La mariposa, ahora blanca, salió volando del yoyo de Ladybug.
-¡Bien hecho! -gritaron los héroes de París mientras chocaban sus puños y sonreían alegremente.
-Nada nos puede parar, gatito.
-Mientras estemos juntos, seremos invencibles, bichito. Y... hablando de estar juntos... -Ladybug puso los ojos en blanco sin dejar de sonreír. Ya sabía lo que venía a continuación- ¿No has pensado que quizá lo mejor sería afianzar ya nuestra relación?
Sorpresa para la Catarina, que miró divertida a su compañero.
-¿Afianzar el qué? No seas presuntuoso.
-Vamos, sabes que en el fondo te mueres por mis huesos.
Una preciosa risa salió de labios de la chica mientras lanzaba su yoyo y se marchaba del lugar, seguida de cerca por el terco muchacho.
-No vas a parar nunca, ¿verdad?
-No hasta que caigas rendida a mis pies.
-Gato tonto...
La pareja se separó en un punto y cada uno se marchó por su lado, mientras saltaban por los tejados de París con la permanente sonrisa.

-¡Joder! -gritaba desesperada una voz no muy lejos de allí.- Esos malditos niños... ¿Qué tengo que hacer para conseguir vuestros prodigios? -Lepidóptero se acercó al ataúd de su esposa y la ira en sus ojos se fue convirtiendo en una amenaza de llanto. Colocó una mano temblorosa sobre el cristal conteniendo las lágrimas, y apretó su bastón con rabia.- Te prometo que lo lograré. Conseguiré traerte de vuelta aunque sea lo último que haga en esta vida. Ya tenga que sacrificar mi propia existencia, juro que te rescataré, Emilie...
Sus palabras se fueron tornando susurros, y con la última cerró el puño ante el inmóvil cuerpo de la mujer. Tomó aire para relajarse y al fin deshizo su transformación. Ni siquiera se había dado cuenta de que aún no lo había hecho. Con cada derrota ante esos mocosos se sentía más desesperado, más hundido. La luz al final de ese túnel se oscurecía con los días, y su amada esposa parecía estar cada vez más lejos de volver a sus brazos. Se secó las lágrimas que tenía a punto de salir y volvió al interior de la mansión, donde su fiel ayudante esperaba firme en su despacho. Al verle llegar con la tristeza pintada en su rostro, Nathalie sintió que se le quebraba el corazón. Su cuerpo se movió solo hacia su jefe, pero pronto recuperó el autocontrol y volvió a su estática y sumisa posición, esperando, como siempre.
-Al final lo logrará, señor. -intentó animarle.
Gabriel levantó la vista y clavó sus hinchados ojos en ella. Estaba echo polvo. Se dejó caer en su sillón, se quitó las gafas y presionó sus ojos para recomponerse.
-Empiezo a no estar tan seguro...
-No diga eso, -contestó con su monótona voz- yo confío en usted. Estoy segura de que puede conseguirlo. Un amor tan puro debería tener su recompensa.
El hombre se quitó los dedos de los ojos para mirar a su ayudante con sorpresa y agradecimiento. Realmente no sabía qué haría sin ella, incluso en momentos en los que no era capaz de ver ninguna salida, ella le mostraba una ventana abierta. Ese don también le tenía su esposa, y era una de las cosas que le ayudó a triunfar cuando estaba empezando su carrera. Tener a Emilie al lado había sido su billete para despegar en el mundo de la moda. Suspiró cansado volviendo a su expresión seria de siempre.
-No lo tengo tan claro. El amor no siempre lo puede todo...
La punzada que sintió la mujer en el pecho la hizo quedarse sin respiración unos segundos. ¿Acaso le estaba queriendo decir algo? Abrió la boca para contestar pero los sonidos no salían. Trató de marcharse de allí, pero esas palabras la habían dejado anclada al suelo. Gabriel ya no la miraba. Había vuelto a esconderse tras su fría coraza, y ya no podía ver el daño que le había causado. Cuando el aire comenzó a entrarle de nuevo en sus pulmones, aspiró un par de veces para calmarse y volver a la tierra. Tenía que salir de allí. No podía soportar más tiempo su dolor, le afectaba demasiado.
-Señor, con su permiso, voy a comprobar que el joven Agreste esté haciendo sus ejercicios de piano.
Como única respuesta obtuvo un gesto de asentimiento con la mano, en el que iba implícita la orden de salir de allí y dejarle solo. Ella salió del despacho y se tomó unos momentos para reponerse. Recogió con los dedos las lágrimas que empezaban a salir se dio aire con la mano, estaba acalorada y empezaba a picarle todo el cuerpo.
"Respira... respira... no debes dejar que vea tus sentimientos..."
Se reprochaba a sí misma de camino al cuarto de Adrien.
No le apetecía nada entrar. Gorila estaba en la puerta, y con un gesto de cabeza ella le preguntó por el estado del muchacho. Con otro gesto como respuesta, le dio a entender que todo estaba bien, y tras esa animada charla pegó la oreja a la puerta para escuchar la sonata "Claro de luna" en el interior. Cerró los ojos y se dejó llevar por la melancolía de esa canción, la insistente necesidad de alcanzar algo que nunca llega, y la vuelta a empezar para, al final, resignarse con las migajas. Suspiró y se marchó a la cocina. Necesitaba un trago...

