Disclaimer: Los personajes son propiedad de J.K. Rowling.

Este fic participa en el reto "La pareja perfecta" del foro La Noble y Ancestral cada de los Black. Ha sido corregido por mi hermanita Adhy Rosier Moon Barigliessi. Espero que os guste


Hermione no solía hacer locuras. Ella era sensata, incluso demasiado a veces. Solo se dejaba arrastrar por Harry y Ron y normalmente era porque ellos necesitaban a alguien que pusiera el contrapunto inteligente a las locuras que se les ocurrían.

Así que, a pesar de que se estaba dirigiendo a la clase de Transformaciones, con el toque de queda ya bastante pasado, seguía preguntándose por qué iba hacia allí. Por qué había hecho caso de la nota que le había llegado citándola allí.

Y la respuesta estaba clara. Porque esperaba encontrar allí los ojos grises con los que soñaba cada noche. Porque esperaba que las miradas que había captado se debieran a lo mismo que las miradas que ella le había lanzado.

Cuando abrió la puerta, su corazón dio un vuelco al reconocer allí ese pelo rubio inconfundible. Aun de espaldas, lo reconoció de inmediato y, a pesar de que aún sentía miedo de que fuera una broma pesada, entró. Sin hacer ruido, deleitándose en contemplar su espalda.

— Has venido.

Su voz la sobresaltó.

— ¿Por qué querías verme?

— ¿De verdad necesitas preguntarlo?— escuchó por primera vez su risa. Su verdadera risa— Pensé que eras inteligente.

Hermione se mordió el labio, sin saber realmente qué responder a eso.

— Draco…

Entonces él se giró. Y Hermione supo por qué la había citado, por qué ella había ido, porque, a pesar de todo, no podían ser enemigos.

Se acercó sin decir ni una palabra más y le acarició la mejilla. Suave como una pluma, pero ambos sintieron que se marcaban a fuego el uno al otro.

No les hizo falta nada más que mirarse para saber que ya eran uno preso del otro. Eran solo dos chicos enamorados, sin importar a qué casa perteneciera cada uno, su estatus de sangre o cualquier otra historia.

— He intentado…—la voz de Draco sonaba rota, dolida— No puedo, Hermione. No puedo borrarte de mi mente, sacarte de mí.

Aunque sus palabras dolían, ella entendía. Porque a ella le pasaba lo mismo. Lo había intentado, porque era su enemigo, pero no podía. No podía dejar de soñar con esos ojos grises, con esa piel blanca como la nieve.

Ambos se sentían mal por lo mismo, pero, a la vez, no podían impedir sentir lo que sentían. Porque el amor no se elige, el amor llega y no puedes hacer nada cuando te arrasa. Porque sin querer, podías llegar a enamorarte de tu enemigo.

No hacían más palabras entre ellos, para saber que siempre sería así, clandestino, ocultos por las sombras, porque su amor estaba condenado a la luz del día. Por lo menos, por ahora.

Draco tiró de ella, situándola entre sus piernas mientras él se apoyaba en uno de los pupitres. Hermione se dejó llevar, se dejó envolver por sus brazos, mientras le miraba. Y ambos entendieron sin palabras, que pasara lo que pasara, siempre se pertenecerían. Aunque no pudieran estar juntos nunca.

No hicieron nada más durante toda la noche, solo mirarse. Solo decirse sin palabras eso que no podía saber nadie más que ellos. Solo acariciarse como si fueran lo más preciado que el otro tenía. Sabiendo que solo tenían las noches para ellos.

El tiempo pasaba, inexorable, y llegó el momento en que tuvieron que separarse, sintiendo como si se rompieran por dentro, dejando parte de ellos en el otro. Solo al separarse, solo al despedirse sin palabras, se besaron por primera vez.