ZX: Rock On!

Por: Joey Hirasame

I - The Biometal's Chosen One.

"¿No te parece acaso este el peor lugar posible para esconderlo?" Preguntó una voz profunda y grave, rompiendo el silencio de la noche. Los pasos de ambas personas que transitaban las desoladas calles de la ciudad eran solo acompañadas por el cantar de los grillos y las luciérnagas en el aire. "¿Por qué no podemos simplemente guardarlo nosotros?"

"Es demasiado peligroso." Respondió el otro, sin dignarse a ver a su interlocutor a los ojos. "Además, si llegase a ocurrir lo peor-"

"Y las posibilidades de eso siendo una en un millón."

"-sería un desastre si llegasen a quitarnos ambas llaves." El primer hombre se detuvo, causando que el segundo lo imitara. "Además, de nada sirve quedárnoslo."

"Es lo único que queda de él." Espetó molesto. "Debemos atesorar su memoria."

"Debemos honrar sus deseos." Respondió de la misma manera, girándose por fin para mirar de lleno a su compañero. "Y no podremos hacerlo si esto cayera en manos equivocadas." No se dijo nada más por un rato, ambos siguieron su trayecto entre la noche por varios minutos, hasta llegar al río que dividía a la ciudad en dos partes. Bajaron los peldaños desde la acera hasta la terracería al borde del arroyo, y el más sereno de los dos se hincó frente al agua.

"¿Crees que lleguemos a verlo de nuevo?" Preguntó el hombre de pie.

"No." Respondió el otro, cortante. De entre sus ropas, sacó un pequeño objeto, envuelto en un pañuelo de seda azul. "Y quizá eso sea lo mejor… Nadie podría siquiera soñar con igualar a su propietario original."

Y junto con un mundo de secretos, ideas y recuerdos, aquel extraño objeto se hundió en las profundidades del río, para no volver a ver la luz del día, hasta que su legítimo dueño volviese a reclamarlo.


13 Años Después.

"¡Mi-Mi-Mi-Miércoles, Mi-Mi-MI-Miércoles!" Cantaba un muchacho de voz suave y juvenil. El chico saltó de la cama superior de una litera, revelando a la luz del sol que se colaba por su ventana su verdadera forma; era un muchacho joven, de cabello y ojos negros, piel pálida y complexión delgada, su rostro infantil era adornado por un par de pecas. Corrió hasta su alarma al otro lado de la habitación, y siguió bailando al son de una imaginada tonada en su cabeza. "¡Mi-Mi-Mi-Miércoles, Mi-Mi-Mi- ¡Levántate, Kouji!" El moreno siguió bailando, moviéndose justo a tiempo para evitar la almohada voladora que amenazaba con golpearlo en la nuca. "¡Levántate, hombre, llegaremos tarde!"

"Eres la única persona que es feliz un Miércoles en la mañana." Gruñó una voz, hundido entre sabanas y almohadas, en la cama inferior de la litera. Lentamente, del desastre emergió una mano, que después movió y revolvió todo hasta revelar al llamado Kouji.

Éste era un chico delgado, de cabello largo y desordenado hasta sus hombros, de color marrón, al igual que sus ojos. Su piel era solo ligeramente más morena que la del otro chico. Sus rasgos faciales eran difíciles de ver dado a la manera en que su cabello cubría casi todo, pero sus ojos fríos y vacíos atravesaban todos sus obstáculos para clavarse sobre el danzante chico frente a él.

"¡Ikki, Kouji, desayuno!" Llamó una voz femenina, a la que ambos hicieron inmediato caso. Claro, que mientras uno de ellos se levantaba a paso lento y desganado, el otro ya había salido a toda velocidad con rumbo al primer piso.

"¡Buenos días, mamá!" Exclamó Ikki, llegando apresurado a la cocina para depositar un beso en la mejilla de su madre; una mujer joven, de rasgos similares a los de Kouji, de estatura un poco más baja que la de los chicos. La mujer sirvió unos panecillos en un par de platos y los colocó sobre la mesa.

"Buen día." Murmuró Kouji, llegando directamente a la mesa. Sin mediar otra palabra, se metió uno de los panecillos a la boca.

"Buen día, muchachos." La señora dejó salir una corta risa, antes de caminar hasta su hijo y acariciar su largo cabello con un par de dedos. "Tienes el mismo apetito de tu padre." El aludido respondió con ligero gruñido, pero su madre no pareció inmutarse: lo conocía demasiado para ello.