Un par de horas más tarde, Gabriel no se había movido de su silla. Repasaba mentalmente lo acontecido esa tarde, y en sus últimos enfrentamientos contra esos niñatos. Y entre pensamiento y pensamiento, la imagen de Emilie saltaba a su cabeza. Unos golpes en la puerta le hicieron mirar el reloj. Era media noche, ¿qué había pasado con el tiempo?
-Adelante. -contestó. Nathalie asomó la cabeza por la puerta. ¿Aún seguía trabajando? Esa mujer era demasiado complaciente con él...
-Señor, si no necesita nada más, me retiro.
Se la veía cansada, derrotada más bien.
-Nathalie, ¿cuánto tiempo hace que no te tomas un día libre?
La chica se sobresaltó ante la pregunta.
-¿Cómo?
-Creo... creo que trabajas demasiado. ¿Te exijo más de lo que puedes soportar?
"Si tú supieras..."
-No necesito un día libre, señor.
-¿Estás segura? Podrías... no sé, descansar, leer un libro, hacer algo que quieras...
"Descansaría más tumbada un minuto a tu lado que un día entero durmiendo. ¿Libro? La única historia que me interesa es la tuya. Y lo único que quiero hacer es verte..."
-De verdad, no necesito un día libre. A las 7 en punto estaré comenzando con las actividades programadas para mañana. Con su permiso...
-¿Qué tenemos mañana? -preguntó su jefe negándose a dejarla irse. Ella suspiró levemente y entró en el despacho para acercarse a él, tablet en mano.
-A primera hora tiene un desayuno con los directivos de la empresa. Quieren darle el reporte sobre las ventas del último mes. Después, una junta con los organizadores de la pasarela de Ámsterdam.
- ¿Ámsterdam? -preguntó descolocado. Ella puso los ojos en blanco.
-¿Recuerda que conseguimos un contrato para hacer un desfile de la última colección el mes que viene? -Gabriel se quedó alucinado.
-Esa fue una idea loca que tuve semanas atrás, no sabía que se fuera a llevar a cabo.
-Pues sí -contestó orgullosa.- Lo hemos conseguido.
-No. -Ella se asustó ante esa fuerte negativa.- Tú lo has conseguido, yo ni siquiera lo sabía. -Las mejillas de la ayudante se tornaron rosadas.- Y me da la sensación de que sin ti aquí, no funcionarían demasiadas cosas. Eres... -El dolor se instaló en sus palabras al recordar de nuevo a su mujer.- Eres como ella. La parte que me falta. El pequeño duendecillo que saca adelante mi vida cuando yo no le veo.

