Título: Take me, baby, or leave me.
Capítulo: 1
Autor: Narya
Pareja: Klaine
Resumen: Kurt y Blaine tomaron decisiones distintas, que los forjaron a ser las personas que son hoy. Lamentablemente estas les separaron durante años y ahora que se encuentran de nuevo se dan cuenta que donde fuego hubo, cenizas quedan.
Advertencias: Limones, muchos limones en este capítulo. Futuros guiños a Puckurt pasado, Puck/Rachel y una noche de ebriedad entre amigos.
Era una fría noche de Diciembre, la sala de los Warblers se encontraba vacía pues todos se habían ido ya a sus dormitorios. Bueno, vacía excepto por los dos cuerpos que se unían en un coro de gemidos y resoplidos ahogados, vacía excepto por aquellos ojos que le miraban mientras bajaban por su cuerpo, lamiendo, probando, mordiendo cada cavidad que encontraban en el camino. Cuando Kurt posó su lengua sobre aquel hueso en la cadera que tanto había dicho que le llamaba la atención, y siguió su camino hacia abajo, el sollozo placentero de Blaine hizo desaparecer la sala, el frío y el pudor.
Fue, extrañamente, el frío lo que le despertó de ese sueño, de ese recuerdo tan remoto y tan cargado de emociones. El suceso había sido unos días antes de navidad, cuando por fin, después de tantas aprehensiones, se decidió a probar el sexo oral. No era que Blaine no le hubiera excitado antes, era sólo falta de confianza en sí mismo. Ahora, años después, estaba bastante más seguro de sus habilidades en la cama, pero no tenía a Blaine para demostrarlas ni a quién probárselas.
Cuando se graduaron tomaron caminos muy distintos, caminos casi insospechados en un momento. Blaine decidió estudiar algo que ayudara a la empresa de su padre, que en esos momentos pasaba malos ratos, como una manera de mejorar la relación entre ellos. Kurt, por su parte, eligió tomar cursos de actuación y canto. Hasta ahora era un amateur, pero si tenía los diplomas para hacer gala de su talento, no le vendría mal. Decidió que probaría suerte con la música y la moda, los musicales, los escenarios. Él era una diva, su voz era un pajarillo que no se podía contener sólo en Lima.
La decisión de irse de la ciudad la había tomado casi en broma, tomando un par de cocktails con Rachel y Mercedes cuando la niña adoptada se encontró sola por un fin de semana. La chica aún estaba convencida que la única manera de sobreponerse a Finn era ocupar ese dolor que sentía y enfocarlo en su música. Mercedes simplemente quería cantar. Lo único que los tres sabían era que no podrían vivir sin la música y que ese pueblo les había quedado chico. Con un brindis sellaron lo que se convertiría en la decisión más importante de sus vidas.
Un par de semanas después Kurt le mostró a Blaine los pasajes que había comprado. Nueva York, viaje de ida, salía en dos semanas más. Eran cuatro, uno para Rachel, uno para Mercedes, uno para Kurt y uno para el moreno, que le miraba boquiabierto.
"Serías genial en Nueva York, seríamos geniales. Podemos alquilar todos un piso, ir a los castings, lograr llegar a vivir de nuestros sueños" dijo Kurt, mirándole con una sonrisa que desbordaba todo el amor que sentía por él.
"Pensé que bromeabas cuando me lo dijiste por teléfono" respondió el moreno, pálido. "Kurt, tú conoces mi situación. No me puedo ir de Westerville hasta que sepa con certeza que la empresa de mi padre no caerá en la quiebra"
"¿Cuántas cosas has hecho ya por él, todo para tener una aceptación que no te quiere dar?" preguntó él en respuesta. Habían tenido esa discusión mil veces, sobre cómo Blaine trataba de darle en el gusto a su padre incluso con cosas primordiales para él mismo. Era imposible para él tranzar su homosexualidad, pero a veces consideraba que su padre había tenido que asumir eso y era su responsabilidad como hijo el que no tuviera que asumir nada más que eso. La rebeldía no iba en él.
"No quiero tener su sufrimiento en mi consciencia y lo sabes" respondió el moreno, quien para entonces se comportaba como uno más de los habitantes de la ciudad, sin metas profundas, dejando que el insignificante pueblo hiciera que su vida fuera igual de insignificante.
