Disclaimer: Digimon no me pertenece.


Un millón de esperanzas

La leyenda

Nuestros pecados han venido a cobrar factura y expurgarnos de la vida que no merecemos conservar. Con un golpe duro y preciso, esto no acabara pronto. Y la agonía se extenderá cuanto la naturaleza lo quiera, cuanto nuestro castigo lo amerite.

Hoy es un día como cualquier otro bajo este domo que nos separa de una muerte horrorosa. Dentro de esta cúpula se podía sobrevivir de los peligros del exterior, protegidos por una gruesa capa de un cristal especial resistente a las inclemencias del nuevo mundo.

Fuera del domo solo existe el dolor, la agonía y los fantasmas de nuestros pecados que buscaban la manera de que paguemos las que debemos. De erradicar lo que erradico a tantos seres más.

La vida como tal se había extinguido hace ya varios años, junto con tantos y tantas cosas, encerrándonos en una burbuja que pronto reventaría.

El mundo ya no era un hogar para la humanidad, era un lugar hostil que cobraba la vida de todo lo que una vez fue puro. Sin clemencia ni titubeo la naturaleza nos erradicara.

—¡Takeru! —una voz me llama.

Sé que es mi padre quien me solicita para alguna ayuda en los campo de arroz, si es que se le pueden llamar campos y arroz.

Me limito a ver al cielo atreves la barrera transparente, donde las nubes dejan caer una lluvia acida. Puedo sentir la amenaza en cada gota que arremete en aquel cristal, se que quieren entrar y llegar a mi piel para desgarrarme lentamente e infligir un sufrimiento que mis antepasados infringieron en el mundo.

"Los hijos pagamos los pecados del padre" pienso al ver como la lluvia arrecia y lo vientos amenazan la existencia misma, estremeciendo mi interior con ese temor de un final.

—Hijo, te estoy hablando.

Mi padre, un hombre hijo de su padre, me ve con esos ojos demacrados y cansados por esas arduas y extenuantes jornadas por la cosecha.

—Disculpa, padre, solo estaba pensando.

Mi viejo suaviza su rostro endurecido reconociendo lo que por mi cabeza transita, pues los años y la convivencia, sumado ese sentido paternal, hacen que sea de las pocas personas que me conocen de verdad. No le es extraño que desde pequeño siempre fuera diferente a los demás, cuestionando mi entorno y pensando más allá de lo que alguien de mi edad debería.

Y, ahora a mis quince años, ya no le parece extraña mi forma de pensar y ver la vida. Aunque no lo diga, sé que mi padre piensa similar.

Como mencionó una vez mi madre, que en paz descanse, aquel refrán: "De tal palo tal astilla". Hoy me doy cuenta que es verdad.

—Hay una plaga en la colina del norte —me explica con esa voz gruesa, y cálida a su vez—. Tantos animales extintos y las plagas siguen presentes.

—No debemos quejarnos por algo que nosotros mismos provocamos.

No soy alguien que se quede callado por lo que mi comentario no parece molestarle a mi padre, quien solo sonríe y me pasa una mano por mi cabellera dorada.

Me compadece, no lo dice, pero lo hace. Lamenta que yo no pudiera tener una infancia como la que pudo tener él, y que el tiempo y nuestras acciones me lo negaron.

—Vamos a controlar esa plaga, muchos dependen de nosotros.

Eso es cierto, y es una de las razones de que mi familia sea tan respetada. Los agricultores, como nos llaman, somos la columna que mantiene estable esta colonia. Un lugar que una vez fue una gran ciudad; creo que se conocía como Odaiba.

Después de que los gobiernos cayeron, no sin antes encerrarnos en estas capsulas, tuvimos que reorganizarnos. Muchos murieron en el proceso, y otros tantos desearon hacerlo.

La ciudad la puedo ver desde donde me encuentro, veo rascacielos oxidados y olvidados, solo usados para abastecernos y crear nuestros nuevos hogares. Y, por doloroso que sea, creo que solo nuestra capsula prevalece de entro todas.

Hace años que perdimos contacto con las demás del país, y ni se diga con las del resto del mundo. Creando ese sentimiento de soledad, de ser los últimos en un mundo cruel y despiadado.

