-Prólogo-
Piel contra piel. Dos cuerpos unidos por el deseo. La noche reinaba en la ciudad, el viento soplaba con intensidad. Las ramas de un árbol cerca del lugar rasgaban ligeramente el vidrio de una ventana de la habitación. Se podría oír a lo lejos el ruido nocturno de la ciudad, pero nada de eso era impedimento para lo que ocurría dentro de esas cuatro paredes. El mundo, que ambos conocían, desapareció y solo existía esa habitación, esos gemidos, ese momento. ¿Cómo fue que llegaron a eso? No lo sabían y no importaba ya.
Éxtasis inminente. La velocidad aumentaba, al igual que el calor. Sus cuerpos, envueltos en el agobiante placer, sincronizados en busca del sublime orgasmo. Pero sus mentes se negaban a sucumbir. Ya que el clímax significaba el final de ese acto prohibido, significaba volver a la realidad y darse cuenta que lo que habían hecho era inaudito. Pero al fin llegó, esa hermosa sensación electrificando cada terminal nerviosa de ambos cuerpos al mismo tiempo, dando paso a la mortal realidad.
Se miraron, avergonzados por lo que había sucedido pero deseosos por más. Confundidos por no saber qué palabras serían las adecuadas para esa bizarra situación y en cómo debían actuar a continuación. Uno, buscó en sus adentros para no insultar a su momentáneo amante y gritarle que se fuera. El otro, hizo un escaneo mental para recordar dónde se encontraban sus prendas en esa grande habitación para tomarlas, vestirse e irse de ahí lo más rápido posible. Pero ninguno se movió ni dijo nada. No podían dejar de mirarse, no podría. Anhelaban de nuevo la cercanía del otro.
-Kaiba…-se atrevió a decir el chico de los grandes ojos escarlata, al tiempo que intentaba cubrir su desnudes jalando las sábanas torpemente. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver como su compañero hizo un gesto inconsciente de burla ante sus acciones. ¿De qué servía cubrir ese hermoso cuerpo después de que cada parte de su cuerpo, movimiento, gesto y caricia se habían implantado en la memoria del dueño de aquella habitación?
Un ruido los estremeció. La puerta de la habitación estaba a punto de ser abierta alguien. Ambos saltaron de la cama. Seto Kaiba se vistió con lo que pudo encontrar a su alcance e interceptó la interrupción no deseada. Era su hermano Mokuba, quien acostumbraba a entrar a su habitación sin permiso. Por su parte, Yami se incorporó y con movimientos llenos de torpeza y rapidez nerviosa, salió de la cama y se vistió.
Al verse de nuevo solos, sus ojos se encontraron nuevamente, como imanes potentes. Yami tomó sus pertenencias con prisa y, con paso veloz, se dirigió a la puerta. Antes de que pudiera abrirla por completo, Seto la cerró con una mano y aprisionó a Yami entre su cuerpo y la salida.
-¡Esto no debió haber pasado! ¡Déjame ir!- dijo Yami al borde del llanto. No volvió a mirar a Seto a los ojos o la poca voluntad que había adquirido para salir de ahí se esfumaría. –Por favor…- susurró antes de derramar las primeras lágrimas. Culpabilidad inundaban su existencia.
-Al menos…- pronunció Seto indeciso, casi en automático.-Al menos déjame llevarte a tu casa, Yugi.- Yami abrió los ojos con fuerza y centró su mirada en el piso. Toda esa situación lo había hecho olvidar cuál era su situación. Sabía perfectamente que ese no era su cuerpo, que no debió haber dejado que sus deseos se convirtieran en acciones, no lo tenía permitido. O, al menos, él no se lo permitía a sí mismo. Pero al escuchar el nombre que Seto había utilizado para referirse a él, se sintió la peor persona del mundo. No solo había dañado la integridad del su amigo y verdadero dueño de ese cuerpo, sino que, tal vez, toda esta situación, todos estos sentimientos no eran para él.
-No, Kaiba…-dijo Yami casi en un susurro. Miró a Seto por última vez mientras ponía sus manos en el pecho del castaño para intentar apartarlo. Sus ojos brillaban, suspiraba tratando de calmar sus lágrimas que resbalaban por sus mejillas sin cesar. –Déjame ir…- suplicó. Seto confundido se conmovió, no era él mismo en ese momento. Al darse cuenta de la situación del otro, dejó de hacer resistencia y se apartó. Yami aprovechó la oportunidad y se fue corriendo lo más rápido que su voluntad le permitió.
Ojos azules miraron al vacío, buscando con desesperación la silueta del que fue su rival desde el momento en que lo conoció y del que había sido su amante por un instante fugaz esa noche. Miro a su alrededor aturdido. Sabanas desordenadas, testigos de la pasión que él mismo desconocía tener. Su camisa arrugada abandonada en el piso, ya que lo único que alcanzó a ponerse hace un momento fue su pantalón. La levantó, tratando de recoger el desastre que ahora abundaba en la habitación. Lo hacía para poder calmar las memorias en su cabeza y el tormento en su corazón.
Yami tenía razón. Esto no debió de haber pasado. Nada volvería a ser como antes. No solo su relación con su rival a muerte, sino su vida entera. Lujuria, pasión deseo. Sentimientos que él jamás pensó que experimentaría, florecieron. Pero, ¿qué fue lo que los llevó a ese final? No podía encontrar la respuesta en las sábanas llenas de la esencia de ambos en la que había enfocado su completa atención.
Toda su vida había estado huyendo de toda clase de emociones, razón por la que se había sumido en su trabajo. Y eso pensaba hacer en ese momento. Camino hacia su escritorio que también era un gran desastre. Cuando de pronto lo vio, traspapelado entre todos los libros y papeles desordenados. Una carta de duelo de monstruos. Pero no cualquier carta: era el mago oscuro. La carta que representaba la fortaleza del deck de su oponente. La carta que, en incontables duelos, había buscado a estrategia para vencerlo. La carta que ahora estaba en sus manos y le hacía recordar la hermosa existencia de su dueño.
"¿Cómo puedes ser posible que Yugi haya olvidado una de las cartas más importantes de su deck?" Eso habría pensado con indignación si fuera un día común y corriente. Si no hubiera tocado cada parte del cuerpo de su rival. Si no hubiera guardado en lo más profundo de su mente el recuerdo del ojirubi gimiendo su nombre con fuerza. La vida de ambos había cambiado, eso era seguro. Pero ninguno se imaginaría a qué precio, ni que, el acto espontaneo de dos almas tratando de ser una, acarrearía la peor de las consecuencias.
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Diclaimer: Yu-Gi-Oh es una creación de Kazuki Takahashi. (1996)
