecho de té, de malos humores y, ¿de qué más?
Parpadea.
—Sí, señor —murmura. Traga saliva. Su dedo índice empieza a moverse sobre la taza, como rascándola. Los ojos líquidos de Levi atisban el gesto. Luego vuelven a mirarle a él.
—¿Y qué pretendes con tu estadía aquí? —exhala en voz semi interesada y se sienta un poco más cómodo, apoyando la espalda sobre el respaldo de la silla, como en plan de esperar una respuesta larga y profunda. Armin le observa.
De nuevo no sabe qué responder. Se lleva la mano libre al cabello y ve a los ojos del sargento viajar hasta ella, estudiando el movimiento, como si tomara nota de él y la depositara en una caja de cosas que hacen los soldados cuando están nerviosos y que puedo utilizar para destruirlos.
Armin tiene la tenue certeza de que Levi debe tener una caja semejante. Desvía la mirada.
—Ir al mar… —se arrepiente en el instante en el que lo dice porque… el sargento Levi Ackerman va a burlarse de él.
Ir al mar.
Soy Armin Arlert y no me he unido a las Tropas de Exploración porque quiera salvar a la humanidad, porque quiera aprender más sobre los titanes o para satisfacer algún deseo de venganza alimentado por la muerte de mi familia.
No, soy Armin Arlert y yo tan sólo quiero ir al mar. Soy así de simple y patético. Qué hay del valor y el arrojo y el autosacrificio.
Yo-quiero-ir-al-mar.
Se muerde el labio inferior. Sin levantar la mirada, porque no quiere leer los pensamientos denigrantes que el sargento debe estar teniendo de él en ese momento en sus ojos. Lleva su otra mano a la taza, la toca delicadamente y entonces la acerca hacia él. Cuando la eleva hasta su rostro, el aroma a noche se le mete en las fosas nasales y le masajea los poros. Lleva la boca de la taza a sus labios y el líquido caliente se desliza de ellos a su garganta.
La sensación es apaciguadora. Vuelve a dejar la taza en su lugar y mira al hombre. Levi no ha dicho nada. No ha hecho más que verle serenamente.
—Ir al mar —repite. Parece que las palabras son de piedra cuando se introducen a sus labios, rodando sobre su lengua con dificultad. Armin se encoge en su sitio, listo para que le digan lo estúpido que es. Pero, por un rato, Levi no dice nada más. Finalmente, suspira, mira hacia otro lado (por fin) y separa los labios—. Podrías lograr eso. Tal vez. Si es que existe tal cosa.
—Sí existe —se apresura tanto a decirlo que casi se tapa la boca, asustado ante su propio atrevimiento. Los ojos de Levi vuelven a posarse sobre él. Otra vez guarda silencio un momento.
—No digo que no. Tampoco digo que sí. Lo que pienso, es que no sé qué vas a lograr cuando lo veas, si es que alguna vez lo haces. De cualquier forma… —vuelve a suspirar y desviar la mirada, como si hubiese llegado a la parte más tediosa de esta reunión suya—. Yo podría intentar que al menos parezcas medio capaz de lograr algo más que morir de forma impresionantemente estúpida. ¿Qué opinas? —Vuelve a mirarle, y hay cierta… expectación en su mirada, como que realmente le interesa conocer su respuesta.
Armin parpadea un par de veces. Le observa.
¿Y… qué?
—Señor, ¿qué quiere decir?
Exhala otra vez. Impaciente.
—Entrenarte. Puedo hacerlo. Erwin lo ha sugerido —al parecer no quiere que parezca que él ha estado de acuerdo con ello, o que ha sentido la más mínima motivación o deseo de hacerlo—. Te instruiré por un mes. Durante un mes no entrenarás con nadie más que conmigo. Harás todo lo que yo te diga. Actuarás como yo te diga. Pensarás lo que yo te diga. Y, si al final de ese mes estoy satisfecho con tu desempeño, entonces podrás quedarte en las Tropas de Exploración. Pero si no, te vas e inicias esa vida apacible como profesor o cualquier mierda de la que hemos hablado. Esa es la condición, ¿qué opinas? ¿Aceptas? —parpadea. Y le mira avasalladoramente.
Armin está abrumado. No sabe cómo espera el sargento que él le responda a eso, ¿es que acaso ha enloquecido, él y el comandante Erwin?
¿HAN ENLOQUECIDO LOS DOS?
Se le corta la respiración un segundo. Pero entonces, cuando vuelve a lograr aspirar oxígeno, se le ocurre que, de hecho, es una oportunidad increíble e impensable.
El soldado más fuerte de la humanidad entrenándolo a él.
A él.
Al soldado más débil de la humanidad…
No, no, es impensable. Jamás lograría sobrevivirlo. Levi seguramente haría todo lo posible por hacer al entrenamiento tan horrible que él fallara estrepitosamente y desistiera y tuviera que largarse. Seguramente ese es su plan. No ha de tener ninguna intención de ayudarle.
