¡Feliz 2015!

Hetalia pertenece a Himaruya, nosotras sólo rescatamos una festividad que no ha recibido especiales... ni seguro lo hará en mucho tiempo.


"Un año más que se va.

Un año más que tú has vivido.

Un año más, qué más da:

Si has gozado también has sufrido,

si has llorado también has reído.

Un año más, qué más da,

cuantos se han ido ya".

—Hernán Gallardo Pavez. Un año más.


Festejo es festejo, no importa la hora

Chile se encierra en uno de los muchos cuartos de invitados (no porque sea su habitación, sino porque allí tiene su maleta) y saca de su valija toda la ropa que queda doblada dentro de ella, para llegar hasta un fajo grueso de papeles, lleno de anotaciones con su letra, que estaba escondido. Lo retira, lo deja sobre el velador y vuelve a guardar su ropa, tras lo cual, vuelve al patio de la casona, pasando antes por la cocina para sacar del refrigerador una botella de plástico con un trago que preparó para Navidad y del que guardó para llevarle a Perú.

Perú seguramente, como señor de la casa y señor hombre que pudo heredar un reino pero NO lo hizo, está comiendo un durazno jugoso, acaba de comprar un kilo antes de que viniera la visita, SU visita pecaminosa... ¡se sonroja como si tuviera 100 años! Tiene una piscina, porque a esto se le llama pompa.

Chile se le acerca y deja el trago, heladito, allí en la mesa junto a los duraznos, las uvas, las guindas, las lentejas, todo el picoteo de papitas fritas, pasas, nueces, almendras, maní, las bebidas, vino, pisco sour... Para alimentar a muchos más invitados ciertamente.

—¿Lo prendemos ahora? —pregunta, aunque recién son las diez de la noche.

Perú estira el brazo y lo jala, para que se siente en sus piernas como un niño.

—No, flaquito, eso es a la doce... para que se vayan junto con el año viejo las malas vibras —mastica. Chile se resiste en primera instancia, pero después, lento y balanceando el peso y ya que nadie está mirando... Se sienta. Agarrándosele del cuello porque siente que se resbala.

—Deberíamos quemarlo antes, o no podremos comer uvas al mismo tiempo —la practicidad hablando. Estira la mano y toma un durazno porque se ven tentadores (maldito Perú y su maldita forma de comer que hace ver la fruta tan abundante y fértil y a él tan... príncipe. Y eso, para una nación, no deja de ser un halago. Lo pone sobre su falda y alcanza un cuchillo para comer el durazno de a rodajas, nada de jugos que se deslizan ni tonterías así, mientras que Perú, el puerco... lo come como salvaje, y sí está muy jugoso, pero se relame los labios precisamente para que no resbale al cuello. Debe haber una radio por allí, sintonizada en alguna estación de las que ponen música para año nuevo (en otras palabras: Cualquiera).

—Primero comemos las uvas y luego quemamos al muñeco —resuelve Perú como siempre los problemas de Chile, jaja, o al menos eso cree y eso es un halago porque Perú no es de proteger a nadie... ni a su hermano—. Mira todas las frutitas que he comprado para que elijas, también tengo chirimoya —sonríe. La radio seguramente es rock de los 80, o si nos queremos poner jóvenes: de pop o salsa. De todos modos, tocan canciones de la Sonora de Tommy Rey cada cierto rato.

—Eso vi... No las vamos a poder comer todas nosotros solos —cara de culo por eso porque le parece un desperdicio. Debería ser algo más... Sencillo, austero, algo para dos. Si fueran diez, bien, que haya mucho, pero son sólo dos y a Chile le basta con la champaña que está en la cubeta con hielos. Se relame en concordancia con Perú cuando éste lo hace, sin darse cuenta. Mira el durazno y luego hacia las chirimoyas, aún más tentado.

