Teen Titans NO me pertenece ni sus personajes.

Nota de Autora: Bien, esto les va a resultar extraño... pero leyendo de nuevo esta historia, me topé con varias faltas, dedazos y cambios que debo realizar -como los títulos de los capítulos, ya que éstos tienen por nombre canciones- .. Sé que en sí tendría que actualizarla, pero quiero primero corregir los errores y cambiar los guiones cortos por los largos. También he de corregir las exageradas actuaciones muy... O.C con respecto a los personajes: ver a una Raven llorosa no es cosa de todos los días xD.

No he borrado directamente la historia porque me gustaría conservar los primeros reviews que he tenido en mi vida de Teen Titans; la nostalgia me puede... además, siendo franca, en un principio iba a corregir capítulo por capítulo pero dejando la continuación a su disposición; me di cuenta de que eso era estúpido ya que tarde o temprano, los nuevos lectores verían las cosas que pasarían en un futuro xD.

Esto es empezar de CASI de cero.

Mi ausencia ha sido larga, pero ahora HE VUELTO ;).

Nota de Autora original: ¡Hola! Me presento, soy Mayqui. Bueno, amo la pareja de Raven y Robin. No he escrito nada sobre ellos antes porque no se me dio la idea de escribir, pero ahora ya se me ocurrió la idea... ¡ñiejuejue!.

La historia se llama así porque así se llama una de mis canciones favoritas de Avril Lavigne.

Bueno, ¡les dejo saludos y espero que les guste!

¡Comenten para saber su opinión!.

Capítulo I: La primer alarma (Editado)

P.O.V Raven:

Abrí mis ojos lentamente, recostada en mi cama: un nuevo día nacía en mi vida. Con cierto desgano, suspiré al caer en cuenta de que lo que estaba sucediendo hacía menos de un par de minutos, era un sueño; uno engañoso, al cual no le encontraba sentido por más de que venía soñándolo ya siete veces. Lo interesante de aquello, es que desde que empecé a soñarlo, transitaba entre medio de una leve sensación distinta en mi interior, como si estuviera siendo invadida; y por cada vez que volvía a soñar, ese sentimiento aumentaba. Tanta obscuridad, tanta confusión, tanta soledad...

Corté el camino de mis divagues mentales y opté por levantarme. Intenté, como todas las mañanas, tomar asiento sobre la cama, pero apenas puse mi cuerpo en posición vertical, un gemido de dolor -el cual me tomó por sorpresa- salió de mi garganta al sentir un dolor tan fuerte en mi cabeza, que podría llegar a jurar que era como si me estuvieran atravesando el cerebro con una espada.

No pasó ni un segundo que regresé a mi postura inicial, tomándome la frente con una de mis manos y cerrando los ojos fuertemente.

«Oh, Azar...» pensé, empezando a sentir ese característico zumbido en los oídos que avecinaba un desmayo. No podía procesar qué demonios era lo que estaba pasando; ni siquiera había dado inicio a la jornada que ya iba todo mal. Quise esperar a que pasaran algunos minutos para evaluar la situación en la que me hallaba, pero al cabo de veinte segundos supe que no podría sola: intenté curarme con ayuda de mi hechicería, mas no tuve éxito alguno.

Era la primera vez en mi vida que algo de aquella índole me sucedía.

En cuanto comprendí que estaba corriendo peligro, intenté localizar a tientas mi comunicador sobre la mesita de luz: era orgullosa -casi nunca pedía ayuda a ninguno de mis compañeros-, pero no era estúpida y sabía reconocer una coyuntura extrema.

Tres suaves golpes sobre la puerta de mi habitación detuvieron mi búsqueda, obligándome a acallar un quejido de dolor a nueva cuenta: cada pequeño sonido me pasaba factura.

¿Raven? ¿Sigues dormida?

La buena noticia, es que no había tenido que hacer uso del comunicador para llamar a los chicos. Nunca me había alegrado tanto escuchar la voz de Starfire al otro lado.