"Date prisa con eso, hermano, o vamos a llegar tarde." Dijo Ikki, llegando también a la mesa con un par de vasos de leche. "Quiero creer que no has olvidado tu control de asistencia; una falta más y se acabó todo para ti."

"No." Respondió el castaño, antes de dar un último bocado a su comida y tragar todo el contenido de su vaso de un solo golpe. "Pero francamente no me importa." Y dicho eso, se levantó, tomó su mochila de un rincón, y huyó de escena, seguido de cerca por su hermano.

"Nos vemos después, mamá." Llamó Ikki, seguido por el sonido de la puerta cerrándose.

"¡Qué tengan un gran día!" La señora dejó salir un pequeño suspiro, antes de girarse hacía la pared en la que descansaba un retrato; en él, había cuatro jóvenes, tres chicos y una chica, todos sonrientes y haciendo ademanes a la cámara. "Me pregunto… qué pensarías si supieras que tu propio hijo te odia."


"¡Detente!"

"¡Arrepiéntete, pedazo de basura!"

"¡Sakuraba, suéltalo en éste instante!"

Tuvieron que intervenir tres profesores para separar al mayor de los hermanos Sakuraba de otro de los estudiantes; dicho estudiante al borde de la inconsciencia. Aún entonces, Kouji forcejeaba para liberarse del agarre de los adultos.

"¡Sakuraba Kouji!" Exclamó un hombre de edad avanzada, caminando a paso apresurado hasta el castaño. "¡¿Podrías explicarme qué demonios tienes en la cabeza?! Este es un santuario de la enseñanza, la educación y los modales- ¡No un ring en el que puedes comportarte como un animal!"

"Él comenzó."

"¡No me importa quién comenzó!" Le cortó el señor, antes de gritar al aire. "¡Ikki, preséntate en este instante!" A paso lento, de entre la multitud de estudiantes que se había aglomerado en la cafetería, emergió el menor de los hermanos. El de cabellos negros lucía un enorme moretón en su ojo derecho. "¿Qué te sucedió, hijo?"

"Me golpeé."

"¿Con qué?"

"Una manzana." Respondió él, sonriendo apenado. "Estoy seguro de que fue un accidente."

"No fue un maldito accidente. ¡Ese pequeño hijo de perra se la arrojó!"

"¡Sakuraba, cuida tu lengua!" Kouji tuvo que morderse los labios con fuerza para no seguir gritando. "Todos a mi oficina. Eso te incluye a ti, Ikki."

"Pero señor-"

"¡A mi oficina he dicho!"


Llevaba esperando afuera de la oficina del director ya veinte minutos, durante los cuales, se atrevería a apostar, su hermano estaba recibiendo uno de tantos sermones que ya había aprendido de memoria. Esta no era la primera vez que se metía en problemas, y no estaba ni cerca de ser la última.

El de ojos negros inspeccionó sus alrededores con la mirada, perezosamente sentado en una silla de plástico. Miraba el reloj de pared- ya habían perdido la mitad de la siguiente clase- a la secretaria escribiendo a una velocidad impresionante en su computadora, un montón de papeles regados sobre la mesa en el centro del lugar; si, ese lugar siempre lucía bastante igual.

Existen solo un puñado de momentos que quedan grabados en nuestra memoria por el resto de nuestras vidas; para Ikki Sakuraba, ese fue uno de ellos. Y es que al verla entrar no pudo apartar su mirada de ella; la elegancia en sus pasos, su sonrisa de princesa, su largo cabello negro cayendo apenas por arriba de su cintura. Aquel par de ojos azules leyendo con cuidado un trozo de papel delicadamente sujeto entre sus pálidos dedos.

"Nos vamos." Escuchó decir a su hermano, y antes de que pudiese argumentar u opinar al respecto, éste lo sujetó del brazo, lo levantó de la silla y lo arrastró a toda velocidad fuera de la oficina. Sin embargo, Ikki no apartó su mirada curiosa de aquella muchacha sino hasta que ya no tuvo más remedio.


"No debiste haberlo golpeado, ¿Sabes?" Eso era tan típico de Ikki; abogar por los tipos que abusaban de él. Era tan correcto, tan justo. Demasiado para su propio bien. A paso lento, subían una oscura escalinata. Vieja, que rechinaba con cada paso que daban. "Te meterás en problemas un día de estos."

"Sigo esperando a que entiendan que no deben meterse contigo." Respondió Kouji, aún con la mirada al frente, tratando de no tropezar. "Deberías levantar la voz de vez en cuando- Demostrarles que no pueden tratarte como les venga en gana."