Nathalie no sabía muy bien cómo sentirse ante aquellas palabras. Por un lado, la estaba alagando. pero por otro lado la estaba comparando con su mujer, y eso no sabía cómo tomárselo. Entonces vio el brillo en la mirada perdida de su jefe, y cómo dejó escapar un sollozo involuntario. Igual fue el cansancio, igual fue el momento, o igual fue la copa de bourbon que se había tomado hacía un rato, pero fuera lo que fuese, la hizo actuar y arrodillarse ante él para abrazarle. Gabriel se quedó paralizado un momento pues no esperaba esa reacción, pero el calor y la fuerza del abrazo le iban reconfortando poco a poco.
"Como un abrazo de Emilie. Tal vez, si cierro los ojos..."
Rodeó con sus brazos el fino cuerpo que tenía delante y se imaginó que era el de su esposa. Las lágrimas empezaron a rodar por su mejilla, y después de tanto tiempo su corazón se calentó y saltó de alegría. Hundió la cara en su cuello soñando que era el de otra persona. Pasó las manos por su espalda pensando en ella. Y en un arrebato, sollozó en un murmullo.
-Te echo de menos, Emilie...
El corazón de Nathalie volvió a pararse de nuevo, aunque no por mucho tiempo. Su jefe se separó de ella un poco, apenas lo suficiente, para sujetar su cara con las manos y acercarla hasta su boca, aún sin abrir los ojos. Ella no se lo podía creer. Sabía perfectamente lo que estaba pasando, y también sabía que debía cortar de raíz. Gabriel estaba totalmente expuesto, vulnerable, ido. Pero sus labios eran tan dulces... no pudo evitar corresponder con todo su amor al beso ciego que le estaba dando un necio.Y aunque no fuera para ella, se sentía feliz de formar parte de esa farsa. Durante un momento se deleitó con esa exquisita lucha entre sus lenguas, que hacían que se revolviera todo en su interior. Pero entonces la luz volvió al hombre. Abrió los ojos y se apartó de un salto, dejando a su ayudante arrodillada en el suelo, jadeante y muy avergonzada. Se llevó las manos a la cabeza y tartamudeó.
-Lo... lo siento, Nathalie. No sé qué... qué me ha pasado.
-No... no se disculpe, señor. -Se puso en pie con dificultad, pues le temblaban las piernas.- No me importa, estoy aquí para lo que necesite.
-Pero esto es sobrepasarse.
-Señor, -le interrumpió decidida- creo que usted necesitaba ese... momento, para soltar lo que tenía acumulado y... volver a empezar. Y si le he sido de ayuda, estoy más que contenta.
-Pero, Nathalie, yo...
-Si no necesita nada más, me retiro. Hasta mañana, señor.
Dio media vuelta para evitar seguir viendo la culpabilidad en sus ojos. La estaba matando pensar que se estaría arrepintiendo de algo que a ella le había dado la vida, y sin dejarle decir nada más se marchó.

Gabriel se sumió una vez más en sus pensamientos. ¿Qué acababa de pasar? Tenía claro que después de ello, se sentía revitalizado. Como si esa macabra fantasía le hubiese dado un respiro dentro de su desesperación y decadencia. Tamborileó con los dedos sobre la mesa mientras sopesaba las posibilidades que este nuevo descubrimiento tenía. ¿Por qué no sacarle algo de partido a lo que acababa de descubrir? Después de todo, había sido Nathalie la que le había dicho que estaba dispuesta a hacer lo que necesitara para ayudarle. ¿Y quién mejor que su confiable ayudante para una hacienda así?
No, era una locura. Una locura sin pies ni cabeza. Ni corazón. No podía pensar eso de la muchacha que le estaba entregando su vida entera para hacerle triunfar.
Dejaría a un lado esa creciente necesidad por poseer a Nathalie Sancoeur fingiendo que es su mujer.

