Capítulo 1.
La primera vez que se vieron.
Una joven paseaba por el bosque con una cesta de mimbre donde guardaba las manzanas que iba recogiendo de los árboles. Junto a ella, iba un ciervo macho, un jabalí hembra y canario de color rojo con las puntas de las de color naranja. Esos tres animales habían estado con ella desde que había nacido en medio de aquel bosque y ahora, ella y esos tres animales, vivían en un templo en medio de aquel lugar. Por alguna extraña razón, ella sentía un gran apego por los animales y por la naturaleza que le rodeaba. Se paró en un árbol donde vio que las manzanas estaban rojas y estiró el brazo para intentar. El ciervo, al ver que ella no llegaba, le dio la espalda y dio, con las patas traseras, unas patatas hasta que las manzanas cayeron por sí solas. Ella se puso la mano libre encima de la cabeza para que no le diera ninguna y, cuando dejó de caer manzanas, se agachó para recogerlas. El jabalí la ayudó a recoger las manzanas con el hocico.
-Muchas gracias, señor Jabalí y señor Ciervo – dijo la muchacha.
Terminó de recoger todas las manzanas que había por los suelos. A los lejos de ella, vio otra que, al parecer, había rodado hacia otro árbol. Al agacharse para cogerla, vio a un ser con la cabellera plateada. Tenía las ropas sucias debido a la sangre y a la tierra. Dejó la cesta de manzanas en el suelo despacio y se acercó a ese ser que estaba apoyado en el tronco del árbol con los ojos cerrados. Era la primera vez que veían a un ser como aquel, con la piel blanca y de apariencia suave, garras que en extremo eran filosas. En su frente se podía ver detalles como una luna morada y unas franjas de color magenta en sus mejillas y sobre sus ojos. Lo miraba detenidamente mientras se ponía de cuclillas al lado de él. Se fijó que, en la mitad del abdomen, tenía una herida grande e infectada debido a que le había tierra.
-Debo curarle esa herida – se dijo aquella joven de cabello rubio.
Un extraño ruido hizo que mirase hacia otra dirección, asustada. ¿Qué haría si era atrapada fuera del campo que protegía su hogar? Se acercó un poco más a ese ser, pasó un brazo por el cuello de ella y lo intentó levantar varias veces hasta que, con la ayuda del ciervo que siempre le acompañaba, lo consiguió. Varios pájaros cogieron la cesta de manzanas que estaba en el suelo mientras que el ciervo y ella caminaban hacia algún lugar del bosque.
Caminaron hasta llegar a un templo con un Torii que había a unos cuantos pasos de un templo. Aquella joven escuchaba más cerca esos pasos que la seguían estaban más cerca. Pasaron el Torii rojo que una pequeña inscripción que decía "Shidzen". Aquel lugar era el hogar de aquella joven de labios rojos, cabellos cual rayos de sol, piel blanca cual nieve y ojos azules como el propio cielo. En ese lugar había un templo demasiado grande para que viviera una sola persona, al menos, en ese lugar habían vivido varias personas.
El ciervo ayudó a su amiga a llevar a ese ser una de las estancias, y tras ayudarla a tumbarlo en el suelo con cuidado, ella empezó a preparar una cura para aquellas heridas. Cuando le iba a apartar el haori, aquel ser le cogió de la muñeca provocando que se asustara. Al mirarle a los ojos, vio que tenía los ojos ambarinos y fríos pero eso no le supuso un problema para sonreírle.
-Tienes una herida infectada debido a que le ha entrado tierra y si no te la curo, nunca se curará – le explicó ella con una voz que parecía dulce y armoniosa. – Por favor, déjame que la cure.
La mano que le tenía cogida su muñeca, se la soltó y dejó caer la mano despacio. La joven cogió un paño blanco que había en un barreño de madera y empezó por limpiarle todas las heridas. El ser de la luna en frente miraba a aquella joven que se había ofrecido a curarle. Nunca antes había visto a alguien como aquella joven. Se fijó que en la frente tenía una tiara con motivo floral y detalles de flores y mariposas en brillantes y debajo de ésta había dos hojas, en cada lado de la cabeza, de color verde las cuales sujetaban un velo que era bastante largo. ¿Por qué curaba a alguien que no conocía?
