Titulo: Nieve en Agosto.
Hecho por: Lady Akari-520
Género: Romance/Drama
Resumen: Elevó su mano, tocando así a los suaves pétalos de cerezo que caían. Aun en contra de su voluntad y de su orgullo, una vez más estaba ahí, como cada año, como cada último día de Agosto que aguardaba por ella… por aquella pequeña niña sumergida entre tinieblas.
Hechos del pasando: Letra cursiva.
Hechos del presente: Letra normal.
Frases tipo flash back: "Letra cursiva"
Disclaimer: Todos los personajes de Naruto le pertenecen a Masashi Kishimoto.
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Esperó tu llamado, gigantescos segundos me oprimen, monstruosos augurios me arrinconan… Estoy solo.
Mi mente intenta rescatarme del vacío; mi fracaso, lucha por retenerte Nieve de ausencias.
Tu imagen es impotencia que me recuerda el olvido… descubro que ya es tarde y tal vez todo simplemente consista en recordar u olvidarte.
(Frase dicha por Juan L. Alzugaray)
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I
El cálido sol del verano se colaba con delicadeza sobre los frondosos y añejos árboles que le rodeaban al caminar, produciendo así tenues resplandores que aumentaban la belleza de aquel mágico lugar. Su indiferente mirar se dirigió a los diminutos y rosados capullos de cerezo que sutilmente decoraban a esos vigilantes silenciosos, los mismos que celosamente protegían las historias y secretos de todas las personas que al igual que él, visitaban con el pasar de los años sus grandes territorios. Se encaminó solo unos metros más, lo suficiente como para vislumbrar a la distancia al enorme árbol que imponente se coronaba ante todos como el más esplendido del parque o al menos para él lo era. Sonrió con la arrogancia que lo caracterizaba. Ese era su sitio secreto… su lugar, el de ella y el suyo. Sin esperar más suspendió su mano en el aire, llegando a tocar a los suaves pétalos que con gracia danzaban juguetonamente en el ambiente, expresándole así al resto del mundo lo libres e independientes que eran. Oprimió su mano con fuerza en un vano intento por no dejarlos ir, por retenerlos consigo, pero fue imposible, de una u otra manera ellos terminaban yéndose al firmamento, a esa inigualable libertad a la que pertenecían.
-Tan semejantes a ti.- Pronunció con un dejo de gracia y amargura ante alguien que en definitivo, no estaba a su lado. Repitiendo lo que su cerebro cuestionaba permitió que los trazos de su imaginación crearan y plasmaran vívidamente la silueta de una pequeña niña, la misma que había conocido en ese mismo sitio hace muchos años atrás un caluroso día de agosto, uniéndose ambos por una promesa… un pacto que habían jurado cumplir ante la cómplice vista de aquellos tersos copos de nieve teñidos de rosa.
Contrajo con fuerza sus parpados una vez más intentando encontrar el descanso que deseaba tener en ese preciso momento pero era inútil. Bufó molesto, no solo había tenido que refugiarse de ese sequito de chicas huecas y descerebradas que se habían autoproclamado así mismas sus fans y las cuales no hacían nada más provechoso y productivo con sus vidas que seguirlo una y otra vez como si eso fuese a cambiar en lo más mínimo la poca importancia que les dirigía a ellas. Giró los oscuros ojos enfurecidos por tal estupidez, y si eso no fuera suficiente, el calor que rondaba los alrededores era desagradable y casi enfermizo, logrando que cualquier esfuerzo por calmar su mal humor fuera una completa pérdida de tiempo. Resopló con notorio fastidio por segunda ocasión retirando las traslucidas gotas de sudor que resbalaban por un costado de su rostro, notando a lo lejos como una pequeña sombra se aproximaba a pasos lentos y algo torpes hasta el enorme árbol de cerezos que hasta ese momento le había servido de escondite. Se movió con lentitud sobre la firme rama que lo sostenía hasta estar seguro de que no le vería, sin embargo, todos sus intentos parecieron inútiles, ya que su joven seguidora había decidido tomar asiento sobre una raíz saliente, justo debajo de él… ¡Perfecto!, una de ellas no solo ya lo había localizado, sino que también pensaba hacer guardia hasta que decidiera por voluntad propia bajar. Una lista interminable de maldiciones salieron silenciosas de sus labios, ahora si no le quedaba la menor duda al respecto… su día definitivamente se había ido al mismísimo demonio.
Diez, veinte, treinta minutos y esa chica aun continuaba en la misma posición, solo permanecía quieta al tiempo en que la cálida brisa veraniega golpeaba su rostro elevando con gracia sus cortos cabellos azabaches. Cansado de esperar algún movimiento sorpresa de su parte, decidió bajar y enfrentar de una vez por todas la situación. Con agilidad tocó tierra firme y a paso cauteloso se aproximó a la que aun inmóvil aguardaba sentada bajo la copa del gran árbol de sakuras.
-Duerme.- Se dijo con cierta extrañeza al verla en un profundo estado de sueño.
