La subasta de los condenados
El sol lentamente emergía en el cielo violeta cuando la gran carreta, abarrotada de desnudos vasallos, cruzaba lentamente el puente elevadizo del castillo, que cada vez iba desapareciendo más de la vista. Los caballos avanzaban pesadamente para tomar la serpenteante calzada que conducía al pueblo, mientras los soldados se mantenían cerca para así alcanzar más fácilmente con sus correas la piel sollozante y desnuda de los condenados.
El jefe de patrulla sonrió para sus adentros cuando vio que Korra, la vasalla personal de la Princesa Asami, se arrimaba al torso de Mako. Ella había sido la última incorporación a la carreta, ¡y qué preciosidad! se dijo él al observar su atlético cuerpo languidecido por la pena, mientras aquel otro revoltoso príncipe intentaba consolarla.
El jefe no sabía si impedir este contacto ilícito. Bastaría simplemente con apartar a Korra del grupo, doblarla sobre su montura y desde ahí azotar aquel trasero. O quizá debiera bajar a ambos de la carreta y azotarlos con el látigo mientras andaban detrás del carro. Sería una buena lección para castigar aquella insolencia. Pero lo cierto era que el jefe sentía cierta compasión por los condenados vasallos, incluso por los traviesos de Korra y Mako, pese a lo consentidos que eran. Además, al mediodía todos habrían sido vendidos en la subasta del mercado. Tendrían tiempo de sobra para aprender a someterse durante los largos meses en los que prestarían vasallaje en el pueblo.
Durante todo el año, los lugareños ahorraban cuanto podían para el día en que, por unos cuantos yuanes, podían adquirir un vasallo altivo, un príncipe elegido para servir, adiestrado y preparado para la corte, que entonces debía obedecer a cualquier humilde sirvienta o mozo de cuadra que pujara lo suficiente en la subasta pública. Y esta vez formaban un grupo realmente tentador. Sus cuerpos bien formados aún exudaban fragancias de exquisitos perfumes, como si fueran a ser presentados a la propia Reina en vez de ante un millar de aldeanos impacientes que los devorarían con sus miradas lascivas. En el mercado les esperaban remendones, posaderos y comerciantes que a cambio de su dinero estaban decididos a exigir trabajos forzados además de atractivo físico y la humildad más abyecta.
A esta altura el distante castillo ya no era más que una gran sombra gris recortada contra el cielo cada vez más claro, y los vastos jardines de placer quedaron ocultos tras las altas murallas rojas.
El jefe de patrulla sonrió al mirar a todos los aterrados vasallos apretujarse uno contra otro, buscando consuelo y valor. A pesar de todo aquella era una imagen encantadora, que quizá resultaba aún más interesante por el hecho de que ellos ignoraban por completo lo que le aguardaba a su llegada. Por mucho que les previnieran en la corte sobre el pueblo, jamás estaban preparados para la conmoción que les esperaba. Si en verdad hubieran sabido, jamás se habrían arriesgado a contrariar a la reina. Él no podía evitar anticiparse al final de aquel periodo e imaginar a esos mismos jóvenes ahora quejosos y forcejeantes, en el momento de ser devueltos, tras concienzudos castigos, con las cabezas inclinadas y las bocas selladas, en la más completa sumisión ¡Qué privilegio sería azotarlos uno por uno para que posaran sus labios sobre el pie de la reina! Esta vez puede que hasta decidiera quedarse a la venta, pensó, o como mínimo permanecería el tiempo suficiente para ver cómo separaban a Korra de Mako y los subían a la tarima como se merecían, para ser subastados.
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- Lo siento Korra, jamás fue mi intención - habló Mako entre el ruido de soldados azotando a vasallos, el ensordecedor casco de los caballos y el crujido de la carreta -, jamás quise que vinieras al pueblo.
En la confusión de la carreta, Korra solo era lejanamente consciente de lo que sucedía a su alrededor, sin detenerse a pensarlo. Se sentía extraña, ajena. Por un lado, ya no era la princesa Korra, la vasalla que tenía que servir en el castillo a la Princesa heredera. No obstante, seguía en el mismo mundo, donde había conocido el más fulminante de los placeres y donde se había enamorado, dejándolo todo atrás.