—Nomegustalachirimoya —se hace el fuerte—. Qué tontera. Pensé en traerte papaya confitada que me regalaron unos amigos de La Serena y se me quedó —boca pequeña—. Más para mí.

—Se iba a podrir, oe, ¿me quieres matar tú? —Perú se ríe de su propio chiste, como siempre. Le da un beso en la mejilla cuando lo ve relamerse, así sin más y sigue a lo suyo. Lo interesante de este señor es que da sus muestras de afecto así como impulso y luego no quiere tener que dar rollo—. Y como no. Te. Va. A. Gustar... —le mira IMPACTADO—. Ah, nono, es que tú no has probado ésta.

Perú coge otro cuchillo y acerca una chirimoya, que huele dulcesísima. Para cortarle un pedacito y quitarle las pepas. Chile se refriega allí donde le dio el beso como un niño que quiere borrarse un beso de una tía. Igual se le encarama más porque se cae.

—Las tuyas son malísimas, sólo confío en las mías —le pica, al tiempo que siente cómo se le hace agua la boca.

—Pero no hay nada como comerla desde su origen —entreabre los labios concentrado en cortar la piel verde, y se le resbala en los dedos, camino a la booocaaa de Chileeeee—. Prueba, está rica —le mira a los ojos. Chile se niega a abrir la boca y le mira feo, aunque quiera.

—Deberíamos quemar el mono ahora —cambia de tema MUY SUTILMENTE como podrán ver, insistiendo en su punto anterior—. De hecho, me gustaría cambiarle el nombre —dice mirando al muñeco, para alejarse de la tentación. Perú rueda los ojos.

—Come, oye, se va a quedar el jugo acá en mi dedo —cual niño.

—Noquiero —aprieta los labios mirando al mono y pensando si será muy feo decirle a Perú que quiere cambiar el cartelito que le colgaron al cuello con el nombre Ecuador por uno que diga Bolivia. Perú se come el pedazo, chupando a propósito su dedo mientras le mira «molesto».

—Malcriado, te voy a dar duro en el poto —dice Perú cuando traga. Chile traga saliva, viéndole sólo de reojo.

—¡Eh, no! —se asusta de verdad ante la amenaza (regresiones everywhere) e intenta bajarse de encima de él por si las moscas—. Oye... ¿Y no prefieres Bolivia? —muy en contexto su oración, démosle un aplauso.

—No —el peruano hace un puchero a eso de cambiarle el nombre. Y lo abraza para tranquilizarlo—. Te gustan los palmazos.

Ahora todos imaginamos a un Chile niño y un Perú más adolescente, el primero en las piernas del segundo con los pantalones abajo.

—¡No me gustan! ¡Te gustan a ti, que es distinto! —se lleva las manos atrás para protegerse, a pesar del abrazo que le hace caer hacia adelante, soltando el cuchillo y el durazno, y a pesar de lo que dice, aprieta los ojos con vergüenza.

—Tranquilo, flaquito. No te voy a dar ninguno —risa, y esconde su cabeza en el cuello de Chile, está feliz—. ¡A mí no me gustan! —aclara, agregando—. Además eso está mal... —se sonroja porque sabe que es rico, dammit.

—Tsk, ¿para qué amenazas entonces? —buena forma de decir que... Se desilusiona un poco, porque pensaba que Perú al menos daría la excusa, plis, pero se repone—. Tienes la nariz fría —y es que ya está oscuro, aunque la casona esté refaccionada y tenga luces.

—Porque siempre lo hago para que no te olvides de la tunda —le muerde el cuello.

—Ayyyyy —eso suena más placentero de lo que debería, Chile curva la espalda, y apoya las rodillas en el suelo—. Bestia —y suena algo alegre en la radio tipo «un año más, un año más».

—Mmm, ¿te gusta que sea bestia? Dime —Perú deja el durazno en la mesa sin alejarse de Chile y le lame hasta la barbilla... Es que no se ven desde hace mucho...