―No. Pasa. ―Extendí mi mano hacia su dirección, tratando de abrir la puerta desde lejos como de costumbre con ayuda de mis poderes. Me quedé boquiabierta: nada ocurrió ―Pero, qué...

―Mph... amiga Raven, no tengo tu contraseña. ―argumentó la extraterrestre, con la voz ahogada por las paredes ―¿Te molestaría si me abrieses tú o...

―Dos, nueve, dos, siete, dos, ocho, cuatro. ―la corté, pues su voz me estaba taladrando los tímpanos ―Solo abre, Star, no me encuentro muy bien.

No terminé de decir aquello, que ya tenía a Starfire al lado de mi cama con su gesto contorsionado en la preocupación más absoluta.

―¿Te sientes mal? ¿Qué te sucede? ¿Necesitas ayuda en algo, o llamar a un especialista terrícola? ―Fue como una ametralladora de preguntas.

―Por favor, no hables tan fuerte. ―modulé con dificultad, volviendo a sufrir un pequeño aumento de dolor. Esto no pintaba nada bien ―Hay ciertas posibilidades de que sufra un desmayo.

Los colores se le fueron del rostro, y en ese momento casi que recé que no fuese a gritar de la impresión: mi compañera era muy emotiva, hasta un nivel casi que explosivo.

―Oh, ¡no, no, no! ―se tapó la boca infantilmente con ambas manos al comprender que su tono de voz no mejoraba la situación ―Lo lamento... espera, aguarda un momento. ―susurró, emprendiendo vuelo a la salida y desapareciendo como un rayo.

Apreté los labios con fuerza, sintiéndome ridícula... todo esto era algo muy extraño, y que me iría dejando, a la vista de los demás, como alguien débil que en momentos de sumo cuidado, necesitaba ayuda.

«Piensa en que estás un equipo... piensa en que así es como funciona un grupo: ayudándose. Ya no estás sola en el universo» me recordé, acallando mis viejas costumbres de soledad.

─¡¿Qué está pasando? ¡¿Raven?

El primero en ingresar a mi cuarto -y vale destacar, que corriendo-, gritando como si se hubiese enterado de que yo estaba al filo de la muerte e ignorando mi cara de pocos amigos, fue Chico Bestia.

―Bestia, baja la voz. ―determiné sin cortesía. Mis ojos captaron a una segunda figura detrás de él, mucho más corpulenta.

─¿Qué te ocurre, Rav? ―inquirió en un susurro Cyborg, mirándome con bastante fraternidad. Una pizca de alivio aligeró mi estado anímico: Cyborg era, de los cuatro, quien más respetaba mi personalidad. Y yo lo valoraba muchísimo.

―Creo que...

―¿Raven? ¿Estás despierta?

La última voz que faltaba en la conversación, hizo acto de presencia con firmeza, acallando mi diálogo. Tragué saliva con impotencia: odiaba que mi líder me tuviera que ver en aquel patético estado.

Un silencio completamente espeso se quedó allí, junto con cuatro pares de ojos observándome como si fuese una clase de especie exótica en un estúpido zoológico. Intenté hablar para responder, mas de nuevo el dolor inicial subió un escalón más de sufrimiento, obligándome a cerrar mis párpados mientras que un par de rebeldes lágrimas de dolor picoteaban mis ojos.

Me mordí el labio, impactada con todo lo que se estaba desarrollando.

―Bueno, es evidente que bien no está. ―determinó al final el gigante de metal, con la voz un poco alterada ―Raven, ¿puedes hablar?

―N-Necesito que bajen la voz. ―modulé con los labios, casi que ni hablando. El zumbido volvió por segunda vez, y mi cuerpo comenzó a temblar ―Cyborg, creo que me voy a...

―¡Oh, no! ¡Amiga Raven dijo que se desmayaría hoy! ―gritó con miedo Starfire, aferrándose al brazo de un Chico Bestia en aparente estado de mutismo. Quise tirarla lejos de allí, o en el mejor de los casos insonorizarla hasta que fuera prudente... por siempre, por ejemplo.

