Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos.
Aclaración: Respeto mucho el Daikari y a todas las parejas en general, por lo que cualquier cosa que diga de ella nunca es con la intención de ofender a nadie (en especial a sus seguidores) y espero que se entienda. Es solo una perspectiva de la forma en que podría ser su relación.
Reto para Ficker-Dicker
¡Espero que te guste!
De relaciones incestuosas y un bajista filósofo
Primera parte
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La cámara hace un primer plano de unas manos tocando con bastante destreza un bajo de color azul eléctrico. Una melodía lenta, armoniosa, casi triste, con apenas uno que otro exabrupto, emana del instrumento como volutas de humo.
Entonces, poco a poco, la imagen se aleja permitiéndonos ver al músico. Un chico rubio de ojos azules que se halla muy concentrado en la canción que está componiendo, al menos hasta que un portazo rompe la quietud del ambiente.
Y es precisamente en ese momento cuando esta historia comienza.
A pesar de que es fácil imaginar que un golpe de tal magnitud hubiera logrado sobresaltar al más calmo, la verdad es que el músico, de nombre Ishida Yamato, si acaso dejó que la sorpresa se percibiera en una nota ligeramente desafinada. O tal vez fue una simple coincidencia. Su mente, para ser sinceros, estaba inmersa en un sitio muy lejano al departamento en el que se encontraba como para reparar en los insignificantes ruidos del entorno.
¿Pero dónde estaba? ¿O quién era el o la que había dado semejante portazo?
Si tal golpe no atrajo su atención, unos pasos especialmente ruidosos acercándose a él sí que lo hicieron.
Yamato alzó la cabeza lentamente, con pereza —que era como hacía todo, según Taichi—, y se sorprendió al encontrarse con una furiosa Hikari Yagami frente a sus ojos.
Si no estaba mal, era la primera vez que veía a la chica enfadada. Y Yamato tenía buena memoria, así que no había razón para pensar que se equivocaba.
Sus ojos bajaron imprudentes, hasta posarse en los zapatos de la menor. Otro hubiera pensado que en un descarado vistazo a sus piernas, cubiertas únicamente hasta por encima de las rodillas con una falsa tableada, pero para ser justos no era ese el interés del rubio en aquel momento.
Una pregunta filosófica, muy propia de un músico como él sin duda, surgió en su mente.
¿Podían unos pies tan pequeños hacer tanto ruido al caminar?
—Hola —saludó Hikari, haciendo que los azules ojos de Yamato volaran de regreso hasta los de ella, siempre a su propia velocidad, para algunos significativamente inferior a la del promedio.
—Hola.
El gesto de la chica fue suavizándose lentamente hasta casi acabar en una sonrisa, aunque el enfado con el que cargaba parecía no haberse disipado del todo aún y se notaba en la tensión de sus hombros.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con amabilidad, como siempre que se dirigía a él. Tenían una relación cordial que distaba mucho de ser igual de íntima que la que ella mantenía con Takeru o él con Taichi y Sora, pero que no dejaba de transmitir la cercanía que habían mantenido siempre, más por cosa de sus hermanos y amigos, que por un interés por parte de ellos mismos.
Yamato abrió la boca para responder, pero Hikari lo interrumpió, cosa que en un día bueno tampoco solía hacer.
—Ah, espera. Taichi te abandonó aquí, ¿no?
Ya era más que habitual que el mayor de los Yagami plantara al rubio por irse con su novia, y eso bien lo sabía Hikari que normalmente tenía el privilegio de contemplar los desplantes en primera fila.
Yamato se encogió de hombros, ya ni siquiera avergonzado de ser el excluido del trío que una vez había formado con Sora y el idiota de su mejor amigo.
—Bueno, estás como en tu casa. Aunque supongo que eso ya lo sabes —dijo la muchacha en medio de un suspiro—. Yo... estaré en la cocina. —Se alejó a grandes zancadas, con sus pies pequeños de princesa y pasos fuertes de gigante. Estaba muy, muy molesta.
El visitante, que más parecía inquilino (y de los que no pagan), volvió sin más a su labor. Poco entendía él acerca de la sensibilidad femenina como para saber que cuando una chica está molesta a veces necesita hablar y otras estar sola. Menos todavía iba a ser capaz de distinguir que Hikari pertenecía, en ese momento, al primer grupo; y él aparecía en el panorama como la opción más práctica, no la mejor o la que ella hubiera buscado, pero la que estaba a disposición.