Daban las 7 de la mañana y un minuto cuando la puerta de la habitación de Adrien fue aporreada.
-Joven Agreste, debe levantarse ya o no llegará a tiempo a clase.
-Mmmm... Jo, Nathalie, es muy temprano. Cualquier chico de mi edad se levanta mucho más tarde que yo para llegar a clase a la misma hora.
-Cualquier chico de su edad tiene un horario más flexible y unas obligaciones menos importantes para su futuro que las que tiene usted. Ahora, salga de la cama si no quiere que entre yo a sacarle de ella.
Un fuerte golpe se escuchó dentro de la habitación, seguido de un leve "auch" por parte del chico.
-Está bien, está bien. Enseguida bajo.
Nathalie rió por lo bajo al escucharle, y enseguida acabó por alejarse de allí para continuar con su servicio despertador.

La siguiente parada era la habitación principal. La habitación de Gabriel... ¿Cómo debía comportarse después de lo sucedido anoche? ¿Como si nada hubiese pasado? ¿Más sonriente para que no se sintiera mal? ¿Enfadada? Suspiró y abrió la puerta, dejando la decisión a la improvisación. Y allí estaba él... Como cada mañana, perfectamente vestido y peinado, dándole los últimos retoques a los puños de la camisa y sacudiendo unas arrugas de su perfecto pantalón. Se armó de valor y empezó a interpretar su papel.
-Buenos días, señor. Adrien ya se está preparando. Gorila tiene el coche a punto para llevarle y sólo espera la orden. El desayuno con los directivos de la empresa será en media hora, en la sala de juntas de la sede.
Mientras se limpiaba las gafas, Nathalie pudo observar desde la puerta la perfecta y atractiva figura que lucía su jefe, y que tanto la hacía suspirar en su bajo vientre. Se estremeció de pies a cabeza pensando en el tórrido e indebido beso de la noche anterior, y sin querer, dejó escapar un gemido cuando sus ojos se posaron en su apetecible trasero. Gabriel sintió el escrutinio de su ayudante, o tal vez quiso sentirlo. Se puso las gafas con parsimonia y la miró a través del espejo. Tenía la mirada perdida y parecía un poco embobada. ¿Estaría reprendiendose mentalmente por haberse prestado a ese loco plan anoche? No estaba seguro, y no quiso meter más la pata.
-Gracias, enseguida bajo.
Ella recuperó la cordura con esa respuesta, asintió y salió de allí.

Sé dirigió a la cocina para hablar con el chef sobre el desayuno de Adrien, organizó unos esquemas y listados que necesitarían para la reunión del desayuno, y cuando lo tuvo todo listo volvió a subir para darle un toque de atención al chaval. Tocó a la puerta y le llamó, pero no obtuvo respuesta. Entró con cautela buscando al chico, pero no estaba por ningún lado. El grifo sonaba abierto en el baño.
-¿Adrien? - preguntó internándose en el cuarto. - Adrien ¿estás bien?
Pegada a la puerta del baño pudo escuchar jadeos y quejidos al otro lado, y pensando que podría estar en un aprieto, dio un fuerte empujón a la puerta y entró de golpe.

Gabriel iba de camino al coche al fin. Buscó a su ayudante con la vista, iba a necesitarla en la reunión pero no aparecía por ningún lado.
-Gorila, ¿Dónde está Nathalie? -El chófer de encogió de hombros- Dios, voy a llegar tarde como no aparezca. ¡Nathalie! - gritó asomándose a la casa. Unos rápidos tacones se escucharon a lo lejos.
-Ya voy, señor. - dijo cuando aún no aparecía por el pasillo.
-Vamos, ¿Qué estabas haciendo?
Jadeando y con las mejillas coloreadas, se detuvo al lado de su jefe, al que se le antojó que quizás, la chica era algo más que un robot perfectamente programado.
-Lo siento señor, no volverá a pasar. Me... Me entretuve un momento.
Gabriel la miró desconfiado, pero tratando no sonreír.
-No lo vuelvas a hacer, vamos a llegar tarde a la reunión. Vamos.
-Sí, señor...
El hombre observó por encima de su hombro cómo ella agacha a la cabeza avergonzada. ¿Qué había estado haciendo?

