El zumbido de su móvil en la mesita de noche es lo que la despierta. Siempre ha tenido un sueño muy ligero, pero desde que se unió a la policía, el menor ruido basta para hacerle abrir los ojos; acostumbrada a ser convocada a escenas del crimen, redadas o entrevistas a las horas más raras que uno se pueda imaginar.

A su lado, su novio Josh duerme, imperturbable. Brevemente, Kate se pregunta cómo es que no se ha despertado también. Después de todo, él también está habituado a ser llamado a cualquier hora, siempre que un paciente necesite una intervención de urgencia. Igual se debe al cansancio. Esa tarde, llegó con el tiempo justo para cenar antes de desplomarse en la cama, exhausto después de una larga operación. Verdaderamente son tal para cual en ese aspecto.

Pero Kate no tiene tiempo de pensar mucho al respecto, pues su teléfono continúa vibrando. A regañadientes, estira la mano para cogerlo, achinando los ojos para protegerlos del brillo de la pantalla. Cuando por fin se acostumbra a la luz, distingue la foto que le devuelve la mirada desde la pequeña pantalla, y antes de ver el nombre que la acompaña, reconoce los ojos azules. Castle. ¿Qué querrá ahora?

Con cuidado de no despertar a Josh, Kate se levanta de la cama, sale de puntillas de la habitación y mira de reojo el reloj al pasar. Las doce y media. Finalmente, llega al salón y contesta al teléfono.

– Castle, ¿qué pasa?

– Hola, Beckett, verás… – el escritor para un momento, habiéndose dado cuenta, al parecer, de la voz adormilada de la detective – esto… no te habré despertado, ¿verdad?

Beckett suspira profundamente antes de contestarle. Ha sido una dura semana, en la que el equipo ha tenido que afrontar un caso difícil, que la ha dejado extremadamente cansada y sin ganas de nada excepto de cerrar los ojos y esperar que el día siguiente sea mejor. Pero Castle no necesita saber todo eso.

– No, tranquilo, aún no estaba dormida – responde.

– Lo siento mucho, Beckett – al parecer, a Castle no puede engañarle tan fácilmente. – Te dejo que vuelvas a dormir.

– Espera, Castle – le apremia ella, antes de que pueda colgar el teléfono. – ¿Ha pasado algo?

– Eh… no, la verdad es que no… – tartamudea él. – Es solo que…

– Suéltalo ya, Castle – responde Kate, exasperada.

– ¿Cuál es la mejor forma de deshacerse de un cadáver en la ciudad? – suelta él, sin apenas parar a respirar.

De acuerdo, así que es una duda relacionada con Nikki Heat. Debe de estar trabajando en su libro, entonces. Mientras escribía los primeros libros de la serie, Castle la bombardeaba a preguntas sobre el procedimiento policial, pero limitaba sus interrogatorios a las horas que pasaban juntos en comisaría. Últimamente, sin embargo, la llama al móvil para preguntarle todo tipo de cosas. Curiosamente, las llamadas se producen con mayor frecuencia cuanto mayor es el tiempo que pasan separados. No es que a Kate le importe, por más que finja lo contrario; es una manera de seguir en contacto incluso cuando él no acude en persona a comisaría. De hecho, le divierte enormemente que Richard Castle, autor de veintiocho best-sellers de misterio, no tenga la imaginación suficiente como para pensar una forma creativa de deshacerse de un cuerpo. En el fondo, sabe que no la llama solo para pedirle consejo.

– ¡Dios mío, Castle! ¿Qué has hecho? – contesta ella, fingiendo gran preocupación.

– Ja ja, muy divertido, detective – responde el escritor, secamente. – Estoy completamente atascado. Como el asesino no se esmere un poco, Nikki va a descubrirle antes de llegar al capítulo tres.

– No te apures, es que Nikki es muy buena – replica Kate.

– La mejor – inquiere el escritor, con tono sincero.

Este es uno de los momentos que la dejan sin respiración, con el corazón atascado en la garganta. Si estuvieran frente a frente, ella encontraría algo que hacer para distraerse de la sinceridad de Castle, pero por teléfono, el silencio se prolonga hasta que él lo corta, como siempre.

– Aunque claro, Nikki no sería tan buena sin Rook – dice.

– Por favor, Castle, sabes que eso no es cierto – responde ella, con tono divertido, aunque es consciente de la verdad que hay tras las palabras del escritor.

– ¡Venga ya! Rook y Nikki se complementan; son el mejor equipo de la ciudad.

Así que iba a ser una de esas conversaciones; diálogos en los que ambos enmascaran cuidadosamente lo que realmente quieren decir en declaraciones construidas para desviar la atención, sin conseguirlo nunca. No es un territorio seguro para Kate, ya que podría acabar desvelando sin querer sus sentimientos por su compañero, así que se propone desviar la conversación.

– Báñalo en ácido.

– ¿Perdón?

– Al cadáver – explica ella. – Si lo sumerges en ácido, borrarás todos los restos de ADN del asesino y harás más difícil la identificación del cuerpo, con lo que ganarás al menos tres o cuatro capítulos de margen.

– ¿Sabes? A veces me pregunto qué pensaría el FBI si escuchara estas conversaciones – ríe él.

– Mejor que no lo hagan; acabaríamos en prisión.

– Esperemos que no; el naranja nunca me ha sentado muy bien – afirma él, con tono serio.

A partir de entonces, hablan sin parar de cualquier tema que se les ocurre, riendo, gastándose bromas y lanzándose pullas, con el problema inicial de Castle totalmente olvidado. No es hasta que él se interrumpe, preguntándole si se ha dado cuenta de la hora que es, cuando Kate mira el reloj.

– No puede ser… – dice ella, con incredulidad. - ¿Las cuatro? Se me ha debido de estropear el reloj.

– Pues el mío también está roto, entonces, porque marca la misma hora – responde Castle.

– ¡No es posible que llevemos hablando más de tres horas!

– Pues ya ves… – musita él. – Será mejor que colguemos, mañana tienes que madrugar.

Kate siente una extraña sensación embargándola. Se parece mucho a la decepción, pero no puede ser. No hacía tanto, se había derrumbado en la cama, muerta de cansancio, y tenía que levantarse dentro de un par de horas. ¿Cómo es posible que le apene la idea de colgar el teléfono?

– Sí, tienes razón – susurra.

– Espera, ¿puedes repetir eso último? No lo he oído bien.

– Muy gracioso, Castle – le reprende ella. – ¿Nos vemos mañana?

– Allí estaré – promete él.

– No te olvides mi café – añade Kate, a modo de despedida.

– Buenas noches, detective – responde él, riéndose por lo bajo.

– Buenas noches, Castle.

Al colgar el teléfono, Kate se queda sentada durante un momento, mirando al vacío, hasta que lo recuerda. Josh. Su novio sigue en la habitación de al lado, y ella había estado tan absorta en su conversación con Castle que se había olvidado completamente de él.

Y en ese momento, la golpea una epifanía con la fuerza de un martillo: hablar con su compañero la hace feliz. Mucho más que compartir cama con su novio. ¿No debería ser al revés?

Pero al entrar en la habitación y ver la figura dormida de Josh, Kate se da cuenta de otra cosa. Royce tenía razón en su carta. Se ha estado escondiendo de la verdad, y le ha dado la espalda a su corazón. Antes de que pueda detenerlos, sus cuidadosamente construidos muros comienzan a resquebrajarse, y lo único que le queda es la verdad: está enamorada de Castle. Y ya va siendo hora de hacer algo.