"Tendría que ser violento y agresivo, además de lidiar con el pobre entendimiento de muchos, y nadie quiere eso." Sonriente, el moreno dio por terminada la charla. Kouji rodó los ojos, exasperado, justo cuando llegaron a la vieja puerta que marcaba el final del trayecto. Al abrirla, los rayos del sol les golpearon directamente en el rostro, impidiendo su visión.

Cuando sus ojos se acostumbraron, se encontraron frente a frente con aquel cielo despejado de medio día. El techo de la escuela siempre era un buen lugar para perderse un rato, saltarse un par de clases o inclusive esconderse de alguien; los hermanos mantenían ese lugar como un santuario al que podían huir cuando fuese necesario. El lugar en sí no tenía nada de especial, era solo un rectángulo, del tamaño de una cancha de tennis, delimitado a sus alrededores por un cerco de dos metros y medio.

"Me parece ridículo que-" El castaño calló, al mismo tiempo que se detenía en seco, y sintió como su hermano impactaba contra su espalda.

"¿Qué? ¿Por qué te detienes?" Ikki miró por encima del hombro de su hermano; ahí, justo frente a ellos, con las manos firmemente sujetas al enrejado, estaba aquella chica de antes, la de la oficina de dirección. Ella pareció notar la presencia de ambos, pues se giró lentamente sobre sus talones, y reveló sus grandes ojos azules a los chicos.

"Oh, hola." Murmuró ella, evidentemente sorprendida. "No sabía que la gente de verdad venía aquí arriba."

"No es algo muy común, para ser francos." Comentó Ikki, pasando de largo a su hermano. "De hecho creo que somos los únicos que se atreven a subir, esas escaleras son muy viejas y podrían colapsar en cualquier momento."

"Eso es realmente alentador." Tras ese comentario, ambos compartieron una corta risa. Sakuraba avanzó un poco más, para después extender su mano a la muchacha.

"Sakuraba Ikki. Un placer." La de ojos azules dudo por un segundo, antes de hacer una corta reverencia y después estrechar su mano.

"Okazaki Tomoyo." Entonces, la mirada de la muchacha pasó por sobre Ikki, hacía el silente chico reclinado contra la puerta. "¿Y tú?"

"Desinteresado." Gruñó el castaño, para luego tratar de dar media vuelta. Sin embargo, Ikki velozmente se enganchó de su hombro, impidiendo su escape.

"Sé amable." Pidió el moreno, en voz baja. Ikki se giró hacia Tomoyo, sonriendo a manera de disculpa. "Él es mi hermano, disculpa sus modales."

"No hay problema." Respondió de inmediato, antes de hacer otra reverencia, esta vez al mayor de los hermanos. "Mucho gusto, Sakuraba Desinteresado." Ikki sonrió divertido a la broma, pero al aludido no le causó tanta gracia. Se sacudió a su hermano del hombro y procedió a retirarse. "Parece ser un tipo agradable."

"De verdad, lo lamento mucho." El chico se llevó las manos a los bolsillos y caminó hasta un extremo del lugar. Recargó su frente sobre el enrejado y dejó salir un suspiro. "Él siempre es así cuando trata con gente nueva."

"Está bien; tengo un primo pequeño que es exactamente igual." Comentó ella, marcando una sonrisa más en los labios del chico.


Así era como le gustaba la escuela: vacía. Al atardecer, lo único que se escuchaba por los pasillos del instituto era el sonido de la escoba raspando el suelo, y de vez en cuando un par de pasos sobre las baldosas. Realmente, hacer la limpieza era un castigo un tanto insuficiente, considerando la sarta de horrores que cometía el mayor de los Sakuraba en una base diaria, pero Kouji no se quejaba. Prefería limpiar a solas que tener que ir a algún lado a hacer servicio comunitario, o dios no lo quiera, caridad.

Le gustaba la soledad- la soledad era su amiga. La soledad no necesitaba de pláticas estúpidas y sinsentidos, no necesitaba incómodos saludos al encontrarse por la calle, no necesitaba fingir interés. La soledad y su familia eran lo único, lo que traía significado y balance a su mundo.

Y claro, estaba ella, ahí parada frente a la entrada del aula, con la puerta cerrada detrás de ella. Kouji le miró por dos segundos de reojo, antes de seguir barriendo.

"¿Castigado?" Preguntó ella, a un par de oídos sordos. El castaño siguió con su tarea, aún cuando la ojiazul fue a sentarse sobre el pupitre más cercano a él. "Déjame adivinar: ¿Eres un chico malo?"

