Así estaba Hiccup, tirado en el suelo porque su amada compañera lo había tirado.

Astrid lo miraba altanera desde arriba.

— La guerra de nuestros padres pronto pasará a ser nuestra. Decide tu bando, y decidelo ya.

Y después del ultimátum de la chica que, por desgracia, representaba su primer amor todos se fueron, entre risas. Se reían de él. Lo tiraban como la basura que pensaban que era.

Se levantó. Era verdad, no era un buen guerrero. ¡Pero lo intentaba! Él nunca pidió ser tan... hiccup.

"La guerra de nuestros padres pronto pasará a ser nuestra"

Sí, eso ya lo sabía. Había una guerra, lo veía todos los días y que tenía pinta de seguir así durante muuuucho tiempo era más que obvio.

Eran aprendices de guerreros y pronto lo serían. Tendrían que matar a los Dragones para proteger Berk... Pero él no era un aprendiz normal. Era el hijo del jefe. Él tendría que liderar a los Vikingos y protegerles... ¿Proteger a quienes lo tratan como basura? No era justo.

"Decide tu bando, y decidelo ya."

Vikingos o Dragones. Un bando le era conocido, el otro no. Por un lado, había nacido con una gran alianza para Berk siendo el único hijo del jefe. Por el otro... tenía a un dragón herido escondido en el bosque.

Si los vikingos se enteraban que no solo le había perdonado la vida a un dragón si no que recientemente se había emperrado en encontrar la forma de curarle la cola que él mismo le hirió rondarían cabezas. La suya y la del dragón.

"No les importa que sea el hijo del jefe ni que sea uno de ellos. —pensó—. Pero él no me conocía, era su enemigo y aún así no me mató."

Entonces una sonrisa llegó a sus labios. Había tomado su decisión.

Y corrió. Corrió como nunca lo hizó hacía el dragón que representaba su futuro. No le importaba que ese comportamiento pudiera llamar la atención, no le importaba que lo siguieran. Ni las hojas del bosque que lo golpeaban por todas partes por no ir concentrado en el camino, si no en su destino.

Si íba a morir combatiendo por alguien, moriría por él. Y él debía conocer ese detalle.

Y lo vió, a ese hermoso y único dragón de escamas negras que a partir de ahora era su futuro.

Y no lo pensó, ni siquiera se amendrento por los rugidos de advertencia que este le propinaba que fueron acallados cuando pasó los brazos alrededor de su cuello en un abrazo.

Se quedó parado, no comprendiendo las acciones del humano que sólo había visto dos veces.

La primera se habían perdonado la vida mutuamente, la segunda sólo se habían mirado con interés, conociendose y ahora se... abrazaban.

— Mi bando es contigo.

Y después... el silencio. Dos corazones latiendo al mismo ritmo. Si, su futuro se presentaba bañado en un rojo sangre que no prometía un futuro muy largo.

Pero estarían juntos.

En el bando que les pertenecía.