Advertencia: Los personajes de Inuyasha no me pertenecen tristemente (y obviamente), si no a Rumiko Takahashi.
PREFACIO
¿Qué hacer cuando los problemas parecían ahorcarte?
Sounomi Higurashi había recibido la respuesta a esa pregunta hace solo un par de días atrás. La respuesta a dicha pregunta le había arrebatado un trozo del corazón que no parecía poder recuperar. Era por ello que a veces se decía que había preguntas que estaban mejor sin respuesta.
Vivir ignorante a veces resultaba mucho más sencillo. Había momento en los que deseaba no saber. ¿La hacía eso una cobarde? ¿Una mala persona? Sobre todo si involucraba a su propia hija...
Miró con ojos enrojecidos al más pequeño de sus retoños, que dormía pacíficamente ignorante de la tensión que se vivía en la pequeña habitación. Todo niño debería estar así de tranquilo. Las lágrimas cayeron de sus ojos sin que pudiera detenerlas.
—Ya para tus lloriqueos, mujer —Irrumpió una voz en el silencio de la estancia, apenas roto por la respiración superficial de la menuda mujer sentada sobre el piso—. Estás hartándome. Estas cuentas no se harán solas.
Sounomi entrecerró los ojos, y las lágrimas se unieron en ellos haciéndole ver todo empañado y borroso. Sentía tanta rabia contra ese monstruo que alguna vez llamó marido. ¿Cuentas? ¿Cómo le preocupaban las cuentas?
¿Cómo ella aún se hacía esas preguntas?
El hombre frente a ella ya no era Rukawa Higurashi. Era el peón de un cerdo vil y asqueroso que trabajaba ganando dinero de las formas más ruines y sucias.
Todo había cambiado para mal desde que habían tomado la decisión de cambiarse a Estados Unidos. La promesa de oro y fortuna en la conquista de las nuevas tierras en el oeste indómito del país, sumado al periodo de guerras e infortunios vividos en el actual Japón, que pasaba en aquellos momentos por toda clase de reformas políticas, los había obligado a huir en busca de nuevas esperanzas.
Las cosas no fueron tan bien. Los rumores no contaron jamás sobre la dura pelea que se libraba con los indígenas norteamericanos por el territorio, la insalubridad de las viviendas, el duro clima árido del desierto con sus paisajes copiosos, el difícil acceso a toda clase de servicios básicos.
Sounomi sentía como si hubiesen cortado toda relación con el mundo en ese entonces. Ahora estaba tan avergonzada, que agradecía nadie la volviese a ver jamás.
—Eres un monstruo… —Musitó ella, desvalida. Se abrazó a sí misma, repentinamente helada.
Él se detuvo en sus tareas sumatorias y alzó el rostro. Estaba de espaldas a ella, y tras unos minutos de silencio y falta de respuesta de su parte, se volteó hacia ella con el rostro indiferente.
—Era lo único que podía hacer.
—¿Lo único? —repitió ella, cruelmente ofendida—. ¡Siempre hay más opciones que la asquerosa decisión que tomaste!
Él golpeó la mesa con su puño derecho, apretando los dientes hasta hacerlos rechinar y el lápiz grafito se partió por la mitad cuando impactó con la superficie. Su indiferencia había sido reemplazado por la furia y la desesperación.
—¿¡Y qué demonios querías que hiciera, mujer!? ¿¡Eh!? —Gritó furibundo—. ¡Respóndeme!
—¡No sé, maldita sea! —Injurió ella, con las mejillas rojas de ira. Su pequeño hijo que durmiera antes en paz, se removía inquieto, sin embargo continuaba soñando—. ¡Pero debimos intentar otra solución!
—¡Iba a matarnos, Sounomi! ¡A todos nosotros! ¡Le debía una fortuna!
Ambos guardaron silencio tras eso. Rukawa se echó hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo de la silla, con el argumento aparentemente ganado. La mujer se perdió por su parte en las llamas crepitantes del fuego, con los ojos empañados en el pasado. Luego volvió a hablar apenas en un susurro.
—Era tú responsabilidad, no de…
—¡Sólo intentaba proteger a mi familia!
—¡Kagome era tu familia, imbécil! —Chilló ella con el rostro empapado en lágrimas—. ¡No puedes proteger a la familia sacrificándola! ¡No puedes!
San Francisco, Jueves 4 de Agosto, 1887.
Estimado señor Araña.