En el cuarto de Adrien, un escandaloso Plagg reía a mandíbula batiente tirado sobre la cama.
-¡No tiene gracia! Si te sigues riendo te cambiaré el camembert por queso tierno.
-¡No! - Gritaba sin parar de reír - Mi amado camembert no...
-Oh, ¡Venga ya!
-Ha sido muy gracioso, no me digas que no.
-Yo no le veo la gracia...
Serenándose un poco, y volando hacia su abochornado compañero, intentó animarle.
-Bueno, son cosas normales. A todos los adolescentes les pasa.
-Pero no a todos los adolescentes les interrumpe la ayudante de su padre cuando intentan eliminar las pruebas... Oh, Plagg, ¿cómo voy a mirar ahora a Nathalie?
-Mientras que no pienses en ella por la noche para evitar tener otro sueño húmedo...
Una almohada arrasó al pequeño gatito que no dejaba de reír frente a él.
-No he soñado con ella, idiota. - Un escalofrío le recorrió el cuerpo - Nunca se me ocurriría... Ella es algo así como una madre para mí. Un poco arisca, pero no la veo de una forma menos... Familiar que esa. No, con quien he soñado ha sido con mi lady...
Un aura en soñadora le rodeó de repente, haciéndole sonreír como un bobo y olvidarse de las risas de su amigo.
-Cuidado chico, estás volviendo a "despertar".
Adrien miró hacia abajo para darse cuenta de la creciente erección que empezaba a notarse en su pantalón.
-¡Maldita sea!
Plagg volvió a reír con fuerza. Ser el kwami de una bomba de hormonas era más divertido de lo que recordaba.

El coche se detuvo frente a las puertas de la sede de la compañía y Gabriel salió de él enseguida. Nathalie se inclinó hacia Gorila para darle las instrucciones pertinentes para con Adrien, dejándole caer una pequeña broma que los hizo reír a los dos. Cuando salió del coche su jefe la miraba con la expresión adusta.
-¿Se puede saber qué os hace tanta gracia? -La chica carraspeó y volvió a su rostro inexpresivo de siempre.
-Nada, señor. Disculpe.
Gabriel resopló antes de darse la vuelta haciendo notar enfado, pero por dentro se alegraba de verla así de divertida. Eso significaba que el encontronazo de la noche anterior no había supuesto ningún problema para ella, con lo que no quedaba descartada la idea de volver a aprovecharse de su completa disposición si lo necesitaba en algún momento de flaqueza. Se sentía tan bien después de haberse dejado llevar de aquella manera que consideraba un adelanto haberlo descubierto. Su ansia no le permitía pensar más que en su propia necesidad y en el bienestar que le había causado.

El desayuno con los directivos había sido muy provechoso, y la reunión por el desfile en Amsterdam había llegado a buen puerto enseguida. El día estaba saliendo redondo, y Gabriel se sentía poderoso, invencible. Cuando Adrien se marchó a su clase de esgrima y Nathalie entró en su despacho para informarle, le encontró recostado sobre su silla, juntando la yema de los dedos ante una sonrisa de superioridad. Estaba treméndamente guapo cuando sonreía así...
-El planning del joven Agreste va según lo previsto, señor.
-Hoy es un gran día, Nathalie. Me siento... - aspiró profundamente buscando la palabra perfecta. Ella se estremeció ante tal acción- inspirado.
-Me alegro, señor. ¿Tiene algo en mente?
Gabriel soltó una leve risita. Le conocía demasiado bien. Se levantó y se dirigió hacia ella con la soberbia por sombrero y el orgullo rezumando por sus poros.
-Pues sí, tengo algo en mente. - Se colocó tras ella y no pudo evitar oler su perfume desde la altura. Los recuerdos de las sensaciones de su encuentro colapsaron su cerebro en cuestión de segundos, y a punto estuvo de agarrarla desde ese ángulo y tirarla contra la mesa para poseerla allí mismo. - Tengo... - balbuceó - algo...
-¿Necesita... algo de mí?
La pregunta no sonó tan desesperada como en realidad se sentía, y dio gracias por saber guardar las apariencias. Su cuerpo se iba tensando a cada segundo que permanecían en silencio, con el depredador acechando a su presa a plena vista, y con los dos deseando que al final pasara. Entonces Gabriel se giró sobre sus talones y se encaminó al cuadro de su esposa, lo acarició con lujuria para acabar presionando los botones que le llevarían a su guarida secreta.
-Nooroo, vamos allá. ¡Alzaos alas negras! -Lepidóptero cerró los ojos y comenzó a sentir una por una las almas de París. Amor, decepción, ansiedad, tristeza... - ¡Oh! Aquí estás... Una mente atormentada por la culpa es un jugoso manjar para mí. - Una de las blancas mariposas se posó en su mano, cargándose de energía al momento y cambiando de color. - Vuela, mi pequeño Akuma. ¡Y demonízalo!