Tres pájaros entraron en la estancia y le dieron a la joven tres hojas grandes de árbol y se las daba a la joven de ojos azules para que luego, ella se las pusiera encima de la medicina que le había echado encima de las heridas. Ella buscó por la habitación unas vendas pero a no haber ninguna, se rompió el bajo del Hanfu. El Hanfu consistía en un yi, una túnica de corte estrecho que le llegaba a la altura de la rodilla, junto con una chang, que era una falda estrecha que le llegaba hasta los pies, tapándoselos. Era de color verde. Le lio las tiras del Hanfu como si fueran vendas y luego le miró con una pequeña sonrisa.
-Deberías descansar – le aconsejó ella.
-¿Por qué me ayudas? Si quisiera podría matarte – le dijo él.
-Estás herido y no podía dejar que te desangraras en las raíces del árbol en el que te he encontrado.
Él no le respondió y cerró los ojos. Ella sonrió y se levantó despacio a la vez que se llevaba consigo el barreño de agua sucia con la sangre de él y el cuenco que había utilizado para hacer la medicina. Cerró la shoji y caminó por el pasillo de madera pero se detuvo para mirar el cielo despejado. En ese lugar se sentía protegida de los seres extraños que intentaban capturarla. Cerró los ojos disfrutando de aquella pequeña brisa que se había levantado y continuó su camino hacia una de las estancias que había al lado de donde había dejado aquel ser de cabellera plateada y dejó el cuenco. Volvió a salir con el barreño en sus brazos y se acercó al Torii para derramar ahí el agua sucia.
-Debería cambiarme – se dijo cuándo se acordó que había roto su Hanfu.
Los días pasaban rápido y la mejoría de aquel ser le asombró a la chica de mirada cálida. A penas se dirigían alguna palabra pero no lo necesitaban. Ellos estaban a gusto de aquella manera. Cuando ella estaba en el bosque o fuera del templo barriendo o haciendo cualquier otra cosa, él la espiaba en silencio. Él estaba asombrado, aunque no lo pareciera, de cómo los animales se acercaban a ella y como los trataba ella.
Una mañana, ella se encontraba lavando el haori del ser de cabellera plateada cuando éste salió de la estancia y se sentó no muy lejos del barreño. No entendía por qué alguien como ella vivía en la mitad del bosque. Dobló una rodilla poniendo el pie sobre el pasillo mientras que la otra la dejaba estirada. Apoyó el brazo sobre la rodilla. Ella estaba restregando bien el haori para que se marchasen las manchas de sangre y las de suciedad contra la tabla para lavar a mano. De vez en cuando, se limpiaba el sudor con el antebrazo.
-¿Cómo te llamas? – Preguntó de golpe él.
-¿Eh? No tengo nombre – respondió ella sin mirarle.
Esa respuesta hizo que le mirase de golpe. ¿Cómo que no iba tener ningún nombre? ¿Le estaba tomando el pelo? Vio que en sus ojos decía la verdad y volvió a girar la cabeza hacia el frente y la apoyó contra la shoji.
-¿Cómo es que no tienes nombre? – Preguntó él sin parecer que le importara.
-Crecí en este lugar, sola. Los animales son mis únicos amigos – contestó ella dejando de mover los brazos.
-¿Y tus padres?
-¿Padres? ¿Qué es eso? – Cuestionó ella sin entender.
Sesshomaru le miró sorprendido. Ella le estaba mirando con la cabeza ladeada y esperando su respuesta. ¿Realmente no sabía lo que era o le estaba tomando el pelo? Pero al mirarla, pudo comprobar que no se lo estaba tomando.
-Según me dijeron los animales, nací de una rama de ese árbol – señaló un gran árbol que había un poco más atrás del Torii. – Quizás pensarás que estoy loca pero los animales nunca mienten.
