Ira
"En tres partes se divide el alma humana: en mente, en sabiduría y en ira."
Pitágoras de Samos.
Estaba plantado ante una mole de piedra ennegrecida por la que no había pasado el tiempo.
Desde su interior le llegaban los ecos de los desgraciados que allí estaban encerrados. Pobres infelices que equivocaron sus lealtades y terminaron con sus huesos en la prisión que ayudaron a construir.
Frunció el ceño distinguiendo las voces, con la esperanza de oír la suya. La recordaba bien, una voz clara y fina que conjugaba con el rostro angelical de su dueño.
Sonrió. Seguramente ese rostro angelical se hubiera ajado años atrás y la voz estaría rota después de décadas de gimotear y maldecir.
No había puerta alguna, otra persona no familiarizada con el procedimiento se hubiera frustrado pero en cambio, él no. Alzó la varita y entró.
Estaba respirando el aire viciado del interior, estaba cargado de maldad y desesperación y pesaba. Ahora los ecos se definían y frases llegaban a sus oídos. Pocas pudo dilucidar pero estaba claro que eran lamentaciones.
Arremangó un poco el repulgo de su túnica de color cobalto y empezó a ascender por las escaleras de caracol.
Mientras escuchaba el golpeteo monótono de sus pies contra la piedra, abstrayéndose de las voces, recordó a Grindelwald, demente ante él, la última vez que lo vio.
Sonreía exageradamente y esgrimía la varita con indolencia. Con los ojos exageradamente abiertos le hablaba de sus futuras victorias, le hablaba de sus experimentos, del bien mayor, de la cárcel construida para encerrar a sus contrarios.
Albus, recordó, negó con la cabeza y con toda la pena de su corazón se batió en duelo. Apenas se esforzó, ese demente no era ni una sombra del mago que él conocía y le venció con total facilidad.
Más tarde, algunos se empeñarían en calificar ese duelo como el más grande, más emocionante entre dos magos que jamás haya tenido lugar. Nunca intentó contradecir a esas personas que le miraban como a un héroe.
Sin darse cuenta llegó a la cima, donde terminaban las escaleras.
Un pasillo corto y ancho se abría ante él. Estaba sumido en las tinieblas y las voces allí eran altas y claras.
Rebuscó entre los bolsillos de su túnica y extrajo el Apagador. Cautamente había capturado un par de luces por el camino y ahora, tras accionarlo, se liberaban de su encierro y flotaban dos pequeños orbes de luz ante él, iluminándole el camino.
A ambos lados del pasillo se abrían celdas. Sus ocupantes, llamados por la luz como las moscas por la miel, se acercaron a los barrotes y asomaron sus brazos por ellos.
Pedían consuelo, la libertad, gritaban el remordimiento que les corroía y el arrepentimiento pero, nuevamente, hizo caso omiso y avanzó hacia el final del pasillo.
Allí, al fondo, en un recoveco, había una nueva celda. Recortada a la luz de los orbes sobre su cabeza, se distinguía una figura encorvada, encogida sobre sí misma, apoyada contra la pared contraria a los barrotes.
No había tenido la curiosidad suficiente para saber el motivo de tanto revuelo o quizá no tenía ya fuerzas para moverse.
Albus Dumbledore forzó la vista entre los barrotes y le pareció ver un destello azul celeste que resplandecía a la luz. Alzó la varita y la puerta de la celda se abrió con un crujido. Entró.
La figura sentada en el suelo alzó la cabeza, mirándole.
- Hola Gellert- le saludó de forma amigable.
- Albus, Albus, Albus- Gellert se puso en pie apoyándose en la pared.
Ahora la luz les iluminaba a ambos y la diferencia era abismal. Albus Dumbledore representaba la quinta esencia del mago. Larga barba blanca, ojos sabios e inteligentes, túnica impoluta azul cobalto y botines con hebillas. En cambio, Gellert estaba demacrado, su rostro estaba arrugado y tiznado, los dientes que le restaban estaban carcomidos y tenía la piel pegada a los huesos. La túnica le caía en jirones sobre el cuerpo y tenía un color indefinido.
Se miraron, midiéndose.
- La vida te ha tratado bien, Albus- dijo Gellert después de unos instantes. Arrastraba las palabras, como si estuviera cansado, y la voz, cascada, denotaba odio y amargura.
El aludido cabeceó asintiendo y llevó las manos a la espalda.
- No voy a quejarme, a mi edad, todo es un regalo- se permitió una ligera sonrisa.
El otro le correspondió enseñando sus dientes negros. Gellert sin dejar de sonreír se acercó más a Albus, lo rodeó observándole.
Sentía envidia de su amigo de antaño. En su mente, le consideraba tan culpable como a sí mismo, pero en cambio tuvo una vida regalada, gozaba de una buena posición social y el mundo mágico le admiraba.
Albus se mantuvo sereno y firme dejando que el otro le observara y estudiara. El odio que destilaba era casi palpable.