—Si te pones bestia ahora no podremos quemar a Bolivia —desvía la pregunta, pero va implícito un sí, pero más rato, cuando ya hayamos festejado. Tiene los ojos cerrados y siente el olor del durazno que tenía Perú antes—. Digo, Ecuador. Eso ya es bastante bestia.

Perú comprendeeeeeeeeee, y le da risa que se equivoque, ahí en su yugular.

—Entonces mientras hay que abrir un vinito, que es temprano —quiere quemar a Ecuador, sinceramente, le da cólera.

—No vi cuáles tienes —Chile se pone a pensar cuál le gustaría—. Ahora mismo un Merlot, rico, rico, dame —se inventa lo que quiere... Y se entusiasma, jodido alcohólico. Aprieta más a Perú con la risa, para que no le haga cosquillas... Y porque es rico abrazar a Perú cuando ríe, ¿problema?

—Tengo argentinos, chilenos, españoles y de Lunahuaná —se queda con una sonrisa por el abrazo. Habla más bajito—. Te voy a hacer probar uno mío, sabe frutado —sí, sus vinos son tan dulces que muchas veces nos preguntamos cuantos kilos de azúcar traen.

—Vinos de niña —sonríe Chile, hasta con los ojos entrecerrados lo hace, y es una lástima que nadie pueda verle ahora—. Seguro los tienes para cuando te viene a ver Argentina —gira el rostro y le pone los labios sobre el cabello, allí junto a la oreja.

—Qué hablas, son tan finos que por eso no se distribuyen así nomás —ya empieza el soberbio. Abre los ojos, medio separándose y la boca de Chile debe bajar un poquito por su oreja... le da un escalofrío—. Me los regala él mismo, pero la verdad es que son los más baratos del mercado. Argentina, no llores por mííííííííííí.

Flechazo de guerra, chileno herido en el corazón y la economía, mayday.

—Siempre que te regalo uno dices que ya tienes —Chile se separa y se afirma en el suelo para levantarse. Para que vean la cantidad de vinos que Perú guarda...

¡Retirada, retirada!

—¡Pues claro! Si tengo todas las ediciones del Casillero del Diablo —Perú frunce el ceño, aunque no le comenta que el Gato Negro le crea una reacción alérgica y por eso no toca esas cajas de sangría, confundido—. Aaaaayyy, nooo me digas que te has molestado.

—No me he molestado —gesto con la mano—. Sólo te voy a servir porque como te conozco sé que te va a gustar quedarte sentado. ¡Pero la cena la sirves tú, eh! —se levanta y sacude entero. Y tiene una razón que se excuse así, aunque no lo parezca. Se debe a que Perú seguro sino andaría como el gran anfitrión y Chile se sentiría sobrando. El peruano se relame los labios, medio desilusionado porque se vaya en pleno arrumaco.

—Sorpréndeme entonces, hasta me puedes tapar los ojos y yo descubrir qué vino es —levanta una ceja para verse «seductor».

—¿Serás capaz? —a Chile le gusta la idea, toma un vino de la mesa al azar y lo esconde tras su espalda. Se le escapa una pequeeeeeña sonrisa por el juego—. Ya, cierra los ojos.

Perú cierra los ojos, y no le da tiempo de ver el vino, estaba tan confiado...

—Claro, no seas muy exigente tampoco, ah —porque se imagina más o menos una guerra. Que es lo que se viene, de hecho.

—Usted solito se metió en esto, caballero —Chile descorcha con maestría la botella (y debe ser lo único para lo que la tiene. Cosa de borrachos que abren las botellas en cualquier circunstancia) y le da un tiempo a que se airee mirando a Perú... Toma una copa limpia, pero duda. Podría hacer algo... Atrevido. Latino. Romántico. Y aún así, sirve en la copa.