Paso a paso se acercó hasta ella, rompiendo más y más la distancia que inconscientemente traspasaba su propio espacio personal, un privilegio que ni a los miembros más cercanos de su familia les cedía. Arqueó una de sus cejas al notar que esa pequeña era más joven de lo que había imaginado, tal vez unos cinco o quizás hasta ocho años menor que él. Llevaba un largo vestido color negro que conseguía resaltar de forma impresionante el color marfileño de su piel, algo que le pareció extraño para alguien de su edad y estando el clima a grados tan elevados. Dirigió su atención hacía el brillante crucifijo que reposaba sobre su pecho. Era hermoso, tenía un marco de plata cubierto por otra parte más diminuta compuesto por diamantes, era como ver dos partes unidas en una sola. Una forma poco común, estando dispuesto a tocarlo si no fuese por que vio ese golpe en colores escabrosos que palpable se extendía por una de las blancas y tersas mejillas de esa desconocida.
-¡Hermana!.- Escuchó decir por los alrededores.- ¡Hermana!, ¡¿estás aquí?.- Aquella voz lo puso en alerta, pues era cuestión de unos cuantos metros para que la localizaran.
-¿Hanabi?.- Alcanzó a oír a una distancia que para su disgusto estaba cerca… demasiado cerca. Giró su rostro en la dirección de donde provenía esa dulce y adormilada voz, encontrándose con un par de lunas que le observaban fijamente. Tragó con pesadez al reparar en los pocos centímetros que separaban sus rostros y que en un principio había pasado a segundo plano. Se maldijo internamente por sentir aquel extraño cosquilleo de nerviosismo recorrerle por completo, incomodándole el hecho de saber que era precisamente por esa pequeña niña por quien lo sentía. Algo sumamente patético si recordaba que era ya un chico de casi dieciocho años de edad.
-Demonios…- Contrajo la quijada y de un solo paso se alejo de la pelinegra que aun confundida parpadeaba una y otra vez intentando salir finalmente del mundo de los sueños. La vio ponerse de pie usando el grueso tronco como soporte en el segundo que el llamado de aquella otra voz se volvía a esparcir por el parque, ahora mucho más cerca de ellos. Avanzó solo unos cuantos pasos pero se detuvo justo al estar frente a esa otra niña de mirada perlada y cabellos castaños, quien furiosa le cuestionaba sin parar sobre la lesión que marcaba su delicada cara.
-¡Dime quien te lastimo!.- Soltó aun más molesta cuando la pelinegra solamente se había limitado a sonreírle tiernamente mientras tomaba con cariño su mejilla. Tragó duramente y de mal modo retiró la mano de su hermana para así poder contenerse. Contrajo sus ojos debido al escozor de las lágrimas que aun contra su voluntad surgían y le era difícil detener. Impotente apretó sus puños y mordió su labio inferior en un intento por retener los enormes deseos que tenía de llorar, pero sabía de ante mano que su llanto solo haría el dolor de su hermana aun mayor.
-Deja de llorar por cosas sin sentido y mejor vámonos.- Le recriminó entre risas forzadas que luchaban por controlar el torbellino que arrasaba con todo en su interior. Subió su mano y cubrió instintivamente el golpe que había recibido para que su hermana dejara de verlo.
-Yo no estaba llorando…- Alegó la menor ahora más calmada mientras limpiaba con disimulo los surcos transparentes que se dibujaron en su cara.- Si no salieras sola, nada de esto sucedería.- Recalcó insistente tomándola de la mano y guiándola en dirección a la salida.
Solo cuando estuvo seguro de que ambas se habían marchado pudo salir de su escondite detrás de ese enorme árbol de cerezos. Dio media vuelta decidido de igual forma a irse, aun así una rara inquietud por mirar hacia atrás se apodero de él. Miró con recelo el lugar vacío en el que esa niña había estado durmiendo, observando como poco a poco el sitio era cubierto por los suaves pétalos de sakura que caían. Elevó una de sus manos, no tardando demasiado tiempo en tocarlos. Una leve sonrisa surcó por sus labios en el momento en que un presentimiento poco usual latió dentro de su ser.
Esa niña regresaría el día de mañana y por ilógico que pareciera… él estaría esperándola.
El sol del medio día brillaba con intensidad sobre un cielo completamente despejado mientras que los pajarillos concentrados en sus labores diarias, trabajaban arduamente alegrando con su canto a los visitantes. El aire era agradable, llenando el parque con el aroma de las flores de cerezo que dejaban a su paso una dulce sensación de calidez. Su andar era lento y despreocupado, haciéndoles saber así a todo el que le miraba, el poco interés que sentía por la belleza de ese mágico lugar y siendo sinceros a todo en realidad. Avanzó solo unos metros más hasta que pudo vislumbrar la copa de ese gran árbol de sakuras, rompiendo los pocos pasos que le restaban con una ansiedad poco vista.
-Lo sabía.- Manifestó con arrogancia al instante en que sus profundas lagunas de oxidiana se posaron sobre el cuerpo femenino que al igual que el día anterior, reposaba sobre el tronco del árbol ignorante del continuo y persistente escudriño del azabache.
