Nota: Los tiempos están cambiados y las generaciones mezcladas. Puro ejercicio de la imaginación que ya quisiera que alguien me pagara por hacer, pero nadie lo hace. Y también habrá yaoi semi—incestuoso en su momento.
Capítulo 1
Esa noche Narcissa no podía dormir. En otras circunstancias se habría contentado con pedirle a un elfo algún té con un toque de poción calmante, pero tenía la sensación inexplicable de que no sería suficiente. Estaba preocupada. No salía tener muchos momentos de intuición y trataba de ponerles atención cuando surgían.
El último había sido cuando Draco nació. Había despertado de un sueño tranquilo y tuvo tiempo incluso de leer un capítulo entero antes de que realmente comenzaran los dolores en su vientre. Anterior a ese fue el día en que sus padres le anunciaron que Lucius Malfoy había pedido su mano en matrimonio. Pero saber que así fue no la ayudaba ni siquiera a adivinar lo que pasaría entonces y lo único que podía hacer por ahora era esperar, por muy inquieta que se sintiera.
Decidió hacerle una visita a su hijo, sólo para sacarse de dudas. La habitación estaba justo frente a la suya. En el centro de una gran alfombra se alzaba la lujosa cuna que los abuelos paternos le habían regalado. La madera era tan oscura que casi podía engañar a la vista y volverse negra, llena de detalles hechos a mano y cubierta de barniz brillante. Era preciosa pero sumamente grande. Draco parecía una criatura abandonada en el medio del bosque acostado en ella. Era por eso que Narcissa siempre le colocaba al lado el peluche de un perro al lado suyo. El perro estaba encantado para mantenerse cálido y hacer ciertos movimientos como el de respirar para simular la presencia de un ser vivo. Draco se apoyaba contra él todas las noches y nunca la despertaba con llantos nocturnos.
Era pálido y rubio, tan rubio que casi parecía hecho de puro blanco. Sus minúsculas mano apenas se cerraban en pequeños puños sobre su cabeza. Puro, hermoso. Para Narcissa no podría haber sido más perfecto.
—Se—señora Malfoy, disculpe —la llamó una voz aguda y baja desde el pasillo.
A menos que sucediera una emergencia o fueran llamados por nombre, los sirvientes no tenían permitido dejarse ver por sus amos en sus habitaciones. Narcissa se ajustó la bata de noche y cerró la puerta del cuarto antes de volverse a la elfa doméstica. Suponía que era hembra nada más por su voz porque la bolsa de patatas que tenía en lugar de ropa no le daba ninguna pista. Al menos estaba limpia. El corazón se le contrajo un poco pensando que ahora escucharía la razón por la cual no podía dormir.
—¿Qué quieres? —preguntó secamente para no mostrar su preocupación.
—Hay un visitante para usted abajo, señora —dijo la elfa aceleradamente y sin levantar la mirada del suelo. Aunque estaba acostumbrada a ese trato desde la infancia Narcissa no podía evitar cierto desprecio por su pusilanimidad. Se podía ser servil sin llegar a tanto—. Se trata de Kreacher, señora, de la casa Black. Dice que lamenta muchísimo perturbarla pero es urgente. De otra manera nunca, nunca se le ocurriría...
—Está bien —cortó Narcissa—. Bajaré a verle.
Ahora sí estaba intranquila y por esa razón su rostro más hierático. Las visitas eran recibidas en la sala. Narcissa vio al orejudo ser pegado a la puerta de entrada, como si eso fuera todo lo que se atrevía a entrar. Vestía un taparrabos hecho de un pedazo de tela viejo grisáceo. Contra su hombro huesudo apoyaba su preciada carga, envuelta en una frazada azul oscuro. Esta no emitía ningún sonido, los sollozos salían del elfo. Narcissa ya tenía una idea de lo sucedido, pero se las arregló para conservar la compostura al presentarse.
—Kreacher, ¿qué excusa tienes para venir en medio de la noche?
—Oh, señora —gimió el elfo desconsolado. Las lágrimas que derramaba dejaban un brillo paralelo en su rostro por la luz de la chimenea. Resultaba todavía más patético—. Una horrible tragedia ha llegado a la noble casa de los Black. El señor Regulus... unas personas vinieron a buscarlo pero no estaba. Y entonces ellos... Kreacher intentó detenerlos pero mi ama no me lo permitió. "Vete con Sirius", dijo el señor. Pero Kreacher quería quedarse. "Obedece", le dijeron a Kreacher y Kreacher...
—Ya es suficiente —cortó Narcissa con aspereza. Tanta llantera iba a causarle un serio dolor de cabeza y estaba segura de que no era lo apropiado justo en ese momento. Hizo un ademán de impaciencia en dirección al bulto—. Déjame verlo.
Kreacher se estremeció de pies a la cabeza con la fuerza de un largo sollozo y extendió sus delgados brazos bajando la cabeza. A la luz del fuego Narcissa distinguió los rasgos de un bebé de casi la edad de Draco con cabello negro en lugar de rubio y mucho más abundante. Tenía los ojos cerrados pero Narcissa sabía que bajo los delicados párpados había un par de círculos grises, parecidos a los de su hijo. Sin duda era el mismo pequeño del cual era madrina. Dormía profundamente, tranquilo.
