Me gusta el Ruby/Castiel desde el 4x02, y eso que entonces ni siquiera habían coincidido, pero la idea de ángel y demonio me resulta increíblemente atractiva. Escribí este fic como regalo para Apo después de que ella me escribiera un longfic Ruby/Castiel que me tiene enamorada.
Es un minific, está completo y consta de tres capítulos. Dos largos y un último bastante cortito.
Lo que esta bien y lo que esta mal
(Regalo para Apocrypha)
"Yo tengo preguntas, tengo dudas. Ya no sé lo que está bien y lo que está mal".
Castiel 4x07
Parte I
Un silencio apacible se extendía por la estancia en penumbra. La hilera de cirios en las escaleras que daban al altar, apenas alcanzaban a iluminar el retablo de madera labrada que recubría la pared meridional de la iglesia. Los bancos de madera colocados cuidadosamente en fila, todos separados por la misma distancia, quedaban ocultos por las sombras.
Thomas Rabe, en la primera fila, notaba la dureza del parquet en las rodillas y la presión de las mangas de su camisa en las muñecas. Sentía, también, el doloroso palpitar de la sangre en las sienes y un sabor amargo, como rancio, en la lengua y el paladar. Las manos juntas, unidas por las palmas y las yemas de los dedos, reposaban unos centímetros por debajo de la barbilla. Los ojos azules estaban cerrados a la tenue luz de las velas, buscando una comunión interna con Dios. Los labios pálidos y resecos se movían levemente, repitiendo vagos ecos de la oración que rezaba para sí, implorando una solución.
Tenía treinta y dos años y le habían diagnosticado cáncer linfático en fase terminal esa misma semana. Podría someterse a quimioterapia, pero no había esperanzas reales de curación. El tratamiento sólo volvería sus últimas semanas de vida más incómodas y dolorosas.
Thomas había resuelto no ser tratado y limitarse a esperar lo que Dios había tenido en gracia darle. No tenía miedo a morir porque confiaba en ir a un lugar mejor, tan sólo lamentaba todas las cosas que no había podido hacer.
Miraba atrás y sólo veía una vida desperdiciada en vanos propósitos. Veía una vida de malas decisiones dedicada únicamente a sí mismo. Jamás había hecho nada por ayudar al prójimo más allá de arrojar un par de monedas a la colecta que el sacerdote Morrison realizaba los domingos (y eso sólo cuando acudía a misa, lo cual cada vez sucedía con menos frecuencia).
No dejaría esposa ni hijos, y a una prima como única familiar. Dudaba de que en su funeral enviaran una corona con una cinta satinada en la que se leyera "Recuerdo de sus amigos" pues no era muy popular entre sus compañeros de trabajo y no conservaba ninguna amistad de niñez o de carrera. Su vida se acabaría abruptamente y no habría cambiado nada, ni a nadie.
No habría devuelto ni un poco de lo que Dios le había dado.
Thomas Rabe, en primera fila, bajó la cabeza, arrepintiéndose de sus pecados. Rogó por obtener el perdón, imploró al Señor la oportunidad de servirle con su vida o con su muerte.
Y en medio de una brisa que marchitó las velas, iluminado por una figura blanca y resplandeciente que se apareció frente a él y le envolvió en el calor de su virtuosa iridiscencia, Thomas Rabe recibió la absolución.
o0o
Ruby sería muchas cosas, pero no era una incauta. Dean Winchester no les había seguido desde el motel, luego alguien debía de haberle dicho dónde estaban Sam y ella. Y tenía una idea bastante clara de quién podía ser.
Un ángel no se molestaría en bajar al infierno para liberar un alma y devolverla a su cuerpo original, mágicamente incorrupto, para luego dejarla a su libertad sobre la tierra. Desde el mismo momento en que supo que Dean había sido salvado por un ángel, supo también que lo vigilarían de cerca. Le habían sacado del hoyo por una razón y la demonio sospechaba que esa razón estaba íntimamente relacionada con Sam. Al de ahí arriba, si existía, no debía de gustarle demasiado lo que ella estaba haciendo con el menor de los Winchester e intuía que habían puesto a Dean sobre su pista para que les hiciera el trabajo sucio.
Bien, tarde o temprano tendría que llegar ese momento. Ahora era cosa de Sam lidiar con su hermano y defender su posición, Ruby tenía otras preocupaciones.
Por ejemplo, evitar que acabaran con ella. Había oído muchas historias sobre ángeles en las últimas semanas y en ninguna de ellas llevaban pañales, aureolas, ni sonrojo en las mejillas. Eran guerreros implacables, fieros justicieros de su Señor. Y si querían evitar que Sam utilizara sus poderes, no se limitarían a darle un sermón: destruirían su instrumento para utilizarlos, ella. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Por eso, Ruby había estado investigando. No había mucha información sobre los ángeles puesto que llevaban milenios sin pisar la tierra, y la mayor parte de ella era pura palabrería nerviosa de demonios aterrados, pero había encontrado un par de cosas que esperaba que pudieran servirle de ayuda.
Sellar las ventanas y las puertas con una línea de sangre, de su sangre, era una de ellas. Por eso, en cuanto llegó a la habitación de motel en la que se alojaba, Ruby se quitó la cazadora de cuero y se hizo un corte en el antebrazo. Cerró la mano en puño para que la sangre fluyera con más fuerza y dejó que el líquido escarlata cayera, gota a gota, a los pies de la puerta y en el marco de la ventana. Sintiéndose aún inquieta, abrió su bolsa de viaje y extrajo cuatro pequeños sacos llenos de hierbas y tierra de tumba profanada, y los colocó en las cuatro esquinas de la habitación. Después entró en el pequeño cuarto de baño sin ventanas (Ruby lo había pedido expresamente) y dejó que el agua corriente limpiara la sangre de su herida, con el cuerpo aún rígido.