Aún estaba en trance. Desde que había subido no había emitido ninguna palabra, solo lágrimas que salían silenciosas de sus ojos mientras miraba en vano hacia atrás, como si lograra ver el castillo, como si lograra ver a Asami consolada por Lady Azula.
Mako por otro lado se debatía entre la confusión y el remordimiento. Su mente moldeada por aquellas bizarras peticiones comenzaba a desesperar al pensar que quizás ya no sería lo de antes. A los castigos obscenos, sirviendo de juguete para la suntuosa corte, siendo el objeto de una atención implacable, eso alimentaba su alma. Era halagador y confuso. Las palas de cuero exquisitamente repujado, las correas y las marcas que provocaban, la implacable disciplina que lo había dejado lloroso y jadeante en tantas ocasiones y los calientes baños perfumados que venían a continuación, los masajes con aceites fragantes, las horas que pasaba medio dormido en los que disfrutaba imaginando las tareas y pruebas que le aguardaban.
Sí, su mente había sido completamente moldeada, es por eso que todo aquello lo encontraba embriagador y cautivador, incluso el terror lo emocionaba.
Naturalmente había amado a la hermosa y temible Reina de la corona con todos sus desvaríos y arrebatos, así como a todos los demás príncipes y princesas. Pero entonces ¿por qué lo había echado todo a perder? ¿por qué había arriesgado tanto y había arrastrado consigo a Korra? ¿es que en lo más profundo de su mente deseaba ser castigado?
¿Acaso anhelaba que lo expulsaran de la ilustre corte, de los sofisticados e inteligentes rituales que le imponían, para acabar sometido a una implacable severidad, donde las humillaciones y azotes se producirían con la misma fuerza y rapidez, pero con un desbordamiento aún mayor y más salvaje?
Los límites serían, por supuesto, los mismos. Ni siquiera en el pueblo estaba permitido desgarrar la carne de los vasallos, y en ningún caso provocar quemaduras ni lesiones graves. Todos los castigos contribuirían a su mejora.
¿De qué? ¿por qué insistía en rebelarse tanto?
- ¿Por qué...? - escuchó que Korra decía débilmente - ¿Por qué hiciste todo eso?
- ¿Qué? - preguntó confundido por la pregunta y sorprendido de que Korra dijese algo.
- No lo digo con rencor, sino curiosidad - dijo Korra, elevando sus ojos hasta toparse con los ámbar de él -. ¿Acaso esto no fue solo una provocación deliberada a la reina? ¿por qué estás tan tranquilo con esto?
Mako sonrió. Nuevamente se hacía presente la perspicacia de Korra, siempre tan rápida en captar todo lo que sucedía alrededor de ella, jamás dentro de ella. ¿Qué más daba que se enterara? A donde iban no había ninguna garantía de que se volviesen a ver, aunque él siempre batallaría por hacerlo. Era lo mínimo que podía hacer por ella, a quien amaba tanto como amaba a todos.
- Tienes razón - le dijo finalmente con una triste sonrisa -. El caso es que no te conté una parte de la historia. Siempre fue la historia de mi redención, pero hay algo en lo que sigo batallando, y que estemos aquí es prueba suficiente de que todo fue mi culpa, aunque jamás fue deliberada.
- Dime - lo apremió.
- Yo conocía a Iroh mucho antes de llegar acá. En otra tierra, como iguales.
Korra lo observó atentamente, a su alrededor ya no existía nadie más, ignorando el revuelto a su entorno. Escuchando sumida en lo que Mako tenía por contarle.
- Éramos amigos, aunque siempre percibí que él quería algo más en ése entonces, ofendido, me indigné a aceptarlo, rompiendo nuestra amistad - dijo con una expresión dolida -. Podrás imaginarte la sorpresa cuando al venir yo acá, después de tantos años, nos encontramos como amo y vasallo, y cuando la reina percibió el rubor en el rostro de Iroh, me entregó inmediatamente a él con instrucciones estrictas para que me adiestrara personalmente hasta convertirme en un vasallo perfecto. A la par de las lecciones privadas que me daba ella.
- Eso es horrible - comentó Korra -. Habiéndolo conocido antes, caminando a su lado y hablando de igual a igual ¿cómo pudiste someterte a aquello?
