Los personajes de Rurouni Kenshin le pertenecen a Nobuhiro Watsuki.

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Una madre, su pequeña hija y el encuentro con su destino.

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¡Kaoru no mires! — gritaba con voz desgarrada la mujer — ¡cierra los ojos, por favor! — volvía a gritar mientras lloraba — ¡Por favor! — Pero Kaoru estaba paralizada, no lograba obedecer el llamado desesperado de su madre. Estaba quieta, arrodillada frente al cadáver aún tibio de su padre.

Esos malditos hombres que vestían uniformes militares y se identificaban como protectores del shogunato habían irrumpido en dojo Kamiya, acusando a su padre de dar cobijo y protección a los hombres del Ishin shishi, lo mataron sin piedad, sin darle tiempo para defenderse de tales acusaciones, simplemente acabaron con su vida sin importarles que su familia, su joven esposa y su pequeña hija, estuvieran presentes.

Nagiko, la madre de Kaoru abrazó a su hija intentando que no viera aquella sangrienta imagen, temblaba con la niña en sus brazos, pero esta le fue arrebatada. Sin consideración Kaoru fue arrojada al piso por uno de los tipos que se acercó mirando a Nagiko con rostro lascivo. Era el líder, miró a sus hombres y les dijo.

— Espérenme afuera, no permitan que nadie entre a la casa mientras yo me divierto con esta perra.

Los hombres obedecieron y dejaron a su líder solo con las dos mujeres. Kaoru estaba paralizada junto al cadáver de su padre, apenas cumpliría 4 años y su cabeza no lograba comprender del todo lo que estaba sucediendo, aunque una parte de ella sabía que era algo muy malo. Su padre no reaccionaba y su madre gritaba y se revolvía bajo el cuerpo de ese hombre vestido de negro. Lloraba y le pedía que cerrara los ojos, que no la mirara, que no viera. Pero no podía obedecer. Su pequeño cuerpo no se movía, sus pequeños ojos azules miraban todo y sus pequeñas manos apretaban la tela de su yukata mientras sus labios rosados temblaban.

Nagiko opuso resistencia, pero los golpes que le propinó ese hombre y su fuerza finalmente la doblegaron. Lloraba, gritaba, suplicaba, pero nada importó. Fue violada frente a su hija, junto al cadáver de su marido.

— Ahí tienes unas monedas por tu servicio — se burló el hombre lanzándole el dinero a la cara — estuvo bien que tu hija mirara, así sabe para lo que servirá cuando sea una mujer — se rió burlesco y se retiró del lugar.

Nagiko comenzó a llorar de nuevo, abrazándose a sí misma, sintiéndose miserable, deseando morir al igual que su esposo. Se sentía sucia, tan sucia que no podría limpiarse jamás de tal hedor, tan sucia que su sola presencia manchaba todo a su alrededor, tan sucia que no valía ni las monedas que ese hombre le lanzó. Quería morir, dormir y no despertar jamás, cerrar los ojos y olvidar el dolor que sentía. Morir al igual que su esposo.

Morir, esa era la única palabra que se repetía internamente, morir…, hasta que unas pequeñas manitos la tocaron, abrió los ojos que se encontraban apretados de pura angustia y se encontró con los azules de su hija. Kaoru la miraba asustada, temblaba y también lloraba, sin saber que hacer, desesperada por el llanto de su madre. Nagiko la miró, tocó su carita, besó sus manos y la abrazó. No podía morir, su hija la había salvado.

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Vivían en una época en la que la sangre se derramaba cada día, sobre todo en esa ciudad, Kioto. Y cada día era más difícil sobrevivir frente a las condiciones adversas que el enfrentamiento entre el shogunato y los realistas habían provocado. El shinsengumi era conocido por ser especialmente cruel, los asesinos del Ishin Shishi no se quedaban atrás. Se rumoreaba que existía uno especialmente letal, pocos conocían su identidad y jamás dejaba testigos; mataba con precisión y velocidad, una estocada le bastaba para mandar a su rival al otro mundo.

