ENJOY THE SILENCE
by Silenciosa
South Park no me pertenece.
Agradezco aquí la inspiración que me ha dado Depeche Mode a lo largo de mi corta vida :).
Es este el primer fic que publico :). ¡Así que gradecería muchísimo vuestras opiniones en forma de REVIEWS!
CAPITULO I: Locked Away.
"¿Sabes, Ke-Kenny…? Siempre creí que era yo el menos afortunado de todo South Park. Ahora, quizá, haya errado pensando así…"
Me desperté de golpe, con los ojos empapados en lágrimas y aguantando un grito ahogado que parecía querer nacer desde lo más profundo de mi garganta. Me costó varios segundos más para convencerme de que me había quedado dormido y que había vuelto a tener la misma pesadilla. Sí, no cabía duda. Aún con el corazón en un puño, embotando con fuerza desquiciado dentro del pecho, me erguí hasta apoyarme por completo en la cabecera de la cama. Intenté que todo mi ser se encargara de volver a la misma calma con la que me había dejado antes sucumbir por el sueño. Respiré hondo, a un ritmo pausado y tranquilo, para luego cerrar los ojos y eliminar con cierta molestia las lágrimas que aún buscaban descender anhelantes mi rostro.
Para que fuesen acertados mis intentos de hacer desaparecer el mal despertar que me aturdía, dejé que mis oídos se dejasen llevar por los sonidos que me rodeaban: el canto de los grillos que se lograban percibir tras la ventana, el motor de algún coche que pasaba por la avenida en la cual se situaba mi casa, o incluso, llegué a escuchar los amortiguados suspiros de placer que provenían de la habitación de mi hermana; cosa que me hizo bastante gracia. La muy perra había vuelto con su novio… ¡y de qué manera! Poniéndome en pie, me dirigí hacia mi roñoso armario que podría superar con creces la edad del abuelo de Stan Marsh. Saqué de él un anorak negro y unos vaqueros. Me vestí rápido, busqué las llaves de casa, salí de mi habitación para bajar luego las escaleras hasta la planta baja y dar finalmente de cara a la avenida nevada cerrando tras de mí la puerta. Lo primero que noté fue la violencia del frío, afilado como cuchillas, dándome de lleno en el rostro; la única parte de mi cuerpo que se encontraba al descubierto. De muy mala gana y rechistando, me coloqué la capucha hasta taparme la mayor parte del mismo, dejando únicamente que mis ojos azules quedasen expuestos al aire.
No podría negar que odiaba el frío tanto o incluso más que aquel maldito pueblucho, South Park, en el cual vivía desde que tenía razón de ser. De eso hace ya veinte años. Veinte años, unos meses más o unos meses menos, pero sí, eran los que llevaba a cuestas, apegados y sin merecerlos. Suspiré resignado sin antes maldecir de nuevo mi suerte: había comenzado a caer débiles copos de nieve de un manto encapotado de nubes que usurpaban ahora el puesto del firmamento estrellado.
- Mierda de pueblo… –balbuceé sin menguar mi paso en dirección a la siguiente desviación de la avenida.
En realidad, no sabía muy bien adónde ir, sólo quería desprenderme otra vez de mis pesadillas. Únicamente deseaba eso, al menos, me conformaba con ello durante un breve plazo de minutos. Pero, en definitiva, parecía ser prácticamente imposible. Por mucho que así lo deseara, las cosas no iban a cambiar. Ya podría partirme la crisma al resbalarme en la acera resbaladiza al estar helada, o morirme de frío. Incluso valdría la pena pasearse en medio de la avenida; con algo de suerte podría ser atropellado por algún coche que apenas podría verme debido a la situación atmosférica. No, en mi caso las cosas seguirían igual y parecía que las pesadillas se iban a quedar aquí, aferradas en mi mente, del mismo modo que mi alma a la vida.
Bajé hasta dar con otra calle residencial, cuyas casas, mucho más agradables y limpias que la mía propia, hacían emerger de sus chimeneas el humo que desprendían las lumbres del interior y que tanto reconfortaban con su calor al interior de las mismas. Entonces, buscando la misma sensación, saqué de uno de mis bolsillos la caja de cigarrillos y un prendedor. No tardé ni un minuto en el que estuviera ya fumando tranquilamente, sin desacelerar el paso hasta quedarme ante la fachada de la escuela de educación primaria, la misma en la que había pasado tanto tiempo muchos años atrás.