En su caso, todos sus amos habían sido completos desconocidos y los reconoció perfectamente como sus señores en cuanto comprendió su indefensión y vulnerabilidad. Había conocido el color y la textura del espléndido calzado, los tonos de sus estridentes voces, antes de saber sus nombres o incluso ver sus rostros. Pero Mako esbozó la misma sonrisa misteriosa de antes.
- La verdad es que no era nada nuevo que hiciera la Reina por capricho. Al tiempo entendí que había hecho lo mismo con su propia hija, entregándole a su amiga de toda la infancia para que ella fuera la responsable de instruirla.
- ¿Kuvira fue...?
- La íntima amiga de Asami, quien se convirtió en algo mucho más íntimo. Ya sabes la relación que se establece entre amo y vasallo, imagínate con un historial como ése. Es como instruir a una hermana.
Eso agregaba un nuevo matiz a la desconocida historia de Asami, a su silenciado y marcado pasado con la vasalla que la había precedido, que había transformado a su Princesa tal como era ahora, con un estigma que jamás desapareció a los ojos de su madre.
Pero no era momento de hablar de ello.
- ¿Qué fue lo que sentiste cuando lo viste en el castillo? - preguntó Korra, alentándolo a continuar con su relato.
- Independiente de lo que haya sentido, creo que para Iroh fue peor. Aunque me abochornó admitir que mi corazón brincó al verle después de tanto tiempo, al ver su rostro asombrado y entristecido supe que él había salido más perjudicado al comprometer sus años de amistad por haber sido sincero con sus sentimientos que no correspondí.
- ¿Crees que fue rencor? - preguntó Korra, esta vez refiriéndose a los posibles sentimientos de Iroh.
- Es lo más probable. Él jamás me perdonó. En el castillo no fue nada más que un nuevo empezar. Dos desconocidos que tenían que hacer cosas indecorosas para el otro, lo cual empeoró cuando la Reina me escogió como un vasallo regular. Nuevamente me iba de su lado. A los meses, cuando ya estaba siendo moldeado, descubrí el por qué su dolor: nada podía obtener. No era secreto que estaba encaprichado con su prima, con la Princesa, pero ella estaba demasiado abrumada por su vasalla, quién también la amaba. Y, por otro lado, tampoco le había resultado conmigo. Entiendo completamente toda su frustración mal canalizada, en ese aspecto no le tengo ningún rencor, ni mucho menos lástima. Solo siento tristeza.
- ¿Por eso sucedió todo esto?
- Desgraciadamente fuiste arrastrada por mis problemas, Korra. Te vuelvo a pedir perdón.
- Esta bien - dijo vagamente -. Aun no logro procesar todo en verdad. Solo sé que estoy aterrada, abrumada... o eso es lo que alcanzo a entender.
La crujiente carreta tomó otra curva y observaron cómo los guardias se habían adelantado a caballo para recibir órdenes del jefe. Una nueva agitación entre los vasallos se hizo sentir, cada vez más temerosos de su incierto futuro.
- Korra - dijo Mako -. Nos separarán cuando lleguemos al pueblo. Nadie sabe qué nos va a pasar. Sé buena, obedece.
Korra pensó que había detectado un tenue matiz de perturbación en su voz, aunque al alzar la mirada hacia él vio un rostro casi severo, solo sus claros ojos se habían ablandado un poco.
- Cuando nos separen ¿intentarás encontrarme, aunque sea sólo para hablar conmigo? - le preguntó Korra -. Mako, no creo poder ser buena. No veo por qué debo seguir intentándolo - No si no es para complacerla a ella -, somos malos vasallos, Mako ¿por qué íbamos a obedecer ahora?
- No digas eso Korra. Piensa que solo así volverás.
- ¿A dónde? ¿al castillo? No me interesa volver si ella no está.
- ¿Y qué me dices con terminar todo esto? Solo así podrás verla - intentó convencerla desesperado, temeroso de que Korra hiciera alguna estupidez en el resignado estado en que se encontraba.
A lo lejos un débil fragor de voces comenzaba a subir de nivel conforme se acercaban, era el rugido de una numerosa multitud. Por encima de las colinas, llegaba el bullicio de una feria de pueblo y de cientos de personas que hablaban, gritaban y se arremolinaban.
Korra sintió la presión de los despavoridos vasallos contra ella, buscando consuelo en algún lado. Una punzada de excitación surgió en su pecho y sus piernas parecieron languidecer bajo su cuerpo, sostenida únicamente por el túmulo de personas que la apretaba contra Mako.