—Uhhhhh —Perú se aferra mejor a la silla, y sí, se pone nervioso, porque es un buen juego. Oye el descorche de la botella y el corazón se le acelera. Chile se relame... Y le da una probada al vino, porque es uno argentino y le da curiosidad (los que Argentina le regala los regala a su vez, siempre). Le molesta que esté bueno, y se lo acerca a Perú para que le sienta el aroma, primero bajo la nariz, apenas rozándole la piel con la copa.

Perú aspira el olor y mmm... seguro es un Malbec, lleva años conociendo ese olor, ya se acostumbró. Argentina en sus épocas empezó a obsesionarse con esas uvas.

—No vale que me hagas trampas —avisa por si acaso.

—No te hago trampa, ¿cómo, a ver? —gracias, Perú, ahora a Chile se le ocurre abrir otra botella en silencio y decir que sacó de allí el vino—. Abre la boca —baja la copa hacia sus labios.

—Me pregunta todavía cómo, el conchudo, no te conoceré... —dice Perú, con una sonrisa y a la orden abre la boca, con la puntita de la lengua salida.

—No sé de qué me hablas —caradura. Le da de beber con cuidado, para que no se derrame ni se atragante. Al poco endereza la copa, sin quitarla por si necesita/le pide más—. ¿Y es...?

Perú bebe y saborea, haciendo cara de concentración.

—No pensé que ibas a comenzar por él —sonríe felino—, ¿argentino creo...?

—Si te dijera que sí lo es sería trampa —se apresura a intentar confundirlo, quita la copa para que no la pruebe más ahora que sabe que tiene una idea. A Perú, unas lineas de la boca se le han teñido de morado.

—Entonces dame un beso.

—¿Si es o si no es argentino? —Chile mira detrás, hacia la mesa, buscando otro... Lástima que no pueda correr a la cava de la casona ahora mismo.

—Si es argentino —y Chile no le besa.

—¿Quieres una segunda oportunidad?

—Bueno... pero dime si acerté —suspira—. Es un ''Alto Las Hormigas'' —se aventura con la marca.

—No, no, no~ —Chile sonríe maligno, o más bien, travieso, por no ser sincero, a pesar de que Perú le acierta, lo que para Chile no es trampa ya que éste sabe cuáles vinos sacó y dejó sobre la mesa.

—Malcriado —acusa Perú, como si fuera su padre, pero sigue, le gusta el jueguillo.

—No. Te has equivocado —miente, miente—. Tienes que adivinar para pasar al siguiente —se bebe lo que queda en la copa.

—¿Es chileno? Es que... —se revuelve—. No parecen tus uvas.

Chile abre la boca con eso de «tus uvas» para reclamar, pero suena hasta a halago... Lo guarda en el cajón de frases bonitas al fooooondo de su mente.

—¿Qué? ¿Saben a uvas pellizcadas? —haciendo alusión a que Argentina, ya saben, es bueno para conseguir gente guapa que quiera con él.

—Sí, sabe a uvas gauchas... Mendocino creo.

—Pues no lo son —deja la copa vacía sobre la mesa y toma otra botella, la descorcha—. Prueba con otro. Si pierdes dos de tres, el mono se llamará Bolivia —TRAMPOSO DE MIER...

—Será que estás haciendo algo por lo bajo porque no creo que me equivoce —aunque duda—. ¡Así no juega Perú pe! —se queja, porque esa frase hace alusión a que Chile está siendo deshonesto, trucho, y... por eso, si todos fuéramos ''honestos'' como la selección peruana, nadie iría al Mundial.

—No, si de verdad te equivocaste —le mira y rápido esconde la botella, da un paso atrás—. ¡El que hace trampas mirando eres tú! Sólo por eso yo ya debería haber ganado —frunce el ceño.


Que todos sus buenos propósitos de este año se cumplan,

que sus fandoms prosperen,

le desean Tigrilla y Güiña.

(Aunque vamos algo tarde, solo hagan de cuenta que siguen con la copa champaña en la mano)