―Está bien. Cyborg, llévate a Raven a la enfermería y controla todos los parámetros para determinar con qué estamos lidian...

La sirena de crimen se activó de golpe, deshaciendo cualquier atisbo de paz o silencio, e iniciando una tortura que atentó contra mí. Un grito de dolor terminó por salir a flote, e inmediatamente me llevé ambas manos a mis orejas para cubrirlas inútilmente.

─¡Cyborg, desactívala! ─gritó Robin para hacerse escuchar por encima del alboroto. El robot cumplió con la orden lo más rápido que pudo. En ese momento, una mano -que no supe de quién era, ya que dejé definitivamente mis orbes cerradas- se posó sobre mi frente.

―Rayos, está ardiendo. ―notificó Chico Bestia, ya de nuevo en sus cabales.

─Me quedaré con ella mientras ustedes salen a cumplir con lo que sea que esté ocurriendo allá afuera. ―dijo el más adulto del equipo, sin esperar a recibir ninguna orden por parte de Robin. De haber estado mirándolos, podría haber contemplado la seria cara de nuestro líder asintiendo con cierta reticencia a ello.

―Chico Bestia, Starfire, vamos a encargarnos por ahora de los crímenes. ―ordenó el chico semáforo; acto seguido, el sonido de los pasos apresurados de ambos se alejaron de mi habitación ―Y Cyborg, ante cualquier cosa, por más pequeña que sea, comunícate conmigo y házmelo saber.

―Entendido.

No escuché los sonidos de las pisadas de Robin yéndose, lo cual me extrañó un poco; pero no me quedé demasiado analizando aquello, pues los temblores de mi cuerpo se estaban intensificando al igual que el zumbido de mi audición.

―Raven, tien... tratar... despier... pueda...

No pude siquiera comunicar mi confusión, que mi mundo entero se apagó.

P.O.V Cyborg:

«Demonios, demonios, demonios...»

No sé cuántas veces dije esa palabra en mi mente mientras iba de camino a la enfermería con una Raven desmayada colgando de mis brazos, pero de seguro fueron más veces de la que las dije a lo largo de mi vida. Un nudo de pura preocupación en mi garganta, me forzaba a respirar de manera artificial y arrítmica: era la primera vez que veía a mi pequeña hermana en un estado así, y no me gustaba en lo absoluto... porque Raven nunca, nunca emitía queja alguna cuando sufría algún daño físico. Ella era muy capaz de tolerar grados de dolor increíblemente altos; incluso una vez había sido atravesada por un maldito palo de golf a la altura de su muslo izquierdo -larga historia-, y ella misma tuvo el valor de curarse a sí misma sin ayuda de ninguno de nosotros.

Todo esto era muy extraño, por no decir aterrador.

Atravesé las puertas de la enfermería como un torbellino, y posé a Raven sobre la primera camilla que se interpuso en nuestro camino. Rápidamente la conecté a los controladores correspondientes, e inicié el control de todos sus signos vitales.

Respiración: errática. Fiebre: altísima. Presión arterial: alarmantemente baja.

―Oh, no nena, quédate aquí. ―dije estúpidamente, como si ella pudiese escucharme. Un sudor frío empezó a bajar por mi nuca, erizándome la piel. Busqué como pude algunas dosis de medicamentos, los cuales no dudé en inyectarle a los pocos segundos de haber preparado la solución, y aguardé, nervioso.

Nada.

Me pasé la mano por la cabeza, buscando otras ampollas más en uno de los cajones, con los dedos entorpecidos. Tragué duro: nunca antes había sometido el cuerpo de Raven a analgésicos y otras sustancias terrícolas, y esa era la segunda razón por la cual estaba casi que temblando de adrenalina.

Volví a esperar unos segundos, mientras que esperaba un cambio en sus signos vitales. Por Dios santo, si no funcionaba, las probabilidades de que ella entrase en paro eran muy elevadas...