Deseaba acercarse, sin embargo, las acciones de esa pequeña extraña frenaron todas sus intensiones mucho antes de siquiera pensarlas. Su rostro se contrajo en una evidente muestra de dolor. Ella sufría, sus manos incrustadas casi como garras sobre el verde césped, deseaban de alguna manera encontrar la fuerza que requería para soportar algo que aun desconocía. Los minutos transcurrieron hasta que finalmente pareció acostumbrarse al sentir que la embargaba. Deslizó sus frágiles manos a través de los contornos de su lúgubre vestido, recorriéndolo con pausa hasta dejar al descubierto parte de sus blancas piernas y de lo que a los ojos de todos ocultaba. Intentó flexionar su pierna derecha pero era como realizar algo imposible y a decir verdad lo era, su rodilla estaba tan lastimada que incluso el ponerse de pie seguramente resultaba siendo algo casi titánico.
-No puedo más.- Soltó casi sin energía bajando de nueva cuenta su negro vestido. Pretendió ponerse de pie, aun así ambas piernas se doblaron entre sí haciéndola caer duramente al suelo. La vio abrir algo desconcertada aquel par de orbes platinadas mientras tocaba el tronco del cerezo y lo usaba para impulsarse y poder sostenerse pero desafortunadamente el resultado fue exactamente el mismo.
Nunca se había inmiscuido en asuntos que no le concernían, era algo que claramente detestaba y fue por esa misma razón que no logró comprender a tiempo el porqué sus piernas habían decidido por voluntad propia ponerse en dirección hacia donde yacía aquel pequeño cuerpo herido, como si este se tratara de un indefenso animalito que necesitaba resguardar de cazadores que aun ignoraba. Se aproximó hasta ella, lo suficiente para que a sus oídos llegaran los leves sollozos de la ojiblanca. Levantó su mano en la dirección en donde se hallaba aun sentada la pelinegra en espera de que está la tomara y se pusiera en pie, no obstante, esa niña simplemente había decidido hacer lo que nunca antes alguien había hecho tratándose de él… despreciarlo.
Así es, esa chica se había negado a coger su mano, logrando que una poderosa corriente de furia, humillación y rabia se entre mezclaran peligrosamente dentro de su interior. Bajó con disgusto la mano que aun en el aire nunca fue tomada, vigilando a detalle a la ojiluna que sabiéndolo presente intentaba desesperadamente levantarse y marcharse de ese lugar.
Caminó torpemente debido a las raíces salientes que frecuentemente se topaban en su andar, estando a punto de caer en el segundo en que pasaba justo al lado de ese alguien que le miraba con la ira marcada en ese par de penetrantes hoyos negros.
-¿Qui-quién eres?.- Preguntó con nerviosismo al estar de espaldas al ojinegro sin recibir una respuesta.- No necesito de tú lástima…- Le oyó decir con la suficiente seguridad que incluso su cuerpo automáticamente se giró a mirarla. Liberó un suspiro desalentador y con obvia congoja prosiguió.-… he aprendido a hacerlo sola.- Terminó de decir y sin más retomo el sendero de árboles que en cuestión de segundos ocultaron su silueta de su vista.
Una imperceptible sonrisa surco sus labios al recordar el día en que habló con ella por primera vez, percibiendo aun a estas alturas el mar de sensaciones que lo embargaron cuando descubrió la verdad detrás de sus palabras melancólicas y ocultas en dolor. Esa mañana lluviosa entendió el porqué de su recelo en defenderse continuamente, el porqué su cuerpo estaba herido con tanta frecuencia, y el porqué a partir de ese día deseó nunca más alejarse de ella.
Las gotas de lluvia caían una a una sobre su cuerpo mientras caminaba sin premura pese a saber que estaba retrasado, siendo seguramente cuestión de algunos escasos minutos para que cerraran la entrada del instituto. Pasó una mano por sus húmedos cabellos despreocupadamente, al menos tenía el atajo del parque, eso le daría algo más de tiempo antes de llegar y ser recibido por los fastidioso sermones de su profesor en turno, quien a estas alturas estaría muy probablemente maquinando la forma de "encarcelarlo" por el resto del día. Avanzó solo un poco más hasta estar en la parte más interna del parque, una zona más descuidada, abandonada y sombría. Los rayos de luz que débilmente conseguían traspasar las murallas de árboles y naturaleza muerta lo hacían lucir deshabitado o al menos eso era lo que pensaba hasta que las voces de varias personas discutiendo fueron captadas aun con sus audífonos puestos.
Se adentro hasta poder ver a tres siluetas, todas vestidas con el uniforme correspondiente a su mismo instituto con excepción de la cuarta de ellas que era acorralada y arrojada violentamente al fango que por la lluvia se había formado y cubierto todo a su paso. Esas risas estridentes y frívolas que tanto odiaba se dejaron escuchar en cuanto esa chica que habían lanzado intentaba ponerse de pie con la ayuda de su bastón, el cual había soltado al caer duramente a la tierra mojada. Las burlas y los hirientes comentarios bañados en sarcasmo se hicieron aun más fuertes al verla intentar buscar su medio de apoyo, siendo arrojado lo más lejos posible de ella en el momento en que sus manos estuvieron a punto de tocarlo.