La melodía lenta y triste del principio se volvió a escuchar por todo el pequeño salón, interrumpida ocasionalmente por uno que otro ruido bastante fuerte proveniente de la cocina, dando la impresión de que la chica removía muebles y trastos, quizá en busca de algo, o más probablemente intentando aplacar su ira. Pero una vez más el músico estaba demasiado metido en lo suyo como para prestar atención.
Al final Hikari regresó a donde el rubio estaba y con una expresión indeleble de enfado en el rostro se sentó en el otro extremo del sofá que él ocupaba.
La música no cesó en ningún momento ni los ojos de Yamato se desviaron ni por un segundo de las cuerdas del instrumento, incluso aunque su acompañante se removía incómoda cada tanto o golpeaba el suelo con un pie. Y así empezaron a pasar los segundos, rápidos y trémulos ante lo que se avecinaba, pues pronto la situación se hizo insostenible para la menor.
—¡Ya no lo soporto! —gritó cubriéndose la cara con ambas manos y agitando las piernas en una pequeña pataleta bastante impropia de la chica siempre apacible y amigable que todos conocían.
La respuesta, como era de esperar, demoró más de lo lógico en llegar.
—¿Ocurre algo? —preguntó Yamato casi sin inmutarse. Sus dedos deslizándose por las cuerdas en busca de la nota correcta y el flequillo cubriendo en parte uno de sus ojos, bloqueando el acceso a su mirada.
Que la menor de los Yagami presentara tal estado de enfado no dejaba de ser llamativo, pero cualquiera que conociera medianamente al rubio sabría sin duda que cuando se embarcaba en la composición de un tema poco le importaba que el mundo exterior estuviera colapsando afuera de su puerta.
—Sí que ocurre. Eres un idiota.
—¿Yo? —Levantó la cabeza de golpe, como si acabara de salir de una especie de trance, que bien podría ser la palabra indicada para describir el estado de estupor mental en el que se perdía con su música.
Que una chica te llamara idiota y tú no tuvieras idea de lo que habías hecho mal no podía ser bueno, y menos si esa chica era una Yagami. Si bien no conocía mucho a Hikari y menos todavía su faceta de enojo—que hasta pocos minutos atrás creía inexistente—, sabiendo cómo era el genio de su mejor amigo prefería no arriesgarse a cabrearla más.
—No, no, lo siento. No es contigo, Yamato-san. Es... supongo que es con el mundo.
Una pequeña arruga se formó en el ceño del rubio. Aquello sonaba más propio de un adolescente rebelde que de una niña dulce como lo era Hikari. Aunque viéndola bien, puede que niña no fuera el término más idóneo para definir a la chica que tenía frente a sus ojos. Un breve escrutinio, que aun así logró ponerla nerviosa, le bastó para comprobar que los rasgos más redondeados y aniñados que conservaba en su memoria en algún momento habían sido sustituido por unos suaves y más maduros.
¿Cuándo es que Hikari-chan había crecido tanto como para que pudieran llamarla adolescente, o casi una mujer?
¿Y cómo es que solo se daba cuenta hasta ese momento?
—En realidad... —continuó ella, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja con cierta timidez y apartando la mirada. Los ojos del chico puestos en ella lograban intimidarle, por lo que pensó que casi era preferible que volviera a ignorarla como antes. Además, viniendo de él no podías tomártelo personal—. Es Daisuke. Con él es que estoy enfadada.
Yamato torció los labios. Recordaba vagamente que Hikari y la mini copia de Taichi, alias Motomiya Daisuke, se habían puesto de novios. No, no era que el chico le cayera mal... exactamente. Solo se le hacía un tanto gritón y tenía una adoración por Taichi que rayaba en lo insano, al menos en su (nada humilde) opinión.
—Es normal que peleen al principio. Se están conociendo —dijo por decir algo (y lo más seguro es que se lo hubiera oído decir a alguien más antes, porque no era conocido precisamente por ser un gurú del amor), mientras sus manos volvían a afianzar su viejo bajo contra su hombro—. ¿Te importa si sigo tocando? —preguntó mientras rebuscaba en el bolsillo de su chaqueta hasta sacar una uñeta negra con detalles blancos.
Viniendo de él, que le preguntara si podía seguir tocando era toda una muestra de consideración, pero más un gesto que otra cosa. Hikari sabía que no podía negarse ni tampoco quería hacerlo. Honestamente le gustaba ver la forma en que se sumergía en su música y tampoco deseaba ser imprudente. Después de todo, ella había llegado a interrumpirlo, incluso aunque esa era su casa y no de Yamato.