Pasados unos segundos, intuyó algo, más que oírlo, y miró su reflejo en el cristal sucio del lavabo. Vio el miedo reflejado en sus propios ojos y tragó saliva. Cerró el grifo lentamente y aguardó unos instantes, estática y tensa, esperando escuchar algún sonido dentro de la habitación. Nada perturbaba el silencio, excepto el lejano rumor de los coches cruzando la carretera que pasaba frente al motel, y no obstante, Ruby tenía la acuciante certeza de que no estaba sola.
Había dejado todas sus armas en la habitación, dentro de la bolsa de viaje u ocultas en la caja fuerte con la que estaba equipado el cuarto, y no había escapatoria posible por el aseo, de modo que no tenía otra opción que afrontar lo que la esperaba ahí dentro desarmada.
Tomó aire y caminó de vuelta a la habitación, el sonido de su taconeo ahogándose en la moqueta sucia que cubría el suelo. Había alguien allí, justo en el centro de la estancia, alguien que Ruby no había visto nunca.
Era un hombre joven, con una gabardina beige y expresión taciturna. No llevaba aureola, ni tenía blancas alas llenas de plumas, de hecho, a Ruby le pareció poco espectacular para ser un ángel. Podría pasar perfectamente por un marido abandonado por el aspecto arrugado de sus ropas, el cabello despeinado y la expresión de cansancio de su rostro, que pedía a gritos un café muy cargado.
Sin embargo, la energía que emanaba de él no tenía nada de común. No olía a azufre ni irradiaba putrefacción como los demonios, tampoco exudaba la debilidad ni los aromas comunes de los humanos. De él salía algo diferente, algo gélido y vibrante que absorbía el calor de la habitación y hasta la propia respiración de la demonio. Una sensación que erizaba el vello de su cuerpo prestado y activaba todos sus sensores de alerta, tensándola como la cuerda de un arco, lista para soltar la flecha.
—Esperabas mi llegada —pronunció él, deslizando las palabras con lentitud.
Ruby estaba tan engarrotada y asustada que tardó unos segundos en comprenderle, y entonces siguió la dirección de su mirada azul hacia las líneas de sangre y las bolsas de vudú. Se alegró vagamente de haber matado al demonio que le dijo que esos trucos servirían para protegerla de un ángel, y como le pareció idiota responder a algo tan evidente, permaneció inmóvil y silenciosa, sin atreverse siquiera a tragar saliva.
Castiel volvió su mirada de nuevo hacia ella y Ruby la sintió sobre el cuerpo, como una losa invisible y muy pesada, que la hundía más y más en el suelo, cual punta golpeada por un martillo.
—Sabes porque estoy aquí —afirmó el ángel dando un paso hacia ella.
Ruby se irguió aún más, echando hacia atrás la espalda sin mover los pies del suelo. No podía.
Los ojos del Castiel la mantenían anclada en el sitio, observándola con la curiosidad de quien ve algo extraño y complejo por primera vez. Esperando tal vez su respuesta para poder completar su esquema mental sobre ella.
—Sospecho que no es una visita de cortesía —replicó Ruby con voz desafiante y sarcástica. Agradeció que la voz no le temblara como lo hacían las manos —así que habrás venido a matarme.
Castiel bajó los párpados por unos instantes, como si lo que acabara de oír le disgustara. No habló de inmediato, ni hizo ningún movimiento, lo que provocó que Ruby se impacientara y asustara aún más. Había temido ese encuentro muchas veces, pero siempre había supuesto que sería algo rápido. El ángel la tocaría y ella moriría, sin más. Pero en cambio, el hombre taciturno que se alzaba ante ella no parecía tener ninguna prisa por cumplir su misión. O tal vez la estuviera poniendo a prueba. Fuera como fuera, Ruby no podía soportar más el silencio y la incertidumbre.
—Supongo que he cabreado al pez gordo —dijo cruzándose de brazos para tratar de aparentar una indiferencia que no sentía —Lo suficiente para que envíe a uno de sus soldaditos a por mí.
—Sam Winchester representa una amenaza —pronunció el ángel. Su voz era monocorde y arrastraba levemente cada palabra, enlazándola con la siguiente con lentitud —No podemos permitirnos correr el riesgo en medio de la guerra.
A Ruby le dio la sensación de que había un rastro de compasión oculto en su tono o en el fondo de los ojos. No obstante, sabía que cumpliría las órdenes que le habían sido dadas, fueran cuales fueran.
Por lo tanto, tenía dos opciones: esperar a que la matara o buscar una manera de huir. Un enfrentamiento era impensable, así que, de ser necesario, tendría que abandonar ese cuerpo. Una pena; le gustaba y no tenía que compartirlo con su inquilina original.
—Pero Sam os está ayudando, está enviando demonios de vuelta al infierno —probó a fin de ganar tiempo. Se movió un poco a la derecha, hacia la ventana, sin romper el contacto visual con el ángel.
—No le hemos pedido esa ayuda.
Ruby avanzó un poco y Castiel ladeó el rostro, entrecerrando levemente los ojos para intensificar su escrutinio. A la demonio le dio la sensación de que sospechaba lo que estaba tramando, debía actuar rápido.
—Así que se trata de un problema de jurisdicción—se mofó con una sonrisa burlona calculada. Acompañó el gesto de un paso lateral, que la colocó a espaldas del ángel. La ventana estaba a apenas a un metro y ella seguía avanzando—Tendrás que disculparnos, llevamos tanto tiempo enfrentándonos a Lilith solos que habíamos olvidado que los Rangers de Texas existíais.
—No lo hagas.
La voz de Castiel le llegó de cerca, tan cerca que a Ruby le dio la impresión de que le había susurrado directamente al oído. Habría jurado percibir el efluvio de su aliento golpeándole la oreja, helado pero ardiente. La piel que había tocado le escocía.
Separó los labios para aspirar una disimulada bocanada de aire pues sentía los pulmones como encharcados, y una cadena de escalofríos le mordió la columna, vértebra a vértebra. No obstante, se giró lentamente y enfrentó al ángel. Castiel estaba justo delante de ella, las cejas levemente arrugadas en una expresión piadosa. Visto tan de cerca ella casi podía ver como se insinuaban las primeras huellas de barba en su rostro y como sus labios eran tan pálidos que parecían casi blancos. Parecía ridículo que un ángel de la muerte se le presentara así, con ese aspecto tan humano, tan real.