"Hay veces que ya no te reconozco" dijo Kurt, poniéndose de pie. Si lo pensaba ahora, quizás ese fue el momento en que todo había cambiado. "Cuando te conocí eras todo seguridad, música y coraje. Hoy te veo y me doy cuenta que la jaula de la normalidad cayó sobre ti"
"Kurt, te amo, pero lo que me pides es imposible en estos momentos" dijo Blaine, poniéndose de pie junto con él antes de dirigirse a su auto. "Si realmente te vas a ir, quizás sea mejor que dejemos esto hasta aquí. No me gustaría tener que despedirme de mi novio para siempre justo momentos antes de que se vaya"
"Espera, ¿despedida para siempre?" preguntó Kurt, entre sorprendido y dolido. "No es como que cruzaré el Atlántico, Blaine, a lo más estaré a 800 kilómetros en auto, pero en avión no te demorarías nada en llegar, y yo también podría visitarte"
"Tengo suficiente en mi familia como para pensar en un novio que veo sólo cuando viene de visita" respondió Blaine, antes de abrir la puerta. A Kurt le gustaba pensar que el chico había estado demasiado emocionado como para girarse y mirarlo a la cara, pero no confiaba en eso pues no podía sentir emoción alguna en su voz.
"Pues… entonces sí será una despedida" susurró él, casi sin creerlo. Habían estado juntos por tanto tiempo, ya casi cuatro años, y una separación por algo así le resultaba ridícula. Se subió al auto y dejó que Blaine le llevara hasta su casa en Lima; el silencio durante el camino fue más doloroso incluso que las miradas que se lanzaban de vez en cuando.
Cuando el auto se detuvo Kurt pudo ver a Finn y a su padre trabajando en el taller. Quinn finalmente no había logrado hacer de ellos una familia, pero sus expectativas para el chico no habían estado tan erradas.
Blaine puso una mano sobre la suya y la agonía hizo un nudo en su corazón.
"Realmente te amo, Kurt. No quisiera que las cosas se terminaran así" dijo el moreno, atrayéndolo hacia sí mismo y juntando sus frentes.
"Yo también te amo, Blaine, por eso me duele ver lo que haces con tus sueños" respondió él, cerrando los ojos antes de decir la única verdad de la que estaba realmente seguro: "Creo que siempre te amaré, no importa la distancia y cuánto tiempo pase. Seguirás siempre siendo mi Blaine. Quiero que tomes este pasaje, como sabía que no ibas a poder asegurarte de tener todo listo en las dos semanas dejé la fecha abierta. Puedes cambiarla y, cuando estés seguro de lo que realmente quieres hacer, puedes viajar a Nueva York. Te estaré esperando con los brazos abiertos".
De eso ya habían pasado casi cuatro años.
Cuatro años podían cambiar mucho en la manera en que alguien se comportaba, sobre todo cuando se trataba de un chico que había estado viviendo toda su vida y se encontraba de pronto con una ciudad llena de vida, competitiva, de fiestas y trasnoche.
En esos años había estado con más hombres, había aprendido tanto de su corazón que no tenía ningún problema en aceptarse tal cual era. Ya no era el mismo Kurt Hummel que había dejado Lima, con sueños de ser una diva en su maleta. Había aprendido con cada caída que si realmente quería llegar al estrellato tenía que soltarse un poco, ensuciarse las manos. Aún si seguía siendo tan dulce y adorable como siempre, ya no era alguien a quien le pudieran pasar por encima.
Era ese Kurt el que despertaba ahora, de ese sueño que le parecía tan lejano y tan dulce como un beso.
Sonrió con melancolía al pensar en ese romance que había tenido cuando era casi un niño, ese amor que creyó que era capaz de consumir todo de sí y que le había alentado a esperarle incluso cuando Blaine dejó de llamarle y cuando sus mails quedaron sin respuesta.
Hacía un par de meses que no se hablaban, los sueños de visitas y las invitaciones a cada nuevo estreno de Kurt en un musical habían desaparecido, pero no el cariño que sentía por el joven moreno. Había pasado tanto tiempo que ni siquiera podía estar seguro de amarlo como había dicho que haría, habían sido tantos meses con su cama helada que la necesidad le había hecho olvidar, en parte, lo que era sentir a Blaine entre sus brazos.
Pero ese sueño…
Ese recuerdo ponía todo en perspectiva de nuevo, ese sueño le llenaba con el deseo que solía sentir cuando era un adolescente, le hacía rememorar las miles de tardes, noches y mañanas que había destinado a aprender cada contorno del chico hasta que podía identificar cada uno de los lugares que le hacían sollozar de pasión, tal y como había hecho, por primera vez, en esa sala de los Warblers.
Kurt puso su mano en la frente, sin saber realmente qué hacer con lo que sentía en esos momentos. Era de mañana ya, una fría madrugada de Noviembre y hasta la reunión de la tarde estaba relativamente libre; Rachel tenía una fiesta y se quedaría en casa de una amiga, Mercedes probablemente había ido a correr hacía no mucho.