—No, adelante.
Los dedos del chico, largos y llenos de imperfecciones propias de quien se pasaba gran parte de su tiempo con una guitarra o bajo en las manos, se deslizaron hacia abajo en el primer acorde.
—¿Y cuánto llevan?
La pregunta pilló desprevenida a Hikari, que no se esperaba que volviera a hablarle. Casi estaba lista para mimetizarse con el sofá y asumir su calidad de invisible ahora que él volvía a lo suyo. No creía que le importara en realidad, pero que preguntara a pesar de ello se le hizo lindo de su parte.
—Dos años y un poco más —respondió, sintiendo que las mejillas por alguna razón comenzaban a calentársele de más. Se mordió los labios y comenzó a juguetear con el borde de su falda.
A su lado, Yamato interrumpió un instante la melodía, para retomar casi enseguida sin que ella lo notara.
¿Dos años?
En serio él debía haber sido absorbido por un agujero negro o algo así, y recién se enteraba o acababa de ser escupido por él. Quizá el odioso de Taichi no dejaba de tener razón cuando le decía que vivía a su propio ritmo, uno más lento que el de los demás.
—¿Y qué es lo que te molesta?
Hikari dudó unos instantes, pensando que se trataba solo de una pregunta retórica o, en el mejor de los casos, preguntaba por simple cortesía, otra vez sin tener un genuino interés por la respuesta; sin embargo, estaba tan enfadada que necesitaba descargarse con alguien. Sacar todo aquello que llevaba tanto tiempo guardándose y le rasgaba el interior como miles de bichitos molestos abriéndose paso entre sus entrañas. Y así, antes de darse cuenta, comenzó a hablar.
La primera palabra fue difícil, la segunda un poco menos y cuando agarró el ritmo —y no me refiero exactamente al de la canción que sonaba de fondo—, acabó por soltarlo todo.
Le dijo lo infantil que era Daisuke y que al principio casi no discutían porque él siempre quería hacer lo que a ella le apeteciera, pero cuando lo enfrentó diciéndole que lo importante era hacer cosas juntos empezaron a discutir porque tenían intereses muy diferentes.
También le contó que después de haber estado tanto tiempo persiguiéndola y que ella le diera una oportunidad, les había costado avanzar, que casi se trataban como amigos y cuando se besaban él lo hacía con cierta torpeza (que todavía no superaba) y ella no se sentía del todo cómoda; que a veces no estaba segura de si en efecto le gustaba o lo que sentía era lo que se suponía que debía sentir, y otras tantas pensaba que el problema era él, que la idolatraba tanto que la trataba casi como algo sagrado y prefería no avanzar mucho por temor a estropear las cosas o quizá despertar de un sueño; alguna vez se lo dijo así.
Que tenía malos hábitos de los que prefería no hablar y había muchísimas cosas que lo exasperaban de él, pero seguía adelante porque lo quería. De qué forma, no lo tenía claro, pero lo quería y se aferraba a ello porque a pesar de las discusiones y malos ratos, también lo pasaban bien juntos y de alguna forma que no sabía explicar se sentía correcto y apropiado.
Yamato, sin perder la concentración, siguió tocando ininterrumpidamente mientras la escuchaba a medias. Su mente no solía necesitar más que algunas palabras sueltas para hilar las ideas y hacerse una idea general de lo que le contaban. Por suerte su buen instinto lo ayudaba, o en más de una oportunidad podría haber acabado metiendo la pata por interpretar mal las cosas (como le pasaba a Taichi a menudo). Después de todo, cuando no tienes la imagen completa de algo es fácil errar.
—No lo sé, con él me siento protegida y no sé bien cómo funcionarían las cosas si termináramos... —concluyó Hikari, jugando con sus dedos sobre su regazo.
A decir verdad, Yamato había resultado ser un buen confidente al final de cuentas. Sabía que estaba más en otra parte que en el salón y que probablemente solo escuchaba la mitad de lo que le decía, pero casi era preferible a que hiciera preguntas o comentarios que, de lo poco que lo conocía, imaginaba que hubieran sido sarcásticos.
Lo más seguro es que de haber mostrado una actitud activa en la conversación, no le habría podido decir ni la mitad de lo que le dijo considerando que no se tenían mucha confianza, lo que habría sido lamentable, pues para cuando terminó de hablar se sintió tan aliviada como hace tiempo no se sentía. También un poco desanimada, como un globo que se queda sin aire, aunque por sobre todo aliviada.