—Lo siento —musitó él y alargó una mano hacia su rostro. No obstante, Ruby reaccionó con rapidez. Afianzó los pies al suelo, extendió los brazos y alzó la boca hacia el techo. La mandíbula se le descolgó y las pupilas se volvieron hacia el interior del cráneo, mientras una nube de humo negro brotaba desde las profundidades de su garganta y se elevaba en un violento remolino sobre sus cabezas. Pero justo en ese instante, cuando ya casi toda su esencia estaba libre, reptando por el aire hacia la ventana, Castiel la tocó. Le puso una mano en la nuca y la otra la extendió sobre su pecho. Entonces cerró los ojos y el cuerpo de la mujer se estremeció violentamente, los brazos, rígidos, sacudiéndose espasmódicamente a medida que reabsorbía lentamente el humo negro. Ruby luchó con desesperación por no volver, pero la joven se la tragaba poco a poco con una fuerza irresistible, hasta que con una sacudida, se sintió dentro de nuevo. Aspiró violentamente y empezó a toser, notando las manos del ángel que aún no la habían soltado. Sus ojos se volvieron completamente negros como reacción al miedo, brillantes como el charol, ante la proximidad de su muerte.
No era la primera vez que moría, pero sabía que sería la última. No habría infierno para ella esta vez, sólo la nada: su desaparición total.
Así que mientras Castiel retiraba la mano de su pecho y la elevaba hacia su rostro, Ruby sintió pánico pero también una extraña sensación de alivio que le relajó el cuerpo. Ya no tendría que luchar más, ya no conocería más sufrimiento, podría enviar todo al cuerno y dejar que los demás libraran una guerra que ya no la afectaría en absoluto. No dejaría nada detrás. Sólo a Sam.
Sam.
Y aunque pareciera que su terror no podría volverse más intenso, un nuevo miedo la devastó cuando los dedos de Castiel se posaban sobre su frente para segarle la vida.
—Sam —escupió entre toses cada vez más débiles, clavando las pupilas en el ángel en su último aliento, desesperada por hacerle entender —No le matéis…por favor, él… no es…
No pudo terminar pues la mano del ángel le cubría ya la frente, ejerciendo presión sobre su cráneo como si quisiera atravesarle el cerebro. Ruby sintió un dolor desgarrador dentro, debilitando su voluntad de vivir, de luchar. Era como si la despojaran, capa por capa, de dermis, músculos, tendones y huesos hasta que sólo quedaba su débil verdad desnuda. Vio una luz en su interior, una luz tan intensa que era hiriente y supo que era el fin de todo. La luz la envolvió y la asfixió en su abrazo, borrando, granito a granito, su esencia, mientras el cuerpo de la chica en coma que había robado se quedaba flácido y muerto entre las manos del ángel. Pero entonces él se detuvo, antes de terminar el proceso.
Esa vez, volver fue más doloroso que la anterior. No se sintió absorbida, sino devorada. Como si alguien le pegara de nuevo la piel que le había arrancado a tiras. El cuerpo le temblaba tanto, reacogiéndola, que Ruby no podía controlarlo aún y lo único que la mantenía en pie era la mano de Castiel en su nuca. Le llevó unos segundos poder distinguir con nitidez el rostro del ángel, pero lo que vio en él se sumó a su caos interior.
Parecía confuso, sorprendido e incluso asustado. La miraba con los ojos muy abiertos, revelando todo el azul límpido de sus pupilas, y sus labios estaban separados, como prolegómeno de una exclamación nunca pronunciada.
Entonces la soltó, tan bruscamente que Ruby no pudo equilibrarse y cayó contra la pared, en una suerte de brumosa semiinconsciencia. Se deslizó hacia el suelo, demasiado débil para sostenerse, y ya antes de barrer la habitación con una mirada borrosa, supo que el ángel se había ido. Y ella estaba viva.
Lo que no entendía era por qué.
o0o
Matar a demonios no era placentero, por lo menos para él. Otros entre sus hermanos disfrutaban al borrar semejante mal de la Tierra, de la Creación misma, pero para Castiel había algo más, pues cuando eliminaba a un demonio le llenaba de tristeza pensar que una vez fue una criatura de Dios, una obra de su señor, corrompida por la infesta influencia de Satanás.
No obstante, cumplía con su deber sin hacer preguntas, sabiendo que erradicar a los demonios era necesario. Lo había hecho desde el principio mismo y lo haría hasta el fin.
Por ello creía conocerlos, creía conocer la oscuridad hueca y espesa que les llenaba el lugar que antaño había ocupado su alma. Siempre encontraba lo mismo: animales heridos hasta la locura cuyo único placer era el de poder dañar. Burlas de los pecados y defectos humanos llevadas al límite y ocultas en disfraces de carne y hueso. La fiera necesidad de ocupar la tierra para escapar de aquel lugar que era a la vez su cárcel y su hogar.
Castiel había podido contemplar sus terribles y espectrales espíritus cuando bajó al infierno a rescatar a Dean Winchester, y casi se sintió ahogado y mancillado por tamaña maldad. Sabía muy bien lo que iba a encontrar cada vez que sus dedos entraban en contacto con lo más hondo de esas criaturas para no dejar nada. Sin embargo, lo que halló en esa demonio le sorprendió como no le había sorprendido nada desde que el mundo y cada uno de sus seres vivos le eran algo novedoso. Había encontrado algo sólido y suave dentro de ella, como un núcleo duro que aún no había sido contaminado por la oscuridad que lo rodeaba. La débil luz de una llama resistiendo bajo capas de viento y negrura infernal. Rastros de humanidad, como piedras sedimentarias olvidadas en el cauce de un río que se había secado tiempo atrás. Pequeñas, insignificantes a primera vista, pero resistentes; supervivientes.