-¿Entonces nunca has salido de aquí?
-Lo más lejos que he ido ha sido a una cascada con un lado que hay cerca de aquí – sonrió un poco. – Me encantaría poder salir de aquí y ver todas las cosas que nunca he visto… pero nunca podré hacer eso – se puso las manos sobre los muslos. - ¿Qué eres? ¿Y cómo te llamas?
-¿Por qué quieres saber quién soy?
-Porque nunca he visto un ser tan parecido a mí – respondió ella sonriendo.
Él dudó unos instantes mirando hacia adelante. Una pequeña brisa sopló moviendo los cabellos de ambos e incluso el velo de aquella joven. Ella esperaba a que él le contestase pero parecía que él no quería hacerlo. Continuó lavando el haori hasta que lo sacó del barreño para ver si estaba completamente limpio. Se levantó apoyando primero los dedos sobre el pasillo. Puso un pie en su sandalia de esparto, hizo lo mismo con el otro pie y caminó hasta una cuerda que estaba atada en una rama y llegaba a una de las columnas del templo. En ese momento vio que el aquel cabello rubio le llegaba hasta la cintura y el velo por la mitad del muslo. Tendió el haori en esa cuerda y lo estiró bien colocándolo.
-Soy un youkai – dijo él haciendo que ella se girase hacia él.
-¿Qué es un youkai? – Le preguntó ella.
-Es un ser muy poderoso, incluso más que un humano.
-¿Y que es un humano? – Se acercó a él despacio.
-Unos seres inferiores y débiles. Nosotros, los youkais, podríamos matarlos con sólo mover dos dedos.
-Eso es cruel… - se quedó enfrente de él con las manos cogidas. - ¿Cómo unos seres pueden hacer daño a otros?
-La guerra es así. La supervivencia de cada raza depende de ella – le dijo apoyando la cabeza en la shoji.
-Eso es una tontería. Debería haber un pacto entre cada ser para que reine la paz – se sentó en el pasillo de madera y le miró. – Una vez soñé que había una gran guerra y con un altar de piedra. Todavía no sé lo que significa pero cada vez siento que, ese momento, se está acercando – entrecerró los ojos.
Sesshomaru le miraba de reojo. No sabía por qué sentía pena por aquella joven de mirada dulce y cálida. Miró hacia delante mientras que una pequeña brisa sopló suavemente. Ella cerró los ojos disfrutando de aquella brisa que siempre hacía en aquel lugar. Abrió los ojos lentamente mostrando una sonrisa. Luego giró un poco la cabeza mirando las heridas que tenía él. Movió la cabeza hacia el cielo y luego hacia los lados cuando escuchó a los pájaros cantar mientras sobrevolaban el templo. Un canario de color rojo con las puntas de las de color naranja se acercó a ella con una pequeña flor en el pico. La joven del cabello rubio la cogió con la izquierda mientras que estiraba dos dedos de la mano derecha para que el canario se posara en ellos.
-Brisa – dijo él de pronto haciendo que ella le mirase.
-¿Brisa? – Repitió.
-Ese será tu nombre, Brisa – dijo.
-¿Brisa? ¿Por qué Brisa?
-Se nota que te gusta cuando sopla el aire y tu sonrisa es como una brisa. Por eso, te llamaré Brisa.
-¿Has oído eso señor Canario? Ya tengo nombre – le dijo ella al canario rojo con las puntas de las alas naranjas.
Esa noche, mientras dormía con aquel canario a su lado, había algo que le incomodaba. Aunque hubiera pasado un tiempo de la llegada de Sesshomaru no podía evitar estar algo incómoda e intranquila. Empezó a mover la cama sobre la almohada rellena de judías, trigo negro y abalorios de plástico. Algo le impedía dormir.
-Sueño-
En medio de aquel gran valle, la tierra se había partido en dos y una parte de ellas, se había levantado. De esa enorme grieta salían esqueletos de muchos que yacían muertos desde hacía siglos. Iban con espadas y lanzas, listos para una guerra. En el otro lado de tierra, había un grupo de seres de fuerza superior y entre ellos, puedo reconocer a uno. Acercándose a ese valle, dos grupos distintos de seres iban preparados para luchar.