—Walburga le echó algo para que durmiera, ¿cierto?
Kreacher asintió, mordiéndose los labios para no echarse a llorar tan fuerte como deseaba. Métodos de esa índole sólo podría haberse dado con una crianza anticuada. Hoy en día se lo consideraba cruel e innecesario, por más cómodo que sea para los padres que deseen dormir toda la noche. Y siendo su tía la clase de bruja que era...
De pronto Narcissa tuvo una imagen clara y nítida del último día en que la vio. Jamás había sentido especial agrado por sus maneras bruscas y ostentosas que casi rozaban la vulgaridad, pero eso impidió que fuera invitada en más de una ocasión para tomar una taza de té. Walburga era una mujer inteligente y, apartando sus modos, Narcissa encontraba cierto placer ameno en su conversación. En sus brazos el hijo que nadie esperaba llegara a nacer lloraba desconsoladamente.
Narcissa ni siquiera había dado a luz todavía pero ya le parecía que podría haberlo tratado con más suavidad. Regulus no estaba con ella, ni ahí ni en la casa. Regulus ya no los visitaba casi nunca de lo ocupado que estaba limpiando al mundo de toda esa inmundicia. Todo lo que Regulus hacía consistía en eso; hacer del mundo un lugar más limpio. Walburga lo mencionaba con un orgullo cauteloso, como si supiera que podía meter las manos en el fuego sólo hasta cierto punto antes de quemarse. Ella era consciente del terror generalizado. Era imposible ignorarlo.
Un nudo se instaló en su garganta. Sus manos le temblaron y las apretó contra su pecho para que no se notara. Fue la súbita certeza de saber qué había causado la tragedia. Lucius había comentado de pasada las sospechas acerca de un espía. Alguien demasiado joven para saber lo que realmente le convenía. El Señor Oscuro estaba pensando en tomar medidas.
—¿Eran servidores del Señor Oscuro, Kreacher? Dime —ordenó al ver que dudaba.
Los ojos del elfo se abrieron y el ceño se frunció, como si le doliera. Lanzó un sonido triste y angustiado antes de asentir con la cabeza. Narcissa cerró los ojos y se permitió un hondo respiro para suprimir la punzada en su interior. No se había equivocado pero no era lo más importante ahora.
—Dámelo —exigió extendiendo los brazos.
El elfo realizó una reverencia mientras cumplía la orden. Narcissa lo acomodó contra su pecho de forma protectora, sintiendo su peso, el calor bajo las frazadas, la respiración tranquila que no se interrumpía y agradeció a la fortuna que así fuera. No era más que un bebé de apenas un año.
—Lárgate —dijo.
Estaba luchando contra unas repentinas lágrimas y no quería hacerlo frente a la servidumbre. Se concentró en el niño y sólo cuando pasó un rato sin que el ser desapareciera de su vista Narcissa se dio cuenta de que éste temblaba. Narcissa cayó en cuenta de que como Black se había convertido en la nueva dueña del elfo pero éste no estaba seguro a causa del bebé que no podía abandonar. Tenía dos órdenes que se contradecían. Debía ser una sensación de dolor físico o algo así se imaginaba por el rostro crispado de la criatura.
—Baja con los otros elfos a la cocina —rectificó, sólo para sacárselo de encima.
—Lo que usted mande, señora —afirmó Kreacher aliviado.
Hizo una inclinación y desapareció. Narcissa se dedicó a mecer al niño. Obviamente no hacía falta. Una explosión podría haberse dado frente al rostro del pequeño y ni siquiera reaccionaría hasta la mañana siguiente. Sin embargo actuar como si lo calmara le transmitía alguna sensación de alivio y más capaz de mantener la cabeza fría. Lo primero era encontrarle dónde dormir.
Había varias habitaciones de huéspedes que servirían igual de bien pero se dirigió a la alcoba de Draco como primera y única opción. Prefería mantenerlos a los dos en un mismo espacio. Como si así fuera más sencillo protegerlos a ambos de cualquier peligro. Llamó a una elfa para que trajera a la cuna vieja de Lucius, la misma que usarían antes de haber visto el regalo de los abuelos. En comparación la de Draco resultaba un poco simple en sus adornos, pero Narcissa no reparó en nada de eso. Dejó a Sirius acostado ahí y siguió tan dormido como si nada.
En cambio Draco gimoteó y se agitó. Narcissa sólo tuvo que girar sus talones para estar con él y calmarlo poniéndole una mano en el pecho.
—Sh, sh, tranquilo —le susurró—. No ha pasado nada. Tranquilo, todo está bien.
Al poco rato el bebé volvió al silencio de antes. Narcissa esperó un momento más, mirando a ambos pequeños y luego regresó a su alcoba. El lado de su esposo en la cama continuaba vacío y era imposible saber cuándo volvería. Antes de irse la marca se había activado. Decidió que no le preguntaría si ya lo sabía.
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