Y entonces, su presión arterial comenzó un leve y tranquilizador ascenso. Tomé asiento en el banco que estaba al lado de la cama, exhalando el aire que ni siquiera había notado que tenía contenido en los pulmones. Al cabo de unos diez minutos de puro monitoreo y controles, en los cuales mis nervios se iban disipando al presenciar mejorías en el estado de Raven, ella abrió los ojos al fin.

―¿Dónde estamos? ―preguntó con la voz pastosa, bajo el efecto de los medicamentos. Sonreí con el alivio más grande del mundo.

―Demonios, no te atrevas a volver a asustarme así, Raven. ―repetí ese improperio por millonésima vez, ahora con alegría ―Estamos en la enfermería, te desmayaste allá arriba. Dime, ¿te sientes mejor?

Asintió con debilidad, explorando con sus ojos la vía que tenía inyectada en el brazo, claramente desconfiada de aquel artefacto que se adentraba a sus caudales de sangre y metía en ellos una sustancia que era desconocida para ella.

─Gracias. ―mustió, ahora mirándome a los ojos ―Esta vez no iba a poder yo sola.

―Raven, no siempre tienes que hacerlo todo sola... somos una familia, debemos recurrir entre nosotros en cuanto algo vaya mal. ―repetí a nueva cuenta; no sabía cuántas veces había tenido esa charla con ella -aunque casi nunca hablara-. Volvió a asentir, esquivando mis ojos con pesar ―Intenta cerrar los ojos y descansar un rato, ¿si? Mira, aquí tienes tu comunicador. ―se lo llevé a las manos, y lo tomó con suavidad ―Los chicos no tardarán en llegar. Yo iré a prepararte algo para que puedas comer mientras que te hace efecto lo que te di para la fiebre.

―¿Fiebre? ―repitió la hechicera, abriendo los ojos sorprendida.

―Tenías cuarenta y uno de fiebre en cuanto llegaste. Podrías haber entrado en un shock convulsivo, o incluso en paro. ―le expliqué torpemente, nervioso a nueva cuenta por más de que el peligro hubiera pasado ―Por favor, Raven, ante cualquier cambio en tu estado, notifícamelo por el comunicador, ¿está claro?

Tercera vez que la vi asentir, ahora con más convicción. No supe descifrar lo que significaba ese gesto en su rostro, mas de haberlo hecho, sabría que lo que sentía era, por primera vez en su existencia, miedo ante lo desconocido.

Miedo de no saber lo que estaba ocurriendo consigo misma.

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Estaba terminando con la ridículamente larga preparación del té místico de Raven, cuando escuché las voces de los chicos en la sala de estar.

―¡Estoy por aquí! ―grité, y no pasó mucho que ya tenía a los tres pululando a mi alrededor.

―¿Cómo está nuestra amiga Raven? ¿Ya se siente mejor? ―la primera en hablar fue Star, que tenía manchas de tierra por toda la ropa.

―Oh, pero... ―me quedé boquiabierto en cuanto le eché un vistazo a los demás ―Diablos, ¿se encuentran bien? ―fue lo primero que me permití preguntar, pues los otros dos no tenían mejor estado que la extraterrestre del equipo: Robin tenía un feo golpe en su mejilla derecha, y Chico Bestia cojeaba -sin olvidar el detalle de que sus uniformes eran un auténtico asco-.

―Larga historia, viejo. ―mustió con gesto doliente el enano verde ―¿Y Raven?

―Ella está fuera de peligro. ―notifiqué, sacando las hiervas del tazón humeante de té. Un silencio absolutamente doloroso se quedó allí.

―¿Fuera de... peligro? ―repitió con tono tembloroso Starfire.

―¿Qué pasó? ―exigió saber Robin, hablando por primera vez.

Me tomé mi tiempo en contarles todo a detalle, sin obviar nada. Respondí cada duda y cuestión y, al final, todos se quedaron callados.

―¿Qué está pasando con ella? ―preguntó al aire Chico Bestia, consternado con la idea de que Raven casi entrase en un paro cardíaco.