-¡Porque hacen esto!.- Gritó sumergida en el llanto una vez consiguiera erguirse. Caminó con dificultad entre el suelo resbaladizo, intentando tocar con sus manos en el aire a esas chicas que cruelmente se aprovechaban de su persona, aun así, una de ellas la golpeo tan firmemente que sus piernas por inercia se hicieron para adelante haciéndola caer nuevamente.- Por favor…- Su voz cansada de luchar se apagaba como una débil y tenue flama expuesta al imponente viento, sin embargo, la sonrisa marcada en los labios de todas ellas le indicaban que no la dejarían ir.- Se los suplico…- Rogó mientras escondía vanamente su diminuto rostro entre la suciedad del fango y porquería. Sus lágrimas cálidas y cristalinas marcaban su dominio sobre sus mejillas sonrojadas, siendo precisamente su última frase el detonante que activo el sentimiento que nunca imagino lograría siquiera existir en un ser como él.
-Por favor… ya no puedo más.-Alcanzó a decir antes de quedar prácticamente inconsciente bajo la lluvia.
Salió de ese montón de ramas secas que le permitieron observar a detalle, comprendiendo finalmente la situación que rodeaba a esa niña de ojos de luna. Era ahora cuando entendía los reclamos de su pequeña hermana al prohibirle salir sin compañía, los golpes que en las pocas veces que la había visto cubrían de forma infalible su cuerpo como si no hiciera absolutamente nada para defenderse, así como también, la razón del porque aquel día había rechazado su ayuda respondiéndole con aquellas palabras.
-"No necesito de tú lástima… he aprendido a hacerlo sola".-
-Es ciega.- Pronunció con turbación sin creer aun en sus propias conjeturas.
Arrojó la mochila hacía algún punto perdido y se puso en marcha. El brillo de sus perlas negras adquirió una intensidad sumamente aterradora, siendo suficiente su mera presencia para hacer que ese trió de sádicas chicas retrocedieran ante su simple respirar. Tomó a la pelinegra con toda la delicadeza que podía tener y de un solo movimiento la colocó sobre su espalda aun en estado de inconsciencia. Solo pudo dar un par de pasos cuando una de ellas le detuvo al bloquear su camino. Era alta, pelirroja y con una mentalidad totalmente retrasada por lo que dejaban ver sus acciones. La reconocía, era una de las huecas tipas que se hacían llamar estúpidamente sus fans. Su mirada tan gélida como la noche la hizo estremecer cuando se poso de lleno sobre ella deseando por un tentador minuto atravesarla despiadadamente.
-Pero Sasuke, ¡porque proteges a esta perdedora!.- Rugió furiosa apretando sus puños con indignación al ver al chico de sus sueños ayudando a su juguete de tortura.
-Mi paciencia es corta, así que presta atención porque no lo repetiré dos veces…- Sujetó el antebrazo de esa pelirroja mientras susurraba crudamente lo que deseaba hicieran a partir de ese segundo.- Aléjense de ella.- Finiquitó clara y directamente mientras la dejaba en libertad de la fuerza de su agarre, ocasionando que por el impulso, el cuerpo de la pelirroja fuera despedido hacía el lodo y restos de escombros, siendo ágilmente auxiliada por las otras chicas que en un tris le eludieron al presentir la oscura aura que lo rodeaba.
Los tenues y débiles rayos de sol lentamente comenzaban a hacerse presentes tras los grises algodones de tormenta, provocando que los frondosos árboles de cerezos destellaran tras el rocío naciente de sus hojas. Se detuvo por un instante, permitiéndose sentir el suave respirar de la pasajera que transportaba acuestas. Una especie de sonrisa surcó por sus labios al recordar que esa era la primera vez que se tomaba la molestia en tomar a una mujer de la manera en la que lo hacía. La miró de reojo al reparar en esa palabra que tratándose de la ojiluna desencajaba en todos los sentidos.
-Hmp, es verdad… -Contempló sus cortos cabellos azulosos, su diminuta cara que a pesar de la suciedad que la cubría seguramente era suave y tersa. Detalló con ahínco ese color rosado con que eran teñidas sus mejillas e inclusive la peculiar forma que sus labios hacían al chocar contra el espacio vacío de su cuello y hombro izquierdo, causando que esa sutil sonrisa desapareciera tan rápido como había surgido. Elevó sus perlas azabaches hacía el bello firmamento fundido entre explosivas tonalidades de naranja y violeta, impulsando discretamente el frágil cuerpo de la pelinegra aun más próximo a él.-… eres solo una niña.- Le dijo como si estuviera escuchándole, retomando de ese modo el trayecto que marcaban sus firmes pasos.
El delicado rose de los pétalos de cerezos cayendo sobre sus mejillas fue suficiente para sacarla del mundo de los sueños en donde había caído presa. Su cabeza punzaba y sus músculos agarrotados entumecían su cuerpo debido a la posición en la que había estado durmiendo por tanto tiempo. Movió con preocupación sus manos por todo el contorno que la rodeaba, topándose con las raíces del árbol de cerezos que la resguardaba. Respiró más tranquila, al menos por ahora estaba en un lugar que conocía, entendiendo a través de su tacto que se encontraba en el sitio que más apreciaba en todo el parque. Una fragancia llegó hasta ella en el segundo que inhaló aire, una demasiado próxima y que claramente recordaba, incitando a todos sus demás sentidos a ponerse en alerta.