Con eso en mente, el mundo se ha vuelto desolado y más amplio que antes. Un factor que me molesta e irrita. Porque tanto terreno por explotar y solo estamos en este pequeño espacio del universo. No ayuda saber que nuestra capsula era la segunda más grande del país, no dejamos de estar encerrados en un fragmento del todo.

—Sostén esto, ya sabes que hacer.

Mi padre me pasa un rociador que contiene un veneno especial que solo ataca a las langostas. Duele el tener que asesinarlas, y es que mi mente no deja de pensar que tanto estos seres como yo mismo somos de lo poco que aún queda del antiguo mundo.

El hecho de recordar que muchos dependen de mi hace que me disponga a rociar el veneno, y ver morir aquellos animales que culpa no tenían de esta encrucijada situación.

—Hoy vendrá tu hermano —comenta mi padre.

—Me alegra.

Quiero ocultar mi emoción, pero sé que a mi padre nada le puedo ocultar. Mi hermano es la segunda persona que más admiro, un joven solo poco mayor que yo por un par de años, pero uno muy importante para la comunidad.

Yamato trabaja junto al nuevo máximo dirigente de la sociedad, Susumu Yagami. Un hombre que ha logrado que nuestra sociedad camine a pesar de las inclemencias.

Gracias al dirigente hemos sobrevivido al apagón, y por consecuente a las olas de calor que nos arremetieron no hace mucho tiempo. Su liderazgo hizo que todos pusiéramos de nuestra parte; nos unió y prevalecimos.

Recuperamos los generadores que se descompusieron y la cúpula siguió siendo nuestra protectora. No conseguimos traer de vuelta suficiente electricidad para nuestros hogares, pero si para que las maquinas que nos proveen de oxigeno funcionaran, y una que otra maquinaria indispensable para la fabricación de ciertos artículos.

Mi hermano fue a vivir donde el máximo dirigente, a la comunidad del otro lado de la cúpula, pasando la ciudad olvidada. El trayecto es de varias horas, debido a la falta de vehículos. Verlo solo son pocas veces al mes, ya que siendo ayudante del máximo dirigente su tiempo es muy ajustado como para poder visitarnos.

—Bien, hemos acabado —mi padre se seca el sudor de la frente—. Volvamos a casa y preparemos de cenar para recibir a tu hermano.

Sé que preparar la cena no es más que una frase, la realidad es que solo preparemos sopa de arroz o algo de lentejas, enfriaremos agua para beber y quizás, por ser motivo especial, mi padre se disponga hornear una barra de pan. Un lujo para este nuevo mundo.

Mientras nos encaminamos a nuestra casa, un bloque de metal y madera, observo a la lejanía como el horizonte, libre de cualquier nube negra, muestra un sol anaranjado escondiéndose entre las colinas. Un enemigo que en antaño amigo fue de la humanidad.

(-)

Nuestra sociedad se conforma de cuatro comunidades ubicadas en los puntos cardinales de la ciudad. Mi padre y yo vivimos en la que se ubica en el Oeste, donde se encuentran los agricultores y ganaderos, pero solo nos conocen como agricultores ya que quedan pocos animales; y lo que hay solo son para abastecernos de leche y borrega o para transporte.

En el Sur se encuentran los Constructores, personas encargadas de crear nuestras viviendas, graneros y demás pequeñas construcciones, además de mantenerlas en buen estado. Según escuche a mi hermano, también son los que cuidan el perímetro del domo y los generadores.

Al Norte se encuentran los fabricantes, encargados básicamente de proveernos de vestimenta y crear ciertos artículos de ayuda como son las velas y vidrios que nos protegen en las noches.

Y, al Este, se encuentra la comunidad Dirigente. Lugar donde se encuentra el máximo dirigente y mi hermano, y hogar de la democracia. Básicamente en ese lugar se encuentran las personas que mantiene en pie nuestra sociedad, y mantienen la paz en las otras comunidades.

Cada comunidad se conforma de pequeños cubículos llamados Hōmus, construcciones pequeñas que sirven como nuestro hogar. Cada comunidad tiene su propia gente, pero se ha tratado de mantener en un número aceptable de habitantes. Dependiendo de la labor es la cantidad, en mi comunidad el máximo es de unos cuantos cientos.

El control familiar es algo que todos debemos acatar, si bien todos nos debemos casarnos y procrear, solo se permite tener un solo hijo en cada familia. En mi caso, hubo suerte de que fuésemos dos.

