Una pequeña, breve historia para dejarles saber que sigo escribiendo, que no desaparecí. Estoy trabajando arduamente en el capítulo 63, que es larguísimo (lleva ya más de 40000 palabras); no me gusta realmente lo que está resultando, por eso en cuanto lo termine, mañana, voy a releerlo de arriba a abajo y a trabajar sobre lo ya hecho, haciendo correcciones, agregando cosas (no borrando, porque no me gusta borrar nada que haya ya sido escrito, me gusta trabajar sobre ello y perfeccionarlo). Así que les prometo que este fin de semana a más tardar tendrán el capítulo 63. Esta es solamente una historia corta, más que nada una compensación por lo mucho que llevan esperando que la otra sea actualizada, para dejarles saber que sigo acá, que no me olvidé de mis historias, que sigo escribiendo. Voy a volver a permitir los comentarios anónimos, así pueden dejarme esas cosas geniales que siempre me escriben y que me dan ánimos y ganas de continuar con esto, y por las cuales les estoy totalmente agradecida (no se imaginan cuánto).
Llueve y ella llora, porque el amor de su vida, ella cree, nunca más volverá a acunarla en sus brazos.
Llueve y ella llora, y con ella los ángeles sollozan, y esos sollozos son, entonces, las gotas de lluvia que furiosas del cielo caen y golpean contra la acera, cada una de ellas haciendo un sonido insignificante al encontrarse con el concreto y empaparlo, todas ellas formando una melodía potente que resuena en los confines de su alma, si es que resto alguno de su alma queda encerrado en ese frágil cuerpo destruido que consumido está luego de meses extrañando a aquel otro cuerpo que lo completa, aquel otro cuerpo que, ella cree, al polvo está destinado a volver, porque del polvo vino.
Llueve y ella llora, ella llora desconsolada, con los pedacitos de su corazón roto aún latiendo muy despacio, con cada latido un suspiro colándose por entre sus labios, con cada suspiro que por entre sus labios se cuela el dolor aumenta, volviéndose insoportable, intolerable, inimaginable, indescriptible.
Llueve y ella llora, y el amor de su vida no está ahí para contenerla, para abrazarla, para acariciarla, para secar las lágrimas de su princesa con las yemas de sus dedos, esas lágrimas que ella por él llora.
Llueve y ella llora, diluvia y ella sufre, en morir ella piensa, solamente en morir, porque así regresará al lugar donde pertenece, el lugar en el que quiere estar, el lugar en el que quiere pasar la eternidad, el lugar del que jamás debería haberse ido: los brazos de su príncipe.
Llueve y ella llora, diluvia y ella solloza desesperada, y ella apenas puede respirar, apenas algo de aire llega a sus pulmones, pero no le importa, porque el oxigeno es cosa que necesitan los vivos, y ella viva no está; ella es sólo piel amarillenta cubriendo huesos delgados y débiles, ella es sólo un cuerpo sin alma, una cáscara vacía, ella es sólo lo que queda de una mujer que hecha jirones sobrevivió durante seis meses, y que ahora ya no tiene fuerzas para seguir pretendiendo, para seguir fingiendo, para seguir haciendo de cuenta que mantener la cabeza en alto no es una misión imposible de concretar.
Llueve y ella llora, diluvia y ella solloza.
Llueve y ella llora, llora por su amor, que está muerto. Muerto, por su culpa.
Llueve y ella llora, diluvia y ella llora.
Muerto, él está muerto por su culpa.
Y si él está muerto, entonces ella también quiere estarlo.
Muerta.