No hubiera creído que pudiera darse un fenómeno tal, una criatura que pudiera conversar algo de su naturaleza humana a pesar de haberse infectado y mutado en los fuegos del averno. Desafiaba toda lógica que hubiera podido convertirse en demonio y conservar aún los cimientos de su alma. Ruby, ese ser, era como un punto salido en el tejido del universo.
Y Castiel con su ansía de saber, con su amor por todas las obras del Señor, no podía simplemente deshacerse de él.
o0o
—¿Por qué ese monstruo continua con vida?
Castiel volvió el rostro hacia la voz. Uriel acababa de aparecer a su lado, en lo alto del mirador. Estaba rígido y el gesto desabrido de su boca dejaba traslucir la furia que sentía bajo su apariencia inalterable.
Castiel no respondió inmediatamente, sino que cerró las manos sobre la barandilla del mirador y volvió la vista al paisaje. La ciudad se extendía a los pies de la colina, envuelta en las brumas de la noche. Cientos de luces, como diminutivas estrellas, insinuaban la silueta de los edificios y las calles testigos de tantas vidas humanas.
Llevaba un par de horas allí, desde el atardecer, pensando en la misión que no había sido capaz de cumplir. Al fin, se vio obligado a dar una respuesta, a darse una respuesta.
—Encontré bondad en ella —pronunció en voz baja.
Uriel enlazó las manos a su espalda, pero su compañero pudo ver la fuerza con que las apretaba, conteniendo a duras penas su enfado.
—Eso no es posible —aseveró —Esos desechos no tienen alma, sólo…suciedad.
Castiel le observó y por unos instantes se mantuvieron las miradas. La de Uriel ardía y condenaba, toda su postura corporal y su mal disimulada expresión facial, acompañando sus palabras. Sin embargo, a Castiel le dio la sensación de que había algo más. No sólo estaba furioso con él por no haber cumplido con las órdenes que le habían sido dadas al primero intento, había otro motivo.
—Rogó por la vida de Sam Winchester —replicó Castiel, al ver que el ángel aguardaba su respuesta.
Uriel esbozó una sonrisa sardónica y puramente despectiva.
—Lleva meses revolcándose por el fango con él y empujándole hacia el pecado. No querrá ver destruida su obra.
Castiel guardó silencio, meditando sobre sus palabras. Había interpretado la súplica por la vida del menor de los Winchester como un acto desinteresado, como una muestra de sentimientos casi humanos. Sin embargo, Uriel bien podía tener razón. ¿Había sido sólo el impulso egoísta de conservar su legado para que quedara algo de ella tras su extinción? Esa opción resultaba considerablemente menos perturbadora y sin embargo intuía que no era cierta. Pero, ¿qué valor tenían sus intuiciones ante las firmes creencias de Uriel? No podría hacerle entender, porque ni siquiera él lo entendía.
—Esa basura debería desaparecer —continuó el ángel, soltándose las manos para aferrarlas a la barandilla con suficiente fuerza para desmenuzarla. Castiel intuyó que se aproximaba, la revelación de la razón que le crispaba más hondamente —Sin embargo, tu misión ha sido…prorrogada —escupió la última palabra, envuelta en saliva e ira —Sam Winchester ha decidido dejar ese camino. Tenías razón, su hermano lo ha detenido.
Castiel se sorprendió del alivio que le llenó al escuchar esas palabras. La primera opción había sido eliminar a Samuel Winchester sin carta de aviso, afortunadamente Castiel había convencido a sus hermanos de que Dean podría disuadirle, sin necesidad de derramar la sangre de nadie.
—Pero yo que tú permanecería alerta, hermano —amenazó Uriel, con tono gélido —Si esa putita vuelve a acercarse a Sam Winchester, me mandaran acabar tu trabajo. Es sólo cuestión de tiempo.
Y sin esperar réplica, Uriel desapareció, dejando a Castiel de nuevo a solas en el mirador.
o0o
Los ángeles no tenían sentimientos humanos, o quizás sería más apropiado decir que no los sentían de la misma manera. Ni la tristeza ni la felicidad podían experimentarlas en grados extremos, ni conocían la depresión o los nervios. Si tenían, en cambio, un amplía gama de emociones. Conocían la alegría y la pena, la compasión e incluso el desprecio. Pero el odio puro o el amor en sus connotaciones románticas, escapaban a su comprensión. Eso no impedía que pudieran sentir animadversión, aunque nunca rencor, ni tampoco les imposibilitaba para amar. Amaban a Dios, amaban a sus hermanos y amaban la creación del Señor, lo que incluía a los humanos.
A pesar de todo, Castiel sabía que nunca sería capaz de comprender en su totalidad las diferencias emocionales que había entre ángeles y hombres, y no obstante experimentaba un nuevo tipo de fascinación. Una fascinación compuesta en sus raíces por curiosidad y tallada y enramada por el ansía de conocer y desentrañar los enigmas.
Fascinación era al menos el nombre que le había puesto a su nueva "faceta": observar a Ruby. Observarla con el embeleso con que se deleitó de los colores que cubrían el mundo la primera vez que bajó a él, con la maravilla con que contempló como los Hombres construían sus ciudades. Suponía toda una incógnita para él, volviéndose contra su propia especie y dándole caza. Mezclándose con los humanos, más por placer que por la necesidad de pasar inadvertida. Recogiendo información e investigando a costa de correr grandes riesgos personales, para regresar al final del día a la habitación de cualquier motel a comer patatas fritas y ver la tele por cable, con un ojo puesto en la puerta y el cuerpo presto para saltar al más mínimo movimiento.
Sin contacto con Sam Winchester, Castiel descubrió que la demonio llevaba una existencia solitaria. A veces, ya de madrugada, salía de su cuarto y conducía hasta el primer bar que encontraba, para sentarse en la barra con una cerveza en la mano y la mirada perdida en ninguna parte. No hablaba con nadie, pero parecía reconfortada por el calor humano.