En esa época turbulenta la sobrevivencia era especialmente difícil para una mujer, sobre todo para una viuda joven con una pequeña hija. Los escasos ahorros que tenían sólo alcanzaron para el primer mes, una parte de ellos se había ido para costear la ceremonia fúnebre de Koshijiro Kamiya, el resto sólo para comida. Incluso hizo uso de aquellas monedas malditas que ese hombre le lanzó. Muy a su pesar las necesitaba. Pero el dinero se acabó, y posteriormente la comida.

Nagiko intentó conseguir empleo, buscó en todas partes, cualquier cosa le serviría, pero fue imposible. Algunos hombres a los que había ido a solicitar trabajo le sugirieron buscar otro modo de ganarse la vida uno más "placentero" según ellos. Se espantó de tal propuesta, pero cuando el hambre azotó su estómago y luego el de su hija decidió aceptar la propuesta de esos hombres. Al principio se engañó pensando que sería sólo por aquella ocasión, que buscaría otro trabajo y no lo haría nunca más. Pero el mes siguiente tampoco obtuvo otro trabajo, ni al siguiente, ni al siguiente. Pasaron 6 meses y la mujer ya se había resignado a tener que venderse para poder alimentar a su hija, los tiempos estaban tan malos que ni siquiera podía vender el dojo ya que nadie estaba dispuesto a pagar por el. Se sentía miserable, una basura por tener que venderse, pero por ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Sus ojitos azules y su sonrisa infantil eran lo único que le daba alegría y sus pequeñas manitos la sostenían en pie.

Nagiko dormía a Kaoru a las 8 de la noche, y a partir de las 9 atendía a los hombres que pagaban por sexo. Nagiko era hermosa, su cuerpo era delgado y bien formado, tenía un largo y sedoso cabello negro y los ojos azules tan profundos como el mar, muchos hombres la habían deseado incluso cuando su esposo aún vivía, y ahora que se encontraba sola y vendía su cuerpo habían tenido la oportunidad de satisfacer esos deseos prohibidos.

A sus brazos habían llegado todo tipo de hombres, algunos gentiles y experimentados, otros tímidos que buscaban una mujer con experiencias que les enseñara qué debían hacer, caballeros de doble moral que querían experimentar aquello que no se atrevían a pedirle a sus esposas y también hombres solitarios que buscaban compañía. Pero también estaban aquellos que eran agresivos, que buscaban el someter y dañar. No eran muchos, pero los había, y Nagiko tuvo que soportar golpes y sexo violento.

El dojo en el que vivían era grande y la habitación de Kaoru estaba bastante lejos de donde Nagiko recibía a sus clientes. Nunca se había cruzado con los hombres que visitaban a su madre, hasta esa noche. Kaoru había despertado asustada debido a una pesadilla, buscó a su madre en la habitación que compartían, pero no la encontró. Asustada, decidió salir del cuarto y recorrer la casa hasta que escuchó la voz de su madre reir y conversar con uno de sus clientes. Nagiko y él aún no habían tenido sexo, bebían sake mientras conversaban.

— Mamá — dijo Kaoru entrando a la habitación que ocupaba su madre. Nagiko palideció y se puso de pie.

— Kaoru, ¿qué haces aquí? — Preguntó nerviosa.

— Tengo miedo — respondió la niña.

— Mi señor — dijo dirigiéndose a su cliente con voz suave — le suplico que perdone la interrupción. Inmediatamente voy a acostar a mi hija, por favor espere unos momentos — Nagiko sonrió a su compañero.

— Espera, mujer — dijo el hombre poniéndose de pie y acercándose a ellas — tú hija es muy bonita — agarró del brazo a Nagiko — podríamos invitarla a la fiesta — río.

Nagiko comenzó a temblar, entonces miró al hombre, sólo llevaba una yukata ligera, estaba un poco pasado de peso, era calvo y tenía bigote, bastante mayor que Nagiko. Le dijo.

— Pero mi señor, es sólo una pequeña y usted necesita una mujer — le sonrió con coquetería — iré a dormirla y regresaré en seguida.

— No — respondió él abofeteandola con fuerza, haciéndola al suelo con violencia — siempre he querido probar a una linda niña.

Los grandes ojos azules de Kaoru miraron con miedo al hombre que había golpeado a su madre y la agarraba de los brazos para lanzarla sobre el tatami. Una vez allí el tipo se inclinó quedando sobre sus rodillas, miŕándola con lascivia. Nagiko desesperada intentó golpearlo y alejarla de la niña, pero era inútil, él era más fuerte que ella y respondía con violencia a sus intentos. Si seguía así probablemente la dejaría inconsciente y no podría hacer nada por su hija que lloraba mientras el hombre la desnudaba.