―No lo sé, pero habrá que averiguarlo cuanto antes. Según lo que entendí, ella no puede curarse a sí misma esta vez. ―les conté, revolviendo de un lado a otro con una cucharilla la infusión de hiervas ―Ahora mismo se encuentra estable, así que vine a prepararle algo de comer para que pudiese llenar su estómago, ya que no desayunó.

―¡Oh, le haré unas galletas! ―repuso Starfire, inclinándose para dar un primer paso hacia la alacena.

―¡No!

El grito de pánico por parte de Chico Bestia y Robin fue inmediato, y yo había extendido infantilmente mis brazos hacia ella para detener su avance. Sus ojos verdes reflejaron contrariedad.

―¿Por qué no? ―quiso saber, inocente. Entre los tres nos dirigimos una mirada cómplice, asustados en busca de una respuesta. No me malinterpreten, Starfire era la niña más dulce del planeta -y me atrevería a decir que del universo... siempre y cuando no se enojase-, pero sus dotes culinarios eran hasta peligrosos.

―Porque... eh... ―la cara de Bestia era indescriptible, tratando de hablar sin éxito.

―Oye Star, ¿no quieres ir a ver a Raven junto con Chico Bestia, eh? ―sugirió con los dientes apretados al término de la pregunta el líder, lanzándole al adolescente verde una mirada de advertencia mezclada con súplica.

―S-Sí... es una excelente idea, ¡vayamos, Star! ―apoyó él, tomándola del brazo y tirando de ella fuera de la cocina. En cuanto ambos desaparecieron por la puerta, tanto Robin como yo soltamos un suspiro de alivio: por poco.

―Con el tiempo se dará cuenta... Starfire es inocente, no estúpida. ―Robin se frotó los ojos con los dedos de su mano derecha, en un gesto cansado. Me permití reír de forma nasal, y le di dos golpes amistosos en la espalda: a veces, lidiar con nosotros mismos era peor que lidiar con el crimen en Jump City.

―Siéntate, te ves horrible. ―le sugerí, buscando en la encimera la bandeja de plata ―¿Estuvo todo bien allá?

―Algo así... más o menos, en realidad. ―se permitió sincerarse él, quitándose los guantes: era un gesto que había adoptado en los últimos tiempos luego de cada misión ―Era evidente que nuestras mentes estaban más enfocados en lo que sucedía aquí que en lo que estaba pasando allá. Sin dejar de lado el hecho de que éramos dos miembros menos. ―hizo una pausa, cuidadosa y casi que incómoda: rara vez Robin intentaba arrancarse los pellejos de sus dedos, a menos que algo lo tuviese inquieto ―¿De verdad Raven está bien? ¿O ella te extorsionó de alguna malvada forma para que no nos dijeras la verdad y nos preocuparas?

La pregunta detuvo mis movimientos. Me molesté en dejar de sacar los ingredientes con los que iba a hornear las galletas de las estanterías para voltear a mirarlo fijamente, y no de reojo como hasta ahora venía haciendo. A veces, en momentos como ese, deseaba que Robin no tuviese un antifaz puesto, ya que el mismo bloqueaba sus dos pozos emocionales.

―Ella está bien ahora... pero no tengo idea de qué habrá ocurrido para que llegase a ese estado. ―murmuré, frunciendo el ceño al observarlo mordiéndose el labio y apartando la vista a un lado, con gesto pensativo ―Oye, ¿pasa algo?

―En absoluto. ―casi que escupió, para luego carraspear ―.Es decir, es ciertamente preocupante lo que ocurrió con Raven. Pero nada más. ―se explicó, y acto seguido se puso en pie, avanzando hasta mí con una sonrisa ―¿Qué te parece si te doy una mano con eso?

―¿Sabes hacer galletas? ―inquirí, dejando el tema anterior a un lado. Le vi encogerse de hombros.

―Cuatro manos son más rápidas que dos, ¿no crees?

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Desde ya, muchas gracias por leer nuevamente :).

Mayqui, ¡cambio y fuera!