– Lo siento, Tony, sabes que no lo haría si tuviera otra salida... pero es mi amigo.

Las palabras de Steve resonaron en mi cabeza durante unos segundos, como si él las estuviera repitiendo sin descanso. Tragué saliva. Estaba dispuesto a rebatir cualquiera de sus estúpidos argumentos con los que había tratado de explicar, desde que todo eso comenzó, por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo, pero discutir sobre aquello era más difícil. ¿Él era su amigo? ¿Por eso estábamos luchando? ¿Qué sucedía con los que estábamos en el otro bando?

De acuerdo, yo nunca había sido especialmente bueno demostrándole a las personas que me importaban que eso era así. Y, de acuerdo, había tenido mis rencillas con Steve; rencillas escabrosas o rencillas insignificantes, ¡qué más daba! Era mi amigo. Yo era su amigo.

Arrugué la frente y lo observé desolado. ¿Lo había olvidado?

– Yo también lo era –respondí, con un hilo de voz.