"Largate."

"¡Sakuraba, no eres mudo!" Exclamó la muchacha, antes de colgarse del cuello del chico. Este rápidamente y con más rudeza de la necesaria se deshizo de ella, y se alejó como si de un leproso se tratase. "De acuerdo, comienzas a irritarme."

"Te tomaste tu tiempo, ¿No?" Tomoyo dio un pequeño salto y se puso de pie, se cruzó de brazos, y con la mirada fija en el castaño, dio un par de pasos hacia él.

"¿Acaso tienes un problema conmigo?" Kouji se soltó a reír. No muy estrepitosamente- como si acabasen de contarle un buen chiste.

"No te halagues, no eres tan importante como para ocupar espacio en mi mente." Comenzó él. Decidió dejar la escoba recargada sobre una pared, y se giró para encarar a su interlocutora. "No eres especial. Eres solo una chiquilla tonta más."

"¿Eso crees?" Gruñó la de ojos azules, antes de dar un paso más, poniéndose justo en la cara de Sakuraba. "Eres todo un genio, entonces. Conoces a las personas con solo haberlas visto un par de segundos."

"No seré un genio, pero ciertamente no soy estúpido." Murmuró, antes de echarse hacia atrás. "Okazaki Tomoyo; como en Okazaki Waterworks." Ante esto, los ojos de la morena se abrieron un poco más de lo usual. "La compañía que surte de agua limpia a medio país."

"Es solo el apellido- es coincidencia."

"Claro; porque tu madre nunca ha mencionado tu nombre en entrevistas ni nada parecido." Kouji rió por lo bajo, mientras la nueva estudiante le miraba con desdén. "Eres solo una niña mimada, que por capricho se enroló en un colegio público; serías un pez grande en un estanque pequeño, y acapararías la atención de todos. Tienes complejos narcisistas al ser hija única de una adinerada familia y crees que todos somos insectos que deben cumplir cada una de tus exigencias. Bienvenida al mundo real, princesita; no eres diferente a los demás, eres solo una estúpida más."

Lo siguiente le tomó desprevenido. Tratandose de una chica, lo máximo que esperaba era una bofetada, una patada o algo similar- Tomoyo acababa de darle un puñetazo en el rostro, uno muy fuerte. De ser otra persona, probablemente hubiese terminado en el suelo por el impacto, pero Kouji solamente enderezó el rostro, mirando hacia abajo levemente, a aquel par de gélidos zafiros.

"Asumes demasiadas cosas." Murmuró ella. "Asumes que me conoces, que me tienes completamente descifrada, pero no es así." La muchacha respiró profundamente, quizá para tranquilizarse, quizá para estar segura de que su voz no se rompería a media oración. Quién sabe. "Quizá algo te sucedió antes, quizá el mundo te ha decepcionado, pero entonces… asumes que todos te traicionarán eventualmente, que te dejarán de lado. Y de ser así, siento lástima por ti, Kouji Sakuraba… de verdad te compadezco."

Y dicho eso, Okazaki huyó del salón a toda velocidad.


Bajo un cielo nocturno sin estrellas, los hermanos caminaban entre la multitud de gente, en calles atestadas a más no poder por automovilistas y transeúntes. El menor iba sonriendo y hablando sin parar de algo, pero Kouji no podía prestarle mucha atención; su mente no dejaba de repasar los eventos de aquella tarde, la mirada de aquella chica.

"Asumes que todos te traicionarán eventualmente, que te dejarán de lado."

Esa era la realidad: todos se marcharían tarde o temprano. El mundo estaba lleno de traidores y desertores… como él. ¿Qué podía saber ella del mundo? ¿Qué le daba el derecho de juzgarlo sin siquiera conocerlo? Le hacía rabiar, esa chica le provocaba hervir la sangre.

Eso era nuevo. Por lo regular, la gente no causaba emociones en él, simplemente le daban igual.

"¿Me estás escuchando, Kouji?" Sus ojos se abrieron de más al escuchar su nombre, y girándose levemente hacía su derecha, pudo ver a Ikki mirándole preocupado. El castaño retomó la compostura y siguió caminando, con su hermano menor siguiéndole de cerca.

"¿A qué demonios venimos al Primer Distrito?" Ikki sacó de entre sus ropas una pequeña nota, para después leer el contenido.

"Esa chica, Tomoyo, nos citó aquí." Al instante, Kouji se giró sobre las puntas de sus pies y dio media vuelta. "¡Oye, espera!"