Ella podía sentir la angustia de la naturaleza, el medio de los animales y el odio de cada ser que se había reunido en aquel lugar. Intentó acercarse al ser que conocía pero sus pies no se movían, no quería que él luchara, aunque sabía que ese era su destino. Lo empezó a llamar con todas sus fuerzas pero parecía que no le escuchaba.
De pronto, apareció en medio de una cueva y enfrente de ella un altar. ¿Qué hacía de nuevo en ese lugar? Se fijando más cuando vio que, aquella piedra, empezaba a derramar sangre. Se tapó la boca con una mano sorprendida y asustada. Poco a poco, un cuerpo comenzó a aparecer haciendo que sus ojos se abrieran desmesuradamente. El cuerpo que se estaba desangrándose en aquella piedra en forma de altar era…
-Fin del sueño-
-¡Nooo! – Gritó despertándose y se quedó a escasos centímetros de la boca de Sesshomaru.
Ella lo miró unos segundos con los ojos llorosos y sin pensárselo, rodeó su cuello con sus brazos. Él se sorprendió debido a la repentina reacción de Brisa. Abrió los ojos cuando comenzó a escucharla que lloraba abrazada a él. Lentamente, Sesshomaru puso una mano en la espalda de ella mientras que la otra la ponía detrás de su cabeza y comenzó a acariciar su cabello. Cada noche la escuchaba llorar o gritar pero, esa noche en especial, era la primera vez que lo llamaba y no entendía por qué había ido a su habitación.
-No quiero… no quiero… soñar más con esto… - dijo entre sollozos.
Él la abrazó más fuerte atrayéndola hacia su cuerpo. Notaba que el cuerpo de aquella joven temblaba pero no era por el llanto sino por el miedo que le había producido aquel sueño. La mantuvo en sus brazos hasta que se quedó dormida. La recostó sobre el futón, la tapó con el edredón y se quedó mirando el rostro angelical de aquella joven tan extraña. Cuando se fue a levantar para irse, algo le agarró la muñeca. Al mirar, la vio que estaba despierta y le estaba mirando. ¿No quería que se marchara? Se tumbó a su lado y fue entonces, cuando Brisa pudo cerrar los ojos aun así no le soltó la muñeca.
Brisa sabía que cuando se le curase, él se marcharía a pelear junto a su padre contra los Gatos Leopardo. Ella sabía muchas cosas pero había otras que desconocía, como lo que había fuera de aquel bosque en el que vivía. Podía conocer el pasado y el futuro de cualquiera menos del de ella. No podía controlar aquello ya que, había muchas veces, se quedaba en blanco y se desmayaba. Cada noche que tenía ese extraño sueño, no volvía a dormir pero aquella noche, se quedó dormida cuando se acurrucó en los brazos del youkai.
Los días continuaban avanzando tan rápido que no se dieron cuenta de cuánto tiempo llevaba en aquel lugar. Cada día, la amistad entre Brisa y Sesshomaru crecía y cada vez que los humanos atacaban aquel lugar, el lord la protegía para que no se la llevaran. Él no entendía por qué lo hacía pero, verla sonreír, le gustaba cuando ella jugaba con los pájaros o con el resto de animales que había en aquel bosque.
Una mañana, ella estaba dentro del río de cuclillas intentando coger algunos peces pero, al intentar coger uno que pasaba por su lado, cayó al agua mojándose entera y quedándose sentada. Brisa enfurruñó la boca. De pronto, vio una mano delante de ella y al levantar la cabeza, sonrió que se trataba de Sesshomaru. Puso su mano en la de él y la ayudó a levantarse.
-Gracias – le dijo ella.
-Ten más cuidado – le dijo secamente.
-No puedo evitarlo. Soy torpe cuando se trata de cazar un pez – se excusó ella.
