(Pov Merida)

Para Merida, éste iba a ser su sexto año en Hogwarts, el conocido colegio de magia y hechicería.

Tragó grueso, el sabor dulce de la manzana se mezcló con los nervios aunque no tenía por qué, metida en sus pensamientos escuchaba lejanamente a su mamá hacía lista de cuanta cosa llevara para la estadía en Hogwarts, se puso ansiosa.

Merida no era conocida por ser nerviosa, la princesa de Escocia se diferenciaba de las princesas por ser rebelde, intrépida y diferente de las princesas de su edad, aún a la edad de los dieciséis años; también por su alborotado cabello, loco y pelirrojo. Mientras ella practicaba tiro al blanco (actividad que su madre desaprobaba), despeinada como siempre, las demás princesas tenían una clase de etiqueta. La rebelde princesa se negaba rotundamente a practicar etiqueta, a ser una sumisa y delicada princesa con modales refinados.

La manzana ya casi estaba terminada, la reina Elinor miró a su hija con desaprobación. La estaba ignorando de nuevo, nada nuevo, justamente por que la mismísima reina le había obligado a asistir a dicho colegio. Pensó que quizás así conseguiría la curiosidad de los demás reinos por sobre su hija, y algún que otro pretendiente.

Este sería el sexto año para Merida, pero tenía la misma ansiedad que cuando era una chiquilla del primer año.

Merida saludo a sus padres, el rey Fergus con orgullo y tristeza, abrazó a su hija y antes de que siquiera se fuera le susurró al oído.

-Hay un nuevo arco y flechas, el carcaj es mágico, siempre tendrá flechas- guiñó un ojo a su hija y esta lo miró cómplice con una mezcla de felicidad y emoción.

La pelirroja salió corriendo hacia el tren, buscó entre los cubículos sin encontrar a Astrid.

Astrid era su mejor amiga, la conocía desde primer año, a pesar de ser una plebeya, había entablado una excelente relación. La rubia provenía de la Isla Mema, dónde hace años era atacada por dragones, y hace algún tiempo, los vikingos lograron dominarlos. Astrid era vikinga, pero su belleza la hacía una extranjera ante sus pares.

-¡Oye cabeza de flama, por aquí!- Merida reconoció la voz al instante. Sonrió y se volteó.

Ahí parada a unos siete cubículos estaba Astrid que le sonreía y saludaba con la mano.

-¿Cómo estás aliento de dragón?-

La pelirroja se adentró al cubículo y comenzó el barullo característico de un grupo de chicas las cuales hace algún tiempo no se veían.

(Pov Jack)

Jack Frost no era un chico normal, tampoco se podría decir de anormal. Jack era metamorfomago desde que tenía uso de razón, y había adquirido un poder, del cual misteriosamente no sabía absolutamente nada. Podía congelar lo que quisiera, crear tormentas de nieve, los copos de nieve hacían presencia gracias a él, claro sin alardear. Jack estaba orgulloso, pero no tenía idea de cómo había obtenido ese poder. Sus padres eran muggles, de los cuales él sabía que no eran sus verdaderos padres. Jack no era tampoco el único en la familia de poseer los mismos dones, sus hermanas menores Elsa y Periwinkle también los tenían.

Sus padres, Norte Claus y Mary Fairy no estaban casados, tenían una relación moderna pese a sus avanzadas edades. Estos estaban en total orgullo de sus albinos hijos y a pesar de no ser sus hijos de sangre, eran sus hijos de lo más profundo de sus corazones. Algunas veces, Jack se preguntaba cómo había conocido Mary a Norte, ellos no parecían tener los mismos gustos ni nada por el estilo. Aunque sabía que estaban enamorados desde hacía décadas.

Pero si algo había sacado que lo familiarizara con Norte notoriamente, era su personalidad traviesa y problemática de joven, quizás la había adaptado por todas las historias que le contaba de su juventud. De aquel intrépido muchacho que gastaba bromas. Quizás si veía a Norte como su figura paterna e imitable.

-Frosty, te veré en el colegio, verdad?- La pequeña Periwinkle de tan solo doce años era la llama viva entre sus hermanos, a pesar de ser los tres de cabello blanco y poderes congelantes, ella sobresalía por su amabilidad y empatía, en cambio Elsa era malhumorada y Jack demasiado problemático romper las reglas.

-Claro que sí Peri, y aremos muñecos de nieve!- Sonrió y guiño un ojo a su hermana, la cual se emocionó.

Norte y Mary miraron sonrientes a sus hijos.

-Los voy a extrañar mucho!- Periwinkle echaba pequeños sollozos infantiles que algunos vieron con desaprobación. Era su primer año y estaba tan nerviosa, que se comportaba con un poco de exageración.

Elsa volteó los ojos exasperada, no era el tipo de chica paciente y amable que todos creían, estaba en la edad rebelde de odiar la sociedad. Saludó rápidamente a sus padres y se dirigió junto a Jack que esperaba pacientemente en la puerta del tren.

Ya los tres abordo, Elsa se esfumó en la multitud de alumnos que caminaban en vaivén por el tren en busca de sus amigas, y Jack junto a su hermana pequeña buscaron un cubículo libre.

-¿Frosty, en qué casa crees que me pondrán?- Su blanca piel se puso un poco rosada, se notaban sus nervios a leguas.

-No lo sé Peri- Jack miraba distraídamente hacia la ventana que daba al exterior. Él había pasado sus nervios sólo en primer año, conoció a muchas personas, y a su mejor amigo no lo había querido buscar, apoyaría a Periwinkle y trataría de protegerla.

-Oye, ¿quieres ver algo genial?-

-¿Cómo qué?-

Jack comenzó a hacer copos de nieve en el cubículo. La pequeña albina miraba todo maravillada e intentó hacer lo mismo que su hermano mayor, en cambio comenzó a nevar abruptamente, Periwinkle estaba confusa y horrorizada, hasta que alguien abrió la puerta dando un sonoro portazo.