Cuando volvió a tenerlo ante sus ojos vio cómo la sonrisa desapareció del rostro de Gellert.
- ¿Que has venido a visitarme porque te sientes culpable?
- No- negó y se mesó la barba, pensativo- ¿Sabes qué día es hoy?
- Oh, vaya, ¿es nuestro aniversario, Albus?- rió- ¿Tienes señalada tan gran efemérides en el calendario?
- No exactamente, Gellert, pero al final he decidido venir hoy a verte. Un buen día como otro cualquiera.
- ¿Qué quieres?- Gellert le miraba, tenía los ojos inyectados en sangre y el odio se abría paso a través de sus venas.
Se lanzó sobre Albus y lo agarró del cuello de la túnica. Sus caras estaban tan cerca que cada uno podía sentir el aliento del otro en su nariz.
- ¿A qué has venido? ¿A regodearte ante mi lenta destrucción? ¿A pavonearte de ser el mago más poderoso? ¿A qué? ¡Maldito seas! ¡Tú también creías en el bien mayor! ¡Pero no! ¡Tenías que apartarte de mi lado! ¡Tenías que convertirte en el salvador!- soltó a su presa de un empujón que llevó a Albus contra la pared.
Gellert le daba la espalda. Sus hombros se convulsionaban y susurraba algo para sí mismo.
- No- Albus se recompuso la túnica y se acercó un par de pasos a su antiguo amigo- Vengo a prevenirte.
Grindelwald giró la cabeza para mirarle. Sus ojos azules manchados de rojo le espiaban fijamente.
- Lord Voldemort ha regresado. Esta vez está buscando algo y al final, su búsqueda le llevará ante ti.
- ¿Y por qué me cuentas todo esto?- se separó de él y se apoyó en la pared contraria- ¿Acaso te preocupo?
Albus no respondió inmediatamente. Sopesaba qué tipo de respuesta darle.
- Me preocupa vuestro encuentro, no el resultado- le miró, con seriedad.
- ¡Já!- Gellert, impaciente, empezó a caminar de un lado a otro de la celda como un animal enjaulado- Si nos encontramos, lo que tratemos no es de tu incumbencia. Además no tengo por qué temerle, no tengo nada que le sirva.
- Pero lo tuviste, Gellert- Albus le mostró la varita- Tu varita.
Gellert frenó de golpe ante la visión de la varita que perdió tras el duelo con Albus. Se mordió los labios con impaciencia y adelantó los brazos con avidez.
- La Varita de Saúco- susurró.
- Sí- respondió simplemente Albus y volvió a guardarla.
Pero Grindelwald, después de verla, no estaba tan dispuesto a dejarla escapar y se abalanzó sobre Albus. Lo tomó de nuevo del cuello de la túnica y lo zarandeó. Gritaba que la varita era suya, gritaba insultos hacia Dumbledore.
Sus gritos despertaron a los demás reos que se unieron y alzaron sus voces en agudos chillidos.
Albus acabó en el suelo, tumbado cuan largo era, con Grindelwald encima totalmente enloquecido. Sintió como la Ira hacia presa de él y con un destello lanzó a Gellert hacia la pared, éste se golpeó y cayó al suelo como un muñeco de trapo.
Albus Dumbledore se erguía imponente ante Gellert, los ojos azules lo atravesaban como si fuera hielo y su presencia parecía llenar toda la habitación.
- Recuerda, Gellert Grindelwald- la voz de Albus resonó con el toque grave de una campana por la prisión- Por el bien mayor, no le ayudarás. Por el bien mayor, no dirás nada que le pueda servir. Por el bien mayor, no dejarás que él cumpla tus sueños.
Gellert estaba encogido sobre sí mismo allí donde había caído. Tartamudeaba.
- ¡Prométemelo!
- S…í… sí…- susurraba tan bajo que no se oía.
- ¡Prométemelo!
- ¡Sí! ¡Lo prometo! ¡Todo sea por el bien mayor!- chilló Gellert, asustado y fuera de sí.
Albus satisfecho se calmó y volvió a ser el mago afable de siempre. Se acercó a su amigo y acarició los rizos rubios ahora ásperos.
- Lo siento, lo siento mucho, Gellert. Pero no había otra solución.
El otro no respondió. Tenía los ojos vidriosos y la mirada fija en un punto indefinido.
Albus Dumbledore abandonó la celda por donde había venido y bajó la escalera de caracol.
Al salir al exterior de la cárcel, lanzó una última mirada al punto más alto de la más alta torre. Suspiró y se alejó de allí.
Mientras, en la celda, Gellert Grindelwald se había tumbado en el suelo raso. Mantenía la vista perdida todavía y gimoteaba: "por el bien mayor, por el bien mayor."
N/A: Al ataque con un nuevo fic que iré subiendo lentamente, muy lentamente ya que tengo la mitad escrita. Espero que os guste y si no, pues al menos me alegro de que lo hayáis leído. Como siempre las reviews serán bien recibidas y nada más. Nos vemos en el fandom!!