Veo a mi padre en la cocina terminando de hornear el pan, trata de que el aroma no se propague para evitar el recelo de nuestros vecinos. Agricultores, no cocineros expertos era una frase que mi padre me decía cuando cocinaba algo que no me gustaba, que era en raras ocaciones.

Tengo una suerte de que mi padre sepa cocinar, y, además, que vivamos en la zona de alimentos por lo que en contadas ocasiones nos podemos dar un ligero lujo en la comida.

—Te lo prometo, hijo, algún día te enseñare preparar una pizza.

—¿Pizza?

Mi padre asiente y suelta una carcajada provocada por algún recuerdo del ayer.

—Cuando la pruebes tu vida cambiara.

Sonrió ante esa promesa sutil y paternal que sé resultara difícil que me cumpla por la falta de alimento, pero la intención es lo que aprecio.

De la puerta se escucha un toque pausado y que resuena en los pocos metros cuadrados de nuestro hogar. Me levanto de mi asiento y me encamino con entusiasmo hacia la puerta para atenderla, se que del otro lado mi hermano se encontrara esperando.

Cuando giro la perilla y abro la puerta dos pares de ojos se clavan en mi ser; unos son de un azul intenso y familiares, los otros marrones y cautivadores. Mi hermano no ha llegado solo, viene acompañado de una joven de su edad de cabellera castaña.

Yamato la abraza y ambos sonríen cual enamorados, yo solo puedo sentir alegría y a su vez un deje de tristeza.

—Enano —saluda con vehemencia.

—Es un gusto verte, hermano.

Nuestro abrazo es una acción sincera y cargada de sentimiento como cada que nos vemos. Su partida fue dolorosa, ya que ambos éramos el dúo inseparable e indestructible que conseguía todo. Pero la vida nos separó hace poco más de un año, y nuestras aventuras terminaron con nuestras obligaciones.

—Deja te presento a mi novia —sujeta de la mano a la joven castaña y la acerca al umbral de la puerta para ser mejor iluminada por la luz de las velas—. Mimi Tachikawa este es mi hermano Takeru Takaishi.

—Es un gusto —la joven hace una reverencia.

—El placer es todo nuestro —mi padre aparece detrás mío y se adelante.

—¡Padre!

Yamato le da un afectuoso abrazo a nuestro padre que dura un par de minutos, y eso me inquieta. Mi hermano no es muy afectivo, menos con nuestro progenitor, por lo que no pierdo ese detalle.

Mi hermano y su novia pasan a nuestro hogar después de las respectivas presentaciones. Pronto estamos todos en la mesa viendo la hora de probar la cena que nos ha preparado nuestro padre.

Cuando la novia de mi hermano ve que mi padre saca del horno de leña un pan sus ojos brillan cual pequeña princesa ante un collar de perlas. No sé si conozca lo que es ya que el grano no llega a las demás comunidades, pero está claro que es diferente a lo que ha de comer en la zona del Este.

El arroz no es diferente ni el agua, pero al probar aquel exótico manjar Mimi no puede ocultar su excitación por aquel diferente sabor.

—Si le untas esto sabe mejor —recomienda mi hermano pasando una barra de mantequilla.

—¿Con mantequilla? —pregunta incrédula.

—Confía.

Dudosa la castaña hace lo que mi hermano le ha recomendado, unta con el cuchillo la mantequilla sobre la capa porosa del pan y se dispone a probarlo; no sin antes verlo unos cuantos segundos antes de llevarlo a su boca.

No la culpo ya que la mantequilla es un artículo que se usa para engordar rápido a los pocos cerdos que se exportaran a la zona de los dirigentes. Ellos tienen ese privilegio de comer carne, y no los envidio; cada zona tiene su propio artículo especial.

—¡Exquisito!

El rostro que ha puesto Mimi no tiene precio, sus ojos saltones y esa sonrisa trocha por el sabor hace que todos nos soltemos a reír. Ella misma, y apenada, nos acompaña en aquel gesto que no se ha perdido con el tiempo, pero, al igual que tantas cosas está en riesgo de extinción.

—Por cierto, hermano, te traje un regalo.

Mi hermano saca de su morral un objeto rectangular y poco común en estos días. Una reliquia de antaño que el caos y la crudeza implacable del tiempo lo dejo casi en el olvido.

—Un libro —expreso con pasión.