Estoy al tanto de que el plazo de tres meses que nos concedió para pagar lo restante de mi deuda hacia a usted, está por finalizar al cabo de una semana. Sé que ha sido usted muy paciente con el préstamo ofrecido, pero me veo en la necesidad de pedirle efectuar el pago de otra manera. La última vez, mi esposa no reaccionó favorablemente a su oferta, pero le aseguro que ahora que hemos revisado la situación, entendemos nuevamente que se trata de una muestra de bondad de su parte. Por favor, recíbala como forma de pago tal y como usted lo pidió. Estoy seguro de que Kagome crecerá para convertirse en una hermosa mujer.
Atentamente:
Higurashi, Rukawa.
Araña sonrió cuando terminó de leer la carta por al menos enésima vez. La frase "…entendemos que se trata de una muestra de bondad de su parte", repitiéndose en su cabeza una y otra vez, aún sin poder creer que ese viejo pendenciero y apostador se las hubiese dedicado. Soltó una carcajada maléfica y guardó la carta en uno de los bolsillos de su camisa de algodón, sucia y mal conservada. La sonrisa burlona no se le borraba del rostro y así mismo dirigió la mirada hacia la pequeña de cabellos ébano que colgaba inconsciente desde lomos de su cabello; no podía tener más de unos cinco años.
Se acercó a ella y la tomó del mentón para observar detenidamente las facciones infantiles, y su rostro se ensombreció. La soltó en cuanto vio a uno de sus hombres acercándose, las facciones pálidas y la blancura del cabello que reflejaba la luz lunar lo dieron por sentado. Se trataba de Hakudoshi, uno de los más sanguinarios de sus hombres y su mano derecha.
—¿Qué hacemos con ella, señor?
—Bótala en algún lado —espetó Araña encendiendo un cigarro.
—¿Cómo? —Respondió Hakudoshi, incrédulo como pocas veces. Su señor no era de aquellos que tirara la mercancía así como así, sin haber obtenido alguna ganancia de alguna forma—, ¿así nada más?
Araña se volteó y lo miró con seriedad.
—¿Eres imbécil? Dásela a alguna de esas putitas —sentenció, luego esbozó una sonrisa de superioridad—, la dejarán bien entrenada para mí cuando valla a enseñarle qué es un hombre de verdad.
Hakudoshi sonrió lascivo, imitando la mueca cruel de su superior con casi la misma intensidad y le echó un vistazo malicioso a la pequeña.
—¿Y sus padres? ¿Nos deshacemos de ellos?
—No, no aún —respondió sin interés—. Sufrirán más sabiendo que tengo a su hija en mis manos, entregada a mí en bandeja de plata. Seguramente cuando esté aburrido, yo mismo me encargaré de los Higurashi que quedan. El niño podemos venderlo en la frontera con México.
Hakudoshi asintió y luego se volvió a la fogata con el resto del grupo mientras Araña echaba nuevamente un vistazo a la pequeña azabache, con los labios extrañamente fruncidos y una expresión adusta. Había algo peligrosamente parecido al resentimiento en sus ojos rojos como la sangre.
Le habían arrebatado a una, pero él se quedaría con la otra.
Continuará.
Emm... sólo el prefacio. Lo sé, no hubo aparición directa de nuestros queridos héroes, pero esperaba que así se diera una introducción a lo que originó todo el problema. Además, apareció el villanísimo y los padres de Kagome.
Soy nueva y están leyendo mi primer fanfiction. ¡Saludos a la comunidad! Ojalá me dejen sus comentarios y me digan que es lo que piensan al respecto, y en qué podría mejorar, pero sin agresividad. Llevo años intentando publicar pero no había podido hasta ahora porque soy muy cobarde y porque no los termino, así que voy a probar con la presión de tenerlo publicado. Siempre funciono muy bien bajo presión.
Algunas Aclaraciones:
Está orientado al viejo Oeste en los Estados Unidos, época que me encanta, pero de la que no soy una gran conocedora. Por lo tanto, no esperen tanta adhesión a los eventos históricos.
Kagome no es la santa Kagome de la serie, en esta historia será una mujer fuerte y conocedora de la vida, debido a las circunstancias que tendrá y tuvo que enfrentar, que espero no les moleste demasiado.
Los largos de los capítulos trataré de extenderlos a medida que avance, espero.
Si les pareció ofensivo el lenguaje en algunas partes, les advierto que continúa, de todas formas, está en sección M.
No los aburro más, gracias por leer. ¡Nos vemos!