"¿Qué te hace pensar que quiero verla?" Preguntó el de ojos marrones, sin girarse a ver a su interlocutor. "¿Acaso no entiendes que no soporto estar cerca de ella?"

"Dices eso como si la conocieses desde hace mucho; solo hemos hablado una vez con ella." Sin embargo, las palabras de Ikki no detuvieron a su hermano. "Kouji… Creo que deberías intentar abrirte un poco más a la gente."

"No necesito gente; tengo toda la que necesito."

El mayor intentó apresurar el paso, pero sintió algo prenderse de su mano, obligándolo a frenar en seco. Miró por sobre su hombro, directo en aquellos ojos negros que había visto desde que tenía memoria; Ikki lucía preocupado, tratando de encontrar las palabras exactas para comunicar sus pensamientos.

"¿Por qué no le das una oportunidad?" Murmuró él. Y escucharlo fue una hazaña increíble, considerando que la gente no había parado de circular a sus alrededores. Pero por un instante, todo el ruido rodeándoles, desapareció, y solo quedaron ellos, en medio de las luces urbanas. "Crees que relacionarte con más personas es un desperdicio, pero hermano… ¿No has pensado que yo no comparto esa forma de pensar?"

Y entonces, el castaño haló de su mano, desprendiéndose de la de Ikki. ¿Cómo no había pensado en eso? ¿Realmente fue tan estúpido como para creer que Ikki pensaba de la misma manera? No, no fue eso… todo este tiempo escogió creerlo porque hacía las cosas más sencillas.

"Haz lo que quieras. Pero no me involucres en ello." Y con eso, Kouji terminó de marcharse, dejando atrás a su preocupado pariente.


Llevaba esperando ya a aquellos chicos cerca de una hora. Bueno, esperaba a Ikki- podía apostar su vida a que Kouji no se presentaría. Sentada en una banca sobre la acera, con las manos descansando sobre su regazo, mientras uno que otro transeúnte le miraba de reojo, la muchacha cerró los ojos, tratando de rememorar su plática con el menor de los hermanos.

Era un buen chico- era divertido, amable y ciertamente era muy inteligente. Odiaba admitirlo, pero el otro quizá no estuvo tan equivocado; si fue ella quien pidió ser inscrita en un colegio público, porque la gente en las escuelas privadas era, en muchos de los casos, completamente insufrible. Claro, ella no era perfecta, pero desde la forma de ser, hasta sus intereses y gustos, no había conocido a alguien remotamente interesante en aquellos lugares, y valla que había estado en muchos de ellos.

"¿Llevas mucho tiempo esperando?" Escuchó a alguien susurrar en su oído, y tuvo que morderse los labios para evitar sonreír.

"Algo. ¿Acaso en tu escuela no les enseñan a ser puntuales?" El muchacho rodeó la banca y se sentó junto a Tomoyo, sonriendo durante todo el proceso.

"Nah. Trataron de inculcarnos buenos valores y costumbres." Dijo él. "Y el resultado fue mi hermano." Ahora lo que tuvo que evitar ella, fue gruñir. Ciertamente no quería pensar en aquel sujeto. "¿Quieres ir a algún lugar en especifico?"

"De hecho-"

Antes de poder terminar la frase, se vio interrumpido por un sonido extraño: un golpe seco, de tal estruendo que todos los transeúntes pararon con lo que hacían. La multitud entera en las calles se detuvo, y los murmullos comenzaron a correr por el aire, viéndose interrumpidos nuevamente por una réplica de aquel mismo sonido, esta vez más fuerte.

"¿Qué fue eso?" Murmuró Tomoyo, sin embargo, Ikki no respondió. El muchacho se levantó de su asiento y tomó la mano de su amiga, dispuesto a huir de ahí.

"Tenemos que-" La voz del chico se ahogó entre los gritos de horror de la gente. En medio del cruce más cercano, las personas se habían vuelto locas, y se alejaban de la calle como si estuviese en llamas. Después de unos instantes, Ikki pudo ver la causa: el concreto se estaba partiendo.

Salido de las pesadillas de algún mecánico, una extraña máquina emergió de las profundidades de la tierra, arrancando un alarido estremecedor de la población. Aquello era enorme; una criatura mecánica- una serpiente- de colores púrpura y plateado, de varios metros de largo, con largos colmillos saliendo de sus fauces y brillantes ojos amarillos. El objeto no identificado arremetió contra el edificio más cercano, partiendo su estructura, provocando que varios trozos de él cayeran al suelo.