Él le miró con su habitual semblante pero no se esperó que ella le salpicara agua. Brisa puso cara de buena hasta que Sesshomaru le salpicara agua también. Eso hizo que una guerra de agua comenzase entre ellos hasta que una flecha pasó por el lado de ella y se clavara en una roca. Ella, asustada, miró hacia el otro lado del río y vio a esos humanos que, cada cinco días, iban a por ella.
-La quiero viva – dijo uno de ellos que iba montado sobre un caballo.
-Vuelve al templo. Yo me ocupo de ellos – le dijo Sesshomaru mientras se ponía delante de ella.
-Pero… - comenzó a decir.
-¡Hazlo! – Le interrumpió.
Brisa asintió sin mucho afán, se dio la vuelta y corrió de nuevo hacia el templo para ponerse a salvo. Lo que no se esperaba era que hubiese más soldados en esa orilla del río. El youkai chasqueó los dientes molesto. ¿Por qué esos humanos la querían? La cogió de la cintura y saltó hacia la copa de los árboles y los fue saltando uno a uno hasta que llegaron al templo. La dejó en el suelo, enfrente del Torii y luego esperó a que esos humanos aparecieran. Como lo había previsto, esos humanos aparecieron por el bosque pero no pasaron del Torii. Un campo de energía protegía todo ese lugar impidiendo la entrada a gente externa al templo.
Ella se preocupó cuando varias flechas clavadas en la estola del youkai. Las fue quitando mientras que las lágrimas salían de sus ojos azules. De pronto, un rayo amarillo se llevó por delante a todos esos humanos de una sola estacada. Aparte de los humanos, se llevó algunos árboles haciendo que Brisa se quedase quieta a la vez que sentía un extraño dolor en el cuerpo y luego cayera al suelo con los ojos cerrados. Eso era extraño. La cogió con un solo brazo a escasos centímetros del suelo. Una sombra apareció entre el polvo que se había levantado. Al disiparse, se pudo ver que se trataba de un youkai muy parecido a Sesshomaru pero éste llevaba una coleta alta y una espada apoyada en el hombro pero tampoco tenía aquella luna en la frente.
-Padre – dijo Sesshomaru sin soltar a Brisa.
-Al fin te encuentro – dijo el recién llegado. El youkai de la luna en la frente miró a la joven que tenía en su brazo. – No te preocupes por ella, sigue con vida.
-¿Me querías para algo, padre? – La dejó en el pasillo del templo con cuidado.
-Para ganar una guerra.
-Puede ganarla sin mí, padre.
-Esa joven acabará muriendo, no importa cuánto la protejas. Es su destino – le dijo aquel youkai guardando la espada.
-No permitiré que pase eso, no mientras que esté con ella – dijo serio.
-Haz lo que quieras pero te necesito conmigo en el frente – dijo el youkai recién llegado también serio.
Despertó cuando la noche había caído la noche. Todavía se sentía débil pero no se sorprendió al no ver a Sesshomaru con ella. Se quedó tumbada en aquel lugar un rato más antes de levantarse, rodeó el templo y encontró una pequeña capilla. Se arrodillo delante de aquella capilla, juntó las manos hasta que la punta de los dedos tocó la punta de la nariz.
-Por favor, protege a Sesshomaru y no permita que nada malo le pase – le pidió a la pequeña estatuilla que había en medio de la capilla.
Tiempo después, el youkai regresó a aquel cuando el día se estaba poniendo el sol. Ella, al verlo, sintió una gran felicidad que no podía entender. Lo abrazó feliz sin importarle lo que opinara de ella. Había estado muy preocupada por él. Notó unos brazos abrazándola. Brisa podía notar que él también había estado preocupado por ella. "No me importa lo que diga mi padre, no permitiré que muera" pensó Sesshomaru sin dejar de abrazarla. "Ella sólo me tiene a mí."