Recordé inevitablemente a mis amigos; transcurriendo por mi cabeza miles, miles de recuerdos, unos mejores otros quizá no tanto, pero en cualquier caso, todos ellos eran importantes para mí: formaban parte de mi historia vivida, de mi pasado e incluso de mi sucio presente. Aún parecía que era ayer cuando jugaba con mis tres leales amigos…
- Siempre seremos amigos, chicos -escuché decir una vez a Kyle-. Pase lo que pase.
Sin embargo, ahora… ahora yo seguía allí, anclado en aquel asqueroso pueblo nevado de mierda. Era el único de los cuatro que seguía viviendo en South Park mientras que ellos habían decidido marcharse para vivir como universitarios; cosa que jamás me podría haber costeado. Yo, Kenneth McCormick era el capullo pobre del grupo, el que se quedaría enraizado en las calles de South Park y en su inexpugnable frío. ¿Cuántas veces, entonces, me eran necesarias para maldecir mi jodida suerte?
Me obligué, de manera brusca, a que mis pensamientos volvieran a centrarse en el calor del humo introduciéndose en mis pulmones, del vaho de mi respiración entremezclándose con éste al brotar del cigarrillo y de la sensación de bienestar que estaba obteniendo al seguir caminando sin rumbo. Finalmente decidí retomar mis pasos hacia el parque, situado en el centro del pueblo, con la única intención de aprovechar el silencio sepulcral de aquellas horas y disfrutarlo. A lo largo del trayecto sólo me topé con algún que otro vehículo; cegándome la vista por culpa de la luz que emergía de los faros. La nevada persistía, cosa que me desagradó bastante… no tardaría demasiado en que el frío se apoderara de todo y fuera más insoportable de lo que ya de por sí era.
Una vez allí, observé en tanto que tomaba otra calada al cigarrillo la situación en la que se encontraba el parque, cuyos árboles de varios metros de altura estaban desnudos, cubiertas sus ramas por capas superpuestas de nieve. El suelo aparte de resbaladizo, también estaba recubierto por una alfombra blanca nevada. Descarté sentarme en los bancos, no quería mojarme los vaqueros ni mucho menos; así que me quedé allí, estático y con la respiración agitada.
¿Por qué…? ¿Por qué se me hacía peculiar aquella escena? ¿La habría vivido antes?
En mi mente, cual mazazo, se hizo presente una imagen nítida proveniente de algún recuerdo pasado. Éste tenía que ver muy especialmente con aquel lugar, con la misma nevada y sobre todo… con el mismo silencio que parecía querer expandirse con ímpetu. Todo. Todo lo que ahora me rodeaba me remitía a aquel recuerdo. Mi cuerpo tembló, pero esta vez no tenía que ver las bajas temperaturas, sino por la sensación casi real y tan nítida que rememoraba en mi cabeza. Mis ojos perdieron el tino y se clavaron estupefactos en cualquier punto perdido en la lejanía. Puse todo mi empeño en despertar de él, tanteando el suelo con mis piernas en busca de un apoyo sólido, pero poco pude evitar en caerme de bruces contra el suelo y agazaparme con mi propio cuerpo… Tal y como un niño asustado se tratase. Sentí que me ahogaba, que todo me daba vueltas. Finalmente cerré los ojos con fuerza y me rendí. Dejé que el recuerdo me llevara a su terreno. Que ejerciera todo su control sobre mí.
Entonces volví de nuevo al mundo de mis pesadillas.
En esta vida, podría haberme olvidado de miles de cosas, a simple vista mucho más importantes que dicho recuerdo. Como por ejemplo, acordarme de cada una de mis muertes, de cada absurda aventura de mi infancia o de todas las tías con las que había estado. Pero no. Este recuerdo seguía sobreviviendo con los años, silencioso y sin hacer ruido, como si estuviera esperando explotar con fuerza en mi mente y decir… ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas lo que sentiste cuando me viviste? Y así había sido. Esperó hasta aquella nevada noche cubierta por cielos de plomo y en el parque; el mismo lugar en el que éste había sucedido cinco años atrás.