Probablemente, aún en medio de los avatares de la guerra y de las misiones que le eran encomendadas, Castiel hubiera podido limitarse a observarla bajo el pretexto de vigilarla, sin intervenir.
Pero el tiempo le demostró, que como los humanos (más que como los demonios) Ruby era impredecible.
o0o
Ruby abrió la cremallera de su bolsa de viaje y metió en desorden toda la ropa que había desperdigada por la habitación. Las manos le temblaban levemente y tenía el pelo lleno de polvo, por no hablar del labio partido, pero no tenía tiempo para mirárselo. Había descubierto cual sería el siguiente sello en ser abierto y si no avisaba pronto a Sam, no podrían truncar su apertura.
Le había llamado, claro, tres veces en media hora, pero el muy idiota no se lo cogía. Esperaba que tuviera una buena excusa, como estar inconsciente o recibiendo el cariñoso mordisco de alguna bestia.
Pero mientras conseguía dar con él, iría ella sola a la ciudad donde el sello sería abierto, para tratar de impedirlo. Introdujo su última camiseta en la bolsa, la cerró y metiéndose el móvil en los bolsillos de su ajustado pantalón, dejó la habitación del motel. Ya era prácticamente de noche fuera y no había nadie a la vista en los aparcamientos, no obstante, Ruby tenía la desagradable sensación de que alguien la estaba observando.
Mirando a todas partes, se colocó la correa de la bolsa sobre el hombro y sacó las llaves de su coche, atrapándolas en la palma de su mano para que no tintinearan. El trasto que había robado unos meses atrás seguía esperándola en el sitio de siempre y Ruby se sintió aliviada al verlo. Ese coche era la única constante en su vida.
Abrió la portezuela del copiloto y arrojó la bolsa dentro con energía. Cerró de un portazo y se giró para rodear el coche e ir hasta su asiento, pero quedó estática en el acto al ver a una figura apenas a unos pasos de ella, junto al capó.
Gabardina, pelo rebelde, ojos azules. Vibraciones en el aire a su alrededor y frío. Un ángel.
Ese ángel. Castiel.
—¿Has venido a acabar lo que empezaste? —le preguntó, tan tensa que casi le costó separar los labios. La sensación de inquietud que no la había abandonado del todo desde su primer encuentro con el ángel se intensificó tan rabiosamente que ni siquiera se planteó huir.
—No he venido para eliminarte —aseguró Castiel, inmóvil. Tenías los brazos caídos, como un muñeco, y las manos laxas.
—¿Entonces qué quieres?¿Hablar sobre el tiempo? —le espoleó ella. ¿Si no quería matarla, qué hacía ahí? ¿Y por qué no había acabado con ella la última vez? Esa pregunta había conseguido mantenerla despierta la mayor parte de las escasas horas en que se permitía dormir.
Castiel dio un paso adelante y a Ruby le costó no retroceder cuando clavó su mirada azul y limpia, tan limpia, en ella.
—He venido para advertirte. No debes acercarte a los Winchester.
Había algo en su manera de mirarla, de decirle esas palabras, que hacía que Ruby se sintiera como si le debiera un favor. Una sensación bastante incómoda, más aún si la sumaba al hecho de que desconocía absolutamente cómo funcionaba la mente de ese ángel. ¿Qué había del dispara primero, pregunta después? Podía vivir con ello, pero esa manera de actuar, tan desconcertante, la ponía más a la defensiva que una manifestación abierta de intenciones.
—Veo que te han degradado: de verdugo a cartero. Si quieres mi opinión —lo miró a arriba abajo con ojo crítico, desde la punta de los zapatos al nudo aflojado de la corbata y más allá —te va más con el uniforme.
Castiel no dijo nada, sólo se quedó ahí, mirándola como un pasmarote. ¿Significaba ese silencio que se lo impediría si intentaba marcharse? Exasperada, Ruby soltó un bufido y cerró las manos en puño, clavándose las llaves en la palma derecha.
—Escucha, Silver Surfer, no tengo tiempo para esto. He descubierto cual es el siguiente sello que va a ser abierto y tengo que…
—Los Winchester ya están sobre la pista —la interrumpió Castiel y apoyó una mano sobre la carrocería del coche. A Ruby le dio la impresión de que la estaba encerrando, cortándole una vía de huída. Estaba atrapada entre los vehículos, el motel y el ángel —No requieren tu ayuda.
—Bueno, si los del equipo A ya habéis acudido en su rescate supongo que no hago falta —comentó con ironía. Por un lado le aliviaba que los ángeles conocieran el asunto, seguramente podrían impedir que se abriera el sello si la mitad de las cosas que había oído sobre ellos eran verdad. Ahora que ya se había hecho a la idea de que no harían daño a Sam, le parecía bien que trabajaran juntos: lo que fuera con tal de impedir el Apocalipsis. Pero por otro lado, la perspectiva arruinada de ver a Sam y tener un poco de acción, la irritaba. Además no sabía qué paso se suponía que debía dar ahora. ¿Darse media vuelta y volver al motel? ¿Coger el coche y alejarse lo más que pudiera del ángel? Todos sus instintos la alertaban de que él no la dejaría ir así como así a pesar de que le había dicho que no iba a eliminarla. Aunque quizás planeaba matarla a fuerza de mirarla como lo estaba haciendo, parado como una estatua de sal.
—Yo me largo —murmuró Ruby al fin y cuidándose de no mirar al ángel dio media vuelta y rodeó el coche por la parte más larga para llegar al asiento del conductor evitando al Castiel. Cuando llegó hasta la puerta casi había logrado controlar el temblor de sus manos pero los nervios volvieron a ponérsele de punta al ver al ángel frente a ella, con la mano en el manillar. Le abrió la portezuela y se quedó allí, parapetado tras ella sin decir palabra.
¿Debía interpretar eso como un gesto de caballerosidad? Venga. Ese tío tenía que ser raro hasta entre los ángeles y Ruby no se atrevía a entrar en el coche teniéndole ahí.
—¿Quieres algo más? ¿O es que el motel tiene servicio de aparcacoches y yo no me había enterado?