El tiempo transcurría y ellos seguían en aquel templo sin saber que un amor fuerte crecía dentro de los corazones de ambos pero ninguno se atrevía a decir lo que sentía el uno por el otro. Estaban a gusto de estar de esa manera pero se notaba que algo en sus miradas decían de avanzar pero por medio, ellos no lo hacían. Cada vez que sus labios estaban cerca, se ponían nerviosos y se apartaban. Ella no entendía que era aquel sentimiento, igual que le pasaba pero lo que sí sabía era que, cuando él estaba con ella, se sentía feliz y según él, mostraba su mejor sonrisa.
Al pasar el verano, aquel sueño que Brisa tenía noche sí y noche también, se hizo realizar. Aquella mañana, ella podía sentir el llanto de la Naturaleza dentro de ella y los dolores eran más fuertes haciendo que se abrazase a sí misma mientras que las lágrimas recorrían sus mejillas. Su cuerpo se desgarraba por dentro. ¿Por qué sentía aquello?
-Visión-
Sabía que debía prisa antes de aquella brutal guerra comenzase. La oscuridad del bosque no le impedía que dejase de correr. En lo hondo del bosque, encontró una cueva. Dentro de aquel lugar notaba un poder grande. Entró despacio y, al fondo de la cueva, vio un altar de piedra manchado de sangre…
-Fin de la visión-
En ese momento lo supo, la sangre que había visto sobre aquella roca era la de ella. Salió de la estancia donde dormía, rodeó el templo por el pasillo de madera que daba al Torii y se quedó mirando el bosque que había detrás del templo. Nunca había ido por ese lugar ya que se veía tenebroso. Se puso la mano a la altura del pecho mientras observaba el oscuro bosque. Bajó del pasillo con algo de miedo y se acercó a la pequeña capilla donde muchas veces había rezado por la seguridad de su único amigo. Sin pensárselo más, entró en aquel oscuro bosque. No entendía por qué pero, por alguna razón, conocía el camino que le llevaba a su propia muerte. Los dolores eran más fuertes conforme iba avanzando pero ya no podía detenerse. Aun así lo hizo cuando llegó a la entrada de la cueva.
No podía negar que tenía miedo pero si no lo hacía Sesshomaru terminar herido y eso, sin duda, no podía permitirlo. Respiró hondo y después de soltar el aire que había inalado, dio un paso hacia la cueva. Cuando quiso dar otro más, notó que algo le había cogido del brazo. Al mirar, vio que se trataba de Sesshomaru. Intentó soltarse de su agarre pero él le cogía bien fuerte. Ella no quería que él estuviese en ese lugar y mucho menos, en ese momento en que su vida estaba a punto de finalizar. El youkai tiró de ella hasta que tenerla contra su pecho y la abrazó.
-Debes dejarme ir sino lo haces, podrías morir – le dijo ella con voz tristona.
-Entonces moriré porque no pienso dejarte que vayas hacia dentro.
-No ha llegado tu hora todavía. Además… tienes que conocer a la mujer que te dará hijos…
-Ya la he conocido. Ésa eres tú – la abrazó más hacia él. Brisa puso sus manos sobre su pecho y se apartó de él lentamente.
-Yo no soy esa mujer. Además, yo no puedo salir de aquí. Siempre que he querido salir, alguien intenta capturarme y tú acabas herido por mi culpa… - le miró. – No quiero que nada malo te pase.
-Al menos déjame morir contigo – le cogió de las manos. Brisa negó con la cabeza.
-Ya te he dicho antes, que no es tu hora de morir. Todavía tienes algo que hacer – hizo una pausa. – Cuando la tierra haya absorbido toda mi sangre, debes quitarme la tiara y el velo y cuidarlo hasta que…
-Que vuelvas a mi lado – terminó la frase él. Ella asintió.
-Pero recuerda que yo no estoy destinada a estar contigo. Algún día aparecerá esa mujer que protegerás y con la que permanecerás hasta el último día de tu vida – se soltó las manos y se giró.
-Me da igual eso del destino. Sólo te pido que no lo hagas, que no te vayas de mi lado.
-Algún día, dentro muchos años pero muchos años, los humanos comenzarán a prosperar sobre esta tierra y los youkais poco a poco, iréis desapareciendo. Si no hago esto, acabarás muriendo cuando no debes morir… - ladeo un poco la cabeza pero no se giró en ningún momento.