Estaba solo en ese pequeño piso. Solo y con las hormonas revolucionadas por un sueño que sólo le había obligado a recordar lo que su cuerpo creía haber olvidado.
Pero, por sobre todo, estaba solo y excitado.
Metió una mano dentro de las mantas, cuidando de no tocar su torso desnudo hasta que esta se hubiera entibiado un poco. Con cuidado levantó un poco el elástico de sus pijamas y palpó aquello que se había temido desde un principio. La mañana no sólo había despertado a su cerebro y el sueño no había hecho nada para enfriar el asunto.
Un ligero gemido se le escapó de los labios al contacto de piel con piel.
No recordaba cuando había sido la última vez que había tenido el tiempo y la ocasión de ser él mismo quien le tocara y no una mano ajena y con menos conocimiento de su cuerpo. La temporada pasada había sido complicada ya había pasado la mayor parte del tiempo trabajando, el sexo había estado relegado a un octavo plano en su lista de prioridades. Pero nadie conocía su cuerpo como Kurt Hummel, y nadie sabía a la perfección el ritmo que le gustaba alcanzar antes de llegar al orgasmo. Nadie excepto Blaine.
Pensar en el moreno sólo servía para aumentar las llamas de eso que se encendía en la parte baja de su estómago. Blaine y su cabello que perdía el gel bajo sus manos, sus hermosos rizos que pedían a gritos ser liberados. Blaine y el "ilion" aquel hueso de la cadera que tanto le gustaba en el chico y que tanto le había costado desarrollar en su propio cuerpo. Blaine y sus manos que le había recorrido tantas veces antes de tomarle con la boca, esa boca de la que salían las más lindas canciones y los más suculentos gemidos. Blaine y esas promesas, esos sueños, esos besos, que habían quedado en el pasado y que por lo tanto podían ser una fantasía relativamente inofensiva.
Estaba tan cerca, tan cerca de llegar al orgasmo sólo pensando en el moreno que casi no escuchó el timbre.
¡Ese maldito timbre!
Seguramente era Mercedes que había olvidado sus llaves. Ya la mataría por esto, además… la chica podía esperar un poco… faltaba tan poco para…
¡Para seguir escuchando ese maldito timbre!
No podía seguir así.
Se puso de pie, limpiando su mano con una toallita que había en su mesa de noche. Si Mercedes quería interrumpir la única cuota de placer que había tenido en tanto tiempo tendría que estar dispuesta a enfrentar las consecuencias.
Después de todo, durante cuatro años viviendo juntos se habían visto en más de una situación embarazosa y esta no sería la peor. Tantas borracheras en que el alcohol se les había subido a la cabeza y habían terminado los tres en una cama, semidesnudos y algo erotizados… no, esto no la espantaría. No sería nada nuevo. Pero no iba a dejar que su amiga dejara de entender lo que había interrumpido por no llevar las llaves. Sería una buena lección.
Caminó por el pasillo, con el frío calándole los huesos, pero pretendía volver a la cama de inmediato y no había visto la necesidad de ponerse camiseta. En una de esas convencía a la chica de entrar con él a la cama y podían ver una película.
El timbre seguía sonando sin parar, haciéndole olvidar la película y pensar en castigos peores. Abrió la puerta con su peor cara, con una mano en la cadera y el pelo tan desarreglado como podía suceder después de… bueno, una ligera sesión de autodescubrimiento.
"¡Cuántas veces te he dicho que lleves tus llaves si vas a salir por…!" dijo al abrir la puerta, con la frase muriendo en sus labios al ver quién estaba al otro lado del umbral.
Sin pensarlo cerró la puerta.
Estaba rojo como tomate, más consciente que nunca de que al otro lado de ese trozo de madera que los separaba había alguien a quien realmente no le quería mostrar ese aspecto desordenado. ¡Eso sin hablar de la erección que no había sufrido cambio alguno!
¡Necesitaba peinarse, necesitaba una camisa, necesitaba deshacerse de aquello en sus pantalones!
"¿Kurt? ¿Puedes abrirme, por favor?" preguntó Blaine desde el otro lado. "No me molesta que estés a medio vestir, puedo esperar adentro" añadió con una sonrisa que se podía escuchar en su voz.
Kurt se arregló los pantalones, agradeciendo haberse puesto boxers ese día, pues darían algo más de suspensión de lo que haría su pijama de estar solo. Su erección tendría que irse por arte de magia, mientras sería restringida por su ropa interior, por mucho que le incomodara.
Vaya suerte la que tenía, sin duda el sueño no había sido sólo un recordatorio sino también una advertencia. Una advertencia de que algo sucedería y que obviamente no había sabido interpretar.