- ¿Por qué debemos obedecer si ya hemos sido castigados? - murmuró sin ser consciente de ello.
Mako también oía los crecientes sonidos lejanos. El carretón y los caballos cobraron velocidad, contagiados por la energía del pueblo.
- En el castillo nos dijeron que debíamos obedecer siempre - dijo Korra -. Era lo que deseaban nuestros padres cuando nos enviaron para prestar vasallaje. Pero ahora somos vasallos malos...
- Si desobedecemos, lo único que lograremos será un castigo aún peor - contestó Mako, aunque el extraño brillo en su mirada traicionaba sus palabras -. Debemos esperar y ver qué sucede - continuó -. Recuerda, Korra, al final conquistarán nuestra voluntad.
- Pero ¿cómo, Mako? - preguntó -. ¿Iroh hace que te condenen a esto y aun así obedecerás?
Mako no la reconocía. Responsabilizaba este acto al shock en que aún estaba sumida Korra ¿por qué entonces en solo unas horas había cambiado tanto? Debía convencerla de lo contrario, en que volviera a ser ella, de que siguiera sus consejos, aunque el mismo no lo hiciera.
- Korra, sus deseos prevalecerán. Recuerda que un vasallo díscolo y desobediente les proporciona mayor diversión. Entonces ¿por qué resistirnos? - preguntó Mako.
- ¿Por qué esforzarse en obedecer entonces? A ellos les encanta que hagamos lo contrario - replicó Korra con una sonrisa sugerente en sus labios.
- ¿Tendrás fuerza para ser tan mala y rebelde en todo momento? - inquirió él, hablando en voz baja pero apremiante -. Incluso en el castillo... incluso ahí pensaba que era más fácil correr cuando nos mandaban correr, arrodillarse cuando lo ordenaban; era una especie de triunfo hacerlo a la perfección.
- ¿Entonces por qué estamos acá, Mako? - volvió a preguntar Korra -. Si fuimos condenados acá fue por nuestras malas acciones. Somos vasallos malos – repitió, colocándose de puntillas para besar los labios de Mako, que no hizo nada pare devolvérselo, observando temeroso a aquella combatiente Korra que intentaba ser rebelde y valiente cuando sentía perfectamente como sus piernas luchaban por mantenerla erguida en la carreta.
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La carreta de detuvo y rápidamente los soldados obligaron a bajar del carretón a los esclavos, a quienes apremiaban a agruparse sobre la hierba a golpe de correa. Korra quedó inmediatamente separada de Mako, que apartaron bruscamente sin ningún otro motivo aparente que el capricho de uno de los guardias.
- ¡Silencio! - resonó el vozarrón del jefe de patrulla -. ¡En el pueblo los vasallos no hablan! ¡El que abra la boca será cruelmente amordazado! ¡Ahora son bestias de carga, tanto si esa carga es el trabajo como el placer de los amos!
El frío del suelo y del ambiente hizo temblar a Korra, o a eso ella lo atribuyó. Pronto la obligaron a ponerse en marcha, pero no logró encontrar a Mako por ningún lado. A su alrededor no veía más que largas cabelleras movidas por el viento, cabezas inclinadas y lágrimas.
- ¡Rápido! ¡Levanten esas cabezas! - ordenaban con voz ronca e impaciente.
Cuando se preguntó por qué les habían hecho descender ahí, tan apartados del pueblo, lo comprendió: iban a hacerlos marchar de pie, como cuando se lleva un rebaño de ovejas al mercado. En grupo comenzaron a correr, y como siempre el sonoro golpe de la pala los alcanzó cuando menos lo esperaban, impulsándolos por los aires hacia adelante, sobre la fría tierra blanda recién revuelta.
- ¡Al trote! ¡Arriba esas rodillas! - gritaban los guardias.
Korra veía los cascos de las monturas que pisaban con fuerza a su lado, como antes los había visto en el castillo, en el sendero para caballos. Sintió la misma agitación incontrolable cuando la pala le golpeó sonoramente los muslos e incluso las pantorrillas. Los pechos le dolían y un continuo tormento de lava ardiente recorría sus irritadas piernas desnudas.