Sesshomaru, al ver que giraba un poco la cabeza para mirarle, le cogió del brazo, la giró completamente y le besó en los labios haciendo que ella le mirase sorprendida. Brisa se puso un poco de puntillas, rodeó el cuello del youkai y le correspondió al beso. Él le puso un brazo alrededor de la cintura, levantándola un poco del suelo mientras que con la mano del otro brazo, la ponía en la nuca. Aquel beso era sincero y lleno de ese amor que sentía el uno por el otro. Unas cuantas lágrimas salieron de los ojos de la joven de cabellos rubios como el sol. Se separaron unos centímetros mirándose a los ojos. Sesshomaru le limpió una mejilla mientras tenía tu frente apoyada en la de ella.
-Tengo que irme o será demasiado tarde – le dijo ella.
-Te estaré esperando, Brisa – le dijo él.
-No lo hagas porque no sé si volveré a nacer.
-Estoy seguro que lo harás porque sabes que te necesito – aseguró el youkai.
-Ya te he dicho que… - le puso un dedo en los labios para interrumpirla.
-Sé que lo me has dicho pero no habrá nada que me cambie de opinión sobre lo que quiero, y te quiero a ti. No me interesa cualquier otra mujer, sólo tú.
Brisas le puso una mano en la mejilla y se la acarició con cariño. Le volvió a besar con dulzura y se separó del todo de él. Fue entrando poco a poco soltado su mano y desapareció en la oscuridad de la cueva. Quería ir detrás de ella e impedírselo pero todo había sido culpa de esos humanos que no paraban de atacarla y los que habían comenzado esa gran guerra que había llevado a Brisa a sacrificarse para que hubiera paz. Se mordió el labio y sin pensarlo, entró dentro para detenerla pero llegó demasiado tarde. Brisa estaba tumbada sobre un altar de piedra, dejando que su sangre recorriera aquel elemento de la naturaleza hasta que tocó el suelo. Ese contacto produjo que la tierra tomara un color rojizo y que comenzase a brillar. Se fijó que en su cuerpo tenía tres heridas, dos en el abdomen y una en el corazón. Cuando dejó de brillar y el color rojizo del suelo se marchó, se acercó a ella. Le tocó la mejilla y pudo notar que su piel estaba tan fría como la propia nieve. Una esfera de color azul se detuvo en la entrada de la cueva.
-Padre, sálvala – le pidió el youkai más joven.
-Ella volverá algún día pero ahora, no pidas que la reviva – le dijo su padre entrando en la cueva y acercándose a su hijo.
-¿Por qué no?
-Porque seguramente ella no quiere que lo haga. También debes pensar por qué ha hecho esto.
-¡Me da igual! – Gritó Sesshomaru ocultando su mirada debajo de su flequillo y con la cabeza agachada. Inu no Taishô miró a su hijo sorprendido. Era la primera vez que le gritaba.
-Una vez vine a visitarla – cerró los ojos. – Me dijo que estaba agradecida de tenerte con ella y que, quizás, algún día podría estar con alguien como tú. También me dijo que me queda poco tiempo y que será a causa de unas heridas mortales de un enemigo pero que eso no será mi muerte, será por la noche, en un palacio en llamas… Sesshomaru, sé que te obligué al principio que no estuvieras con ella pero veo que ella te ha cambiado a mejor – le puso una mano en la espalda de su hijo. – Lo único que puedes hacer es esperar a que ella vuelva.
-¿Cómo sabré que es ella? – Preguntó sin levantar la cabeza.
-Si realmente la amas, te lo diré el corazón – respondió mostrando una sonrisa, la cual el youkai más joven no vio.
-Ja… todo por culpa de esos malditos humanos… - murmuró el príncipe de los vientos del aire.
-Sesshomaru… - susurró Inu no Taishô sorprendido por la actitud de su hijo.
-¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! – Gritó con todo el aire que había en sus pulmones.