Apretó ambas manos en puños, un tanto inquieta ahora que se daba cuenta de que la verdad había hablado muchísimo y seguro lo habría mareado hace rato.
Pensó en agradecerle que la escuchara (aun si no era del todo cierto) y encerrarse en su habitación hasta que su hermano llegara, pero justo cuando se disponía a levantarse, Yamato dijo algo que la obligó a dejarse caer nuevamente sobre el sofá.
—Bueno, ¿qué esperabas? Te has puesto de novia con tu hermano, era obvio que esto pasaría.
Los dedos del chico se congelaron sobre las cuerdas en cuanto se dio cuenta de que acababa de pensar en voz alta y cuando Hikari se giró a mirarlo, absolutamente pasmada por lo que acababa de escuchar, se lo encontró con gesto contrariado y las mejillas ligeramente rojas; pues definitivamente, por más cierto que considerara lo que acababa de decir, no era un pensamiento que hubiera pensado compartir con la castaña, y menos de esa forma tan abrupta. Las palabras solo se habían colado por su boca y ahora tenía a la chica mirándolo, entre curiosa y sorprendida, sin saber cómo enmendar su error.
¿Qué debía hacer? ¿Disculparse? ¿Pedirle que lo olvidara?
Desechó la última idea por estúpida. Nadie olvidaba algo solo porque otra persona se lo pedía. La petición real que ocultaba detrás era: "¿Puedes no pensar en eso cada vez que me veas o al menos hacer como que no te acuerdas?"
Boqueó como pez fuera del agua durante algunos segundos y terminó por llevarse una mano a la frente queriendo que se lo tragara la tierra.
Él no era un imprudente, maldita sea. Él raramente compartía lo que pensaba a menos que alguien se lo pidiera expresamente.
¿Qué había sido ese momento de idiotez?
—Yo, en realidad yo...
—¡Hola familia! —gritó un alegre Taichi al atravesar la puerta de entrada que ellos no habían escuchado abrirse.
Ambos voltearon a mirarlo, casi como si acabaran de ser sorprendidos en algo malo.
—¿Qué son esas caras? —preguntó el castaño—. ¿Interrumpo algo? —Solo porque sabía que su hermana salía con Daisuke su voz no se tiñó de recelo al verlos a solas en el departamento. No era la primera vez que se los encontraba solos, aunque sí tal vez la primera que parecían inmersos en una conversación o algo semejante.
—Hermano... —Hikari fue la primera en reaccionar, levantándose deprisa—. Acabo de llegar a casa y me encontré a Yamato-san aquí así que me acerqué a saludarlo... —Técnicamente no era una mentira, salvo por el "acabo".
—Ya veo, no esperé que estuvieras todavía aquí, Yama —confesó el castaño, inclinándose hacia adelante para apoyar ambos brazos en el respaldo del sofá cerca de su amigo.
El aludido se encogió de hombros.
—No me di cuenta de que era tan tarde realmente...
—Lo imaginé. ¿Quieres quedarte a cenar? —ofreció—. Si mi madre estuviera aquí te lo diría y puedes verlo como una compensación por haberte plantado otra vez.
—Si me invitaras a comer cada vez que lo haces ya estaría obeso, Yagami —replicó Yamato, despectivo, mientras se levantaba del sillón y se disponía a guardar el bajo en su respectivo estuche.
Por el rabillo del ojo comprobó que Hikari seguía allí con la mirada perdida lejos de ellos y sosteniéndose un brazo con el otro. No podía decidir si lucía molesta o pensativa. En realidad, parecía más lo segundo, pero qué podía decir él que hace pocas horas acababa de descubrir que ni la niña impasible que conocía seguía siendo una niña, ni era siempre impasible.
—¿Yamato?
—¿Sí? —giró la cabeza hacia su mejor amigo, tal vez demasiado rápido, pues su cuello resintió el movimiento.
—Te decía que mamá llegará tarde hoy, pero podemos ordenar una pizza si quieres.
—¿Es que solo comes comida occidental cuando tu madre no está o vas a la universidad? —preguntó enarcando una ceja.
Taichi acababa de comenzar su segundo año de Ciencias Políticas —cuestión que por supuesto sorprendió a todos al principio—, y él apenas su primer año en la Academia de Música.
—Puedes cocinar si quieres... —añadió el castaño tentativamente, con una sonrisa socarrona.
Por estar distraído, Yamato acababa de caer en la trampa del castaño que ahora lo miraba suplicante.