Nathalie se recuperaba del momento de tensión vivido con su jefe, tratando de volver a respirar con normalidad. A veces era tan intenso... Aún no sabía cómo había podido controlarse y no lanzarse a devorar sus labios de nuevo. Cuando se relajó continuó trabajando hasta que Gabriel volviera. En cierto modo deseaba que su jefe por fin consiguiera los prodigios para que su sueño se volviera realidad, pero por otro lado... Eso significaría la vuelta de su mujer a su vida, y a ella la colocaría en una posición poco más que inservible para él. Sacudió la cabeza para quitarse esas ideas de la cabeza y volvió a meterse de lleno en cuadrar el horario del día siguiente. No se dio cuenta de cómo pasaba el tiempo de rápido, y cuando vio que ya era la hora de la cena y no había salido de allí para organizar la de Adrien y apartar un plato que le subiría a Gabriel para cuando terminara, dio un brinco sobre la silla. Corrió hacia la cocina para dar las instrucciones al cocinero de que la fuera sirviendo, y se acercó al cuarto del chico para avisarle. No pudo evitar sonreír cuando recordó la escena del joven con una toalla alrededor de la cintura intentando limpiar en el lavabo de su baño una mancha blanca viscosa de sus calzoncillos. Enseguida supo que había tenido un percance con algún sueño subido de tono. No pudo sentir más que ternura por él en ese momento, pero todo se terminó de torcer cuando al muchacho se le cayó la toalla de la cintura delante de ella. Por suerte, sus reflejos la hicieron darse la vuelta antes de poder ver nada indebido, pero el pobre Adrien parecía un tomate cuando salió del baño detrás de la mujer. Pudo escuchar la desesperación en la voz del chico gimiendo por su mala fortuna por detrás. Pero ella, en lugar de reñirle o achantarse ante el acontecimiento, se acercó a su armario, cogió una muda limpia y la dejó sobre la cama antes de marcharse anunciando que desayunaría solo y que después Gorila le recogería para llevarle al instituto.
Una sonrisa se formó en sus labios por un segundo antes de llamar a la puerta. Nadie contestó dentro.
-¿Joven Agreste? - preguntó alzando la voz. - Voy a entrar.
Volvió a dar unos golpes en la puerta y acto seguido la abrió despacio. Las luces estaban apagadas y la ventana medio abierta, pero no había rastro del chico. Soltó un gemido cansado y desbloqueó el móvil que llevaba en la mano para llamarle.
Un tono.
Dos.