Nagiko aprovechó que el hombre estaba cegado por su lujuria, corrió a la cocina y tomó el cuchillo más grande y afilado que tenía, regresó velozmente y sin pensarlo, sin dudarlo, sin importarle las consecuencias lo clavó con fuerza en su espalda, a la altura del pulmón derecho.

— Maldita mujerzuela — dijo intentando ponerse de pie, pero la herida era profunda, sangraba y le costaba respirar, cayó de rodillas al suelo no sin antes gritar con fuerza. Él era un poderoso hombre del gobierno y afuera estaban sus guardaespaldas que no tardarían en entrar y descubrir lo sucedido.

Desesperada, Nagiko tomó a su hija en brazos y corrió hacía una salida trasera de la propiedad, comenzó a correr por las calles, asustada, llorando, sin saber a dónde ir, pero sin detenerse. Al menos debía encontrar la manera de salvar su pequeña niña, pensaba que ella ya estaba perdida. Tal vez si la abandonaba en un templo los monjes o sacerdotisas tendrían piedad y la ayudarían.

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Battousai había terminado su trabajo, el aroma a sangre invadía el lugar, limpiaba su katana cuando sintió unas presencias acercarse al lugar, ruido de pasos acelerados, angustia. Decidió esconderse en las sombras y desde ahí observó a una mujer que corría desesperada y llevaba en sus brazos a una pequeña niña que se aferraba a su cuello. Para suerte del Hitokiri la mujer giró a la derecha y se metió por unas calles aledañas. A los pocos segundos, un grupo de 3 hombres armados pasó por el mismo lugar, Battousai frunció el ceño y entrecerró sus ojos ambarinos. Lo que pasaba no era su asunto. Sin embargo, tampoco era algo que pudiera ignorar tan fácilmente.

El pelirrojo decidió seguirlos resguardado por las sombras y ocultando su presencia, como asesino de las sombras no le era difícil pasar desapercibido, sabía moverse con rapidez y silenciosamente. La mujer, cansada y jadeante por el esfuerzo, estaba acorralada en un callejón sin salida.

— Por favor, no lastimen a mi hija. Hagan lo que quieran conmigo, pero dejen que ella se marche — Nagiko dejó a Kaoru en el suelo, dejarla sóla en las calles de Kioto no era buena idea, pero era mejor que dejarla morir a manos de esos desalmados. Tal vez alguna mujer se apiadaría de su niña y la adoptaría, tal vez alguien…, cualquier persona que la viera abandonada la entregaría a la policía, a un templo u orfanato. Abrazó a su niña y le pidió que corriera lejos.

El Hitokiri desde las sombras observaba lo que pasaba. Si no hacía algo esa mujer indefensa moriría a manos de esos hombres y su hija quedaría huérfana en la soledad y oscuridad de las peligrosas y sangrientas calles de Kioto. Él podría eliminar fácilmente a esos hombres y decir que fueron testigos de su reciente asesinato, pero ¿qué haría con la mujer y la niña? ¡Nadie debía conocer la identidad del Hitokiri Battousai! Apretó el mango de su katana, recordó las razones por las que estaba ahí y sonrió de medio lado.

Kaoru obedeció a su madre y corrió por el callejón pasando entre los hombres que katana en mano se acercaban a su madre, la niña lloraba, sabía que esos hombres le quitarían a su madre, sabía que estaría sola. Pero su corta carrera llegó a su fin cuando un muchacho apareció de la nada frente a ella, sus pequeños ojos azules se encontraron con los ojos color ámbar del adolescente y algo en ellos hizo que su corazón se calmara, se quedó quieta, ya no sentía la necesidad de huir.

El muchacho miró al frente y en un rápido movimiento se deshizo de los hombres que ni siquiera habían notado su presencia. Una perturbada Nagiko lo miró aterrorizada, nunca había visto llover sangre de aquella manera. Kaoru en cambio se acercó a él y agarró su hakama, el pelirrojo miró a la niña.

— Lo siento, no debiste ver algo así — le dijo.

