Como un hombre tan cuerdo puede llegar a volverse una bestia, acaso está en nuestros genes esa fe sanguinaria que lucha por diferenciar lo real de lo ficticio.

Acaso no existe la felicidad para personas que solo buscan compasión, las personas son malas, me he dado cuenta de eso en mis 28 años de vida. Fui abandonado en un bosque, allí una familia cuidó de mi durante 7 años, mientras que viví alejado de la sociedad supuse que esta me rechazaba.

Tal vez nunca quise alejarme del lugar donde crecí pero tuve que hacerlo para poder llevar una vida normal, tuve que dejar aquel bosque donde la luz no era necesariamente un atractivo, era aquel frío de un atardecer lejano donde el propio espacio devoraba el ruido y la visibilidad de este mundo. Mis padres me fueron arrebatados y enviados a los campos de concentración.

-¿Qué fue lo que hicieron para merecer eso? – Me dije creyendo escuchar una respuesta en el silencio.

Ahora solo, en un mundo dividido, donde sus propios tentáculos causan daño innecesario a naciones culpables.

Ya en la ciudad trate de buscar un empleo, a mis 7 años de existencia ¿Qué empleo podía conseguir?, solo en un rincón un hombre se me acerco, su rostro senil expresaba confianza y compasión, algo que no había visto en mucho tiempo. El me acogió y me enseño su trabajo, era un sastre honrado que se ganaba la vida para satisfacer las necesidades de completos extraños.

Mientras limpiaba un cuarto poco iluminado donde parecía que la vejez también había hecho de las suyas, me encontré con un gran armario, no dude en abrirlo porque era un niño, la curiosidad estaba presente. Dentro no había más que algo de polvo y un traje negro con una camisa blanca, aquellos colores parecían la unión de las sombras con una luz tétrica.

-¿Te gusta? – Me dijo el viejo

- Me encanta – Le dije aun mirando aquel traje

-Podrás usarlo cuando te quede, de hecho desde ahora es tuyo mi niño – Dijo mientras reflejaba cansancio en sus ojos

-Muchas Gracias – Le dije no tan emocionado porque aun mi mirada estaba concentrada en el armario

El tiempo pasó y cumplí 18 años, ya era todo un hombre por así decirlo. El viejo había muerto ya hace un tiempo, víctima del tiempo y sus caprichos. Seguí con su negocio, había aprendido casi todo de él pero no me contentaba con eso, solía ir a parques donde compartía algunas historias con los niños del pueblo, rememorando mis tiempos en el bosque de "Senkrad".