—Oh, de eso se trataba. Me invitas a comer para compensarme y yo soy quien debe cocinar. En serio eres increíble, Yagami —dijo con fastidio antes de colgarse el bajo en uno de los hombros y encaminarse hacia la salida.
—Espera... ¿te irás?
—Es lo que estoy haciendo.
—Vamos, no seas tan rencoroso.
—No se trata de eso... —suspiró Yamato, deteniéndose cerca de la puerta y girándose hacia los hermanos—. Pero creo que por hoy he abusado de su hospitalidad.
—¿Qué dices? Si a Hikari no le molesta, ¿verdad? —preguntó mirando a su hermana en espera de una respuesta, cosa que no sucedió—. Siempre dice que cocinas muy bien...
El rostro de la aludida se tiñó de un suave carmín y por algunos segundos el aire y el tiempo parecieron congelarse entre los tres.
—Si a Hikari-chan en serio no le importa... —dejó salir Yamato casi en un suspiro. Desde luego lo del abuso de hospitalidad era una excusa, pero no quería quedarse si ella estaría incomoda por lo sucedido.
—Por mí está bien —susurró ella luego de unos breves instantes de titubeo.
—Ya la oíste. Me temo que te quedaste sin excusas para alimentar a este pobre par de hermanos hambrientos.
—Habla por ti —resopló Yamato, cambiando la dirección de sus pasos hacia la cocina.
El día terminó de escaparse entre anécdotas de Taichi, un par de comentarios escuetos de Yamato y un inusual silencio de Hikari acompañado de un aire contemplativo, actitud por la cual su hermano preguntó sin obtener una respuesta concisa, mientras los tres disfrutaban de la deliciosa cena que preparó el rubio y las miradas esquivas de dos de los comensales iban de un lado al otro de la mesa sin que sus ojos se encontraran ni una sola vez.
Yamato pensó que la chica realmente era frustrante. ¿Cómo iba a saber si estaba enfadada y necesitaba disculparse si no lo miraba?
Pero para cuando sugirió que ya era hora de marcharse, Hikari desapareció por arte de magia antes de que pudiera despedirse, haciéndolo perder así su última oportunidad de aclarar las cosas.
Pasaron varios días sin verse, aunque decirlo de ese modo bien podría considerarse un eufemismo pues no se trataba de una casualidad. Era Hikari quien lo evitaba, procurando no estar en casa cuando sabía que él estaría —lo que la había obligado a pasar un montón de horas en casa de Daisuke, Miyako o Takeru—, pero en su defensa podía decirse que Yamato no es que hubiera hecho gran cosa para encontrarse con ella; y si alguien lo llamara cobarde, la verdad es que poco tendría que decir o argumentar al respecto.
Hasta le hacía un poco de gracia estar admitiendo que tenía miedo a encontrarse con la chica. ¿Él, miedo de una niña? Sí, una niña. Su mente usualmente tardaba en actualizar la información percibida.
No obstante, cuando tienes tanto en común con otra persona —y entiéndase por tanto en común, a tu hermano y mejor amigo—, difícilmente puedes prolongar dicha situación por demasiado tiempo. En su caso, lograron evitar lo inevitable solo por dos semanas.
Cuando Hikari regresó de la preparatoria la tarde del martes, se encontró tanto con su hermano como Yamato, ambos repantigados en el sofá, inmersos en una partida de play.
Lo cierto es que estaba aburrida y cansada de pasar más tiempo en cualquier otra casa que en la suya, por lo que bien todo pudo ser obra de su rendición y no del destino que venía a refregarles su poderío en la cara, mostrándoles que no eran ellos quienes decidían no verse. Al menos el rubio no estaba solo y así era más difícil que se produjera algún momento incómodo entre ellos.
Pero, por supuesto, habría de producirse de todos modos. Sobre aquello no tenían control.
Los saludó escuetamente y anunció que se iría a cambiar de ropa, obteniendo por respuesta solo un gruñido de Taichi.
No pensaba salir de su habitación en toda la tarde; de todas formas, debía estudiar para un examen de matemáticas, pero su propio cuerpo fue quien la traicionó.
Tenía tanta sed que hubiera sido ridículo privarse de algo tan básico solo por temor a encontrarse de frente con el mejor amigo de su hermano.
¿Desde cuándo se había convertido en ese tipo de persona?
No lo era, aunque no tan en su defensa, decidió pasar rápido por el salón solo por si acaso. El problema fue que, de haber mirado, hubiera visto que Yamato ya no estaba junto a Taichi.
