Mar

Mar

Después de dar muchas vueltas con la moto, he llegado aquí. Está anocheciendo y el sol tropieza con el mar diluyendo sus colores y formando un atardecer majestuoso, es lo poco natural que hay a unos kilómetros de Nueva Yersey.

Me siento en unas rocas, dejando mi pierna dolorida extendida sobre la rugosa y fría superficie, e inmediatamente busco mi botecito naranja, prevengo antes de que me duela más. Hacia años que no sentía esta paz, el mar es tan bravo y feroz que golpea con fuerza las rocas adyacentes erosionándolas hasta su destrucción.

Aquí me siento en familia, comprendido por un mar que son su fuerza alcanza todo lo que hay a su alrededor, en ocasiones, destruyéndolo. Hay gente que teme al mar por su ferocidad durante las tormentas y por sus olas que golpean insistentemente, pero quién encuentra su belleza, ve que toda esa furia es su forma de protegerse de extraños que quieren robar parte de él, hacerle daño, ensuciarlo con sus usos comunes y destruir lo poco de bello que puede quedar en él.

Añoraba este lugar, donde tantas tardes viví en mi juventud y reí con mis compañeros. Hoy esa risa está callada y el silencio ocupa su lugar, roto únicamente por el susurro de la fresca y agradable brisa que revuelve mi ya escaso y canosos cabello, invadiéndome con su olor a sal y a mar. No encontré jamás sitio más hermoso para pensar, todos mis sentidos se agudizan y me siento embriagado por la fuerza y, al mismo tiempo, la paz que desprende el rugir del mar.

Trato de no pensar en el pasado y huyo de mis propios pensamientos que me encarcelan, pero no puedo evitar evocar recuerdos anteriores a que el infarto terminara con el hombre vital que era. Como también acabó con Stacy, y lo más cerca que he estado del amor, ella lo fue sin duda, sería injusto negarlo, y lo volvió a ser, pero está tan lejano en el tiempo que a penas puedo recordar el buen sabor de ese agridulce sentimiento, tan sólo quedó la amargura entre los dos, y perdí el dulce sabor de nuestros besos.

Desde mi alta posición, sentado en esta roca puedo ver a un niño con su padre jugando y, no puedo evitar, que mi vista se pierda en esa imagen de ambos riendo y en esas miradas brillantes de sus ojos. Sé que tarde o temprano se decepcionaran mutuamente, el niño dejará de idealizar a su padre y el padre odiará las decisiones de su hijo, que creerá erróneas, pero siempre les quedará este momento que yo estoy presenciando. Yo no recuerdo nada bueno de él.

Su azul se pierde en el mío y siento como yo me pierdo en él. Busco respuestas que sé que no puede resolver nadie por mí, tan sólo yo si escucho, si pienso… pero pensar me duele tanto como a él destruir su propio marco, y por eso él se retira tras el golpe y yo siento que es la hora de huir, escapar de mi mismo una vez más. Huir de todo lo que pueda pensar o sentir, lo que siento hacia mí, lo que espero o deseo, si realmente ella entra en mis planes, por que sé que es la causa de esta visita y de mis dudas pero no sé si estoy dispuesto a volver a perder por ganar uno de esos breves momentos de felicidad.

Subo a mi moto y tomo la última bocanada de aire fresco, el olor a sal penetra en mi cuerpo y me recuerda que ese mar, a veces, se calma y cuando eso ocurre deja a las rocas un breve descanso y permite a los extraños que busquen dentro de él. Tal vez algún día vuelva con ella para que se pierda en los mismos sitios que me perdí yo y tal vez, perderme yo con ella. Pero por ahora, tan sólo volveré a mi realidad donde trataré de olvidar lo que hoy le he contado al mar.