"¡Hay que salir de aquí!" Gritó el moreno, dando un tirón de la mano de la otra, mientras todos los presentes les pasaban de largo. Sin embargo, la serpiente cargó contra los autos en las calles. Los vehículos volaban por los cielos y caían en medio de explosiones y sonidos estridentes. Pronto las calles se vieron bloqueadas por escombros y gente pasando unos por encima de otros.

"Esto se ve mal."


Durante el trayecto de vuelta a casa, Sakuraba pensaba en todo lo que había dicho aquella chica, lo que había dicho su hermano, lo que había dicho su madre; las únicas tres personas con las que se había dignado a tener conversaciones decentes y completas en quién sabe cuántos años. ¿Por qué fue que comenzó esto? ¿Quién defraudó su confianza en primer lugar, y lo arruinó para el resto del mundo?

"Si. Fue su culpa."

Ese hombre, lo rompió- a él y su fe en el mundo. Todo era su culpa.

Estaba a punto de sumergirse en un análisis reflexivo acerca de su vida, el mundo, el universo y todo lo que habitaba dentro de ellos, pero se vio interrumpido cuando el pandemonio se desató en las calles; gente corriendo a toda velocidad, mujeres gritando, sirenas estallando en alboroto al horizonte. El muchacho pudo ver cómo un tanque del tan llamado Cuerpo Armado de Gear City acudía al llamado del deber a toda velocidad, en dirección a-

"¡Maldita sea!" Sin pensarlo dos veces, Kouji volvió sobre sus pasos, a toda velocidad, evadiendo al aterrorizado público que corría en dirección opuesta. "¡Abran paso! ¡Quítense, deprisa! No puede ser, no puede ser… ¡Ikki!"


"¡Cuidado!" La enorme criatura mecanizada destrozaba todo a su alrededor; edificios, aceras, automóviles, todo esto al mismo tiempo que contraatacaba los inútiles esfuerzos del Cuerpo Armado por detenerla. Apenas empezó el ataque, Ikki se las ingenió para esconderse junto con Tomoyo detrás de una pila de autos, pero los tanques militares y los escombros bloqueaban su ruta de escape.

"¿Qué-Qué es esa cosa?" Preguntó la ojiazul, mirando en completo terror por encima del capo de un auto, a aquella serpiente enfrascada en combate completamente unilateral con el Cuerpo Armado. "Ni siquiera lo rasguñan."

"Nunca había visto algo como eso." Explicó el joven, tratando de mantener la calma. "Espero que esto no cambie tu opinión acerca de Gear City; a nuestra cámara de comercio no le gustaría eso."

"Idiota." Rio la muchacha, hincándose de nuevo junto a su nuevo amigo. "¿Cómo puedes bromear en un momento como éste?"

"Todo estará bien." Murmuró él, antes de sujetar con delicadeza la mano de Tomoyo. "Ya lo verás."


"¡Ikki!"

"Niño, no puedes pasar." Apenas trató de saltar la barricada que montaron los militares, un par de oficiales lo detuvieron.

"¡Mi hermano está allí!" Exclamó, colérico, tratando de liberarse del agarre de aquellos dos. Obviamente sus esfuerzos fueron inútiles. "¡Tengo que saber si está bien!"

"¿Acaso estás loco? Niño, hay un monstruo allí adentro." Dijo uno de ellos, sonando genuinamente preocupado. Por un segundo, Kouji dejó de forcejear.

"¿Monstruo?" Preguntó, antes de que los oficiales lo empujaran, liberándolo. "¿Qué clase de monstruo?"

A respuesta, la serpiente mecanizada rugió, antes de hacer acto de presencia frente a los tanques del cuerpo armado. Los cañones se dispararon a diestra y siniestra, pero ningún tiro fue suficiente para detenerla. El enemigo avanzó, y tomó uno de los tanques entre sus fauces, para triturarlo de una simple mordida.

"¡¿Qué diablos es esa cosa?!" Exclamó Kouji, pero su duda nunca fue respondida. Los militares siguieron disparándole, y mientras tanto, el castaño corrió directo a la zona de guerra.

"¡Niño, vuelve!" Gritó un oficial, pero Sakuraba ya estaba demasiado lejos. Sin embargo, el sonido de los apresurados pasos del muchacho no pasó desapercibido por el enemigo. La serpiente giró sobre sí misma, dispuesta a seguirlo. "¡Disparen, vacíen los cartuchos!"