Aunque no podía ver a la muchedumbre con claridad, sabía que estaba allí. Cientos de lugareños, tal vez incluso miles, salían a raudales por las puertas del pueblo para ver a sus esclavos.
De repente, la determinación que en el carro la animaba a desobedecer, a rebelarse, la abandonó. Simplemente estaba demasiado asustada. Corría cuando podía por el camino en dirección al pueblo, pero la pala seguía alcanzándola por mucho que ella se apresurara. Corría tanto que finalmente se dio cuenta de que se había abierto paso hasta la primera fila de vasallos, galopando con ellos, sin nadie delante que la ocultara de la enorme multitud.
Los estandartes ondeaban en las amenas de las murallas. A medida que se aproximaban se oían ovaciones, se veían brazos agitándose y, en medio de la excitación, se percibían también carcajadas burlonas. El corazón de Korra palpitaba con fuerza mientras intentaba no mirar al frente, aunque era imposible apartar la vista.
Ninguna protección, ningún sitio donde esconderse - pensó -. ¿Y dónde está Mako? ¿Por qué no consigo retrasarme en el grupo?, pero cuando lo intentó la pala la golpeó sonoramente una vez más y el guardia le gritó que continuara adelante.
Los golpes no cesaban de castigar a los vasallos que la rodeaban y una princesa pelirroja que corría a su derecha rompió a llorar desconsoladamente.
- Oh, ¿qué nos va a suceder? ¿por qué desobedecimos? - gemía la princesa entre sollozos.
El príncipe moreno que corría al otro lado de Korra le dirigió una mirada de advertencia:
- ¡Silencio, o será peor!
Korra no pudo evitar recordar su eterna marcha por el pueblo a los límites del reino de Asami, en aquel puerto donde atracó su barco, donde la habían reverenciado y admirado como esclava escogida por la mismísima heredera.
Esto era completamente distinto.
La multitud se había dividido y se repartía a ambos lados del camino a medida que los vasallos se acercaban a las puertas del pueblo. Estaban cruzando la entraba cuando sonó una trompeta y aparecieron por doquier manos que querían tocarlos, empujarlos, tirarlos del pelo. Korra sintió unos dedos que le manosearon el rostro con brusquedad y otros que le palmoteaban los muslos. Soltó un grito desesperado y se esforzó por escapar de las manos que la empujaban con violencia mientras a su alrededor se oían sonoras y profundas risas de escarnio, gritos, exclamaciones y, de vez en cuando algún chillido.
Pronto vio a lo lejos en la plaza como sobresalía una elevada tarima de madera con un patíbulo, mientras cientos de personas se agolpaban en las ventanas y balcones desde donde asomaban sus cuerpos y aclamaban mientras una enorme muchedumbre obstruía las estrechas callejuelas que desembocaban en la plaza, en un intento vano por acercarse a los desgraciados vasallos.
Cuando llegaron, los cautivos fueron obligados a meterse en un redil situado tras la tarima. Desde ahí Korra vio un tramo de escalones que conducía al entablado superior y arriba se hallaba un hombre con los brazos cruzados, esperando, mientras otro volvía a hacer sonar la trompeta cuando la puerta del redil quedó cerrada.
Korra empujó con fuerza hacia el centro buscando desesperadamente a Mako, y lo atisbó un instante en el momento en que tiraban con rudeza de él para acercarlo al pie de las escaleras.
¡No! ¡Deben venderme con él!, se dijo, empujando con violencia hacia delante, pero uno de los guardias la hizo volver con el pequeño grupo mientras la muchedumbre gritaba, rugía y se reía. De pronto, el pregonero hizo sonar con fuerza la tercera llamada de trompeta y en el silencio inmediato se hizo en el mercado resonó una voz:
- ¡La subasta de primavera va a comenzar!
Se oyó un estruendo general, un coro poco menos que ensordecedor, tan intenso que conmocionó a Korra dejándola casi sin aliento.
- Todos los presentes conocen las normas de la subasta - continuó -. Los vasallos desobedientes que nuestra majestad ofrece para realizar trabajos forzados serán vendidos al mejor postor por un período que sus nuevos señores y amos decidirán, y que nunca será inferior a tres meses de vasallaje.