—Es correcto —Yamato me lo lanza, y lo atrapo en el aire—. Lo encontraron en una búsqueda en la ciudad del olvido, me costó hacerme con este así que cuídalo y aprécialo.

—Como los otros que me has regalado.

Me levanto de mi asiento y me dirijo a un buro pequeño de madera donde otros cuatro libros descansan uno al lado del otro.

Feliz y orgulloso mi hermano me sonríe, y a su lado su novia me mira con un fulgor maternal. Quiero suponer que ella al distinguirme como el hermano pequeño de su novio me ve como un niño pequeño.

La velada termina con la última rebanada de pan y una despedida de buenas noches con uno que otro bostezo de mi parte. Mi padre les ha dejado su habitación a mi hermano y su novia, por lo que él dormirá en la cocina-sala. Le invite a dormir en mi cuatro, pero se niega argumentando que mi cama es pequeña y ninguno descansaría.

Traté de disuadirlo dejando mi cama solo a él, pero como buen padre sobrepuso su comodidad por la mía.

Una vez en mí cuarto e impulsado por las ansias de leer mi nuevo libro, me acerco a la ventana para que la luz de la luna me permita leer. Gastar una vela solo para un capricho se catalogaba en ser un pecado.

Entusiasmado logró leer el titulo en la portada: Leyendas de Japón. Gracias a mis otros libros, y los conocimientos que se han pasado por generaciones del antiguo mundo, se que el suelo donde vivimos era territorio de un país llamado Japón.

Paso mi mano por la pasta dura del libro y consigo percibir su textura rugosa por las letras y el dibujo plasmado.

Abro el libro en su primera página y comienzo a leer con detenimiento, obligando a mis ojos enfocar bien por la tenue luz que apenas y se cuela por mi ventana. Pero no consiguió leer mucho al percatarme que mi hermano y mi padre están afuera charlando.

No alcanzo a verles los rostros y estudiar sus expresiones, pero sus posturas son suficientes para captar lo que sucede; les conozco muy bien, y sus poses no me dan buena espina. Hablan de algo serio, y no creo que sea un tema de poca relevancia como que el clima, o temas de pareja como el que se vaya a casar mi hermano. Es algo más.

Inquieto controlo mis ganas de ir a con ellos y escuchar lo que están hablando, lucho contra mi curiosidad y dejo que gane esa educación impartida por mi padre; que me inculco desde pequeño.

Me limito a verlos a lo lejos, y solo son unos pocos minutos. Regresan a la casa y escucho que cierran la puerta, un pequeño intercambio de palabras y todo queda en la obscuridad de la noche y el silencio de la misma.

(-)

A la mañana siguiente mi hermano y yo salimos a dar una vuelta temprano, en todo el trayecto he querido sacar el tema de la noche anterior. Me mantengo callado solo siguiendo la conversación del momento.

Llegamos a una colina que de pequeños mi hermano y yo usábamos para jugábamos, un lugar especial alejado de la comunidad, y apartado del perímetro de la cúpula.

Yamato se queda un instante viendo el horizonte iluminado por aquel sol incandescente que nos observa desde el cielo. Pasivo como saboreando el momento en que la cúpula caiga y pueda irradiarnos con su calor infernal.

—La vida es corta, enano.

—La vida ya no es vida, hermano.

Mi hermano solo sonríe y asienta entendiendo a lo que me refiero.

—No creo que la vida se trate de estar en una burbuja temerosos del mañana.

—Tienes toda la razón, T.K —su voz es melancólica—. Nos estamos aferrando a un imposible, a un mundo que ya no es nuestro.

Sus palabras son más duras que las mías, expresan un corazón derrotado y eso me aterra. Yamato nunca fue expresivo, pero sobre todo jamás fue negativo. Escucharlo de ese modo no me gusta, provoca en mí una reacción en cadena de escalofríos.

—¿Todo está bien?

No contesta y guarda su postura a un lado de la mía. No necesitamos vernos para saber lo que el otro está haciendo o pensando. Pero en esta ocasión yo soy el que se siente desencajado, perdido en esta conversación.

—¿Yamato?

—Disfruta lo que llamamos vida —dice—. No hay que pensar en nada más.

Dicho eso se da la media vuelta y comienza a caminar dejándome pensativo. El impacto de sus palabras me deja estático frente al sol tras la transparente barrera, enfrentándome a un hecho que no logró captar ni entender.