Cat Noir notó la vibración de su bastón entre sus dedos mientras salta a de un lado a otro junto con Caparazón evitando ser golpeados por el chico akumatizado, para así poder darle tiempo a Ladybug de preparar todo lo que necesitaba para utilizar su Lucky Charm con la ayuda de Rena Rouge. Miró la pantalla y vio que era Nathalie quien le estaba llamando.
-Mierda... Em, bichito, ¿te falta mucho?
-Ya casi estoy... - decía ella pegando con cinta adhesiva unos carteles.
-Bien, es que... Tengo que contestar esta llamada. - Volvió a saltar para esquivar un zarpazo.
-Vaya, una llamada importante... - se burló ella con cariño - ¿De quién se trata? ¿De tu novia?
El gato soltó una risa nerviosa.
-Sabes que la única mujer en mi corazón eres tú, mi lady. Es... Una llamada familiar.
-Vale, ya está. ¡Apartaos!
Cat dio un salto hasta el tejado contiguo contestando en el aire al teléfono.
-Nathalie, em... Hola.
-Adrien, ¿Dónde estás? Ya deberías haber llegado hace rato.
-Yo, em... bueno, me entretuve con unos amigos después de la clase de esgrima.
-¡Ya le tengo! - Gritaba el protector del grupo.
-¿Unos amigos?
-Sí, - dijo con voz temblorosa - de clase. Estamos jugando videojuegos.
-Sujetale fuerte, ¡voy a ayudarte! - decía animada la ilusionista.
-¿Quiénes son? ¿Dónde estáis?
-Pues... - Miró a su alrededor. Debía decirle que estaba lejos del Akuma para que no se preocupara. - Estamos en... Casa de Nino. Los de siempre, ya sabes. Él, yo, Alya, Marinette...
Al escuchar el nombre de esta última, Nathalie se tranquilizó. Siempre había creído que esa chica era una buena opción para él. Era bonita, inteligente, amable, tenía mucho talento, y estaba segura de que ambos se gustaban bastante. Suspiró resignada intentando echarle un cable, pensando en lo que se había encontrado esa mañana.
-¿Piensas tardar mucho en volver?
Adrien respiró aliviado. La tenía de su parte. Miró al grupo, poniendo en marcha el plan de Ladybug para detenerle.
-¿Puedo quedarme a cenar? - Un silencio en la línea. - Porfi...
Nathalie ahogó una risa antes de contestar.
-Está bien. Pero no llegues más tarde de las once.
-¡Gracias! Eres la mejor.
Cuando colgó no pudo evitar pensar en el pobre chico. Seguramente se sentía cohibido y tener que tratar con ella en persona después de lo que había visto debía ser difícil para él. Entendió que quisiera evitarla a toda costa. Volvió a sonreír, como siempre, cuando nadie podía verla, y bajó a la cocina a avisar de que el chico no cenaría en casa. Cogió la bandeja que habían preparado para el jefe y la subió a su despacho para esperarle allí. Como siempre, sumisa, en segundo plano.

El sonido del ascensor la despertó. ¿Qué hora era? Se había quedado dormida sobre su tablet hacía algo más de una hora. Se puso de pie y se colocó la ropa y el pelo para recibirle. Cuando la compuerta se abrió dio paso a un iracundo y desesperado Gabriel que no dejaba de soltar improperios poco comunes en él.
-¡Malditos hijos de puta! - Nathalie se sobresaltó. No solía verle así. - Me han humillado, se han reído de mí. - Se dejó caer sobre la mesa, enfadado. - Estoy cansado de que siempre acaben desbaratando mis planes...
La chica se acercó a su jefe para tratar de consolarle. Le puso un brazo sobre la espalda para hacerle sentir protegido. La tensión de sus hombros comenzó a desaparecer poco a poco, y ambos respiraron con un poco más de calma al fin. Gabriel puso una de las manos sobre la que ella tenía apoyada en la mesa y se la apretó. Fue entonces cuando le miró a la cara y vio su expresión. Era una expresión perversa, despiadada, hambrienta. Algo en su interior se revolvió, expectante. Su cuerpo tembló y Gabriel lo notó, activándose en el momento y perdiendo el control. Se giró de golpe y la tumbó sobre la mesa, sujetándola por las muñecas a ambos lados de la cabeza, inmovilizándola con todo su cuerpo. Acercó la boca a su oído y la hizo estremecer con tan sólo cuatro palabras: necesito azotar a alguien.