Estos vasallos desobedientes deberán comportarse como criados silenciosos y, cada vez que lo permitan sus señores y señoras, serán traídos al lugar de castigo público para sufrir aquí su escarmiento, para disfrute de la multitud, así como para su propia mejora. A los nuevos amos se les encomienda solemnemente que hagan trabajar a sus vasallos, que los disciplinen y que no toleren ninguna desobediencia ni palabra insolente.
Todo amo o señora puede vender a su vasallo dentro del pueblo en cualquier momento y por la suma que considere conveniente. Cada vez que castiguen a uno de estos vasallos indignos, estarán cumpliendo el mandato de su majestad real. Es la mano de su majestad la que los castiga y son los labios reales los que les reprenden.
Una vez por semana, los vasallos serán enviados al edificio central de cuidados. Habrá que alimentarlos adecuadamente y deberán disponer de tiempo suficiente para dormir. En todo momento, los vasallos deberán mostrar evidencias de severos azotes; y toda la insolencia o rebeldía será tajantemente reprimida.
El pregonero volvió a hacer sonar la trompeta. Había pañuelos rojos agitándose por doquier y cientos de personas aplaudían con entusiasmo. En ese instante obligaron a Mako a subir al entarimado. Como antes, el príncipe cautivo mantenía la cabeza erguida, las manos enlazadas a su espalda y una actitud de total dignidad a pesar de que la pala lo golpeaba sonoramente sobre su torneado y apretado trasero mientras él ascendía por los escalones de madera. Korra advirtió por primera vez, que bajo el alto patíbulo una cadena colgante, al lado de una plataforma giratoria baja y redonda había un hombre grande y fornido que sujetó a Mako, tironeándolo a la tribuna.
El hombre separó las piernas del príncipe de una patada, como si no pudiera dirigirle ni la orden más simple, mientras el alto subastador se incorporó y accionó la plataforma giratoria con un pedal, para que Mako girada con facilidad y rapidez.
- Un príncipe de fuerza excepcional - gritó el subastador con voz aún más fuerte y grave que la del heraldo, lo que le permitía hacerse oír entre el estruendo de las conversaciones -, de largas extremidades, pero de constitución robusta. Muy adecuado, desde luego, para los trabajos de la casa, indiscutiblemente para el trabajo en el campo, y sin duda para el de las cuadras.
Korra dio un respingo. El subastador sostenía en la mano una larga, estrecha y flexible pala de cuero, con la cual golpeó el miembro de Mako, dolorosamente levantado bajo aquel pequeño taparrabos que vestía como única prenda, mientras anunciaba a todo el mundo:
- Con un miembro fuerte, bien dispuesto, de gran resistencia, capaz de ofrecer servicios inmejorables. - el estallido de risas resonó por toda la plaza.
El subastador extendió el brazo, aferró a Mako por el pelo y lo dobló bruscamente por la cintura, mientras accionaba de nuevo el pedal para que la plataforma giraba mientras éste permanecía inclinado.
- Excelentes nalgas - retumbó la profunda voz, enseguida se oyó el inevitable chasquido de la pala que dejaba erupciones rojas sobre la pálida piel del príncipe -. ¡Elásticas y suaves! -, y enseguida acercó la mano al rostro de éste, levantándolo -. ¡Y es recatado, de temperamento tranquilo, deseoso de obedecer! ¡Más le vale! -. de nuevo, resonó un estallido y se oyeron risas por todas partes.
El subastador había cogido otra vez a Mako por la cabeza y Korra vio que el hombre esgrimía un falo de cuero que colgaba de una cadena atada al cinturón de su pantalón. Antes de que ella alcanzara a comprender qué pretendía hacer, el subastador ya había introducido el objeto en su trasero, lo que suscitó nuevos vítores y gritos que surgieron de la multitud que llenaba todos los rincones del mercado, mientras el príncipe seguía doblado por la cintura, con el rostro imperturbable.
- ¿Hace falta que diga más? - gritó el hombre -. Pues entonces... ¡que empiece la subasta!
Las pujas comenzaron de inmediato, superadas nada más escucharse por cantidades que gritaban desde todas las esquinas, como la de una mujer que estaba en un balcón próximo, quien se levantó para pujar por encima de las cabezas de los otros.
Encima, todos son sumamente ricos - pensó Korra -. Son tejedores, tintoreros y plateros de la propia reina, así que cualquiera tiene dinero para comprarnos.