—Ruby.
Era la primera vez que él la llamaba por su nombre y Ruby sintió como si unas manos invisibles la hubieran alzado en vilo y la sacudieran hasta dejar todo fuera de su sitio. En los labios del ángel, su nombre sonaba…sonaba como…algo hermoso. Eso hizo que sus ganas de huir se multiplicaran por mil.
—Qué —se las apañó para gruñir en vista de que él no parecía tener intención de añadir nada más.
—No intentes acercarte a los Winchester nunca más.
Eso era una amenaza, tenía toda la pinta de una amenaza. Pero no sonaba como una, parecía, más que una prohibición tácita, algo similar a un consejo de amigo.
—¿O qué?
—O alguien deberá eliminarte —dijo el ángel.
Ruby se dio cuenta de que había dicho "alguien", no él. Y se sintió tan extrañamente perturbada por ese detalle que tuvo que apartar la vista de Castiel. Miró el suelo, menos asustada de lo que sería razonable y más trastocada de lo normal, y cuando al fin se atrevió a enfrentar sus ojos a los del ángel, él ya no estaba allí.
Intentando controlar su agitación, Ruby se metió en el coche, cerró de un portazo y se largó del lugar a toda velocidad.
o0o
El murmullo de los cánticos del ritual reverberaba en las paredes de piedra polvorienta del mausoleo, roto por los gritos de la joven virgen que estaba atada sobre la tumba central. Había velas sobre las otras lápidas y en cada candelabro cubierto por telas de araña. A unos metros de allí, en las escaleras de entrada, Ruby lanzó un puñetazo con todas sus fuerzas y se echó hacia atrás, encogiendo el estomago, para evadir la puñalada que el demonio le lanzó. Acto seguido, arrojó la pierna hacia delante y golpeó con la punta del pie la mano de su adversario, que gimió de dolor y soltó su cuchillo. Furioso, le mostró a Ruby sus ojos negros y se lanzó hacia ella con la cabeza por delante, pero la demonio no tuvo demasiada dificultad para salir de su trayectoria justo a tiempo y aprovechar su retaguardia descubierta parar propinarla un fuerte golpe entre los omoplatos. El tipo ni siquiera había tocado el suelo todavía cuando una demonio con el pelo de color azul se tiró sobre ella y la derribó sobre los escalones.
Clavándose el borde de un peldaño en la espalda y soportando los puñetazos de la demonio mientras se esforzaba por no perder la consciencia, Ruby se preguntó si no se habría comportado como una estúpida novata al acudir ella sola a tratar de evitar que se abriera otro sello.
De todos modos, ¿qué opciones había tenido? Castiel le había advertido que no contactara con los Winchester si no quería acabar muerta, y aunque hubiera decidido ignorarle, no sabía a que distancia de ella se encontraban los hermanos. Lo más probable es que hubieran llegado tarde por mucha prisa que se hubieran dado, así que Ruby estaba sola en eso.
Ese mismo día había descubierto por casualidad que por la noche los siervos de Lilith iban a abrir otro sello apenas a tres horas en coche de donde ella se encontraba, así que no había podido permanecer de brazos cruzados sólo porque estuviera en inferioridad de condiciones. Cada sello suponía una batalla, y no ganarían la guerra si se quedaban esperando en casa.
A pesar de sus buenas intenciones, todo apuntaba a que ni siquiera viviría para ver esa guerra, porque aunque logró quitarse a la demonio hortera de encima, otra media docena venía a por ella y ni siquiera tenía su cuchillo. Lanzó otro golpe a ciegas y trató de trepar por las escaleras, pero unas manos la agarraron por los tobillos y tiraron de ella hacia abajo sin que pudiera impedirlo.
Justo en ese momento se oyó un fuerte estrépito y un montón de piedras salieron volando en todas direcciones, llenando la estancia de un polvo tan espeso que apagó las velas. La muchacha gritó con más fuerza retorciéndose como un gusano sobre la tumba de piedra y el demonio que sujetaba a Ruby se volvió hacia el barullo, de modo que pudo deshacerse de él de una patada. Reptó escaleras arriba y cuando se sintió a salvo, se volvió hacia la cripta. Un grupo pequeño de hombres y mujeres habían entrado por un derrumbamiento en la pared este del mausoleo y sus siluetas comenzaban a dibujarse nítidamente entre la nube de polvo. Uno de ellos iba en cabeza, el más bajo de sus compañeros varones. Aún entre la polvareda, lo primero que Ruby reconoció fue sus ojos azules que parecían emitir luz propia. Luego intuyó el contorno de la gabardina y la piel de todo el cuerpo se le erizó y le sobrevino una sensación de vértigo en el estomago. De todos modos, fue la más sobria en su reacción pues alguno de los demonios empezaron a gritar al reconocer a los recién llegados, y sólo los más valientes se les lanzaron encima.
Ruby noqueó a uno de los que intentaban huir y se deslizó inadvertidamente entre la pelea, sacando una daga que llevaba oculta en su bota. No es que le fuera de gran ayuda con los demonios pero nunca sabía cuando iba a poder necesitarla. La joven atada adivinó sus intenciones cuando la vio aproximarse, así que tuvo la sensatez de no gritar y quedarse quieta. Cuando Ruby estuvo lo suficientemente cerca le tendió las manos y la demonio cortó las cuerdas que las apresaban, para luego hacer lo propio con las que unían sus tobillos.
La muchacha pareció tan aliviada que Ruby temió que se echara a llorar allí mismo, pero tuvo el suficiente temple para tratar de ponerse en pie aunque las piernas le temblaban tanto que parecía imposible que lograra salir de allí por propia voluntad. Chascando la lengua, Ruby pasó un brazo de la chica sobre sus hombros y frenó de una patada a una demonio que percatándose de su huída se arrojó sobre ellas. Después guió a la muchacha entre los enfrentamientos en dirección a las escaleras, con un ojo puesto en ella y otro en la contienda que se desarrollaba a su alrededor. Había al menos media docena de demonios muertos ya y Castiel se enfrentaba al líder, el siervo de Lilith al que le habían encomendado la ceremonia de apertura del sello. Ruby había coincidido con él en el infierno y sabía bien que era un cabrón de lo peor, así que deseó que el ángel le diera su merecido.