Dicho y hecho, los cañones y rifles lo dejaron ir todo en contra de la máquina, mientras que esta, en carrera contra el intruso, no se detenía por nada. Kouji dobló en un callejón angosto, pero la serpiente le siguió, forzando su entrada, destruyendo todo a su paso. Debido a lo estrecho del pasaje, su velocidad se redujo, por lo que el chico tenía mejores posibilidades para huir.

"¡Ikki!" Gritó, una vez fuera del callejón. Anunciado por una explosión, la serpiente arribó también a la calle. "¡Ikki, maldita sea!"

Era imposible que pudiese competir con esa cosa en términos de velocidad. Abriendo sus fauces, la serpiente cargó de lleno contra el muchacho. Sin embargo, en un oportuno reflejo, Kouji se sujetó de sus colmillos, y aprovechó el ímpetu de la máquina para montarse sobre su cabeza. Y así, sujeto a la serpiente como si la vida se le fuese en ello, y probablemente así era, ambos se deslizaban por las calles a gran velocidad.


Por otro lado, Ikki y Tomoyo habían logrado huir lejos del distrito comercial de la ciudad, y habían llegado al viejo puente sobre el río, que dividía a Gear City en dos partes. Con la respiración agitada, ambos cayeron de rodillas al suelo.

"Creo que lo perdimos." Comentó el chico. Ikki bajó la mirada al suelo, donde una de las manos de Tomoyo se encontraba apoyada, temblando sin control. "Tranquilízate, todo estará bien."

"¿Cómo puedes decir eso?" Preguntó ella, llevándose ambas manos al rostro, ocultando sus ojos. "¿Acaso no viste esa cosa? ¿Acaso no te diste cuenta de que nadie podía detenerla?"

"No sé si alguien puede detenerla." El moreno posó una mano en el hombro de la chica, y con la otra retiró una de las de ella de su cara, obligándole a mirarlo. "Pero no dejaré que te suceda nada a ti- mientras estés conmigo, estarás a salvo."

Alertados por el rugir de la serpiente, ambos se pusieron de pie, y estuvieron a punto de echarse a correr nuevamente, pero fue demasiado tarde. La máquina venía a toda velocidad por la calle, con un chico montado en su cabeza.

"¡Kouji!"

"¡Ikki!"

La serpiente se detuvo en seco, y debido a la inercia, el castaño salió disparado al firmamento oscuro, y después cayó pesadamente al río.

"¡Kouji!" Exclamó el menor de los Sakuraba, haciendo ademán de ir tras él, pero un nuevo rugido de la máquina le recordó su promesa a Tomoyo. La serpiente avanzó hasta ellos, lentamente, tentando el terreno. Ikki se plantó frente a su amiga, aprentado la mandibula, temblando de miedo. No, no era miedo; era pavor, terror, angustia, impotencia al saberse incapaz de defenderla- de ayudar a su hermano. Ikki nunca maldecía, pero la situación lo ameritaba. "¡Maldita sea!"

Y entonces, emergió aquel rayo de esperanza.


Ahogado.

De todas las posibles maneras en que pudiera morir, moriría ahogado. Pudo haber muerto devorado por aquella serpiente, eso hubiese sido muy épico; pudo morir aplastado por un trozo de pared, no había vergüenza en ello. Pero no, él moriría ahogado. Un final decepcionante, para una vida decepcionante.

No, no podía morir así- no ahí, no en ese momento. Tenía que salir y asegurarse de que su hermano estuviese a salvo, de que no le pasara nada a su madre, de que la otra ti-

No, solo ellos dos. Solo ellos importaban.

Abrió los ojos al escuchar un chasquido. ¿Cuándo fue que los cerró? En todo caso, estaba de cara al fondo del río, lleno de basura y de rocas. Pero en medio de todo aquello, hubo algo que llamó su atención: un artefacto brillante, cubierto en su mayoría por un viejo pañuelo azul. Estuvo a punto de extender su mano por él, ¿Pero en qué diablos pensaba? Su hermano estaba en peligro, no había tiempo para admirar cada cosa brillante en el mundo.

Rodó sobre sí mismo para intentar nadar a la superficie, pero se detuvo en seco; ahí, bañado en la luz de luna que se colaba en el agua, había una persona, flotando sobre él a una buena distancia. Las condiciones no eran las mejores, así que no podía identificarlo, no podía distinguir mucho de él, ni sabía si era un hombre o una mujer. Pero sabía algo, algo era seguro.

Sonreía.