Cuando reaccionó veo que estoy solo en la colina, justo parado bajo la copa del árbol que en días del ayer era el único testigo de nuestras aventuras.

Me encamino a mi casa y al llegar a la comunidad veo como las personas disfrutan del día de descanso. Siendo una comunidad pequeña y que mi padre es el líder en cada cruce me saluda una distinta persona.

Al estar a metros de mi casa solo veo a Mimi sentada en una banca que hizo mi padre con barro. Material que aun quedará después de que nosotros nos hayamos ido, y cada vez domina más estas tierras áridas.

—Buen día —saludo al acercarme.

—Buen día —regresa el saludo con una sonrisa.

Mis ojos se posan en algo entre las manos de la castaña, es el libro que me ha regalado mi hermano la noche anterior. Mimi se percata de eso y se sonroja apenada de tomar algo sin permiso previo.

—Lo siento, le he tomado prestado —cierra el libro y me lo entrega—. Es que no tenía nada que hacer. Tu padre y hermano salieron dejándome sin mucho por hacer.

—No te preocupes, para eso son los libros —digo, dibujando una sonrisa sincera en mis labios—. La vida de estas reliquias radica en cuántos somos capaces de apreciar sus páginas.

—Qué bonita forma de pensar.

—De las pocas cosas que aun conservamos.

—¿Cómo?

—Nada, disculpa, suelo desvariar.

La castaña alza una ceja y su labio se tuerce un poco. Ve algo en mi que no puedo descifrar, aun cuando soy bueno leyendo a las personas Mimi resulta un reto.

—No te culpo, creo que en estos tiempos es normal.

Me restrinjo asentir y tomar lugar a su lado.

—¿Qué leías?

—Una leyenda que me gusto mucho —abre el libro en una página de las de en medio—. Se titula, Mil Grullas.

Sus ojos brillan por algún motivo especial romántico y enternecedor. Me pasa el libro y le hecho una hojeada a las palabras marcadas en una tinta que comienza a palidecer por el maltrato del tiempo.

—Es hermosa esa leyenda, ¿no crees?

Mis ojos pasan de un lado a otro dejándome cautivar por sus palabras, y en mi mente un recuerdo florece como una rosa en primavera.

Veo a mi madre junto a mi cama, cantando una linda canción que su abuela le solía cantar de pequeña. Mientras su voz entona tan melódicas notas sus manos juegan con un papel blanco, un dobles tras otro va tomando una forma irregular y extraña.

Cuando la canción termina mí madre me coloca frente a mí una figura que no consigo distinguir ni reconocer, pero ella le pone un nombre: grulla. Y con la figura una promesa se alzó bajo una luna llena y reluciente.

La leyenda va de que si una persona hace mil grullas de papel recibirá un milagro. En antaño este peculiar animal se le consideraba un ser que vivía mas mil años, por lo que aquel numero se hizo especial. La gente creía en la leyenda, y un caso que se narra en el libro de una pequeña resuena en mi interior. No consiguió hacer las mil grullas, pero lo especial fue esa esperanza que en la pequeña existía, y su vida tuvo significado.

—Es… especial.

Mimi no me dice nada y se delimita a solo admirarme, guardando en su memoria cualquiera que sea mi rostro o el brillo de mis ojos.

—Sabes —habla después de unos minutos—. Creo que estas no solo son leyendas.

—¿Disculpa?

—Imagino que tras estas palabras hay una verdad —su voz suena como la de una profeta—. Quiero creer que en el pasado de este mundo existieron lo milagros, y que nosotros podemos merecer alguno.

Me siento contrariado en mi interior, si hace un momento atrás me sentía desolado y pensativo con un futuro sin esperanzas, ahora era todo lo contrario. Mimi a diferencia de Yamato está transmitiendo un aura positiva y soñadora, que me contagia con solo hablar o mirar. Y dentro de mí una esperanza se expande por mi cuerpo regenerando sueños e ilusiones perdidas.

Quiero decir algo, pero no se qué, las palabras se me escapan y se pierden en los obscuros rincones de mi mente. Para cuando tengo al que compartir ante el pensamiento de mi acompañante, veo a lo lejos a mi padre y hermano caminar hacia nosotros.

Y así que guardo mis palabras y pensamientos, pero no sin entender que dentro de mi se ha sembrado una semilla de esperanza.


Siguiente Capitulo: Grulla.