Cuando llegó hasta las escaleras, tuvo que ayudar a la joven a subir peldaño a peldaño, perdiéndose el enfrentamiento y exasperándose ante su lentitud. Al llegar al más alto, Ruby se volvió y echó un último vistazo a la pelea.
El ángel cubría con su mano el cráneo del demonio, que estaba arrodillado a sus pies, incapaz de resistirse. Las manos le temblaban frenéticamente y su cuerpo se inclinaba más y más hacia atrás, hasta que finalmente cayó sin vida con los ojos abiertos y un leve espectro de luz abandonó su rostro.
Entonces la mirada de Castiel se encontró con la de Ruby y ella sintió un tirón de nervios en algún lugar entre el estomago y el corazón al verse descubierta. Apartó la vista y salió de allí llevándose a la chica, ignorante de los ojos del ángel que la siguieron hasta que se fue.
o0o
Aunque Ruby estaba en un estado anímico en el que lo que más le hubiera apetecido sería arrojar a la chica del coche en marcha a la entrada del hospital más cercano, se vio en la penosa obligación de acompañarla a urgencias porque apenas podía tenerse por si misma. Por el camino había tratado calmarla sin mucho éxito y al final se había limitado a guardar silencio mientras ella lloraba. Al verlas entrar, una enfermera había querido atender a Ruby también y sólo entonces se dio cuenta de que debía tener la cara hecha unos zorros después de todos los golpes que se había llevado. Se negó a ser asistida y no se permitió respirar hasta que se vio dentro de su coche de nuevo. El espejo retrovisor le devolvió su imagen deformada. Tenía un ojo amoratado y la mitad de la cara cubierta de sangre reseca. En fin, por lo menos estaba viva y todo parecía apuntar a que los ángeles habían impedido que se abriera el sello.
Tranquilizada al pensarlo, Ruby condujo hasta un motel, limpiándose la sangre de la cara con la manga de su camiseta antes de entrar a pedir una habitación. La dependienta la observó poco discretamente cuando entró a recepción, pero le dio una llave rápidamente, como si hubiera percibido que el humor de la recién llegada no soportaría la torpeza.
Ruby entró en el cuarto, soltó su bolsa de viaje y se apoyó contra la puerta, dolorida y cansada. Se quedó allí unos segundos, respirando aire profundamente, para después reunir toda su fuerza de voluntad y renquear hasta el baño. Se lavó la cara con agua y luego contempló su rostro húmedo en el espejo del tocador. Su ojo izquierdo había tomado un tono más violáceo pero confiaba en que no se le hinchara demasiado, aunque por suerte los hematomas nunca le duraban demasiado. Después se secó con una toalla y regresó a la habitación masajeándose el cuello con una mano.
—Ruby.
La voz de Castiel la atravesó como una flecha y Ruby se llevó una mano al pecho como para tapar el impacto. Ahogó una maldición al verlo ahí, de espaldas a la puerta como la primera vez que se presentó ante ella. No le pasó inadvertido el detalle de que tenía manchas de sangre en la gabardina. Sangre de demonio.
—Maldita sea —masculló —Puede que en el cielo no haya puertas pero aquí se llama antes de entrar.
Castiel frunció levemente el ceño, como si le sorprendiera su tono irritado. Lentamente se giró hacia la puerta y la golpeó con los nudillos, volviendo después a su posición original.
Ruby hizo una mueca y fue a sentarse en el borde de la cama. Por alguna extraña razón, la presencia de Castiel ya no la asustaba, como si de algún modo estuviera segura de que él no iba a dañarla. Pero eso no significaba que se sintiera cómoda, al contrario, estaba tensa y nerviosa. No sabía a qué atenerse cuando se trataba de él, ni cuando se le aparecería o desaparecería sin dejar rastro.
—El sello ha sido salvado —anunció el ángel —ahora está protegido, Lilith no podrá volver a tocarlo.
—Es bueno oírlo —dijo Ruby sencillamente.
Castiel la miró durante unos segundos, como si quisiera preguntarle algo pero no encontrara como formular la cuestión. Ladeó el rostro y separó los labios, pero no alcanzó a decir nada.
—Suéltalo de una vez —farfulló ella. Puede que Castiel la pusiera un poco nerviosa con esa manera suya de hablar como si el siglo XXI no hubiera llegado al cielo, pero no podía soportar sus silencios. Siempre acababa rompiéndolos ella con cualquier cosa, generalmente un comentario desagradable o defensivo, lo que fuera con tal de que le hablara y dejara de mirarla así. Como si fuese un cuadro o una estatua, y él un aficionado al arte que parecía intentar adivinar a base de observarla cual había sido la intención del autor al crearla.
—¿Por qué fuiste a por el sello sola? Uno de los míos murió allí, tú no tenías ninguna posibilidad.
—No es que tenga la agenda repleta de amigos y ex amantes, y si nadie hacía nada por impedirlo lo iban a romper.
El ángel bajó la cabeza, como meditando sobre su respuesta y Ruby miró a otra parte concediéndole intimidad para desaparecer. No se imaginaba nada más que se pudieran decir. Sin duda al soldadito del Señor le había sorprendido que una demonio luchara abiertamente para evitar el Apocalypsis, convencido de que conocía a todos a los de su especie y sus motivaciones. Le habría sorprendido con su respuesta pero era la pura verdad. Ruby había vivido en el infierno en el hoyo, no quería vivirlo también en la tierra. Si el Apocalipsis llegaba también allí, ¿a dónde podría escapar? ¿Dónde podría encontrar humanidad que reavivara la suya y no le permitiera olvidar quién y qué había sido una vez, y los seres queridos a quienes había amado?