Se detuvo en el umbral que separaba el salón de la cocina. Pensó, durante un milisegundo, en darse la vuelta, sin embargo, los ojos de Yamato la capturaron antes de que pudiera acertar a moverse.
Por lo menos no era la única que estaba incómodo por lo que se podía ver.
El chico abrió la boca y la cerró enseguida, para después erguirse en toda su altura y cerrar el refrigerador. En una de sus manos sostenía dos botellas de cerveza.
—Hola... —Terminó por decir segundos más tarde.
—Hola —contestó Hikari, decidiendo en el acto que moverse era lo mejor que podía hacer.
Con agilidad, lo sobrepasó sin mirarlo para sacar un vaso desde el mueble superior que estaba a un lado y abrir la llave del lavavajillas hasta que lo llenó hasta el tope.
Yamato observó todo aquello en silencio, estando tentado en cierto momento a alcanzarle el vaso cuando la vio ponerse en puntas de pie para lograr tomarlo, solo que su lengua, como le ocurría a menudo a él, resultó ser demasiado lenta, y antes de que pronunciara una sola palabra o intento de, ella pudo hacerlo por su cuenta.
—Sobre el otro día... —comenzó a hablar él, aun sabiendo que sería una de esas frases que no terminaría por no saber cómo hacerlo.
Hikari, que ya se había llevado el borde del vaso a los labios para dar un sorbo, tragó con parsimonia y se volvió para enfrentarlo.
La verdad es que, si lo pensaba, no tenía ningún sentido lo que hacían. Ella no estaba enfadada ni él debería sentirse avergonzado, o cómo se sintiera —pues los sentimientos del chico le eran un misterio— por lo sucedido.
—Tenías razón —dijo cuando se hizo evidente que Yamato no seguiría hablando.
—¿Ah, sí? —preguntó él, no porque no lo pensara, sino porque no esperaba que ella lo hiciera. Sus cejas se alzaron, por primera vez desde que Hikari lo conocía, no con sarcasmo o escepticismo, sino con curiosidad.
—Sí. Daisuke y yo hablamos y... las cosas han estado yendo mejor —le explicó, sin detenerse en detalles innecesarios—. Creo que a veces me guardo demasiado lo que siento y hablar contigo me sirvió para aclarar mis ideas. Por eso quería darte las gracias.
«¿Darme las gracias? ¿Después de evitarme por dos semanas?», pensó Yamato. Sí que era una chica extraña; nada que no hubiera pensado antes.
—No me las des. No creo que haya hecho nada.
—¡Yamato! ¿las encontraste? —irrumpió la voz de Taichi desde el salón, seguida de unos pasos. Su cabeza no tardó en asomarse por la puerta ni su ceño en fruncirse al verlos atrapados en una especie de burbuja, mirándose el uno al otro, igual que lo había hecho semanas atrás—. ¿Qué son esas caras otra vez?
—¿Qué...qué caras? —Con dificultad, Yamato despegó los ojos de Hikari para mirar a su mejor amigo.
—¿Es que me están ocultando algo?
—¿Qué vamos a estar ocultándote? —preguntó Hikari, con voz serena—. A veces eres demasiado paranoico, hermano —se burló.
Sin embargo, cuando se giró para mirar por última vez a Yamato antes de abandonar la cocina, se sintió como si un secreto acabara de surgir entre ellos.
Luego de aquella conversación las cosas retornaron a la normalidad, con Hikari regresando directo a casa desde la preparatoria y Yamato pasando varias de sus tardes allí, algunas veces incluso sin que tuviera una cita con Taichi.
Lo cierto es que lo que fue solo una aclaración de lo sucedido, terminó rompiendo el hielo entre ellos de una forma que ninguno se lo esperó, haciéndolos sentir más cómodos respecto al otro.
Fue así que de compartir fríos y cordiales saludos, empezaron a conversar un poco más, primero de cosas superficiales y sin trascendencia, pasando luego a cosas un tanto más personales casi sin darse cuenta. A pesar de ser Hikari quien más hablaba —la chica nunca se había sentido tan parlanchina en su vida—, la relación no se sentía unilateral. Yamato la escuchaba y a veces, en sus días buenos, soltaba alguno que otro comentario y hasta algún intento de consejo.
Cierto día la vio afligida por una mala calificación en matemáticas y le preguntó por qué no había pedido ayuda antes, causando que se tensara y simplemente apartara la mirada.
«¿Vergüenza?», sopesó la posibilidad. No lo creía.