Entonces me vi forzado a recapitular, a marchas forzadas, los momentos previos al mismo. Aquel día, el de mi recuerdo, me había despedido de los chicos tras haber estado con ellos estudiando durante toda la tarde. Aunque para ser sincero, habíamos hecho muy poco en atender a los apuntes y libros; pasando mayor parte del tiempo diciendo estupideces y bromas absurdas. Kyle era el único de los cuatro que se tomaba el estudiar con seriedad. No obstante, tener a Cartman molestándolo todo el tiempo acerca de los films de "La Pasión de Cristo" y "La lista de Schindler" pues poco podía hacer como para también fastidiar con el mismo cinismo al ya no tan gordo Eric. Éste último, el muy hijo de puta –incluso literalmente se podría decir-, había tenido razón con lo de que en su familia cambiaban de constitución al crecer. No obstante, el apodo de "culo gordo" se le seguiría otorgando hasta el final de sus días. Stan, al igual que yo, al no tener tampoco interés por meter la nariz en los escritos, nos distrajimos viendo a nuestros dos amigos insultarse con la misma sutileza que las uñas al arañar una pizarra. Después de una cena a base de pizzas y refrescos, me marché en dirección a mi casa; abrigándome del terrible frío que azotaba con rudeza las calles de South Park.
Pasé por este mismo parque… y el lugar que yo ahora ocupaba agazapado estaba siendo utilizado en el recuerdo por otra persona. Fue en un principio extraño, supuse, al ver a alguien que deduje de mi edad, estuviese tirado a las tantas de la noche en medio del parque, y menos aún, con la nieve que caía. Entonces, me acerqué corriendo ante la figura que yacía inerte en la nieve temiéndome lo peor. No me fue difícil identificar, asombrado y tremendamente asustado, el cuerpo de aquel joven.
Butters, el hijo único de los Stotch.
Cual resorte, me abalancé hacia él, quedando en frente y de rodillas. Con el mayor cuidado posible le di la vuelta y dar así con su cara, anteriormente enterrada en la nieve. Para mi sorpresa, estaba inconsciente y sin embargo, temblaba aterido debido al frío. Puede que en un principio no me diese cuenta de su estado hasta que me había acercado a él, pero fue hasta no tenerlo cerca cuando atisbé su ropa manchada de sangre y de algunas contusiones que tenía en la cara. Puede incluso, que me dejara llevar por la tristeza de su rostro; contagiándomela al instante.
- ¿Ey… Butters? – le grité mientras le zarandeaba un poco – ¿Butters?
No, no respondía. Asustado y con el cuerpo hecho un manojo de nervios, lo cogí con cuidado del rostro y lo volví a zarandear con más fuerza. Al menos, agradecí que respirara. Después de llamarlo durante unos intentos más conseguí que despertara de su sensación de profundo letargo, abriendo con dificultad sus enormes ojos grises escondidos tras una larga hilera de pestañas. No obstante, el joven no fue el único en quedarse desorientado por un breve lapsus de tiempo.
- Mm... q-qué… –balbuceó con dificultad. Luego, me dirigió una mirada cargada de confusión para seguirla con otra de alivio.
- Tranquilo, Butters. Te he visto aquí tirado y de esta jodida guisa –le sonreí para aumentar su ánimo–. Vamos, te llevaré a casa.
Antes de levantarme para poner al rubio de pie con mi ayuda, éste alzó una de sus manos, temblorosa, hacia mi rostro, disponiéndola con cuidado y muy débilmente. Asombrado yo por el gesto observé como Butters me sonreía afable diciéndome agradecido:
- Gracias, Kenny. T-te de-debo una… –hizo presión con su mano en mi mejilla derecha, para por último descenderla y perder finalmente el conocimiento.
Del mismo modo que había hecho Butters en el pasado, una mano también se dispuso en mi rostro, despertándome bruscamente de aquel recuerdo.
FIN DEL CAPITULO I.
¡Gracias por leer mi fic!^^
Cualquier aporte constructivo, cuestión, ayuda o insulto será todo bien recibido.