La pequeña plataforma giratoria continuaba dando vueltas lentamente. A medida que las cantidades eran más elevadas, el subastador intentaba persuadir a la multitud de hacer la puja final. De pronto, alguien alzó la voz desde el fondo de la plaza, superando todas las pujas con un amplio margen, provocando un murmullo entre la muchedumbre. Korra permanecía de puntilla, intentando ver qué sucedía. Una mujer se había adelantado para situarse ante la tarima y la princesa la vislumbró a través del andamiaje que sostenía la plataforma. Era una mujer de pelo negro, que enmarcaba su rostro ovalado y puntiagudo, y unos lentes amarillos demarcando sus ojos le daban seriedad y cierta lejanía.
- De modo que la cronista de la reina está interesada en este joven robusto - gritó el subastador -. ¿No hay nadie que ofrezca más? ¿Alguien da más por este magnífico príncipe?
Pero si bien otra persona más pujó, al instante la mujer la superó, con una voz tan tranquila que incluso Korra se asombró de oírla. En esta ocasión la apuesta era tan alta que cerraba las puertas a cualquier oposición.
- ¡Vendido! - declaró finalmente el subastador a viva voz -. ¡A Izumi, la cronista de la reina e historiadora jefa del pueblo de su majestad!
Korra contempló entre lágrimas cómo se llevaban a Mako de la tarima y lo empujaban precipitadamente escaleras abajo en dirección a la mujer. Su nueva ama lo esperaba serena, con las manos enlazadas a su espalda, ataviada con una coleta que mantenía ordenado su pelo mientras inspeccionaba en silencio su reciente adquisición. Luego con un chasqueo de dedos ordenó a Mako que la acompañara a trote para salir de la plaza. Korra intentó a duras penas ver la escena cuando se dio cuenta de que la estaban separando del grupo de vasallos quejumbrosos; gritó y vio cómo se la llevaban a rastras en dirección a los escalones de madera. Había llegado su turno.
¡No! ¡No quiero!, se decía mientras sentía que las piernas no le respondían y la pala la golpeaba. Las lágrimas la cegaron cuando la llevaron casi a rastras hasta la tarima, colocándola sobre la plataforma giratoria. Korra temió sufrir un desmayo, pero inconcebiblemente continuaba en pie. Cuando la bota de cuero se separó las piernas de una patada, la princesa se esforzó por mantener el equilibrio mientras sus pechos ondeaban con los sollozos contenidos.
- ¡Una hermosa princesa de las tierras del sur! - gritó el subastador -. ¡Con una fascinante piel y atlético cuerpo!
El brazo del subastador se movió alrededor del cuerpo de Korra, abriendo su camisa, despojándola del único botón que la cerraba, para así apretar con fuerza sus pechos. Korra soltó un grito contenido por sus labios sellados que no pudo guardar, ya que de inmediato se sintió forzada a doblarse por la cintura, adoptando la misma postura que su compañero de vasallaje. Sus pechos parecieron hincharse con su propio peso al quedar colgando bajo su torno, y la pala le volvió a golpear las nalgas para deleite de la multitud, que no cesaba de expresar su regocijo. Se oyeron aplausos, risa y gritos mientras el subastador le levantaba el rostro.
- Preciosos atributos, idóneos sin duda para las labores caseras más delicadas ¿quién malgastaría este delicioso bocado en los campos? aunque ciertamente esta chica tiene fuerza.
- ¡Que la lleven a los campos! - gritó alguien, y se oyeron más vítores y risas. Cuando la pala azotó de nuevo, Korra soltó un gemido humillante.
El subastador atenazó la boca de Korra con la mano y la obligó a levantar la barbilla, lo que la hizo incorporarse con la espalda arqueada. Pensaba que iba a desfallecer de la vergüenza, pero seguía ahí, soportando la situación incluso cuando sintió entre sus piernas el repentino hormigueo de la vara forrada de cuero. Oh, no se atrevería, no puede..., pero sentía como se hinchaba, hambrienta del burdo contacto de la vara. Humillada se retorció en un intento de escapar a aquel tormento y la multitud rugió de entusiasmo. Gritos aclamaron cuando el subastador empujó la vara hacia las profundidades del caliente y húmedo interior de la rebelde princesa sin dejar de gritar:
- ¡Una muchacha exquisita, elegante, con un corazón rebelde, adecuada para ser instruida por la dama más refinada o para la diversión de cualquier caballero!