-Por fin despiertas.- Escuchó decir plana y lánguidamente con un tono de voz que logró erizarle los bellos de la nuca.
-E-eres tú, ¿ci-cierto?...- Se aventuró a preguntar después de algunos minutos de silencio.- Eres la misma persona que estaba co-conmigo el otro día.- Afirmó convencida, sintiendo notoriamente como ese chico que desconocía le miraba de una forma tan fija y continua que a pesar de estar atrapada en su mundo de tinieblas era capaz de percibir. Por instinto se vio en la necesidad de retroceder involuntariamente, adhiriéndose de lleno con el tronco al verse terminado su camino de escape.
-Olvidaste decir que también fui quien cargo conmigo hasta este lugar.-Le dio a conocer con cierto reproche, intentando desaparecer el temor que brillaba en sus orbes. Una diminuta curvatura hizo nuevamente acto de presencia en los confines de su boca al ver con cierta diversión como la pequeña pelinegra mantenía su rostro sumergido en la más llana de las vergüenzas, denotando aun más su estado de perturbación con el notorio color carmín que con la inocencia digna de su edad coloreaba sus mejillas.- Eres más pesada de lo que aparentas, ¿lo sabías?.- Mintió juguetonamente, dejándose deleitar con los resultados. Su débil sonrisa tomo mayor plenitud al ver su cara fulgurar literalmente como un faro con luz propia, alcanzando a oír un lejano "Lo siento y estoy agradecida" por parte de la infante que aun ahogada por la pena movía nerviosamente sus dedos uniéndolos una y otra vez entre ellos.
Ninguno de los dos opto por decir algo más después de eso, hasta que pasados unos cuantos minutos el ojinegro decidió tomar la palabra.
-¿Solamente esas chicas te han herido?.- Demandó saber con una atribución con la cual sabía no contaba, aun así, un fluir vertiginoso le exigía indagar más a fondo los acontecimientos que marcaban a esa niña. Las imágenes de ella yaciendo en medio de la suciedad al tiempo en que se veía obligada a soportar maltratos y múltiples lesiones sin importar las miles de veces que suplicaba se detuvieran, regresaron impetuosamente a su mente al verla callar, haciéndole pensar que aun existían mucho más personas que se aprovechaban de su condición.- ¡Responde!.- Su voz salió con una fuerza e impulso aun mayor del que requería, haciendo saltar en su lugar a la ojiluna que sin perder tiempo movió su azulada cabeza en forma afirmativa.- ¿Duelen?.- Preguntó sin más.
-¿Co-como?.- Consultó con cierto titubeo a la reacción que el chico tendría al no haber comprendido su cuestionamiento y en efecto, un quejido de molestia salió de su boca poniéndole los nerviosos aun más desbordados.
-Me refiero a tus heridas…- Le dijo forzadamente comenzando a ponerse incomodo con el tema sin razón aparente, despertando el desconcierto de la pelinegra.
-Las heridas del cuerpo sanan y con el tiempo dejan de dolor, sin embargo…- Guió su mano derecha hasta su cuello, acariciando con delicadeza el crucifijo que descansaba en su pecho. Contempló el pesar que escapaba tras la máscara sonriente que mostraba, manteniéndola firme, segura e impecable pese a las lágrimas que escurridizamente brotaban.
-Sin embargo, existen heridas que no sanan y duelen permanentemente.- Finalizó sincronizadamente el moreno quien en un fugaz segundo ya se encontraba frente a frente con aquella mirada perlada que aun sin tener luz era capaz de mostrar más vida y emociones que la suya. Una a una, fue retirando las huellas de su discreto llanto, percibiendo a cada suave roce el calor que desprendía su jovial piel. Una estimulante corriente de electricidad cosquilleo en la punta de sus dedos con ese simple contacto, asiéndose aun mayor al tomar de lleno su mentón y guiarla estratégicamente a la dirección de su rostro.
-Mañana.- Fue todo lo dijo con la voz ligeramente enronquecida mientras se apartaba bruscamente de la pequeña ojiperla, quien ignorante del estado caótico en que había colocado al azabache seguía sin entender en lo absoluto lo que el chico mencionaba.
-¿Ma-mañana?.- Repitió la peliazul.- No co-comprendo.-
-Tú misma acabas de decirlo…- Intentó controlarse, su respiración aun era pesada e inconstante, bombeando desenfrenadamente más y más sangre a su cabeza aturdiendo en sobremanera sus acciones, descolocando de lleno a sus pensamientos con el solo recuerdo de lo que había hecho y desesperadamente había intentado repetir.- Dijiste que estabas agradecida, ¿no es verdad?.-
-Pe-pero yo…- Ni siquiera pudo terminar de armar una oración cuando el chico había decidido terminantemente lo que haría.
-En ese caso ven mañana a este mismo sitio… te estaré esperando.- Concluyó sin decir algo más.
Tomó sus pocas cosas o al menos las que aun eran rescatables después de ser expuestas por largo tiempo a la lluvia y al fango. Solo había avanzado unos escasos metros cuando se detuvo. Se giró sobre sus talones y con la expresión inmutable que lo caracterizaba la vislumbró en la distancia. El caer continuo de los cerezos la tocaban con elegancia logrando robarle infantiles y cálidas sonrisas mientras elevaba una de sus manos deseosa de tomar los pétalos de las rosadas flores que divertidas parecían jugar con la azabache, haciéndola lucir como lo que era… una niña.