De repente la voz de Takeru retumbó en su cabeza:
—A Hikari no le gusta molestar a nadie. Pensarás que es una estupidez, pero cuando la conoces un poco aprendes a aceptarlo como parte de ella.
No recordaba cuándo ni de qué trataba la conversación en que su hermano le mencionó aquello, y lo cierto es que carecía de relevancia. Antes de que ella pudiera perderse en el interior de su habitación como a menudo hacía, siendo un terreno al que Yamato no se sentía con la confianza de acercarse y que generalmente implicaba que ella no deseaba hablar con nadie, le ofreció enseñarle. No era un experto, pero seguro se las apañaba mejor que Taichi.
La chica se congeló en su sitio y no supo qué decir. Al menos eso interpretó él.
A Hikari no le gusta molestar a nadie. Las palabras de su hermano una vez más hicieron eco en su cerebro.
—¿No sería mucha...molestia?
Yamato enarcó una ceja.
—¿Me preguntas eso a mí? ¿Sabes que tu hermano recurría a mí cada vez que necesitaba aprobar una asignatura?
—Es lo que digo... —Sus labios se tensaron en una sonrisa tímida—. No tienes que...
—No, no me entendiste. Digo que después de enseñarle a tu hermano, nada puede ser peor.
Y ante los ojos del chico, la sonrisa de Hikari se volvió amplia y sincera, lo suficiente para tocar notas desconocidas en el interior del músico y producir cierto sobresalto en su corazón del que no quiso ser consciente.
Nada puede ser peor. ¿Cuántas veces esa frase ha dado una lección a quienes lo dan por hecho o lo preguntan? Esa tarde Yamato se sumó a la lista.
Descubrió al instante que el problema de la chica no eran las matemáticas exactamente; bueno, la verdad no podía afirmarlo todavía, porque no es que hubieran conseguido resolver ni un solo ejercicio. El problema de Hikari, en una dimensión mayor a la de su hermano —que Yamato había creído insuperable—, era la concentración.
Se distraía tan fácil que resultaba inverosímil. Y frustrante. Muy frustrante.
—Hikari-chan, necesito que mires aquí —pidió por tercera vez.
La chica, malinterpretando su pedido, que se refería al cuaderno, se volteó a mirarlo a él.
—Deberíamos... vamos a dejarlo por hoy —dijo él, argumentando seguidamente algo sobre que no quería sobre exigirle, y luego se marchó sin decir nada más.
Se perdió algunos días, pero reapareció antes de que se cumpliera la semana. Hikari sonrió desde el umbral de la puerta al verlo en el sillón de siempre, de espaldas a ella, y con su infaltable bajo en las manos. Pensó que Yamato siempre reaparecía al final.
Con cautela, o quizá no tanta, pero ya hablamos de que la mente del rubio se perdía en otros universos cuando componía, logró acercarse sin que lo notara y se apoyó en el respaldo del sofá.
—Lo que haces con tu bajo es magia, ¿sabes? —comentó de la nada.
El chico, que no siempre entendía el propósito de las palabras de ella, como toda muestra de haberla oído dejó de tocar por un instante y luego retomó. Puede que también tensara un poco los hombros, aunque no es seguro.
—Bueno, me iré a cambiar...
—¿Te gustaría aprender?
Hikari se detuvo en mitad de su camino y lo miró por encima del hombro, a pesar de que él no la miraba a ella.
—¿Cómo?
—Que si te gustaría aprender.
—Soy de dedos torpes —confesó—. Y a decir verdad pensé que estarías enfadado por lo de la clase de matemáticas.
—¿Por qué pensaste eso? —Recién entonces giró un poco la cabeza para mirarla a los ojos.
—Porque hasta Takeru se aburre de enseñarme y él tiene una paciencia infinita.
—¿Insinúas que yo no? —La comparación, por algún motivo, le molestó.
—Lo único que estoy diciendo es que no tienes que hacerlo porque sea la hermana de tu mejor amigo.
—Si piensas que esa es la razón por la que lo hago, entonces eres más distraída de lo que pensé.
—¿Qué quieres de...?
—¿Vas a querer o no? —Solo Yamato podía ofrecer algo con tanta dureza esperando no espantar al destinatario.
La chica lo contempló en silencio unos segundos, sabiendo que no sería muy sabio jugar con su paciencia ni desaprovechar una oportunidad así. Que supiera, él nunca dejaba que nadie tocara su bajo.
—Vale.
Se acercó, sin quererlo, con sus talones alzándose en pequeños brincos, demostrando así más emoción de la que le hubiera gustado mostrar, y se sentó a su lado, solo un poco más cerca de lo que siempre lo hacía.
