Ella era demasiado hermosa, sus ojos estaban compungidos. Él la observaba de lejos con su rostro erguido y brillante. Se acercó y su mano buscó la de ella en la oscuridad, y se la presionó con suavidad. Ella se quedó inmóvil, fascinada de que él se pudiera acercar a ella. Ella, que había avanzado con él dentro de la casa hacia una habitación, se detuvo en seco, gimiendo como una niña por su dolor. Era muy parecida a una niña aunque ya era una mujer, sus ojos denunciaban su edad. Sus pechos, aunque pequeños, tenían una bella forma bajo su yukata, sus caderas daban a su falda arrugada una sensualidad pronunciada.

El sentía miedo por lo que sentía por ella, su belleza para él era sobrecogedora. El se acercaba cada vez más a ella. Ella cruzó las manos sobre su pecho compungida. ¿Acaso ella era irresistible para él? ¿Acaso esa pequeña chica del Rukongai tenía algo?

- No quiero que me dejes -dijo con un hilo de voz ella.
Se le entrecortó la voz al pronunciar esas palabras mientras fijaba sus ojos en los de él, fríos y serenos.
- No pensaba hacerlo -dijo él mientras sus dedos se extendieron en dirección de la mejilla de ella- ¿Qué nos depara el destino? -resonó su voz.
- No me importa, correría todos los riesgos necesarios por hacerte feliz -protestó ella con una voz frágil.

Y entonces él le levantó su cabello negro azabache y lentamente tiró del lazo que ataba su yukata. La tela de seda se abrió, y las mangas cayeron de sus hombros delicados dejando ver su rosada piel. Ella levantó las manos para pararlo pero él la agarró por las muñecas y se las separó violentamente. Suspiraron al unísono. La ropa cayó al suelo, él se mordía el labio.

- Con la misma seguridad que te deseo en este momento lo haré todos los días de mi vida.

Ella sacudió la cabeza, sorprendida, vencida, indefensa. Tenía en su cuerpo tanta furia como pasión. Con la cabeza gacha ella había asumido toda la responsabilidad de amarlo. El la había dejado sin palabras, hizo que su instinto pareciera confundido. Ella trató de liberar sus muñecas pero él se las tuvo agarradas. El estaba frustrado por desobedecer las normas por amar a esa mujer. La soltó con fuerza. Ella cayó al suelo. Su rostro suave e infantil lo tenia fascinado, ella lo miraba, olvidando su semi desnudez y un suspiro se le escapó de sus húmedos labios. La deseaba. Se agachó a su altura, se le acercó con una mano extendida hacia su falda. Ella ladeó la cabeza y cerró los ojos. Su ropa resbalaba por su cuerpo. El la levantó dejando que el cabello de ella le acariciase la mejilla. El ambiente era íntimo, de un aroma dulce. La miró a los ojos sereno, no podía ocultarlo más, la amaba. Ella cerró los ojos y el posó sus labios sobre los de ella. La pasión era cegadora, pertenecían a mundos diferentes, el sabor de los labios de ella era un dulce veneno para él.
Ella no hizo el menor intento de retirarse al igual que él. La noche caía fuera y ellos se amaban en secreto dentro. Jamás habían sentido eso, jamás experimentaron esa entrega inconsciente del uno al otro. Ella apretaba todo su cuerpo contra el de él escapándosele un gemido de entre los labios, él se apretó más, presionándola, entregándole sus besos.

Ella, débil y jadeante, pasó sus brazos por su cintura. Él, sin pronunciar palabra y atraído por su belleza, la admiraba con esa mirada con la que provocaba y desafiaba.

- Cásate conmigo -le susurro él.

Ella buscó sus labios fascinada. Él la cogió con tanta fuerza que casi pierde el equilibrio. La levantó con suavidad y le dijo:

- Te amo Hisana.
- Yo también Byakuya -contestó ella.

La promesa de amarse eternamente que hicieron esa noche acarreaba la esencia del verdadero amor.