Así es, por mucho que se reprendiera ahora, debía de recordar que ese desvalido ser que miraba casi hipnotizado, no era más que una pequeña niña ciega que seguramente no sobrepasaba los diez años de edad. Desordenó con frustración sus cabellos aun húmedos, reparando en lo que había hecho. Inhaló y exhaló aire un par de veces, sintiendo aun después de varios minutos transcurridos el dulce aroma de la peliazul adherido prácticamente sobre su ropa, al igual que el endemoniado sabor a caramelo que aun guardaban sus labios cuando al verla inconsciente sobre la hermosa vista de las flores de sakura había probado sin que ella tuviera la mínima noción. Liberó una lamentable risa de burla hacía sí mismo al ver el estado tan patético en el que se hallaba sumergido. Se dejó caer de lleno hacía el césped mojado dejando que su risa tomara más fuerza y volumen, apagándose después de un rato hasta convertirse en un agobiante silencio.
Tragó con lentitud presintiéndose que sus pulmones se cerrarían si no lograban controlarse nuevamente. Por mucho que le costara aceptarlo o repetirlo en voz alta, arriesgándose a romper en miles de pedazos su orgullo, lo había hecho. Sí, había besado a esa niña. Por más terrible que se viera dentro de su cerebro lo hizo, había sido el primer hombre en conocer el embriagador sabor que escondían sus labios aun en ese segundo virginales. Algo que había deseado desesperadamente volver a hacer cuando la viera despertar de ese sueño que como guardián fiel, custodió hasta el final. Solo dentro de sus propios pensamientos podía aceptarlo, le había robado el primer beso a esa pequeña ojiluna y aunque sonara descabellado y fuera contra toda lógica… no se arrepentía.
El resurgir de un nuevo día finalmente se había hecho presente, coronando con su luminoso poderío los territorios bastos y verdes de aquel parque por el que se encaminaba con una agitación bastante impropia en cuanto a su persona se refería. Una extraña emoción le invadió por dentro frenando rápidamente sus intenciones de continuar al verla de pie a la orilla del enorme árbol de sakuras, no pudiendo creer que realmente la peliazul había decidido ir al encuentro al que técnicamente le había ordenado a asistir.
-Veo que te gustan mucho los cerezos.- Le dijo en forma indiferente sin aparentar interés al ver como de costumbre a esa pequeña en la misma posición de las últimas veces, intentando fervientemente capturar con la palma de su mano a los pétalos rosados que sin más sucumbían ante la fuerza de gravedad. La mano que estaba en el aire fue a parar al lado de su corazón al saberse descubierta por el moreno.
-Ehm, bu-bueno no es eso.- Contestó algo perturbada con las mejillas ligeramente coloreadas de rosa por la respuesta que daría.- Me gu-gusta i-imaginar que son co-copos de nieve.- Le confesó aun más apenada y nerviosa que al principio al ver que su respuesta en verdad que sonaba infantil ahora que la decía en voz alta.
-Eres extraña.- Soltó sin reparos ni miramientos al tiempo en que tomaba asiento cerca de ella, pero aun así a una distancia lo suficientemente alejada para impedir cualquier tipo de contacto entre ellos. Recargó su cabeza sobre el grueso tronco y cerró sus sombríos e impasibles ojos intentando relajarse.- Que esperas, siéntate.- Ordenó fríamente a la pelinegra que atenta aguardaba en la misma posición. Media sonrisa se dibujo en su rostro al verla sonrojarse ante su petición, la misma que sin meditar cumplió al pie de la letra.
El resto de la mañana se desvaneció, dejando que con ello los minutos se transformaran en horas y con ellas la tranquila brisa de la tarde apareció. Ambos, tanto él como ella habían permanecido en calma todo ese tiempo. No surgieron palabras, risas o el sonido de las lágrimas, simplemente se dejaron envolver por la plena belleza que incluso en el más profundo de los silencios podía hallarse. Fue la mezcla de dos vidas, dos mundos totalmente opuestos unidos por el fuerte lazo de la soledad. Demostrándoles al resto del universo que aun viviendo en ese crudo mundo de abandono y amargura, era posible encontrar una diminuta pisca de felicidad.
Y así fue… día tras día, lo que comenzó como un simple encuentro accidental, pronto se convirtió en una costumbre, en una necesidad irrefrenable por pasar un breve momento en compañía. Conociéndose poco a poco, adentrándose más y más en la vida del otro. Fue así que se entero que hace apenas tres años la pequeña ojiperla había sufrido un accidente automovilístico en compañía de su madre, en donde claro, había perdido la vista y desde luego su progenitora había muerto. Razón por la cual vestía esos lúgubres vestidos en color negro como símbolo de su dolor, al igual que el crucifijo de plata del que no se separaba nunca, pues era la prenda que más había amado su madre cuando estaba viva.
-Llegas tarde, Hyuga.- Le reclamó en tono molesto a la fatigada azabache que sin poder recuperarse aun, respiraba toscamente mientras se sujetaba con fuerza de las ramas más pequeñas del cerezo.