Korra sabía que estaba completamente enrojecida. En el castillo nunca había sufrido tal vejación. Sintió que sus piernas perdían el contacto con el suelo mientras las manos firmes del subastador la levantaban por las muñecas hasta dejarla colgada por encima de la plataforma, al tiempo que la pala alcanzaba sus pantorrillas indefensas.
Sin pretenderlo, Korra pataleó en vano. Había perdido el control. Gritaba con los dientes apretados y mientras el hombre la asía, ella forcejeaba como una loca. Un extraño y desesperado arrebato la invadió cuando la pala le azuzó su trasero, alcanzando parte de su sexo, azotándolo y toqueteándola. Los gritos y rugidos de la multitud la ensordecían. Korra no sabía si en realidad anhelaba aquel tormento o si prefería huir de él.
Sus oídos se llenaron de su propia respiración y de sus descontrolados sollozos. Entonces se dio cuenta, de repente, de que estaba dando a la concurrencia precisamente el tipo de espectáculo que todos deseaban. Estaban consiguiendo de ella mucho más de lo que les había dado Mako, aunque no sabía si aquello le importaba. Él ya se había ido y ella estaba completamente desamparada.
En un gesto absolutamente desafiante, meneó el cuerpo con todas sus fuerzas y casi consiguió desprenderse del subastador, que soltó una fuerte risotada de perplejidad. La multitud no paraba de chillar mientras el hombre intentaba mantenerla quieta presionando con los fuertes dedos las muñecas de Korra para izarla aún más. Por el rabillo del ojo, la princesa vio que dos lacayos se apresuraban a acercarse en dirección a la tarima, cogiéndola de inmediato por las muñecas, atándola a la tira de cuero que pendía del patíbulo, que estaba sobre la cabeza de la princesa. Entonces quedó balanceándose en el aire, y la pala del subastador empezó a azotarla, obligándola a gritar mientras que no podía hacer otra cosa que sollozar e intentar ocultar el rostro entre sus brazos estirados. Que ingenua había sido.
- No tenemos todo el día para divertirnos con la princesa - gritó el subastador, aunque la muchedumbre lo provocaba gritándole "azótala, castígala" -. Así que exigen mano firme y disciplina severa para la encantadora mujer ¿es eso lo que me piden? - preguntó mientras Korra se retorcía con los azotes de la pala que le propinaba, luego levantó su rostro de modo que ésta ya no pudo ocultarse más -. ¡Un rostro hermoso, además de cuerpo perfecto, brazos fuertes, nalgas deliciosas y una pequeña cavidad del placer digna de los dioses!
Empezaban a oírse las ofertas, superadas con tal rapidez que el subastador apenas alcanzaba a repetirlas en voz alta. Korra vio a través de los ojos arrasados en lágrimas cientos de rostro que la observaban fijamente. De nuevo, una sensación de desenfreno se apoderó de ella. Sintió, una vez más, aquel despecho y pataleó y gimió con los labios cerrados, aunque no dejaba de intrigarla el hecho de que no gritara en voz alta ¿era más humillante admitir que podía hablar? ¿se sonrojaría aún más si la obligaban a demostrar que era una criatura con intelecto y sentimientos, y no una esclava estúpida? La única respuesta que tenía eran sus propios sollozos.
Y la subasta continuó, ajena a ella, hasta que oyó anunciar al subastador con su característica y profunda voz:
- ¡Vendida a la mesonera, la señora Sue Beifong, de la posada del Clan de Metal! Esta fogosa y divertida princesita será azotada para ganarse el pan.
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~o~
N. de la A.:
Creo que pronto iba a cumplirse un año desde que empecé esta adaptación y ahora por fin les traigo la segunda parte. Si las cosas que vio Korra en el castillo escapaban de su entendimiento, lo que ahora le espera bien podría terminar con la concepción que ella tiene de sí misma. No por nada se "romperá su voluntad para armarla de nuevo", en el pueblo no hay nada más cierto. Algo que además Mako prevé, y con su indomable carácter poco a poco empieza a hacerse a la idea, sin incomodarlo. Es que este chico es masoquista por excelencia.
Bien, espero les guste esta continuación, en la que se explicará todo lo referente a Asami y su primera vasalla.
¡Y bienvenidos viernes de vasallajes!