Yamato se quitó el bajo con cuidado, sacándose la correa por la cabeza y acercándose a ella para ayudarla a colocárselo correctamente.
—Afírmalo —Su voz fue casi una orden contra el oído de la chica, produciéndole escalofríos involuntarios que él no notó.
Luego la asió de la cintura, con menos seguridad de la que la que Hikari lo había visto tocar a otras chicas, y le tomó las manos, indicándole dónde debía poner cada una y la posición de los dedos.
Ella intentó prestar atención, puso todo su esfuerzo en ello, pero el perfume del chico la estaba mareando más de la cuenta.
—Esta es do —le dijo, otra vez muy cerca del oído, cuando se aseguró de que cada dedo estuviera en la posición indicada—. Toca.
—¿Solo así? —preguntó ella, girando la cabeza impulsivamente. Su frente chocó con el mentón del chico y ambos se miraron por unos segundos a los ojos, protagonizando una escena que al novio de la chica sin duda no le habría gustado ver.
—Sí, desliza los dedos con suavidad y firmeza.
Hikari se rio, causando que él frunciera el ceño.
—¿Qué es tan gracioso?
—Tu instrucción —dijo sin amedrentarse ante la dura mirada que le dirigía—. ¿Qué se supone que significa? Si algo es suave no es firme.
—No necesariamente. Significa que no frotes son demasiada fuerza o podrías dañarte las yemas, pero debes hacerlo con firmeza o no saldrá bien.
—Sigue sin tener sentido para mí. —La sonrisa seguía pegada en sus labios.
—Solo inténtalo. —Rodó los ojos. Comenzaba a descubrir que la menor podía ser tan exasperante como su hermano.
Ella asintió y se dispuso a tocar, rogando internamente por no hacerlo tan mal o destruir alguna de las cuerdas en el proceso, pero justo en ese momento la puerta se abrió, causando que ambos saltaran en sus lugares y se alejaran al menos un palmo de distancia.
Era una de esas situaciones en las que no podían saber si habían sido salvados por la campana, o condenados. Aquello dependía de quién entrara por esa puerta. Por suerte solo se trataba de Yuuko, que cargaba con un par de bolsas del mercado.
—Ah, Hikari. Estás aquí —sonrió la mujer.
—Mamá. Pensé que no llegarías hasta mañana. ¿Cómo está la abuela? —preguntó Hikari, levantándose del sillón para ir a ayudarla.
Yuuko llevaba varias semanas viajando fuera de Odaiba porque su madre estaba complicada de salud y no tenía a nadie que la ayudara. De allí que el departamento pasara casi todo el día solo, a excepción de los hermanos (y Yamato por añadidura), ya que Susumo llegaba tarde del trabajo.
—Bien. Ella está mejor, por eso he decidido venirme antes y pasar a hacer las compras. Conociéndolos sabía que estarían desabastecidos. ¡Yamato! —exclamó al verlo un par de pasos por detrás de su hija—. ¡Qué alegría verte por aquí! ¿Y Taichi? —Su sonrisa no decayó al hacer tal pregunta como hubiera ocurrido con el señor Yagami, que veía con cierta desconfianza que "ese jovencito" pasara tanto tiempo en su casa.
Su pregunta no escondía dobles intenciones ni era desconfiada, pero aun así logró incomodar al par de jóvenes, cuestión que la mujer no pasó por alto.
—Tenía entrenamiento de fútbol —respondió Hikari, apartando rápidamente las manos cuando Yamato le quitó las bolsas que ella acababa de quitarle a su mamá para llevarlas a la cocina.
—¿Están solos entonces? —insistió Yuuko, con ese tono de madre perceptiva que todo hijo llega a detestar en algún punto de su vida.
—No es lo que crees...
—¿Y qué debería creer, Hikari? —preguntó con una sonrisa pícara que hizo enrojecer a la muchacha.
—Nada. Porque no es nada.
—Siempre he dicho que Yamato es un buen chico. No me molestaría, ya sabes —dijo en un susurro.
—¡Mamá!
Por suerte el chico seguía en la cocina, porque de lo contrario Hikari no hubiera sabido cómo mirarlo después de la insinuación de su progenitora. Solo le quedaba rogar internamente que no hubiera escuchado nada.
—Está bien. No te pongas así... ¿cómo está Daisuke?
La castaña abrió la boca y la cerró al darse cuenta de que no tenía idea de qué responder.
—Lo imaginé —sonrió Yuuko.