-Lo-lo lamento, Uchiha-san.- Se disculpó intentando conservar el aire que fluía entrecortadamente dentro de su interior. Tocó su pecho al sentirlo contraerse por segunda ocasión, deteniendo su quejido en el fondo de su garganta al oír la voz del pelinegro llamándola.
-Estás enferma.- Garantizó ásperamente al ver esas mejilla comúnmente coloreadas de rosa en un blanco casi transparente. Estaba por vociferar una queja ante ella cuando finalmente se percató del cambio de la peliazul.- Dejaste el duelo.- Le dijo con sincero agrado al no ver más ese horrible traje de luto cubrir su silueta, en su lugar un sencillo y delicado vestido veraniego en tonos azules la arropaba, haciéndola lucir como lo que realmente era…- "Un ángel".- Pronunció tan suave y bajo que ni siquiera su acompañante logró escucharle. Solo fue un pensamiento calculado, una respuesta que por orgullo dejaría oculta bajo el silencio de sus labios.- No está mal, al menos exteriormente parecerás normal.- Bromeó con la pequeña, consiguiendo que su rostro destellara en un escandaloso rojo escarlata debido a su comentario.
-Hoy es el últi-timo día de agosto.- Le recordó con cierta pena mientras tomaba asiento a su lado como de costumbre.
-Y eso que importa.- Rebatió con simple apatía.
-Las flo-flores de ce-cerezo se irán.- Abrió la palma de su mano, permitiendo que los escasos copos rozados que aun adornaban las ramas próximas a estar vacías, cubrieran el espacio que había dejado para tocarlas.- Ta-también yo me marchare pro-pronto.-
-¿Te irás?.- Preguntó algo sorprendido, obteniendo solo el movimiento afirmativo por parte de la pequeña Hyuga que entristecida tenía su azabache cabeza sostenida entre sus rodillas.
-Espero que cu-cuando re-regrese, las flo-flores de cerezo ta-también lo ha-hagan.- Rió con desconsuelo y sin más liberó a los pétalos de sakura que celosamente retenía consigo, siendo llevadas muy lejos por el viento que pronto tendría el nostálgico aroma del otoño, segura de que en algunos meses disfrutaría de la dulce presencia de aquellas flores.
-Solo deja de decir excusas estúpidas, Hyuga… mejor dime que no piensas volver.- Arremetió furioso contra la joven que conociendo el carácter que tenía el Uchiha ni siquiera se inmuto.
-Pero Uchiha-san, he dicho que re-regresaré.- Intentó convencer al chico.- Y si no cree en mis pa-palabras, estoy segura que esto lo convencerá.- Llevó sus manos a la parte trasera de su cabeza y retiró el collar que por vez primera abandonaría su puesto. Lo tomó con delicadeza extrema y con todo el cuidado del mundo separó las dos partes en que el crucifijo se encontraba formado. Sujetó la parte más pequeña, la cual constaba de una cruz compuesta de diamantes, colocándola sin premura sobre su cuello. Mientras tanto, la parte más grande se le fue ofrecida al moreno que aun le miraba sin entender del todo lo que la Hyuga deseaba hacer.- Va-vamos acéptelo, Uchiha-san.- Pidió encarecidamente.
-Hmp, detesto recibir órdenes, lo sabes Hyuga.- Le dijo molesto, negándose a coger el obsequio que la infante a su lado le cedía.- Pe-pero que…- Por primera vez en su vida su voz sonó insegura y quebradiza, resultado de tener el cálido tacto de la chica sujetando su mejilla para guiarse en la dirección en donde él se encontraba. Permaneció rígido, respirando solo a diminutas y entrecortadas bocanadas de aire que le eran insuficientes al tener a esa niña a tan corta distancia de la suya. No movió uno solo de sus músculos para luchar contra lo que la Hyuga hacía, sencillamente se dedico a contemplar a la joven de bellos orbes platinados, deseando que esa imagen tan hermosa se plasmara tan nítidamente en sus memorias que le bastaría para resistir la ausencia a la que cruelmente le sometería.
-Está listo.-Habló feliz de haber conseguido su objetivo sin haber sido interrumpida por el chico.
La mano que anteriormente reposaba sobre su mejilla, paulatinamente recorrido el sendero hasta dar a parar a su cuello, en donde con cierta precaución deslizó la yema de sus dedos, tocando amorosamente el otro crucifijo que al igual que ella, ahora portaba él.
-De que sirve que yo use esto.- Se quejó algo tenso, bajando la vista de esas perlas como si por alguna razón pudiesen ver el ligero sonrojo que cubría sus mejillas.
-Uchiha-san cuidara de él hasta mi regreso.- Habló tan segura que incluso su infalible tartamudeo desapareció.
-Que te hace pensar que hare lo que dices.- Soltó retadoramente, sin embargo la Hyuga simplemente sonrió con ternura al tiempo en que se impulsaba para poder ponerse de pie.
-Si-siempre recordare a Uchiha-san como una de las po-pocas personas que me aceptó con mi co-condición.- Recordó algo más animada, agradeciéndole al destino el haber puesto al Uchiha en su camino ese lluvioso día de agosto.