— Ella — dijo Nagiko acercándose con cautela y tomando a su pequeña en brazos — ha visto muchas cosas horribles para su corta edad. Gracias por su ayuda.

— ¿Tienes a donde ir?

— No — respondió la mujer — herí, o tal vez mate, a un hombre poderoso que quiso violar a mi hija. Ya no puedo regresar a mi casa.

— Las acompañaré hasta un hostal, pero debes jurar que no hablarás sobre mí.

— No lo haré, usted nos salvó, jamás podría traicionarlo — respondió Nagiko, comprendiendo inmediatamente que él era el asesino del Ishin shishi que derramaba sangre por las noches y cuya identidad era uno de los secretos mejor guardado. Sin embargo, le asombraba verlo y una parte de ella sentía pena, era joven, muy joven, tal vez de unos 15 años, un niño a su juicio. Un niño delgado y de facciones delicadas, que llevaba en su mejilla izquierda la marca de una sola cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda. — Pero, no tengo dinero para un hostal — dijo de pronto Nagiko — no se preocupe por nosotras, ya hizo suficiente.

— La niña necesita un lugar seguro — respondió él, Kaoru no le quitaba los ojos de encima, recostada sobre el pecho de su madre, lo miraba. — Yo pagaré un cuarto para ustedes, por una semana, no salgan del hostal, les dejaré dinero para que coman ahí. Arreglaré alguna cosa para que salgan de Kioto, esta ciudad es peligrosa, y pronto será un verdadero infierno.

— Gracias — dijo Nagiko mientras unas lágrimas corrían por sus mejillas. Durante tanto tiempo buscó ayuda y nadie se la ofreció, y ahora era él, un asesino adolescente quien le tendía la mano.

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Nagiko y Kaoru se hospedaban en un pequeño hostal bajo nombres falsos, habían seguido las instrucciones del Hitokiri y no habían abandonado el lugar. Pasaban casi todo el día en su habitación y sólo bajaban a comer en la sala común que servía como comedor. Todos los días Nagiko escuchaba a los hombres que ahí se reunían hablar sobre los asesinatos del Shinsengumi o los del asesino del Ishin shishi al que nadie conocía, pero que apodaban Hitokiri Battousai.

— Debe ser un verdadero demonio — dijo un tipo tomando un sorbo de sake.

— Dicen que bebe la sangre de sus víctimas para hacerse más poderoso — respondió otro.

Cuando Nagiko oía ese tipo de cosas pensaba en el aspecto de ese al que tanto temían. Es cierto que primero la horrorizó verlo acabar con la vida de esos hombres con tanta facilidad, pero su aspecto no era el de un demonio, sino el de un adolescente que luchaba consigo mismo.

5 días después de su encuentro, el joven asesino tocó la puerta de su cuarto, se sentó en el tatami y entregó algunas cosas a la mujer.

— Abajo hay una carroza que las llevará al puerto de Osaka — dijo el pelirrojo — ahí tomarán un barco que las llevará hasta el puerto de Edo. Conseguí dos mudas de ropa para cada una y algo de dinero.

— Es usted tan gentil — dijo Nagiko mirándolo fijamente — el destino se equivocó al volverlo un asesino.

— Aquí tiene una carta que escribí para el señor Maekawa — dijo él bajando la vista sin responder a lo que la mujer le había dicho — él la ayudará, la dirección también está escrita en la carta, no le será difícil dar con él — se puso de pie. — Las espero abajo.

El pelirrojo salió de la habitación. Nagiko y Kaoru cambiaron sus ropas, guardaron sus pocas pertenencias y bajaron de la mano.

— Muchas gracias. Espero volver a verlo en circunstancias diferentes — dijo Nagiko sonriendo.

Kaoru agarró la hakama del joven y tiró de ella para que él se inclinara, lo hizo y ella beso su mejilla.

— Adiós — le dijo con su dulce voz.

— Adiós — respondió él mirando sus infantiles ojos azules.

Nagiko y Kaoru subieron a la carroza, una vez dentro Nagiko le habló:

— ¿No me dirás tu nombre?

— Kenshin, Kenshin Himura — respondió el pelirrojo para después mirarlas partir.

Gracias por leer, espero se animen a seguir esta historia, no será muy larga.