—No eres como los otros demonios —pronunció el ángel con esa cadencia lenta y clara que daba a cada una de sus palabras, y Ruby se sorprendió al descubrir que aún seguía ahí. Parecía un poco perdido, como si uno de los pilares inquebrantables de su existencia se hubiera hecho añicos, e hiciera equilibrios sobre los demás para no caer.
—Supongo que eso es un halago —respondió ella con humor, compadeciéndose de su apariencia desorientada —¿Los otros ángeles son como tú?
Castiel parpadeó como si acabara de salir de sus propios pensamientos y la miró. Reflexionando cómo responder, se sentó en un sillón frente a la cama y apoyó los antebrazos sobre las rodillas, dejando que sus manos pendieran entre sus piernas separadas. En esa postura, a Ruby le pareció más humano que nunca.
—No —murmuró él en voz muy bajita —no lo creo.
Y pareció tremendamente triste al decir eso, pero Ruby no supo si su pena se debía a que los demás eran diferentes a él o a que él era diferente a los demás. Se estremeció levemente al pensar que entendía ese tipo de angustia mejor que nadie en el mundo.
Era toda una sorpresa que un ángel pudiera sentir algo así. Pensaba que para ellos todo serían piruletas y arco iris, cuando no estaban exterminando a demonios, claro.
—Castiel —él alzó rápidamente la cabeza al escuchar su nombre, y a Ruby le dio la impresión de que sus ojos estaban un poco más abiertos de lo normal al mirarla —¿Cómo es el cielo?
Ruby se encogió de hombros ante la mirada interrogante del ángel. Desde que descubrió que el cielo realmente existía, siempre se había hecho la misma pregunta, probablemente porque era el único lugar al que sabía que jamás iría.
—El cielo es…paz —dijo, pensando en cómo describirlo— es… orden y belleza.
Se imaginó cómo sería sentir esa paz de la que el ángel hablaba, una paz que nadie que hubiera estado en el infierno podría conocer jamás en ningún lugar. Ni siquiera en la tierra. Incluso fuera del hoyo, los horrores que había sufrido e infringido ahí abajo la perseguían y sabía que lo harían hasta el final.
—Suena aburrido —se burló, tratando de alejar esos pensamientos. Le dio la impresión de que Castiel sonreía un poco, después de todo podía ser que hasta tuviera algo de sentido del humor.
No hablaron durante un rato. Ruby no tenía ni idea de por qué el ángel seguía allí, para ser franca ni siquiera sabía por qué había ido a verla a no ser que se guardara alguna otra advertencia para el final. Pero no creía que fuera eso, más bien tenía la extraña percepción de que Castiel simplemente quería compañía. Lo que no alcanzaba a comprender era por qué buscaba precisamente la suya.
—Castiel —dijo de pronto, había recordado algo que se había preguntado desde que salió del mausoleo — ¿Cómo distéis con el sello? Llegasteis justo a tiempo.
Él la miró fijamente durante unos instantes, pero después bajó los ojos hasta sus manos, que enlazó como si fuese a rezar.
—Te estaba vigilando.
Ruby se tensó, poniendo la espalda completamente tensa. Lo sabía. Durante las últimas semanas había tenido la casi constante sensación de que alguien observaba sus movimientos, como un centinela invisible que estaba allí donde ella estuviera.
—Vaya, así que te han ordenado ser mi perro guardián —se mofó para ocultar que en realidad se sentía ofendida y aterrada, y puede que incluso un poco traicionada.
Castiel se puso en pie y caminó hacia la salida, como si entendiera que ya no era bienvenido en esa habitación. Incluso tuvo la delicadeza de abrir la puerta para poder salir, en lugar de simplemente esfumarse. No obstante se detuvo bajo la jamba y giró un poco el rostro, lo justo para que Ruby pudiera ver su perfil. El flequillo en punta, el párpado caído, su nariz recta, la barbilla cubierta por los primeros despuntes de barba.
—Nadie me lo ordenó.
Y antes de que Ruby alcanzara a comprender la magnitud de sus palabras, Castiel salió de la habitación y cerró la puerta tras él.
La introducción al fic es un poco la historia del cuerpo que ocupó Castiel, quería darle un poco de "vida" y a la vez dejar claro que una vez que el ángel entró en su cuerpo, él "salió" (fue al cielo, supongo). Después, cuando vi el 4x04 pensé que si los ángeles estaban tan decididos a que Sam parara de usar sus poderes, tendría sentido atacar por dos flancos: por un lado poner sobreaviso a Dean y por otro eliminar a Ruby, pues es la amenaza principal a la hora de que Sam use sus poderes. Es una idea que ya desarrollé en el fic Génesis así que me costó tratarla de manera algo diferente. El asunto es que, en el momento de matarla, Castiel descubre restos de humanidad en Ruby cuando ella suplica por Sam, así que no puede exterminarla. Eso da pie a todo lo que hemos visto. Castiel me parece un personaje con curiosidad innata, un ángel mucho más humano que por ejemplo, Uriel. La cuestión de los sentimientos de los ángeles, yo creo que, como he contando en el fic, tienen muchos de los sentimientos humanos pero varía la intensidad con que lo sienten. Para mí es como si cada emoción les llegara a través de un filtro que nosotros no tenemos. En cuanto a los sellos, imagino por lo que Castiel le dijo a Dean en el 4x02, que los ángeles no están de brazos cruzados cuando no están molestando a nuestros chicos y que varios han muerto en la lucha, por ende he supuesto que están luchando por los sellos por su cuenta. ¿Qué hace Ruby en todo el periodo de tiempo que transcurre entre visita y visita a los chicos? Yo creo que sigue luchando por su cuenta, averigüando cosas como demuestra que les avisara de lo de Anna. Hablando de ella, todo el asunto de Anna tendrá mucha importancia en la siguiente parte el fic.
En fin, sé que es kilométrico y algo aburrido, pero si alguien ha llegado hasta el final, le agradecería que me diera su opinión, crítica, consejo, etc ;) Gracias de antemano!
Con cariño, Dry.
