PRÓLOGO
Florencia 1847.
Lilianne estaba cuidando a los niños mientras tomaba un té que le había llevado Alexia. Los niños no paraban de corretear por todo el jardín de la casa. No sabía a qué estaban jugando, pero le daba igual mientras no se hiciesen daño ni se alejasen de su maternal vista.
-¿Quieres que te traiga algo, querida? -Oyó que le decía su esposo.
-No, gracias, Giusseppe. Con esto tengo bastante.
-Pareces cansada, deberías ir a descansar, Lilly.
-Estoy bien, tranquilo -respondió ella acariciando cariñosamente su abultado vientre-. Además, estoy cuidando a Damon y a Giorgina.
-Eso lo puedo hacer yo -le insistió él antes de mirar hacia el jardín donde habían estado jugando sus hijos y que ahora estaba vacío y en silencio-. ¿Dónde están?
-Están jugando, Giusseppe. Se habrán escondido detrás de algún arbol.
-Bien, pues no quiero que sigan jugando.
-Giusseppe -le dijo de malas maneras Lilly-, son niños, tienen que jugar.
-¡Damon, Gina! -Les llamó preocupado su padre mientras se metía en el jardín para buscarlos- ¿Dónde estáis?
Al ver que Giusseppe no obtenía respuesta alguna, Lilly empezó a preocuparse. Tanto Damon como Giorgina eran muy obedientes y a su corta edad ya sabían que debían obedecer a su padre a la primera. El hecho de que no hiciesen acto de presencia en cuanto su padre les hubo llamado hacía pensar que les podría haber ocurrido algo malo.
-Quédate ahí -le ordenó él a su esposa antes de adentrarse en el pequeño bosquecito que estaba junto a su jardín-, yo miraré por si se han metido aquí y se han perdido. Si ves que tardo mucho, métete dentro y avisa a Paolo para que organice una partida de búsqueda.
-Dios mío, encuentralos, por favor.
-No pararé hasta dar con ellos, tranquila.
Y dicho esto se metió en el bosquecito, el cual no era muy grande pero sí lo bastante como para que dos niños de apenas cuatro años se perdiesen.
Damon estaba buscando a su hermana porque estaban jugando al escondite h le tocaba a ella esconderse. Sentía que ella estaba metida en el bosque y, aunque a él le daba mucho miedo la oscuridad no quería perder el juego.
-Giiinaaa -le llamó él mientras la buscaba por entre los árboles-, sé que estás aquí. Como nos descubda pade nos castigadá. Sal, po favo.
-No penso sali, Damie.
El niño sonrió al saber de dónde procedía la voz de su hermana, y, acercándose al castaño que había dos pasos más a su izquierda, la encontró gritando:
-¡Te encontdé! Te toca a ti ahoda, pedo salgamos de aquí.
Los niños estubieron buscando la salida hasta que sus pequeños pies no podían ya más. Se sentaron en el suelo junto a un árbol que el pequeño Damon no sabía qué era y esperaron a que sus padres les encontrasen. Giorgina se había quedado dormida hacía un buen rato ya cuando el niño comenzaba a dejarse ganar por el frío y el sueño cuando unos pasos le alertaron de que alguien se acercaba a ellos. Damon despertó a su hermana justo cuando un hombre rubio a quien no conocían de nada se acercó a ellos.
-Hola, pequeños -les dijo con una gran sonrisa en los labios pero que al niño le dio escalofríos por la espalda-. ¿Estáis solitos aquí?
-Nos hemos pedio, señó -le dijo Giorgina con toda su inocencia.
-Ah, bueno. No os preocupéis, yo os ayudaré a salir de aquí y llegar a donde están vuestros papás, ¿vale?
-No, asias -le respondió el niño-. No nos podemo id con extaños.
-Y me parece muy bien, pequeño. Mira, yo soy Klaus. Y, ¿vosotros?
-Yo soy Damon y mi tata Giorgina.
-¿Ves? Ya no somos desconocidos. Venid conmigo.
Tanto Damon como Giorgina confiaron en él y se fueron con Klaus sin saber que esa era muy mala idea. Cuando estuvieron lo bastante lejos de la casa como para que sus padres no les oyesen gritar, cogió a Damon en brazos y le mordió en el cuello chupándole la sangre, soltándole en el suelo cuando perdió el conocimiento. Iba a hacer lo mismo con la niña cuando oyó pisadas que se acercaban. Debía ser el padre de los niños. Entonces decidió llevarse a la niña con él para poder tenerla tranquilamente.
Giusseppe seguía buscando a sus hijos cuando llegó a un abedul y vio la chaquetita de su hijo caída en el suelo, algo les había pasado. Damon no se habría quitado la chaqueta ni la habría dejado en el suelo por nada del mundo. Siguió caminando por el bosque hasta que dio con un pequeño bulto que estaba tirado en el suelo del bosque como si de un muñeco roto se tratase. Se acercó un poco más y, con la tenue luz que entraba por entre las hojas y las ramas de los árboles pudo ver que se trataba de su hijo.
-¡Damon! Dios mío -Giusseppe cogió en brazos al niño mientras intentaba despertarle, encontrándose con las marcas inconfundibles de un vampiro en el cuello de su hijo-, no me hagas esto, por favor.
-¿Padre? -Dijo débilmente el niño- Me dole mucho.
-Lo sé, mi niño. ¿Sabes dónde está tu hermana?
-Se la llevó el hombre malo.
-No te precupes, hijo mío. La encontraré, ahora vamos para casa. Allí te quitaremos la pupa.
Tras ese mal momento, del cual la familia Salvatore nunca se recuperó, Damon lo olvidó todo y Giusseppe decidió que lo mejor para todos era salir de ahí, marcharse de Florencia y empezar una vida nueva en Estados Unidos de donde era originaria Lily. Dieron por muerta a su hija Giorgina y se fueron a una casa que había mandado construir los padres de Lily cuando su hija se casó con Salvatore a modo de regalo de bodas, que se encontraba en Virginia. Allí nació a la de pocas semanas de llegar, Stefan. Y Damon se olvidó por completo de su hermana y se ocupó dd proteger de todo y de todos a su hermanito.