Y fue entonces, cuando aquel objeto brillante a espaldas de Kouji comenzó a brillar. Envuelto en un resplandor azul, el artefacto salió del velo tras el que se ocultaba, y flotó hasta tocar la espalda del muchacho. Esa misma luz rodeó al castaño, y pronto, ya no sintió dolor, no sintió la muerte acercándose a reclamar su alma.

Sintió en su lugar aquello que tanto necesitaba en ese momento. Seguridad, valor y, por sobre todas las cosas, poder. Un inmenso poder corriendo por su cuerpo.

Por su parte, fuera del río, Ikki y Tomoyo admiraban atónitos aquel pilar de luz que había emergido del río. Justo cuando ocurrió aquel fenómeno, la serpiente se olvidó de aquel par y cargó contra la luz.

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De ese pilar de luz, surgió un hombre, envuelto en una brillante armadura de color azulado, con una gema roja adornando su casco y un cañón de buen tamaño en su brazo derecho. Sus ojos marrones se alzaron levemente sobre la bestia mecánica frente a él, apuntó su cañón a su rostro, brilló con una luz amarilla por unos segundos y después, un disparo fue suficiente para derribar por primera vez al enemigo.

"¡¿Qué es esa cosa?!" Exclamó Tomoyo, apoyada sobre la baranda del puente, sonriendo ampliamente a su salvador.

"Biometal…" Murmuró el héroe en armadura, mientras admiraba el poder devastador de su humeante cañón. "Model X…" No tenía idea de por qué decía esas cosas, simplemente aparecían en su mente, con la voz de una mujer. Acompañados por una frase más. "Yo soy… Mega Man. ¡Mega Man Model X!"

La serpiente rugió, antes de ponerse en pie nuevamente y arremeter contra el de azul. Esta vez, el héroe se mantuvo firme, y sujetó con ambas manos a la bestia por sus colmillos. Sonrió, sorprendido y agradado por su propia fuerza. Sin embargo, comenzó a retroceder, hundiéndose en la tierra. La serpiente lo arrojó violentamente al aire, y acto seguido saltó para tratar de devorarlo. Pero Mega Man fue más veloz; giró en el aire sobre sí mismo, cayó en picada sobre el lomo de la serpiente y se deslizó hasta caer al suelo.

"Te llegó…" Nuevamente, su cañón brilló con esa luz amarilla, lo apuntó al enemigo, y gritando, disparó. "¡La megahora!" Aquel rayo de luz impactó de lleno en su rostro, y la explosión resultante fue tal que el cielo nocturno se iluminó en su totalidad. La serpiente cayó al suelo, batallando para levantarse nuevamente. No le daría la oportunidad- el héroe corrió, saltó y se posó nuevamente en el lomo del enemigo. "¡Termina de morir!"

Un disparo tras otro, por varios minutos, resonó por todo el lugar. Aún cuando la máquina no hacía un esfuerzo por levantarse, Mega Man seguía disparando. No fue hasta que el rostro de aquella bestia quedó irreconocible que el hombre quedó satisfecho. Bajó de un salto, respiró hondo, y la armadura que protegía su cuerpo desapareció en un tenue parpadeo de luz. Todas las piezas se juntaron frente al chico para formar un solo pequeño artefacto de colores azul, rojo y blanco, el cual cayó en la mano de Kouji.

"Biometal Model X." Murmuró el castaño, y sonrió. No una enorme sonrisa, solo una pequeña mueca ladeada.

"¡Eso fue increíble!" Exclamó Ikki, llegando a la escena para taclear a su hermano en un abrazo. No derribándolo solo por poco. "¡¿Cómo?! Acabas de- de- de ¡Ah!"

"¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame!" Y en medio de risas y súplicas por el respeto al espacio personal, ninguno de los hermanos se percató de Tomoyo, quien miraba serena a la máquina demoniaca que hacía poco los aterrorizaba. Ahora era solo una pila de escombros en la calle. Y después, su mirada se posó en Kouji.

"Esa clase de poder…" Murmuró, más para sí misma que para cualquiera. "En sus manos…" Todo el barullo fue interrumpido cuando una pequeña sirena de alarma salió del artefacto en la mano de Kouji.

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Y tan inesperado como doloroso, un relámpago salió del objeto y subió por el brazo del castaño hasta recorrer todo su cuerpo. El muchacho dejó salir un desgarrador grito, antes de desplomarse al suelo, inconsciente.

"¿Kouji?" Murmuró su hermano, arrodillado junto a él. "¡Kouji!"

Y esta era solo la primer aventura del elegido del Biometal.