Hizo una reverencia y dio media vuelta dispuesta a marcharse, sin embargo, el fuerte apretón del ojinegro sobre su antebrazo le impidió continuar. Sabía lo que aquella acción significaba, aun sin necesidad de que hubiese palabras de por medio entre ellos. El orgullo y la arrogancia innatos del Uchiha eran inmensos, estaba consciente y por esa misma razón sabía que de su boca nunca saldría eso que sus acciones tan precipitadas e impulsivas dejaban ver.- Ta-también te extrañare, Uchiha-san.- Confesó mientras giraba sobre sus talones y se mostraba frente al chico. Deseaba que la recordara sonriente, feliz y firme, tal y como lo había aprendido de él cada vez que lloraba como resultado de las burlas y maltratos. Sujetó el agarré que el pelinegro aun ejercía sobre ella y suavemente se liberó al ceder el moreno sobre el contacto de sus manos.- El u-ultimo día de agosto estaré aquí…- Avanzó poco a poco, guiándose únicamente por el aroma que el azabache despedía. – Lo pro-prometo, Uchiha-san.- Sin más se abrazó a su cintura sin recibir el mismo resultado por parte del joven y a decir verdad no importaba.
-¿Sabes lo que pasara contigo si no cumples con tu palabra?.- Amenazó guturalmente mientras se aproximaba a ella y susurraba sutilmente a su oído lo que haría si rompía con su promesa de regresar.- Te buscare hasta el fin del mundo si es necesario y cuando te encuentre te hare pagar muy caro, Hyuga.- Sentenció ante la pequeña ojiperla que empezaba a separarse de su lado. La vio sonreír plenamente una vez más y después de mover su mano diciéndole un agobiante "Hasta pronto", recobró el sendero que la llevaría lejos, muy lejos, aun lugar en donde él no podía alcanzarla por más que estirara su brazo.
El dulce aroma de los cerezos lleno plenamente sus pulmones trayéndole nuevamente aquellas memorias del pasado que solo parecían tomar vida cada vez que visitaba aquel lugar. Elevó una de sus manos en el aire y sin aguardar más tiempo, la lluvia de esos suaves pétalos rosados cayó sobre él. Cerró su puño con la mezcla de furia y rabia que lo cubría siempre que llegaba ese día. Atrapando en ese diminuto espacio a los delicados copos de sakura que deseaba retener el mayor tiempo posible, aun así, siempre terminaban escapando, huyendo lejos… tan lejos como ella.
-"Me gusta imaginar que son copos de nieve".-
Su mente traicionera le trajo de vuelta aquella respuesta que la Hyuga le había dado aquel día que la vio curioso jugar con las flores de cerezo que danzaban con la ayuda del aire, ocasionando que liberara ese pesado y lastimero suspiró de frustración que ahogaba su garganta. Aun en contra de su voluntad y de su orgullo, una vez más estaba ahí, como cada año, como cada último día de Agosto que aguardaba por ella desde hace diez años sin tener el menor indicio de lo que había pasado para impedirle regresar y cumplir con la promesa que habían pactado. Miró el crucifijo que colgaba de su cuello, reluciendo por el efecto de los rayos del sol que graciosamente se posaban sobre él.
-"Uchiha-san cuidara de él hasta mi regreso".-
-Yo sí cumplí mi parte.- Habló crudamente dirigiendo su atención hacía el crucifijo que en todo este tiempo había mantenido consigo.
-"También te extrañare, Uchiha-san"-.
-Tú fuiste quien rompió nuestra promesa.- Retiró de mala gana los pétalos que cubrían su oscuro e impecable traje, notando que tan solo contaba con escasos treinta minutos para llegar a la oficina y que la junta con el personal directivo diera inicio. Caminó unos cuantos metros, no pudiendo evitar la sensación de mirar asía atrás como cada año que retornaba y tenía que irse de ese sitio que tanto apreciaba para así poder continuar con la monotoniedad del día a día.
Incluso ahora le era posible escuchar su risa y su llanto atrapado como fantasmas en los alrededores. Ver su silueta de niña pequeña que con cautela avanzaba entre los cerezos que le servían de guía hasta llegar al árbol en donde compartieron tantos momentos juntos y en donde la vio sonreír únicamente para él.
-"El ultimo día de agosto estaré aquí… lo prometo, Uchiha-san"-
-Todo fue una mentira al igual que tus palabras Hinata.- Metió las manos en sus bolsillos y sin decir una sola cosa más se marchó tan silenciosamente como había llegado, perdiendo como cada año, la esperanza de volver a ver a esa niña amante de esos raros y rosados copos de nieve.
Continuara…
Notas de Autor:
Hola a TODOS! Finalmente pude terminar :D, al principio se suponía que sería un one-shot pero la historia se alargo demasiado y tuve que dividirla en dos segmentos, espero sinceramente que hayan disfrutado de esta primera parte. Les mandó muchísimos saludos y como siempre espero sus comentarios, ya saben que todos son bien recibidos! Se despide de ustedes, Lady Akari-520 y sin duda pronto nos veremos en el segundo capítulo en el que por cierto ya me encuentro trabajando. Una vez más gracias por tomarse la molestia de leer mis historia, saludos y besos a TODOS!