Si sigue como hasta ahora, podrá continuar en las Tropas de Exploración sin problema.
Si acepta sus condiciones, tendrá tan sólo un mes y después tendrá que irse.
No, no es una posibilidad.
Levi frunce lo más leve el ceño.
Armin recién nota que acaba de negarse en voz alta. Cierra la boca. Encrespa las manos.
—Lo siento —dice, aunque no sabe qué es exactamente lo que siente. Levi arquea una ceja.
—Estoy dándote una oportunidad, ¿y la rechazas?
—Señor… si usted me da la opción…
—La alternativa ni siquiera deberías estarla considerando. A mí me dijeron que eras brillante y bah —las cejas delgadas de Levi se enfurruñan un poco más. La negativa de Armin parece haberle molestado de verdad.
—Yo quiero quedarme aquí —dice Armin, casi en un tonito desesperado. Levi sigue mirándole con enojo.
—Bien. Haz lo que quieras entonces. Fuera de aquí.
Armin se levanta casi de golpe. Tan sólo quiere salir de ahí. Suelta la taza y le hace el saludo. Levi ni le mira, tan molesto está.
Armin traga saliva y se da la vuelta para irse tan pronto como sea posible pero, justo a un par de pasos de la puerta, la voz de Levi vuelve a detenerle.
—Te doy una semana para pensarlo. Dame tu respuesta en una semana.
Armin sale.
[Simplemente estoy intentando aferrarme al momento, intentando amar las cosas pequeñas, incluso si son difíciles de amar]
[Siéntelo al amanecer, siéntelo al amanecer. No tardará mucho en la época de la metadona]
La forma en que Levi le mira es como si estuviese tomando un libro viejo y le sostuviese de una de sus tapas carcomidas, y se pusiese a arrancarle hoja tras hoja, sin consideración, sin empatía, arrojando todas las páginas al suelo, donde sus letras y sus ideas se murieran.
Así.
Y a Armin le recorre un escalofrío hecho de vergüenza y de alcohol acumulado. Exhala un poco. Quiere responder pero no lo hace.
No le dice que cuando se trata de él, sargento Levi Ackerman, la crueldad y la realidad parecen ser exactamente lo mismo.
—¿Lo has pensado?
Armin levanta la mirada rápidamente. El qué. El qué ha pensado.
Levi lo acribilla repetidamente con esos ojos de acero. Armin no alcanza a encogerse porque el alcohol no le da para sentir el miedo suficiente. Parpadea.
—Oh, ¿sobre su propuesta?
Recién se acuerda. Ha pasado una semana de verdad desde ese día en que el sargento le invitó a su despacho para beber té y decirle que estaría dispuesto a entrenarlo con la condición de que después aceptara su designio con respecto a si podía permanecer en las Tropas de Exploración o no.
Claro que Armin no lo había pensado. Su decisión había estado muy clara y no pensaba cambiarla. Por lo tanto, debería decirle que no.
—No quiero irme de aquí —murmura, bajando los ojos. Levi no aparenta reaccionar.
—Entonces acepta.
Su voz también es de acero. Pesa. Cuando habla, es como si te llenara de bloques de acero que caen encima de ti.
El cadete mira a su superior. Algo no cuadra.
—Pero, sargento…
—Te he dicho que aceptes.
—…
Guardan silencio por un momento, mirándose.
—No puedo. Usted me haría irme.
Levi suspira, monumentalmente fastidiado.
—¿Piensas que tengo motivos diferentes para hacer esto a los que te estoy diciendo? ¿Por quién diablos me tomas?
Armin explora los ojos ajenos un instante. Luego sus labios. Como si quisiera determinar si realmente son capaces de decir la verdad o no. Nota lo delgados y elegantes que lucen, pulidos por millones de tazas de té. Vuelve a levantar la mirada, percatándose de que está desvariando otra vez.
—¿Pero cómo podría yo entrenar con alguien como usted? —y su voz suena a todas las inseguridades que tiene cayendo en forma de lluvia a los oídos del mayor. Armin baja el rostro. Se sonroja, y no le parece que sea por el calor o por la intoxicación etílica.
O puede que sí.
—Así como se hacen todas las cosas. Haciéndolas. Punto. Te espero en mi despacho el lunes a las cinco. Buenas noches.
El hombre se pone de pie. Toma su taza.
Se va.
Armin no tiene el menor valor de atreverse a rebatirle, a desafiarle, a desobedecer.
Así que se limita a suspirar, preguntándose qué es lo que le espera en manos del sargento.
[¿Hay alguien más? ¿Hay alguien más que pueda? ¿Qué pueda leer mi mente? ¿Qué pueda leer mi mente porque ya no es mía?]
P.S.- Las frases son frases traducidas de las dos canciones que puse al principio. El Tequián y el Paleador son guiños para los que hayan leído Libros Viejos :D
Gracias por leer. Agradezco mucho comentarios y opiniones.
Nos leemos!
